Miércoles, 16 de julio
09:25 h
"Dios… ¿Ese tío está loco o qué?", pensó nada más verle tomar asiento.
Naruto estaba a cargo de las mesas de la terraza del bar donde trabajaba. No era una terraza muy grande, así que no tenía ningún problema en apañárselas solo: tomaba nota de dos mesas, recogía otras dos mesas, servía dos más, y vuelta a empezar.
Era una zona de paso, por lo que cada día solía ir gente diferente. Aunque algunos volvían siempre: el carácter amable y dicharachero con el que atendía siempre el rubio hacía que los pocos que hablaban con él unos minutos, y que solían frecuentar la zona, prefiriesen volver a ese sitio antes que probar en otro nuevo.
Aunque Naruto sospechaba que más bien debía ser algo más relacionado con la comodidad, o la proximidad a donde quisiera que tuviera que ir, el hecho de que volviera ese chico que se sentaba ahí. Lo había visto ya unas cuantas veces antes. Pero éste era ya el tercer día consecutivo que regresaba.
—¿Café con leche descafeinado de sobre con sacarina? —le preguntó en cuanto estuvo junto a su mesa.
Con algo de parsimonia aquel levantó la vista de la pantalla de su móvil y se le quedó mirando durante unos segundos directamente a los ojos. Gesto que incomodó a Naruto al no saber bien si le había molestado el hecho de que anticipara qué era lo que iba a pedir.
—Vaya… Parece que no eres tan torpe como aparentas.
—Me gusta mi trabajo —se forzó a sonreír.
"Encima de loco, gilipollas...", no pudo evitar pensar.
¿Quién era el descerebrado que en pleno mes de julio, a casi treinta grados a las nueve de la mañana… iba por la calle con manga larga!? Vale que la tela parecía fina… Y vale que la camiseta era holgada y de color blanco, seguramente para reflectar la luz del sol… Pero aún así… ¡Ese tío tenía que estar majareta!
—¿Y bien…? —preguntó el rubio después de algunos segundos.
—Mejor tráeme un zumo de piña… Empieza a hacer calor… —murmuró.
"Si te pusieras algo más fresco…", pensó para sus adentros.
Podría ser un borde y un descarado… Pero aquel chico tenía toda la pinta de ser algo así como un artista excéntrico. En las pocas veces que le había visto, siempre iba bien vestido. Obviando el hecho de que siempre iba en manga larga, claro está. Era algo que no dejaba de darle vueltas en la cabeza a Naruto.
¿Por qué?
¿Sería que estaba metido en algún tipo de secta? ¿Era una nueva moda urbana y no se había enterado? ¿O sería por motivos religiosos?
Recogió un par de mesas antes de volver a entrar en el interior de la cafetería y mandar la comanda a través de un ordenador que había junto a la puerta, y se quedó ahí de pie, vigilando que todo estuviera en orden en la terraza hasta que su compañero le sirviera el pedido. Dentro parecía haber más faena que fuera. Normal teniendo aire acondicionado dentro. Cosa que también le hacía preguntarse por qué demonios aquel chico prefería estar ahí, bajo la sombrilla, obviamente muriéndose de calor, antes que entrar dentro y estar más a gusto.
Si uno se viera obligado, por el motivo que fuere, a llevar manga larga en un día caluroso… ¿No sería más lógico buscar un lugar fresco?
Estaba amparado bajo la sombra de la sombrilla, vale… Pero aún así… Seguía haciendo bastante calor fuera. Y excepto los fumadores, la mayoría de la gente prefería entrar dentro. Y hasta ahora no le había visto fumar nunca.
"¡Ya sé! ¡Es un agente secreto del gobierno, y está ahí vigilando a un sospechoso para ser testigo de alguna entrega!", comenzó a fantasear.
Echó un vistazo a los alrededores para ver si conseguía ver algo que le pareciera fuera de lo normal, pero como obviamente él bien sabía, no había nada sospechoso.
Volvió a posar los ojos sobre el chico, que ahora se abanicaba con un pai-pai. Desde donde estaba tan sólo llegaba a verle la nuca, pero por los gestos que hacía, podía imaginarle cerrando los ojos, concentrándose en la suave brisa que generaba el abanico, mientras inclinaba la cabeza hacia el otro lado, seguramente para que le diera mejor el aire en esa parte del cuello.
"Tiene que ser masoca…".
—¿¡Estás sordo!? —le dio una colleja su compañera.
—¿¡Qué pasa!? —se giró malhumorado a contestar.
Aquella le cogió de la pechera y tiró de él lo suficiente para que se inclinara un tanto y poder hablarle cerca del oído.
—Deja de fantasear con el 'playboy' ése y ve a atender a los de la catorce. Llevan ya casi cinco minutos ahí sentados llamándote —le dijo por lo bajo. —Como se entere Kunimitsu-san te van a amonestar, idiota.
Y sin tan siquiera dejarle replicar, o inventar alguna excusa, le empujó lo suficiente para obligarle a dar unos cuantos pasos hacia el frente, fuera del marco de la puerta. Estuvo a punto de chocarse con un transeúnte que pasaba por ahí justo en ese momento, pero sus reflejos siempre estaban bien afinados y, como si hiciera malabares, o más bien estuviera bailando ballet, levantó la bandeja que llevaba en la mano por encima de su cabeza y giró sobre sí mismo de puntillas sobre un pie para evitar chocar.
Instintivamente, en cuanto se vio a salvo y pudo encaminarse hacia la mesa donde le reclamaban, miró de reojo a la fuente de su distracción, y llegó a ver a tiempo cómo aquel le apartaba la mirada con media sonrisa.
"¡No te burles de mí, imbécil!", torció el labio con el desagrado de que le hubiera visto hacer aquella pirueta.
—No sabía que también fueras bailarín —le dijo cuando le llevó su bebida a la mesa.
"Y yo no sabía que pudieras llegar a ser tan gilipollas… ¿¡Por qué tenía que girarse justo en ese momento!?".
Naruto se le quedó observando durante unos segundos, intentando no hacer ninguna mueca con la cara que delatara las ganas contenidas que tenía de soltar algún improperio. Aunque por un momento se le olvidó la sarta de palabrotas que le acudían a la mente cada vez que le hacía algún comentario, observando la pose en la que estaba sentado, mirándole a él. Pero es que el chico estaba de buen ver.
Si quería hacerse el interesante… Lo cierto es que lo conseguía a la perfección. Ahí, sentado, con un brazo reposando sobre el brazo de la silla, y apoyando la cara en la otra mano, de piernas cruzadas. Y la media sonrisa. Había algo en aquel chico que le tenía totalmente hipnotizado.
—Son trescientos yenes —dejó la cuenta sobre la mesa, con la cara lo más inexpresiva que supo poner.
Esperaba, por su orgullo, que no se hubiera percatado de lo embobado que se había quedado por un momento, y del rubor que empezaba a sentir por darse cuenta él mismo de la forma tan idiota con la que actuaba delante de él.
—Te creía más simpático atendiendo a la clientela… —comentó mientras sacaba la cartera de su bandolera.
—No todos los días tengo que atender actores excéntricos y maleducados —dijo lo primero que se le pasó por la cabeza.
El chico levantó la vista en el acto, y se le quedó mirando fijamente con algo así como sorpresa escrita en la cara. Naruto empezaba a pensar que había dado en el clavo en cuanto a su profesión por aquel gesto, pero un segundo después fue él el sorprendido, cuando el chico comenzó a reír a carcajada limpia.
—Oh… También sabes reír… —murmuró el rubio estupefacto.
Pero pronto se le pasó la sorpresa, y en su lugar comenzó a sentir de nuevo el rubor subirle a las mejillas: todos los que estaban sentados en la terraza se habían girado a mirarles a ambos, e incluso los que paseaban por ahí cerca se giraban a mirar.
Naruto permaneció de pie, con la bandeja en la mano, intentando esconder la mirada en algún lugar del suelo. La vergüenza se lo iba a comer entero.
—Deberías dedicarte a la comedia —le dijo aún sin poder abandonar la risa.
—¿Podrías dejar de burlarte de mí y pagarme de una vez? —murmuró, evitando mirarle a la cara.
—Creo que tendrías éxito, en serio —rio entre dientes al tiempo que dejaba el dinero en la bandeja.
Malhumorado por el bochorno que estaba pasando, cogió el dinero y se dio media vuelta para seguir con su faena. Aquel tipo empezaba a caerle mal, y eso que apenas habían cruzado la palabra. Fuere el motivo que fuere, no conseguía hacer gala de su empatía para conectar con los demás con aquel chico. Era frustrante.
—¿Qué le has dicho? —se acercó a preguntarle su curiosa compañera.
—Yo que sé… —contestó con rabia. —Vete tú a saber lo que le ha hecho gracia al pavo ese…
Ambos se quedaron unos segundos ahí parados observándole. Volvía a estar sumido en lo que fuera que requiriese su atención en el móvil, pero no tardó en volver a coger su pai-pai para abanicarse. Y con un suspiro su compañera volvió a entrar en la sala para seguir con sus quehaceres.
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