Me tomaron por sorpresa cuando estaba en plena hora de almuerzo. Les cuento que algo así no es poca cosa. Tuve que interrumpir ese exquisito deleite porque no esperaba ver que empujaran a una mujer por la calle como lo hacían con ella.
No la recordaba ni creo que la conociera de otro lugar, pero sentí como si manos invisibles me empujaran hacia esa enigmática mujer. Bueno, también lo hicieron los otros comensales que casi me pasaron por encima.
Tanta fue la presión que cedí ante su necedad y me levanté de mi silla sin pagar mis alimentos. Es más, ni me lo recriminaron ahora que lo pienso bien.
—Sí, ella va camino al final de su vida—me contó un transeunte.
—¡No, qué va! Si la llevan a la hoguera y bien que se lo merece—añadió una mujer con su boca totalmente llena de ese odio visceral.
¿Para qué me quedaría absorto entre las miles de voces con una tremenda sed de sangre? Lo mejor era ir tras esa mujer. Había que averiguar qué la condujo hasta allí o ver si nos quedaba algún chance para liberarla y salir huyendo de ese revoltoso lugar. Ya después podría contarme ella lo que había ocurrido en realidad.
Ahora se deben de hacer la siguiente pregunta: ¿cómo es esa fémina que luego de tampoco tiempo ya me trae tan mareado?
Doblaron a la derecha, después de ver uno de los letreros más icónicos del lugar. En él se lee “Vía Draconiana” y me parece un nombre muy significativo. Al mismo tiempo no parece encajar con el estilo germánico o nórdico de los edificios circundantes.
Esa pobre víctima, o esa delincuente según las viles acusaciones del pueblo entero, no es la más bella del pueblo, además sus pechos y sus curvas están dentro del promedio cuando mucho. Si hablamos de su cabello, debo decir que está muy enmarañado. Aún así me cautiva, pero de eso ustedes ya se dieron cuenta. ¿No es así?
Y eso que no les comenté nada de su trasero o sus piernas. Solo puedo agregar que sus brazos debieron de ver mejores días porque ahora están muy lastimados y tienen algunas heridas por aquí y por allá. Sí que es penoso verla así.
Quizás estén en lo cierto cuando me dicen que me preocupa más su físico que ninguna otra cosa. Espero que estén equivocados al respecto. ¡Hombre! Yo sí que debo de dar asco…
Cierto, ya viene siendo hora de que me proponga ir a salvarla de su cruel final, mas no estoy seguro de qué pueda hacer yo para librarla de sus captores. Me parece que es una tarea titánica para un solo hombre y más si es como yo…
—¡Muévete si es eso lo que tanto deseas hacer!—me dijo una vocecilla que por algún motivo no pude reconocer de inmediato.
Yo creo que soy el indicado para acompañarla. Debo de ser medianamente atractivo porque hasta la fecha ninguna mujer me ha hecho mala cara por cómo me veo, excepto por esas veces que mi cabello estaba tan descuidado como el de mi nuevo objetivo. Sumémosle a eso que soy un hombre prácticamente delgado.
—¡Creí que te lo había dicho tan claro como el agua!—volvió a gritarme ese personaje desconocido sin mostrarme la menor consideración.
En algo tiene razón, he estado dudando. Me la paso pensando más de lo que actúo. Eso está mal visto en los varones, ¿no es verdad? Hay que moverse…
—Ese chico no tiene remedio—explicó un hombre mayor de unos cincuenta años—. No importa cuánto le diga que lleve esos sacos, jamás me escucha.
De acuerdo, él no se estaba dirigiendo a mí en lo absoluto. Fue mi culpa, todo mi culpa. Si no me quedara aquí como estatua a la espera de reacciones como la de aquel sujeto, no me la pasaría pensando que todo gira alrededor de mí o de mi presa. Bien, ella no es una ave enjaulada, no en el sentido más literal al menos.
—¡Ahí va ese tipo tras otra mujerzuela!—una señora gritó a viva voz.
—Erik siempre ha sido de esos que creen que su nuevo blanco es su nuevo amor—la vecina le respondió como si me conociese de toda la vida.
No soy así, aunque debo admitir que la he seguido por las calles pedregosas de esta ciudad. Ni me había percatado de que he recorrido varias leguas casi sin descanso. Y aún no me le acerco lo suficiente. Me llevan la delantera por al menos cien o doscientos pasos. ¡No sé cómo lo hacen!
—Ya era hora de que a esa maldita bruja la quemaran como a la leña—un despectivo viejo comentó acerca de mi más reciente obsesión.
—¡Bravo! Ya no nos hechizará más esa niña malvada y necia de…—decía otro vecino hasta que se le olvidó el resto de sus pensamientos.
Entonces esos brutos insensibles dicen que es una clase de hechicera. Está bien, ya sabemos cómo la gente confunde a aquellas personas con habilidades únicas o especiales, que siendo cultivadas por generaciones, no son reconocidas por el tiempo y el empeño que obviamente han invertido en el aprendizaje de esas increíbles maravillas. ¡Creo que ya la entiendo mejor que todos ellos!
Me parece muy raro. Si tanto querían llevarla a la hoguera, ¿cómo es que aún no ha llegado a ese sitio luego de recorrer semejante distancia? ¡Ya ni fuerzas le deben quedar para seguir caminando!
—¡No seas payaso!—me insultó otro joven de la zona—. Si justo ahora ella debe de estar alegre por poder caminar luego de pasar tanto tiempo encerrada en la maldita mazmorra.
Ya lo decía yo que sus ropas y sus extremidades eran las de una pobre víctima. No había otra forma de explicar su extraña actitud tan sumisa. La tenían aleccionada desde que salió de esa pocilga maloliente.
Eh, ¿qué haré si, al acercármele, noto que ella hiede como nunca lo ha hecho una mujer en toda su vida? Ahora sí que debo estar en una verdadera encrucijada. He de tomar prestada alguna pinza solo en caso de que yo tenga razón y ella me espante con su nauseabundo olor.
—Y una vez más ese trigueño ve pasar a una bruja apestosa y no se anima a hacer algo útil al respecto—se dejó decir un hombre de mediana edad que parecía ser conocido mío.
—No sé de qué me habla—le respondí sin dudarlo mientras me quitaba su mano de mi hombro.
—¡Cómo si yo no te conociera mejor que nadie en este mundo, Erik el Pendejo!—me interpeló ese pusilánime sin la menor pizca de respeto ni de sentido común.
—Pero si con esta van veinte veces, más o menos, que repites la misma ruta interminable sin que te le hayas acercado al menos una sola vez—declaró ese vil mentiroso sin pensarlo dos veces.
Jamás pensé en reaccionar ante semejante falsedad. A pesar de mi gran fortaleza interior, esta vez no pude contenerme y me volteé sin meditar en las consecuencias inmediatas de mis actos. La frustración por no haber hecho nada por ella me hicieron abrir mi bocaza.
—Se nota a leguas que tu capacidad de razonamiento es tan corta como mi pelo, ¡idiota!—le repliqué con todo el decoro que me quedaba.
—¡Como lo desee su majestad, Erik el Pendejo!—exclamó ese carajo irreverente con una sonrisa malévola y oscura como la noche.
Es curioso, muy pero muy curioso. Como que ya escucho el crepitar de las llamas asesinas llenas de ese anhelo por consumir la madera, y también a esa pobre mujer debo aclarar. ¿En qué momento llegamos a la plaza central? ¿A dónde se me fue el mercado? No lo veo por ninguna parte.
Consigo ver otro letrero por allá arriba. Estamos en la Calle Amarga. Otra vez reconozco que saben bien cómo escoger la ruta mejor que nadie más.
Resultó que la habían paseado por la ciudad entera, sin mostrarle nada de compasión, solo debido a que no podían ejecutarla frente a su exquisito público. Me refiero a que unos invitados muy especiales del alcalde se negaron a presenciar la muerte de “ese despojo de animal” porque lo consideraron demasiado vulgar para su refinado gusto.
Por un lado no la querían ver siendo consumida por el fuego inmisericorde y por otro la tratan como alguien inferior al mismo ganado. ¡Qué despreciables que son!
—¿De qué te quejas ahora?—me inquirió mi odioso interlocutor—. Es su tradición milenaria y no ven por qué deban cambiarla ni hoy ni nunca. Menos que lo harán por un imbécil como el más grande pendejo de toda la historia. Así es que mejor te vas rindiendo que ya va siendo hora.
—¡Jamás lo haré y todos lo saben mejor que yo!—vociferé como si aquel fuego se me hubiera metido en los pulmones.
Esto les va a extrañar más que a mí, su servidor; sin embargo, de alguna manera estoy en mi cama. Recién acabo de despertarme por lo que pude palpar con mi mano derecha. Se me había salido la saliva por ese lado sin que me percatara de ello. Ese extraño sueño me dejó atónito o eso pensarían aquellos extraños personajes de mi loca imaginación.
—¿Y por fin te levantaste, oh pendejillo?—una voz no tan dulce me lo preguntaba.
—Pero si yo no soy pendejo ni de broma, estimada señorita—le aclaré al instante.
—¡Ay por favor! ¿Y qué fue lo que soñaste esta vez?—ella me interrogaba como toda una profesional en la materia.
—Bueno, sí, tuve un sueño muy vívido o algo semejante y no es como que se vaya a hacer realidad en un dos por tres solo porque la señorita aquí me lo pregunte—añadí sin titubear.
—Quizás habría sido mejor que no lo recordaras porque sé que estuve allí, a unos cien pasos de ti—aseveró la desconocida como si en realidad fuera un miembro más de mi familia.
En cuanto se ajustaron mis ojos aún somnolientos, finalmente la pude contemplar como se debe a una joven como ella. Me paralicé sin que pudiese evitarlo. Era ella. Era esa misma persona pero sin cargar con todo ese daño físico encima.
—No me cabe duda alguna de que lo has presenciado es mi pasado y también es mi destino—me confió la muchacha—. Eso es lo que te pasa cuando te inmiscuyes en la vida de una mujer cuando fue y volverá a ser acusada de cometer la mayor atrocidad, hablo aquí de usar la magia como buena bruja que soy. Al menos todos dicen que lo soy.
Milagrosamente pude hablarle sin estorbo alguno, aunque no recuerdo cómo entré allí. Sin que mediara ninguna explicación previa, yo ya estaba en una cómoda cama con colcha y cobijas algo tersas y tenía un buró de madera con dos gavetas a mi derecha. Ella, la joven de mis locuras, venía vestida como mucama de la época medieval. Estaba allí justo para sacarme de esa cama tan tentadora.
—Querrás decir tú que esta vez, al menos esta maldita vez, sí te alcancé, ¿no es así, mi triste dulzura?—le cuestioné sin ver cuánto la podría lastimar mi interrogante.
—¿Alcanzarme dices? A esto se le llama mera suerte, aunque debo aceptar que ya no eres un novato en todo esto—reveló la encarnación de mi desvelo.
—No puedo entender esa estúpida obsesión con autoinmolarte—le regañé entonces por su profunda despreocupación.
—Eso depende, para algunos es inmolación y a su vez podría ser autoinmolación para mí y un castigo para todos ustedes—ahondó un poco más en el tema mi estrella mortal.
Cuando ya pude reaccionar ante la dolorosa noticia que me dio, noté que en realidad estaba de vuelta en el restaurante, sentado a la mesa donde apenas empezaba a probar bocado.
Sin mucho antojo, me limité a saborear la dureza de mi derrota anterior, mientras mordía la carne un poco jugosa a un mordisco por minuto o algo así. Luego sentí el llamado de esa mirada de quien ya sabía mucho de mí. La mujer pasaba justo por enfrente y de nuevo esa intranquilidad recorrió cada parte de mi cuerpo.
Luego de todo este recorrido, sigo sin recordar de qué color son sus ojos y no comprendó en lo absoluto a qué se debe eso.
Y de nuevo fui tras ella.
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