El mundo estaba herido. El verde de los bosques, el azul del mar, todo aquello había muerto. El aire ya no era limpio y fresco, llevaba consigo el hálito de la muerte, los estertores de cada ser vivo acumulados en un único lamento. El ser humano corrompió todo aquello que pudo, aun sabiendo que algún día eso le causaría su propia destrucción. La naturaleza nos confió una parte del mundo y quisimos acaparar el resto. Nos asesinamos entre nosotros, ni siquiera nos importó que a la misma vez todo aquello que nos rodeaba muriese. Nuestros ojos llenos de lágrimas captaron los últimos instantes de infinidad de especies. Nosotros destruimos nuestro mundo y en el último momento nos lamentamos.
Pero, por increíble que parezca, conseguimos detener la destrucción del planeta. Nos esforzamos y recuperamos el equilibrio gracias a los miles de sacrificios de nuestros camaradas. Pero, te ruego que no sientas pena por esas muertes, yo creo que ese fue un precio justo. Si nos hubieses visto en ese entonces, si hubieses llegado a vislumbrar la locura en los ojos de los hombres, estarías totalmente de acuerdo en hacer un sacrificio así. Era lo menos que podíamos hacer. A pesar de lo ocurrido, aún seguía habiendo ambiciosos que deseaban un mundo hecho a su medida, eran ciegos a la realidad que se cernía sobre nosotros. Intentamos hacerles cambiar de parecer, pero trataron de acabar con el mundo una segunda vez. La única solución que encontramos fue dejar que se consumiesen en la oscuridad de sus celdas. La redención no era una opción, ya lo habían demostrado. Quiero creer que no nos equivocamos al dejarlos morir.
A pesar de nuestros pecados, conseguimos alcanzar nuestro objetivo. Han pasado tantos milenios desde entonces que ya ni siquiera recuerdo cómo pudimos hacerlo. Pero lo conseguimos, gracias al esfuerzo de científicos y nuevos líderes que pudieron guiarnos por el sendero de la redención. El aire poco a poco perdió su huella contaminante, el agua volvió a ser limpia y transparente, los árboles cubrieron de nuevo el mundo. Y gracias a técnicas innovadoras, vislumbramos lo que era ser dios y pudimos devolver la vida a especies extintas. ¿Puedes creerlo? El mundo estaba sanando, después de todas las atrocidades que habíamos cometido. La esperanza había vuelto a aflorar en nuestros corazones y además de eso, nos sentíamos capaces de cualquier cosa. Quizá eso era ser dios.
Sin embargo, nuestro triunfo nos hizo volver a recordar a los que habían sido enemigos de la humanidad y del propio mundo, los que en ese entonces estaban encarcelados. Ellos habían comenzado como nosotros, con la ambición y sueño de ser dioses. ¿Y si nosotros mismos también estábamos siguiendo sus pasos por el camino de la destrucción? Esa pregunta fue decisiva para el hecho que determinaría el futuro de la raza humana. El merecido juicio que la naturaleza nos debía por fin llegó y deseo creer que la decisión que tomamos como redención fue la correcta. Toda la humanidad se sumió en un profundo letargo entre paredes de hielo y acero, aguardando con esperanza el día en el que el mundo nos permitiese regresar.
Pasaron eones hasta que el planeta sanó por completo, recuperándose de la inefable huella humana sin ayuda. Las ciudades humanas fueron cubiertas por un manto vegetal, los animales dejaron de esconderse, se repoblaron y tomaron todo lo que un día fue suyo. Mientras, nosotros seguíamos sumidos en un profundo sueño, del que despertaríamos milenios después. Cuando nos levantamos de nuestras cámaras, vimos que las ciudades habían sido derruidas —por la acción de la naturaleza—, y con ellas nuestras memorias también se vieron seriamente dañadas. Olvidamos nuestros orígenes, la tecnología, nuestro afán científico y cualquier resquicio de ambición. Tuvimos que pasar por las mismas etapas que nuestros antepasados.
Debido a que nuestras memorias estaban deterioradas, no teníamos presente que existían poblaciones más allá de nosotros. Además, debido a los miles de años que habían pasado, los continentes se habían ido a la deriva, encontrándose así unos muy distantes de otros. Por ello, en cada lugar no se sabía que más allá del mar pudiese haber otras poblaciones. Eso nos aisló a todos e hizo que cualquier recuerdo del pasado se borrase.
Mis antepasados se quedaron en uno de los continentes, el más grande de todos, que más tarde sería nombrado Céfiros. Este gran territorio rodeado de agua era dominado por cuatro ecosistemas y estos fueron los mismos que marcaron las fronteras de los cuatro futuros territorios: Aesel, Pluvio, Ferus y Auras.
Aesel era la región del norte, una nación dominada por los bosques. Era conocida por ser el epicentro del comercio, la principal exportadora de minerales y madera al resto de regiones; Pluvio era la nación del agua, instaurada en el seno de un gigantesco lago salino que conectaba directamente con el mar. Las gentes de Pluvio vivían en casas que se elevaban por encima del agua y que se conectaban mediante multitud de puentes; Ferus era un lugar inhóspito y salvaje cubierto por la jungla. Por ello, eran tierras deshabitadas de las que era mejor alejarse; y por último Auras, los desiertos del sur. Sus habitantes tenían un talento especial para elaborar todo tipo de armamento y joyas. Y este lugar, donde los mares de arena eran infinitos, es donde ocurre la historia que marcaría y haría estremecer al mundo. De nuevo.
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