Lo había herido, aquel maldito hijo de perra lo había herido por sorpresa. Él debió de creer que era tan idiota como un animal, como los Ciclopes o como los Humanos; pero no era un tonto, era el hijo del Toro sagrado de Poseidón. El resultado de una noche de lujuria entre su madre y aquel Toro que, de algún modo, la sedujo. Era el príncipe legítimo de Creta y, sin embargo, lo trataban como si fuese la vergüenza de Creta. “La bestia come carne”, decían; pero ¿Acaso no ellos se comieron a su padre también? ¿En que se diferenciaban ellos de él cuando su dieta era igual de carnívora que la suya? Durante años, el joven Príncipe Asterio, fue usado como un juego, como una especie de diversión enfermiza para aquel desgraciado de Minos. “Entren en el laberinto del Minotauro” decía ese desgraciado “Si sobreviven entonces su nación estará libre del poderío de Creta”. Nunca sobrevivían, eso Asterio lo sabía muy bien. Fuera de lo que esos salvajes pensasen, él no los mataba, no asesinaba a los jóvenes ni mucho menos violaba a las doncellas. Ellos solos, en su desesperación, se mataban, se violaban y, después de un tiempo estando perdidos en su laberinto, morían de hambre o de sed, todo dependía de que tuviesen primero, Asterio no estaba interesado en matar humanos como tampoco en pervertir su, ya manchado, nombre. Que Minos hiciese ese maldito juego cuanto quisiera, él no iba a renunciar a su moral y a su decencia solo por seguir los caprichos de un psicópata junto a su degenerada esposa quienes invitaban a los muchachos de Atenas a demostrar su costado más salvaje como también despreciable dentro de su laberinto, de su hogar y de su palacio ¿Y a él le llamaban monstruo? ¡Por favor, que no lo hicieran reír!
Todo parecía indicar que Minos, por fin, se había cansado de ese jueguito. Porque aquel desgraciado proveniente de Atenas, cuyo nombre era Teseo, llevaba una espada con la cual lo había herido por sorpresa. Corriendo por su vida con el verdadero monstruo tras sus espaldas, Asterio, sabía que no tendría otro remedio que usar su ingenio. Teseo no conocía tan bien ese laberinto como él lo hacía, Dedalo lo había hecho para que todos se perdiesen en dicho lugar, para que nadie escapase del mismo; pero cuando ese lugar era tu hogar, tu palacio real, durante tanto tiempo, casi toda tu vida, entonces conoces cada rincón, cada pasillo y cada pasaje secreto para poder huir. Asterio oía a ese hijo de puta acercarse, él podía oler su aroma y algo mas, algo en su sangre, algo en su hedor. Él no era como los demás: era el hijo de un Dios. Aunque él lo había escuchado, a escondidas, decirle a su hermana, la noche anterior, que era el hijo del Rey Egeo de Atenas, Asterio no se creía, ni por un minuto, que un simple ser humano tuviese la fuerza para poder herirlo con una mísera espada. Ese infeliz de Teseo era un semidios y Asterio estaba consciente, en ese momento, de que su vida peligraba si no hacia algo al respecto. Sabiéndose entre la espada y la pared, Asterio, decidió usar su pequeño plan de contingencia en caso de que ese príncipe, de nombre Teseo, tuviese alguna ventaja sobre él. Adentrándose por un pasillo oculto, buscó su plan B y tras encontrarlo se dirigió a donde el aroma de Teseo se olia con mas fuerza. Colocando, en la pared del laberinto, el cuerpo muerto de un soldado humano al que le había matado por sorpresa cortándole la cabeza con su hacha y reemplazándola con la cabeza de un toro, que él habia matado aquella misma noche, creó un pequeño cebo para su perseguidor y antes de ocultarse hirió, con su cuerno, la parte del cuerpo en donde él había sido herido por la espada de Teseo. Moviéndose lo más rápido que pudo, Asterio, se ocultó esperando, con ansias, el ver si su plan funcionaba. Contempló a Teseo acercarse a su trampa y gritar:
- ¡Muere maldito Monstruo! ¡Muere!- Teseo procedió a apuñalarlo como un salvaje sediento de sangre, sus ataques terminaron tras decapitarlo, de un solo golpe, con su espada sin cerciorarse siquiera de que esa era su verdadera cabeza
Riendo, tomó esa cabeza de toro y se retiró siguiendo un hilo de tela fina que la hermana de Asterio le había regalado para asegurarse de que él no se perdería en ese laberinto.
Una vez que se fue, Asterio salió de su escondite con una gran sonrisa en sus vacunos labios y al estar seguro de que Teseo se habia ido de su hogar dándolo por muerto, largó unas fuertes carcajadas de felicidad.
- ¡¿Quién es el monstruo estúpido ahora, Teseo?! ¡Pues claramente yo no! De eso puedes estar seguro- rió Asterio al saberse vencedor de la partida, manteniendo su alegre carcajada, Asterio, se retiró a la zona más alejada del laberinto para esperar los eventos que le ocurrirían a esos salvajes tras su supuesta muerte, no tuvo que hacerlo por mucho tiempo.
Finalmente había terminado. Al creerlo muerto, los Atenienses, dejaron de enviarle sacrificios. Teseo escapó con las dos hijas de Minos y el Rey, furioso, decidió perseguir a Dedalo para vengarse de aquella humillación. Asterio nunca lo volvió a ver después de eso por lo que asumió que el cazador fue asesinado por la presa. Su madre no tardó en morir debido a la soledad y la vergüenza, quedando solo él como el único sucesor de la corona de Creta. Él, el monstruo, la vergüenza, el Minotauro, él era ahora el Rey de Creta. Riendo por la ironía de la situación, Asterio, decidió dejar a su suerte a su desagradecido reino. Él era el señor de ese laberinto que en ese momento era su palacio real, él era el señor de esa tierra y cuando fuese el momento justo, tomaría su legítimo lugar como el Rey de Creta. Siendo el hijo de un Toro divino, esperaba vivir muchos años por delante, mientras tanto… se daría el descanso que tanto sentía que merecía.
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