Los demonios del bosque
El pueblo de Wakin continuó caminando toda la noche. Hasta que salió el sol, cuya luz era tapada en gran parte por los árboles. Los niños eran cargados en caballos. Los ancianos iban en una carreta con verduras. La gente estaba exhausta y hambrienta. La comida solo rindió para un día dejando menos de la mitad.
Iku despertó de su siesta, después de guiar hace más de una hora
–Sensei –dijo Aneko –¿Cuánto más nos falta?
–No mucho –respondió Iku –Si seguimos así, llegaremos el día de hoy. Tengan paciencia. Esta es la ruta. Llegaremos a la montaña a través del bosque. Hay una entrada oculta hacia un túnel que nos llevará a salvo al siguiente pueblo.
–Aguarda Iku –dijo Hisoka preocupado – ¿Te refieres a…?
–Fue una que ví cuando huimos de Eiko hace años.
– ¡Pero ese túnel lleva hasta el bosque de los demonios! –exclamó.
– ¿Uh? ¿bosque de los demonios? –preguntó Katana.
–Hisoka me lo contó a mí y a Hiroshi –respondió Kenji –dijo que, en lo profundo de ese bosque existen unos seres extraños. Que se llevan a los que se adentran en él. Dijo que viven del otro lado de la montaña.
–Los que estuvieron en el bosque en la noche y pudieron verlos –continuó Hisoka –dicen que eran tan grandes como una persona. Tenían alas y salían en números. Iku, ¿Enserio quieres llevarnos allá?
–No creo en esa clase de cosas –respondió Katana.
–Yo tampoco –dijo Aneko
–Ellas tienen razón –dijo Iku –No podemos arriesgar a la gente por una leyenda. Si el daimyo nos alcanza, será el final. Me dijiste que tiene un túnel que nos puede separar de los Nisshoku.
—Sí —respondió Hisoka —ese túnel conecta con el otro lado de la montaña, hacia el pueblo de Ryukin.
—Esto es lo que haremos —dijo Iku —al llegar al otro lado, sellaremos el túnel de forma que los Nisshoku tarden en alcanzarnos.
Continuaron caminando hasta llegar a la entrada en una gran elevación de piedra cubierta por la vegetación del lugar.
— ¿Cómo es que la entrada tiene esa forma? —preguntó Kenji.
—Deben haber sido los terremotos a través de los años —respondió Aneko
— ¡Escuchen todos! —exclamó Hisoka — ¡Entraremos a las cuevas para perder a los hombres del Nisshoku!
La gente se sorprende.
— ¡Cruzaremos al otro lado de la montaña Hebi y les bloquearemos el paso! ¡El viaje puede tomar hasta el amanecer si vamos ahora!
—Ya no tengo zapatos. Me duelen los pies —dijo un gato aldeano de mediana edad color blanco con el kimono lleno de tierra.
¡Sé que estamos pidiendo demasiado! —exclamó Hisoka — ¡Por eso les pido que también aguanten solo un poco más! ¡Si funciona estaremos a salvo lo necesario para reabastecernos! ¡Para recuperarnos! ¡Yo los guiaré! Preparen antorchas para el camino. ¡No se separen y tengan sus herramientas listas!
Hisoka entró a la cueva con una antorcha encendida. Seguido de Kenji, Katana y Aneko con la carreta que traía a Iku. Los aldeanos avanzaron poco después. Cuando todos los aldeanos cruzaron, Hisoka y los chicos trajeron una gran roca de afuera para sellar la entrada y retrasar al daimyo. Pusieron más rocas para asegurar la entrada. Finalmente se adentraron en la cueva y guiaron a la gente.
La cueva era de dos metros de alto y ancho. Era liso y hacía calor. Caminaron durante dos horas, hasta llegar a una separación de dos túneles. Hisoka extendió su antorcha a ambos túneles, pero no había viento. Entonces escuchó un goteo en el túnel izquierdo y entró a él. La cueva era amplia. Varios metros más grande. Había estalactitas brotando de arriba. Un estanque se había formado de ambos lados con el paso del tiempo.
— ¡Excelente! ¡Al fin hay algo! —exclamó Kenji de alegría. La gente también estaba aliviada. Aprovechó y tomó toda el agua que pudo. Algunos lavaban sus pies lastimados por el viaje. Hisoka y Katana se lavaron la cara. Aneko le dió de beber agua a Iku y guardó para el camino.
Continuaron caminando por la cueva húmeda, cuyas gotas que caían de las estalactitas hacían eco en los túneles.
Pasaron las horas. Los túneles parecían no tener fin. La gente estaba agotada y adolorida. Comenzaban a preocuparse de que no encontraran una salida.
—El sol ya se debe estar saliendo —dijo Hisoka —Si no la encontramos ahora, descansaremos un rato.
En ese momento, Iku reaccionó a un olor que apareció de repente. Una humedad que no provenía de las cuevas. Los chicos escucharon un silbido a lo lejos.
— ¿Lo escuchan? —preguntó Hisoka.
—Viento —dijo Aneko.
—Sí —respondió Hisoka. Apagó su antorcha. Y a lo lejos pudieron ver una luz a veinte metros de dónde se encontraban.
— ¡Una salida! ¡La encontramos! —exclamó Katana aliviada.
En ese momento la luz parpadeó, lo cual fue extraño. Comenzó a escucharse una serie de chillidos que se hacían más fuertes.
— ¿Qué es ese ruido? —preguntó Kenji asustado. Katana sujetó el mango de su espada con fuerza, preparándose para sacarla. Entonces hubo un silencio total. Todos estaban confundidos.
— ¿Qué era eso Hisoka? —preguntó Kenji en voz baja.
—No lo sé —respondió Hisoka.
—¿Son los demonios del bosque? —preguntó Kenji. Las personas murmuraron y comenzaron a asustarse.
— ¡Ugh! ¡Que tonto éres! —exclamó Katana viendo a Kenji. Cuando Katana voltea de regreso, Hisoka toma otra antorcha e ilumina al frente. Hay una criatura enorme parada frente a Katana. Ella se asusta y retrocede. La criatura era un enorme murciélago. Con orejas puntiagudas, garras en las patas y sus brazos eran unas alas enormes. Entonces Katana sacó su espada, y cuando escuchó el silbido de la espada, la criatura soltó un fuerte chillido. Y más murciélagos gigantes aparecieron volando sobre la gente.
Los aldeanos estaban aterrados. Katana y Aneko trataron de darles con sus armas, pero era inútil, pues estos volaban. Aneko golpeó a uno, pero no les hacían nada. Los murciélagos se estaban llevando a algunas personas. Katana es acorralada por uno, y al ponerse en posición de pelea, accidentalmente golpea la pared con la espada haciendo ruido y chispa. La criatura se asusta y retrocede sorprendiendo a Katana.
— ¡Rápido! ¡Corran a la salida! —exclamó Hisoka. Los aldeanos corrían. Katana y Aneko los escudan entre el caos para salir. En ese momento, un murciélago atrapó a Kenji.
— ¡Ah! ¡Ayúdenme! ¡Onēsan! —exclamó Kenji.
— ¡Kenji! —respondió Aneko. Corrió tras él, pero los murciélagos la tiraron al suelo.
— ¡Nooo! —gritó Kenji. Los murciélagos salieron de la cueva y se llevaron algunas personas.
— ¡No! —exclamó Aneko. Observaron hacia dónde se dirigían los murciélagos. El sol salió poco después de perderlos en el horizonte.
— ¿Están bien? ¿Y Kenji? —preguntó Hisoka a las chicas.
—Se lo llevaron esas cosas —respondió Aneko angustiada.
—Maldición —dijo Katana exhausta.
—Se dirigen al norte. Fueron en nuestro camino al pueblo —dijo Iku.
—Si van ahora, podrán encontrarlos antes del atardecer —dijo Hisoka — ¡Katana! ¡Aneko! ¡Deben buscarlos pronto! Cuidaremos a las personas.
—Sí —respondió Aneko.
Aneko y Katana partieron cuesta abajo. Continuaron así durante la hora. Pasaron un gran puente de madera que cruzaba por una una cascada. Más tarde llegaron a un valle con un arroyo y más árboles.
— ¿Qué haremos para enfrentar a esas cosas cuando los encontremos? No pudimos hacer nada en los túneles —preguntó Aneko.
—Estoy pensando —respondió Katana —cuando luché con una, se asustó por mi espada cuando la golpeé contra la pared. Creo que el ruido las lastima.
—El ruido —dijo Aneko — ¡Creo que ya entiendo! Seguramente no soportan la luz tampoco. Ellos se guían a través del ruido en la oscuridad. Por eso entraron tantos a la cueva.
—Pero tampoco hacíamos ningún ruido —respondió Katana — ¿Cómo es posible que nos vieran?
Aneko lo pensó, luego vió al arroyo y entonces lo entendió.
—El agua —dijo Aneko —había agua cayendo en la cueva. Y también agarramos todos de ella. Eso debió ser suficiente para llamar su atención.
—Entonces solo están en las cuevas durante el día —dijo Katana —y mientras permanezcamos en silencio no son capaces de vernos.
De ese modo podremos rescatar a Kenji y a los demás que se llevaron —respondió Aneko —Solo espero que Kenji esté bien —dijo Aneko, frustrada también por solo tener una espada de madera. Porque no le estaba pareciendo suficiente para estas misiones.
—Conociéndolo, no creo que se mueva si los tienen cautivos —respondió Katana.
— ¿Qué dices? —preguntó Aneko.
—Tú lo viste en la cueva —dijo Katana —se asusta fácilmente. Alguien como él no duraría si fuera un guerrero.
— ¡No seas así con él! —respondió Aneko —acabamos de perder a Hiroshi hace unos días. Él debe seguir alterado por eso.
—Él ha sido así desde siempre —dijo Katana —cuando estamos con él, no es capaz de decir dos oraciones.
—No fue así siempre —dijo Aneko con melancolía —Solíamos jugar todo el tiempo. Luego ocurrió la invasión.
Katana se disgustó de recordar al Niishoku.
—Y… cuando nos separaron de nuestro padre, cambió —dijo Aneko. Tomó aire para calmarse. Entonces Katana la tomó del hombro.
—Los encontraremos. Y si les hicieron algo, lo pagarán caro —respondió Katana. Lo que reconfortó a Aneko.
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