“Antiguamente, el mundo era muy diferente. Era hermoso y compacto, pero fue destruido por la codicia humana. En su momento de peligro crítico, bajaron los enviados del Dios Arkai, los serafines. Fueron siete, los que descendieron a la tierra y se establecieron en la tierra adoptando forma humana. Con ellos se inició un periodo de estabilidad y prosperidad. Nadie vivía en desigualdad, la cultura y la tecnología avanzó más que antes de su declive, pero de nuevo surgió una era de oscuridad. El Dios Caído, Kimera, asesinó a traición al Dios Arkai, generando que los serafines se vieran arrastrados a una vida mortal a merced de los enemigos, los Demiürg. Tuvieron que vivir escondidos. El Dios Arkai antes de desaparecer de este mundo se llevó con él a Kimera y dejando como legado las siguientes palabras: “Cuando hayan transcurrido las dos fases solares y después de que Mefistóles devore el continente de Astral, mis serafines y Yo renaceremos de nuevo.” Hasta entonces los humanos habrán de convivir con los Demiürg, que los arrastran a una vida de egoísmo y avaricia si se dejan influenciar. Solo aquellos que sigan la senda correcta serán recompensados. Posteriormente se pudieron hallar unos escritos de origen desconocido que decían que cuando volviera a renacer Dios y sus enviados, remendarían el mundo destruido por la influencia de los demonios, pero eso ya son rumores. Tras la desaparición de ambos Dioses y de los serafines, solo los monstruosos Demiürg reinaban sobre la tierra. El retroceso de la raza humana fue rápido y claro, nos volvimos esclavos, aparecieron desigualdades e incluso hay quienes se aliaron con los monstruos para prosperar. Volvieron los reinados de tiranos y ahora no solo por parte de los humanos. Los Demiürg son una raza que no solo subyuga la nuestra también lo hace con la suya propia, viven del miedo y el terror, luchando bajo la idea de que el más poderoso debe gobernar.”
- Mamá no le enseñes esas cosas al niño, que se creerá todo lo que le diga. – Protestaba la mujer mientras remendaba un pantalón.
- Patrañas hija, estas historias no deberían caer en olvido, hay que pasarlas de generación en generación. - Protestó la anciana balanceándose en la mecedora con el niño en el regazo. – Tenemos que aprender de nuestros errores.
- Abuela, ¿Si Arkai era un Dios como pudo morir? - Curioseó el niño.
- Los Dioses no mueren, solo desparecen y vuelven a aparecer tras recuperar su poder, reencarnar de forma terrenal. Pero no cualquiera puede hacer desparecer un Dios, solo otros Dios puede hacerlo.
- Ya veo, ¿Entonces cuando volverá?
- Eso no lo sé, pero seguro que será pronto. Y entonces volveremos a una época de igualdad, paz y prosperidad.
- Mamá, que pares de contarle cosas inventadas de mundos fantasiosos. – Se acercó a ellos. - Y tú, Kamui, ¿qué te he dicho de estar ahí sin hacer nada? Ves a ayudar a tu padre con el huerto.
- Jo, mamá ¿No puedo seguir escuchando historias de la abuela?
- ¡No! - Se cruzó de brazos. – Ves a trabajar.
El niño cabizbajo se levantó del regazo de su abuela y salió de la casa bajo la severa mirada de su madre.
- Mamá, sabes que está prohibido hablar sobre religión e historias del pasado. El castigo es muy alto, así que no le enseñes esas cosas, porque si dice algo de eso ahí fuera y alguien le oye y lo reporta a las autoridades ya puedes despedirte de tu nieto. O de todos nosotros… - Regañó la mujer a la anciana.
- Hija, estas historias te las enseñé a ti, así como me las enseñaron a mí, y mientras pueda, seguiré divulgando esas creencias. Aún si eso va en contra del mismísimo rey. - Se levantó a duras penas. - Los humanos tenemos que poder creer en algo para poder seguir adelante con nuestras vidas, porque si no, este panorama tan oscuro que tenemos en frente nos esclavizará.
- Se realista, mamá. ¿Cuánto hace que esperamos que vuelvan los serafines? ¿Cuánto más van a hacernos esperar? El nuevo rey es un tirano, los monstruos destruyen ciudades enteras y los nobles no hacen más que subir los impuestos. Y entre guerras y diezmos, estamos nosotros, intentando sobrevivir con lo poco que tenemos. – Rompió el hilo de costura con los dientes. – Lo único que pido es poder darle un futuro a mi hijo, a todos. Pero empiezo a creer que nada cambiará nunca.
- Recuerdas cuando de pequeña no podíamos ni llevarnos una migaja de pan a la boca, pero mírate ahora. Te has casado con un buen hombre, tienes un hijo precioso, hay una huerta y tenéis animales, no pasamos hambre. La vida es dura y está llena de escollos. Pero mañana es el futuro y las decisiones de hoy serán las que te digan si has obrado bien en el futuro. – Tocó suavemente el hombro de su hija.
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