Continuaron adelante. Más tarde, llegaron a una parte del arroyo donde daba vuelta hacia el mar en dirección al oeste. Aneko bebió un poco antes de seguir. A su derecha encontraron una elevación llena de cuevas.
— ¿Cuál podría ser la entrada? —preguntó Katana.
Entonces Aneko miró una de ellas y se sorprendió. Encontró la venda de Kenji sobre el madero de una cueva a la izquierda. La cueva estaba sostenida sobre unos maderos viejos y negros por el desgaste. Por lo que ambas pensaron en lo inestable que podría estar dentro. Ambas miraron a lo profundo.
—Debemos ser cautelosos si tienen buen oído —dijo Katana. Ambas se quitan sus getas de madera, quedando con sus tabi grises de tela ya sucios por el viaje. Entonces se adentraron en la oscuridad.
—Quédate detrás de mí —dijo Katana a Aneko. Cuanto más entraban, menos luz había. Evitaron pisar todos los guijarros que había en el suelo para no llamar la atención. Pero les costaba verlos en la oscuridad y dolían al pisar algunos. Empezó a llegar un fuerte olor a podrido que se volvió cada vez más penetrante.
—Ugh. ¿Qué es eso en la pared? ¿Son sus desechos? Qué asqueroso —dijo Aneko con desagrado.
—Guarda silencio —respondió Katana. Continuaron adentrándose hasta llegar a una zona abierta. Fue entonces que al fondo observaron un bulto al que se acercaron con mucha precaución. Eran las personas que se habían llevado las criaturas. Dos adultos perro de naranja y otro blanco como la nieve. Un niño gato negro con manchas naranjas; y Kenji también estaba con ellos. Las chicas se acercaron a Kenji, quien estaba dormido.
—Psst… Kenji. Nīsan, despierta —dijo Aneko en voz baja. Kenji abre los ojos. Apenas y puede ver la silueta de su hermana con la oscuridad.
—Aneko ¿De verdad eres tú? —preguntó Kenji angustiado.
—Sí. Venimos a sacarlos a todos de aquí —respondió Aneko.
—Vamos. Levántense todos. Hay que irnos ahora —dijo Katana.
—Esperen. Las criaturas —decía Kenji angustiado.
— ¿Dónde están? —preguntó Katana. Kenji señaló arriba tembloroso. Ambas se sorprenden. Sobre el techo se encontraban durmiendo docenas de criaturas colgadas de cabeza.
—Todos sigan a la salida, sean silenciosos y quítense sus getas —dijo Katana.
—Tranquilo. Los sacaremos de aquí —dijo Aneko al niño.
Avanzaron lento y con cuidado. Los adultos pisaron algunos guijarros, así que trataban de no quejarse tanto. Katana guiaba a los adultos, mientras vigilaba a las criaturas. Aneko sujetaba a Kenji y al niño de las manos. Kenji sudaba del calor y nervios. Caminaba de puntas para evitar cualquier guijarro.
Entonces un ciempiés pasó por el pie del niño, lo que lo asustó y empujó a Aneko y Kenji. Kenji cae contra el suelo. El golpe suelta un eco que termina por llegar hasta los oídos de las criaturas. Al percatarse de que se habían ido, la criatura más grande suelta un chillido y comienzan a volar.
— ¡Corran! —exclamó Katana. Todos comenzaron a correr lo más que pudieron. Aneko cargó al niño en sus brazos para ir más rápido. Uno de los murciélagos gigantes estaba por alcanzar a Aneko. Katana se percata y saca su espada. Antes de que llegaran a ellos, golpea su espada con el piso, generando chispas y ruido que ahuyenta al murciélago.
— ¡Aléjense de ellos demonios! —exclamó Katana. Otro más va hacia los adultos y Katana bloquea con la espada generando la chispa.
— ¡No se detengan! —exclamó Katana.
— ¡Katana! —exclamó Aneko.
— ¡Salgan de aquí! —respondió Katana. Un murciélago choca con Katana y luego la criatura la toma de los hombros con sus patas y luego la eleva dentro de la cueva. Katana forcejea y golpea a la criatura, pero esta la choca contra las paredes. Kenji es derribado por un murciélago. En el suelo ve dos piedras lisas, y al ver a Katana en peligro, Kenji tomó las piedras y las golpeó con mucha fuerza en dirección a la criatura, aturdiendo por un segundo. Katana alcanza a patearlo en la cara y consigue trepar sobre su espalda, la toma alrededor del cuello para que no se caiga. La criatura empieza a dar vueltas para zafarse. Se dirigió a unas estalactitas para chocar, pero Katana lo jala para no salir herida y golpean las estalactitas haciéndolas caer. Los demás corren esquivando algunas de estas.
— ¡Cuidado! —exclamó Aneko,
La criatura está por chocar con más estalactitas sobre Katana, pero ella se tira y cae sobre la pared con guano para amortiguar la caída. El murciélago chocó y quedó enterrado de su ala derecha en el techo. Katana aprovecha para huir; el murciélago se agita del dolor y comienza a destruir el techo. Aneko, Kenji y los demás salen de la cueva. Los maderos que sostienen la entrada de la cueva comienzan a quebrarse. Katana se da prisa y sale antes de que estos le cayeran encima. Katana sale en una estela de humo y los murciélagos quedan atrapados en la cueva incapaces de mover las rocas y maderas.
Todos miraron aliviados. Katana tosía por el humo.
—Katana ¿Estás bien? ¿Todos están bien? —preguntó Aneko.
—Todos estamos bien —respondió uno de los adultos.
—Sí. Estoy bien. Solo necesito un buen baño —respondió Katana. Aneko se alegró.
Katana pasó a lado de Kenji. Se fue al arroyo para lavar el polvo y el guano de la espalda.
—Muchas gracias onēsan —dijo Kenji.
—De nada onīsan. Hicimos lo que debíamos hacer —respondió Anek. —por cierto Kenji. Toma. Es tu venda.
—Oh. Gracias onēsan —respondió Kenji. Tomó la venda y la ató de vuelta en la cabeza.
Kenji corre tras Katana para agradecerle también. Katana terminó de lavarse la cara.
— ¡Katana! Gracias a tí también —dijo Kenji a Katana.
—De nada. Gracias a tí también por ayudarme. No eres tan tonto como creí —respondió Katana. Kenji se alegró por ella. Los demás llegan con ellos.
—Hay que irnos ya —dijo Katana —deben seguir preocupados por ustedes.
— Sí. Vámonos ya. Quiero estar lejos de esas criaturas —dijo uno de los señores.
—Sí. Yo también quiero irme ya —dijo Aneko.
Partieron de regreso poco antes del atardecer. El niño estaba sujeto a Aneko, feliz de volver con su familia.
—Aneko-san, ustedes son asombrosas —dijo el niño
—Gracias. No fue nada. Solo cumplimos con nuestro deber —respondió Aneko.
— ¿No tenían miedo al enfrentar a esas criaturas? —preguntó el niño.
—Sí teníamos miedo —respondió Aneko, lo que sorprende al niño.
—Pero no podíamos dejarnos dominar por él —es lo que nos permite ser guerreros —dijo Aneko.
— ¿Entonces aunque tengan miedo nos protegerán de los Niishoku? —preguntó el niño
—Claro. Es lo que hacemos. Aunque nos cueste la vida —respondió Aneko.
Kenji se queda mirando al frente pensando en lo que será de ellos, mientras pasan una flor Lycoris a lado suyo sin darse cuenta.
En otro lugar, la oscuridad era total. Unos crujidos suenan y cada vez son mayores. Kenta había logrado abrir la entrada del túnel al otro lado de la montaña. Y al momento, sus guerreros lobo se adentraron a la cueva.
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