El viento del desierto quemaba su piel, por fortuna sus brazos estaban resguardados de dicha brisa cálida gracias a su camisa azul, llevando un pantalón marrón, un chaleco del mismo color que su pantalón y una gorra castaña que cubría su escasa cabellera blanca, con anteojos redondos de marco fino que se sostenían por su nariz aguileña que re marcaba en su rostro una expresión de que, sin lugar a dudas, ese hombre era un coleccionista de objetos raros en su tiempo libre, el bibliotecario Mauricio Flandes, caminaba por las calles del Líbano observando, con sumo interes, lo que los puestos de los vendedores callejeros tenían para ofrecerle. La gran mayoría era una joyería barata que ni las urracas se las robarían, piezas de algún posible Guardián del Metal muerto proveniente de Wintago y libros de hechicería que anunciaban a los cuatro vientos “Soy un fraude”. Nada que pudiese interesarle. Sintiéndose decepcionado por la poca, o nula, cantidad de objetos exóticos para poder comprar, Mauricio, se dirigió a donde el mercado terminaba, quizás allí encontrase algo. No lejos de allí vio, en medio de la arena, un puesto casi abandonado. En él había un hombre joven de piel morena vistiendo un turbante verde, al parecer estaba apurado por vender cualquier cosa. Entre sus objetos se encontraban: varios relojes metálicos usados, una radio vieja y… un perro de peluche; pero este se veía extraño, de pelaje marrón con manchas negras en la espalda y un pequeño collar negro con el símbolo de una calavera en el centro, aquel muñeco no parecía ser distinto de otros peluches si no fuera por los ojos… estos eran demasiado profundos, atrayentes y de un color castaño, casi almendra. Aquel muñeco de peluche descansaba en el puesto sin ningún papelito que tuviese un precio a su lado, Mauricio, al acercarse más, pudo ver que sus patas eran de color blanco o al menos eso parecía debido a que ante la luz del sol aquellas patas podían ser grises, amarillas o blancas, no se veía con exactitud lo que parecía. Sin embargo esos ojos… esos ojos lo llamaban, eran demasiado realistas para ser de plástico barato. Sonriendo, se acercó al vendedor, quien estaba empacando todo, y lo saludó
- Buenos días- le dijo Mauricio con una voz alegre que sonaba caricaturesca- interesante juguetito el que tienes allí
- ¿Eh?- preguntó aquel hombre confundido, al darse cuenta de lo que Mauricio le había dicho le contestó- ¡Oh si, cierto! Es un juguete de peluche único en su clase, eso se lo aseguro
- Sin embargo los ojos se ven demasiado realistas, ¿Cómo lo hizo?- le preguntó Mauricio sintiéndose curioso y sorprendido
- No tengo la menor idea- le respondió aquel hombre con su acento árabe- yo no lo hice, solo lo vendo… ¿quiere comprarlo?
El tono de su voz no parecía tanto de pregunta sino como de un pedido de favor o una suplica
- Bueno, no lo sé… es decir ¿Cuánto cuesta?- preguntó sorprendido Mauricio por la actitud de aquel hombre
- ¡Lo que usted quiera!- exclamo aquel árabe totalmente exaltado- ¡ponga el precio que desee! Incluso, si usted lo quiere gratis ¡Se lo doy sin problemas!
- ¿Acaso esto es una especie de regateo o algo así?- preguntó Mauricio muy confundido
- ¡No es regateo, no hay regateo!- aclaró aquel árabe sintiéndose demasiado exaltado por dicha conversación- no creo que vaya a venderlo porque esta… viejo, ¡Si eso! ¡Esta viejo! Ahora, por favor, dígame cuanto piensa pagar por él
- Tengo unos cinco dólares, no sé si sea suficien…- le contestó Mauricio sacando el billete con el rostro de Lincoln en él
- ¡Vendido!- exclamó aquel árabe retirando el dinero con rapidez y dándole el muñeco sin siquiera dudarlo ni un segundo- ¡fue un placer hacer negocios con usted, que tenga un buen día!
Dejando todo lo demás atrás, se dirigió, corriendo, a su camioneta donde una mujer bella le gritaba cosas en árabe y aquel hombre le respondió de forma grosera, la mujer gritó:
- ¡Bronischky, Bronischky!
- No le haga caso- le pidió el árabe adentrándose a la camioneta y sentándose en el asiento del conductor. De forma presurosa encendió el automóvil explicándole- es que era un juguete de nuestro hijo muerto
- ¡¿Qué?!- exclamó Mauricio horrorizado
- Si se murió, que pena- añadió aquel árabe con un falso pesar, saludándolo con una voz cantarina, le dijo- adiós
Y puso en marcha el motor alejándose en pleno desierto como si huyese de algo o alguien. Mauricio, todavía confundido y sorprendido, miró su nueva adquisición, fijándose nuevamente en sus ojos realistas. Una tormenta de arena lo tomó por sorpresa reforzando su decisión de retirarse nuevamente a su hotel mientras que la camioneta desaparecía en el desierto.
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