Todos los miembros del clan Eiko estaban reunidos en casa de Yoshio. También miembros de otros clanes cercanos. Los árboles soltaban sus últimos pétalos de flor, volando hacia el valle. Los miembros del clan estaban vestidos de negro y blanco, junto a los ancianos incluyendo a Iku detrás de Katana y Akira.
La sirvienta Akira acompañaba a Katana. La espada de Yoshio estaba envuelta en tela blanca sostenida. Dejaron flores sobre la cabeza de Yoshio, provenientes del árbol de su casa. Al atardecer, partieron con el ataúd en una carroza. Caminaron cuesta abajo hasta llegar al pueblo.
Las personas veían en silencio pasar la caravana hacia el templo. Entre ellos, había una familia de siameses, con una pareja y sus dos hijos Kenji y Aneko. Ambos hijos observaron a Akira junto a Katana, quien sostenía una espada envuelta en tela, la cual abrazaba casi como si fuera una persona.
Esa noche esperaron a que el ataúd terminase de consumirse en llamas. Al cabo de dos horas; Katana y Akira guardaron las cenizas juntas en una urna, y usando palillos para recoger los huesos.
Al cabo de unos días comenzó el contraataque a la nación por parte del Nisshoku. Los guerreros de Eiko se quedaron para ayudar a evacuar al pueblo. Otros miembros se llevaron a mujeres y jóvenes primero.
En la casa de los Yamamoto subieron a Katana a caballo junto a Isao y se prepararon para salir junto a Iku y otros guerreros que escoltaban a jóvenes y niños fuera del pueblo.
– ¡Esperen! –exclamó Katana – ¡Akira-san debe venir con nosotros!
– ¡No hay espacio ni tiempo! –respondió un soldado – ¡Debemos irnos ahora!
– ¡No! –exclamó Katana – ¡Akira-san!
– ¡Katana! –respondió Akira –No te preocupes por mí. Yo estaré bien. Yo me iré con la gente del pueblo.
Trató de consolar a Katana mientras ambas lloraban.
— ¡Hay que irnos ya! —exclamó Iku. Entonces partieron finalmente.
– ¡Akira-san! –gritó Katana mientras se alejaban. Akira lloró desconsolada.
Akira se quedó en el pueblo de Eiko durante la evacuación por el ataque de los Nisshoku.
Esa noche, el pueblo de Eiko quedó devastado. Todos los guerreros que se quedaron, murieron defendiendo a los pueblerinos no seleccionados. Quienes también perecieron.
Las calles estaban a oscuras y frías. Todos dormían. Katana miraba las casas recordando las palabras del soldado. Kenji caminaba con miedo a que fueran atacados de nuevo. Todos caminaron unas cuantas calles hasta llegar a una casa mediana.
–Esperen aquí –dijo Hisoka. Se acercó a la puerta y llamó a Shoko.
–Shoko, soy yo, Hisoka –dijo en la puerta.
Shoko abrió y se sorprendió de ver a todos. Ella era una siamés con menos color café que sus hijos. Vestía un kimono blanco y yukata negra. Habló con Hisoka en voz baja. Los chicos apenas los escuchaban hablar. Hisoka les señaló que podían pasar.
Katana y Aneko entraron cargando a Iku, seguido de Kenji y Hisoka que traían el cuerpo cubierto de Hiroshi.
Adentro estaba oscuro. Solo estaba Shoko y un adulto pitbull enfermo, acostado en la esquina.
–Ponganlos aquí –dijo Shoko. Recostaron a Iku y el cuerpo de Hiroshi al lado del pitbull.
–Me alegra que ustedes estén bien –dijo Shoko a los chicos.
–Gracias madre –respondió Aneko.
– ¿Qué sucedió exactamente? –preguntó Shoko mientras examinaba a Iku.
–Fuimos atacados por los Nisshoku –respondió Hisoka –estaban buscando a Katana y Aneko por lo ocurrido en la colecta. Lograron acabar con ellos, pero Iku recibió un corte. Y Hiroshi… fue asesinado por un soldado mientras estaba con Kenji.
Kenji estaba nervioso.
–En verdad lo lamento Hisoka –dijo Shoko –El corte de Iku rasgó un músculo. Pero haré lo que pueda. Pueden esperar atrás si lo desean. Deben estar muy cansados.
–Te lo agradecemos madre –dijo Aneko.
Aneko esterilizó la herida de Iku y luego la cosió. Hisoka y los muchachos esperaban en la habitación de atrás. Todos estaban agotados, pero a la vez angustiados. Kenji veía a Katana observar su espada. Se preguntaba si hablaría con ella.
–Entonces, Kenji –dijo Aneko sorprendiendo a Kenji – ¿Porqué tú y Hiroshi estaban en nuestro pasillo?
Katana se preguntó lo mismo y Kenji se puso nervioso
–Aneko –dijo Hisoka –no le preguntes eso ahora. Ya está alterado por lo que ha pasado.
Shoko entró a la habitación.
Ya está –dijo Shoko –la herida de Iku-san se cerrará con el paso del tiempo. Pero deberá permanecer en reposo.
–Madre, no podremos estar más en casa –dijo Aneko –debemos irnos de aquí.
– ¿Qué? –preguntó Shoko.
–Cuando fuimos atacados por los soldados, nos dijeron que vendrían más. Pero eso no es todo. Ahora que los soldados no volverán, ellos sabrán qué Katana y yo somos kenshi. Y traerán al daimyo aquí; y también destruirán el pueblo.
Shoko, Hisoka y Kenji se aterran.
–No puede ser –dijo Shoko sorprendida.
–El sensei Iku preparó un plan para cruzar el monte cuando estuviésemos listas, o si los Niishoku nos descubrieran. Madre, ven con nosotros al monte –dijo Aneko.
– No puedo dejar a la gente de este pueblo –respondió Shoko –necesitan ayuda.
–Madre, no podemos llevar a todos a las montañas –dijo Aneko –también somos muy pocos para proteger al pueblo.
–Madre, por favor acompañanos –respondió Kenji angustiado.
–No puedo, hijos –dijo Shoko –ustedes ya están creciendo. Deben continuar su camino como los guerreros que son. Si fuera con ustedes sería una carga.
Katana se angustió. Y pensó en una idea.
– ¡Aguarden! –exclamó Katana –tal vez sí podamos llevar a la gente. Enfrentamos al Nisshoku para que la gente pueda huir a las montañas.
Al oír eso, Iku comienza a reaccionar. Aneko y los demás dudaban lo complejo del plan.
–Hablaremos con la gente del pueblo –dijo Katana
––Katana, no lo sé –respondió Aneko.
–Es nuestra misión enfrentar al Nisshoku. Pero nuestro deber es defender a la gente también. No es correcto que sacrifiquemos inocentes.
–Es verdad –dijo Iku, quien se sentó en el suelo con dificultad.
–¡Sensei! –exclamaron Katana y Aneko. Ambas fueron con él.
–Finalmente despertó –dijo Aneko.
–Hay que ayudar al pueblo –dijo Iku –pero si nos quedamos a enfrentar al Nisshoku, ellos nos vencerán.
–Podemos protegerlos –dijo Katana –no tengo miedo de morir por ellos. Es para lo que nos preparamos.
–Katana –respondió Iku –Aunque lleves la sangre y espada de tu padre, no podrán con el daimyo ustedes solas. Es alguien cuya especie es el doble del tamaño de ustedes. Ese monstruo es capaz de matarlos usando solo sus garras.
Kenji se quedó helado.
–Por suerte –dijo Iku –conozco una ruta secreta en las montañas. Una que nos ayudará a ocultar al pueblo del Nisshoku. Les diremos a las personas lo que pasó. Si aceptan, salvaremos a la mayoría. ¿Están dispuestas a hacerlo por su pueblo?
Katana se desanimó un poco. “Sí sensei” respondieron Katana y Aneko.
–Iku-san –dijo Hisoka –Le ayudaré a reunir al pueblo. Le pediré ayuda a los chicos para que evacuemos a los que podamos.
–Gracias Hisoka –respondió Iku –Katana, Aneko, acompañenlos. Ayudenlos en lo que necesiten.
Hisoka se reunió en la sala de Shoko con sus compañeros y les contó lo que harían. Aneko ayudó a su madre a empacar comida, ropa e instrumentos médicos. También hierbas y vendajes.
Pasó la hora. Hisoka, Aneko y Katana salieron a recorrer el pueblo. Sosteniendo linternas recorrieron las casas y llamaron a las personas, contándoles lo que pasó para reunirse en la campana del centro. Algunas personas y familias salieron, mientras que otras cerraron las puertas y volvieron a dormir. Quienes aceptaron los siguieron a la campana. Donde la mitad del pueblo, que eran veinticinco personas estaban reunidos. Katana y Aneko se reunieron con Hisoka.
–Gente de Wakin –dijo Hisoka –lamentamos molestarlos a esta hora. Pero se trata de algo urgente. Los Nisshoku atacaron nuestro hogar. Y en estos momentos piensan enviar más soldados junto con el daimyo para destruir el pueblo. La gente se asusta.
–Tenemos planeado huir hacia los bosques para que no nos encuentren –continuó Hisoka –Pero necesitamos su apoyo para llevarlos a todos.
– Esperen –dijo un aldeano – ¿No son los que pelearon con los soldados en la colecta? ¡Eso significa que es su culpa que quieran matarnos!
La gente estaba disgustada y aterrada.
– ¡Escuchen! –Exclamó Aneko –no los culpen por nuestro error. Tal vez no podamos deshacer lo que hicimos. Pero aún podemos salvarlos a ustedes.
– ¿Y quién eres tú exactamente? –preguntó un aldeano.
–Ellas son samurái –respondió Hisoka –fueron entrenadas todos estos años para que hagamos frente al Niishoku y recuperemos nuestras vidas.
– ¿Y porqué no nos ayudaron antes? –preguntó una aldeana enojada.
–Porque aún no estaban listas para rebelarse. Pero son grandes guerreras. Y son buena gente.
Katana y Aneko ven a Hisoka alegremente.
–El deber de ellas está en ayudarlos. –dijo Hisoka –Está bien si deciden no venir. Pero nosotros nos iremos.
Los aldeanos lo discutieron un momento. Entonces un hombre pasó al frente.
–Mi familia y yo debemos pensarlo un poco –dijo el aldeano. Otros más coincidían con eso. Lo que alegró a Hisoka.
– ¡Vuelvan a sus casas! –exclamó Hisoka –Traigan solo lo importante y reúnanse en la puerta del bosque. Debemos irnos mucho antes de que amanezca.
La gente se retiró. Algunos se fueron corriendo a sus casas.
Pasó otra hora. Iku descansaba en la carreta junto a las cosas de Shoko.
Las calles estaban oscuras y silenciosas. No había señal de que volvieran las personas.
– ¿Cree que ellos vengan? –preguntó Shoko a Hisoka.
Entonces volteó a Shoko desanimado. Temían lo peor. Continuaron preparándose para salir. Cuando ambos escucharon algo y se dieron vuelta. En la oscuridad, unas luces emergieron a lo lejos. No los distinguían hasta segundos después. Llegaron los aldeanos que eran casi cincuenta. Traían a sus familias junto a carretas y algunos de sus ganados.
Katana y los hermanos Yūhi salieron de la casa de Shoko, viendo sorprendidos a la gente que llegaba.
–Que bueno –dijo Shoko alegre.
–Accedimos a ir con ustedes –dijo el aldeano de hace rato –ponemos nuestras vidas en sus manos.
–Partiremos de inmediato –respondió Hisoka y le hizo una reverencia –estamos muy agradecidos.
La caravana avanzó hasta salir del pueblo hacia el bosque. La tierra del suelo ahora estaba cubierta de césped, retoños y hojas caídas. Los árboles que solían ver siempre a lo lejos, ahora los cruzaban; sin que los más jóvenes tuvieran idea de qué podría haber más allá.
– Iku sensei… ¿Ahora a dónde vamos? –preguntó Aneko
–No te preocupes –respondió Iku en la carreta –conozco el camino. Hacia el noroeste. Reconocerán las partes que les indiqué.
– ¡No se separen! ¡Vigilen alrededor! –exclamó Hisoka.
–Hisoka –dijo Katana –Después de todo lo que pasó. Nunca dejaste de confiar en nosotros.
–Nunca perdí la esperanza. –respondió Hisoka –Cuando llegaron a entrenar aquí, sabía que teníamos una oportunidad para rescatar no solo al pueblo. Sino a todo el país.
–Pero hice que nos descubrieran –dijo Katana –creí que Iku se decepcionaría de mí.
–Pero seguiste aprendiendo –dijo Hisoka –Tal vez tuvieron problemas antes. Pero como guerrera continuaste; y lograron reunir a toda esta gente. Quizás no convencieron a todos. Pero nos inspiraron a mí y a los demás.
Katana y Aneko observaron a la gente. El brillo de las linternas se reflejaba en sus ojos.
–Es verdad –dijo Katana.
–Podemos hacer esto –dijo Aneko –ayudaremos a los pueblos. Y enfrentaremos al Nisshoku. Salvaremos a todo el que podamos Katana.
Hisoka se alegró al verlas. Y continuaron su camino.
–Aunque no dejo de pensar en quienes se quedaron –dijo Katana –por eso… no perdonaré al Nisshoku. Los haré pagar. Por todo.
La caravana continuó avanzando esa noche a través del bosque, cada vez habiendo más árboles que los cubrían, mientras se dirigían a las montañas.
A la mañana siguiente, los soldados llegaron al centro del casi abandonado Wakin junto a los refuerzos del Nisshoku. Las casas sólo tenían algunas telas y herramientas. También dejaron parte de los ganados en sus corrales y gallineros. Del muelle se llevaron todo el pescado seco.
Interrogaron a los pocos que quedaron. Acto seguido, mataron a todos, tanto adultos como niños. Luego enterraron sus cuerpos decapitados. Los soldados locales seguían sorprendidos. Dos de ellos hablaron con su líder.
–Revisamos en todos lados –dijo uno de los soldados –Uno dijo que fueron al bosque durante la noche.
–No puedo creer que se llevaron a tantos –dijo el líder de los soldados de Wakin.
–Es por eso que lo lograron –dijo Kenta. Uno de los daimyo del Nisshoku. Quien estaba detrás suyo junto a un grupo de soldados. Estos eran cinco guerreros lobo de pelo gris. Con traje negro y vendas de colores blanco, verde, azul y rojo para el líder. El daimyo Kenta era un oso negro de dos metros. Traía una armadura llamativa que cubría su gran mancha en el pecho con forma de luna. Tenía la melena negra descubierta y un hocico claro. Llevaba detrás suyo un kanabo negro de metro y medio. Siendo capaz de traerlo sin problemas.
–Han pasado horas desde que se fueron –dijo el líder de Wakin – revisamos los cuerpos enterrados en el muelle. Uno de ellos fue apuñalado por una espada ajena a las nuestras. ¿Cuáles son sus órdenes daimyo?
–Iremos todos al bosque –respondió el daimyo –si se fueron significa que no podrán hacernos frente. Solo es cuestión de tiempo para encontrar su rastro. Quiero saber todo de su líder. Acabaremos con sus samuráis.
–Sí señor –dijo el líder de Wakin – ¡Todos prepárense para ir al bosque! ¡Salimos en seguida!
–Usted no capitán –dijo Tsuki.
– ¿Cómo? ¿Señor? –preguntó el líder confundido.
– Este lugar ya no tiene gente que dirigir –dijo Tsuki –usted ya no es de utilidad.
Entonces Tsuki tomó al capitán del cuello y lo levantó con facilidad.
– ¡¿Qué?! ¡Espere! ¡¿Qué hace?! –exclamaba el líder. Los soldados se asustaron sin saber qué hacía el daimyo. Tsuki sujetó la cabeza del líder con su boca y lo agarró de los hombros con ambas manos ensartando los dientes en su cuello. Comenzó a tirar con gran fuerza.
– ¡Alto! ¡Por favor no lo haga! –gritaba el líder con mucha dificultad mientras Tsuki tiraba seguía tirando.
Aplastó su cuello y arrancó la cabeza del cuerpo del soldado. Dejando pasmados a los demás soldados. Soltó el cuerpo y sujetó la cabeza del líder.
–Nos vamos ahora –dijo Tsuki con el hocico cubierto de sangre.
Todos los soldados salieron en sus caballos. Uno de los soldados de élite llevaba al daimyo en una carrosa. Partieron al bosque a las afueras del pueblo. Dejando la cabeza del soldado junto a la campana del pueblo. Quedando a medio párpado cerrado.
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