El reloj marcaba las 6:59 am, un minuto después, la alarma sonó. El sonido peculiar de gatitos retumbó por toda la habitación, Natsu apagó con mala gana su alarma y dejó caer su celular en la cama.
-5 minutos más- dijo Natsu, con voz adormecida. El Tick-Tock del reloj era lo único que se escuchaba. Cuando dieron las 7:30 am el cuarto se cubrió de un aura negra y Natsu saltó de la cama.
-¡No sonó mi alarma!- El cabello del muchacho parecía un nido de pájaros. Un cabello por allá, un mechón travieso del otro lado, ropa arrugada y ojeras, eran como su flojera le daba los buenos días.
Su piel blanca, su cabello negro, sus ojos café oscuros y el lunar bajo su labio, no lo hacían lucir menos varonil.
Se cambió rápido, agarró sus cosas y salió de su casa corriendo. Era su último día de clases, y no podía creer que como siempre, llegaría tarde. No sorprendería a sus amigos, pero al menos mantendría su racha del más impuntual.
Cuando llegó a la puerta de la escuela el portón ya estaba cerrado; eso no era nada nuevo, pero se sorprendió. Esta vez tenía la esperanza de llegar temprano.
Caminó un poco más y se escondió de la vista del prefecto que siempre parecía sentir su olor del otro lado del portón. Se apoyó en la pared y dejó salir un suspiro.
-Él ya debe estar en el salón. No puedo creer que desperdiciaré mi última oportunidad de verlo por 6 horas.- murmuró mirando al suelo.
Su mente divagó por un rato, el viento enfríaba su cuerpo y tembló un poco.
-Rayos, si me ve un maestro me van a regañar, al menos ya no pueden amenazarme con expulsarme, jaja.
Mientras reía y pensaba en qué hacer sintió una presencia a su lado.
Giró su cabeza y pegó un saltito.
-No me asustes asíííí- dijo impresionado.
A su lado estaba Daniel, su amor platónico de 4 años y quien siempre llegaba temprano.
Natsu no estaba acostumbrado a tener a esa persona tan cerca y apretó sus puños hasta que sus dedos se volvieron blancos y dolorosos. El perfil de Daniel era tan varonil y eso era algo que le encantaba. En definitiva los dos eran hombres, algo que Natsu tenía muy en claro; él nunca tendría el valor de declararse a esa persona.
-¿Y a ti qué te pasó?- preguntó un poco tímido.
-Mi alarma no sonó -dijo Daniel mientras bostezaba. - A ti ni te pregunto, siempre llegas tarde.
-Ja, Ja- musitó algo avergonzado.
La tez de Daniel era moreno claro, su cabello negro, corto y ondulado, sus ojos verdes y su sonrisa parecía no existir. Natsu miraba extasiado a semejante belleza exótica. Por un momento se perdió en los labios de Daniel, pero con el movimiento de estos, despertó de su trance.
-¿Y qué? ¿Cómo le hacemos para entrar? Tu eres experto.
-¿Qué?- contestó anonadado.
-¿Estás sordo? ¿Qué cómo entramos? -dijo Daniel, un tanto arrogante.
-Bue...Bueno... hay una parte donde unos perros cavaron un hoyo y por ahí siempre entro.
Daniel no pudo evitar mostrar un rostro perturbado. -¿Qué no es más fácil brincar la barda?- preguntó.
-Sí, lo sería... pero a menos que quieras perder tu virginidad con uno de los protectores de picos, no te lo recomiendo- contestó. -¿Qué tonterías estoy diciendo?- pensó.
-¿Es la única manera de entrar?- preguntó, ignorando su comentario.
-Pues es la única que conozco-Sonrío Natsu.
-Haaaa- Suspiró -Vamos entonces, esto explica por que siempre llegabas con el uniforme sucio.
-Jaja- rio el otro, mientras caminaba para guiar a Daniel.
-Espera... ¿Cómo sabe Daniel que siempre llegaba sucio si nunca me miraba? Yo era el que siempre lo seguía con la vista, ni siquiera sabe mi nombre.-pensaba distraído mientras Daniel seguía caminando detrás de él, pero de repente este se detuvo -¿Él se dio cuenta de que lo veía... o será que... él se fijó en mí todo este tiempo?- su corazón latía como loco.
-¡Natsu! ¡Natsu! ¡Natsu! ¡NATSU!
Natsu estaba tan absorto en sus pensamiento que no escuchaba que desde hace un rato, Daniel le gritaba. Él no podía ocultar más su rubor y cuando estaba por hablar, alguien lo jaló de la mochila.
-¿Estás sordo o no te lavas los oídos? Ya pasamos el hueco.
-¿Qué?- respondió aturdido.
-¡Que eres un estúpido!- gritó.
-¿Qué te pasa?- pegó la mano que le sujetaba la mochila.
-Eso si lo escuchaste- dijo con una sonrisa maliciosa. -El hueco- señaló al pequeño hueco en la tierra. -¿Cómo carajo entraremos por allá?
-Jajajaja- Natsu no pudo evitar reír mientras la damisela en apuros se doblaba el pantalón y las mangas de su uniforme blanco.
-¡Cállate y vamos! - reprimió Daniel, irritado.
-Jaja, yo iré primero. Mira como lo hacen los expertos.
Natsu se tumbó en el suelo y arrastró su cuerpo en el pequeño agujero como todo un experto. "La práctica hace al maestro" se le podía aplicar, aunque su práctica era el resultado de un historial de retardos y amenazas de expulsión.
-¡Ta~dan! ¿Viste? Es fácil. Te toca.
Daniel se mostraba reacio.
-Es eso o no entras ¿Qué prefieres?- dijo Natsu con tono autoritario.
-Bien, lo haré.
Daniel se tumbó en el suelo y como todo buen inexperto, se embarró la cara de tierra y se rasgó la ropa. Su preciado uniforme blanco estaba más sucio que el de Natsu. Batalló como dos minutos antes de lograr entrar completamente.
-¿Y tu zapato? preguntó Natsu, sonrojado.
-En mi pie, ¿dónde más?- contestó agitado.
-Ja,ja,ja,ja,ja~~~~- estalló en risas.
Daniel giró su rostro y miró a su perfecto zapato negro en una montaña de polvo. Molesto, agarró su zapato, tiró el polvo que tenía dentro y se lo lanzó a Natsu.
-¿De qué te ríes?
Natsu agarró el zapato que le cayó en el rostro y salió corriendo, casi cayéndose por reír a carcajadas. Daniel iba detrás de él.
En ese momento, ninguno de los dos podía imaginar que su vida cambiaría para siempre y que sus decisiones los arrastrarían al cielo y al infierno. Si pudieran predecir el futuro, tal vez nunca habrían decidido conocerse y mucho menos dormir 5 minutos más.
---FIN DEL CAPÍTULO I---
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