Domingo, 10 de agosto
19:30 h
Por enésima vez se encontró en medio del pasillo sin saber qué era lo que iba a buscar en la cocina. Se encogió de hombros y se dio media vuelta para volver al salón: si era algo importante, ya lo recordaría antes o después.
Con una boba sonrisa, se dejó caer en el sofá y se acomodó bien, poniéndose el portátil sobre el vientre para seguir ojeando los cuadros que Sasuke tenía en su portofolio. Aún seguía sin poder creer que realmente hubiese estado ahí sentado no hacía más de una hora y se sentía estúpidamente feliz por ello. Dejó escapar un suspiro de alivio recordándole al entrar en el ascensor y despidiéndose en silencio con la mano. Al menos debió resultarle amena su compañía. O por lo menos eso parecía. Si no, no le hubiera sonreído al marcharse, ¿no?
"Si él supiera que me iba a poner así de gilipollas, seguro que no me hubiera sonreído…", suspiró de nuevo, mordiéndose el interior labio.
Le resultaba increíble, incluso para sí mismo, la inercia con la que sus pensamientos se desviaban hacia él últimamente. Cierto era que muchos chicos le llamaban la atención pero, más allá de eso, ninguno lo suficiente como para hacerle quedarse en la inopia continuamente como le pasaba con el moreno.
Uno de los cuadros le hizo salir de sus pensamientos nada más se cargó la imagen en su pantalla. Había estado tan embobado pensando en él, en sus ojos y en su sonrisa… Que había estado pasando las imágenes casi inconscientemente, sin ver nada en realidad.
No era nada especial, una ventana y, tras ella, una mujer a la que no se le veía la cara al estar cubierta por su largo cabello. Pero de alguna manera, era inquietante. Todo eran tonos oscuros, primando el azul y el negro. En el exterior llovía, golpeando las gotas en el cristal en el que, por dentro, estaba apoyada la mano de la mujer.
Cuanto más lo miraba más le daba la sensación de sentirse ahogado. Como si, fuese quien fuese quien estaba representado ahí, estuviera retenido en contra de su voluntad; como si anhelara poder salir.
No entendía demasiado de arte pictórico pero tenía el sentimiento de que algo no estaba bien ahí.
Inquieto por la imagen, retrocedió hasta el primer cuadro que había visto para volver a observarlos todos con más atención y, aunque ningún otro le hizo sentirse tan tenso como ese, ahora se daba cuenta de que a todos les faltaba ese 'algo'. Para su gusto, carecían de vida. A él le gustaban los colores más vivos y Sasuke parecía estar empeñado en utilizar los tonos más apagados que encontraba. O al menos los más fríos. Azules, morados, marrones… Y gris. Mucho gris. Y demasiado negro para su gusto. Si utilizaba otros pigmentos era por pura necesidad, no porque pareciera encajar con lo que quería pintar. Y en todas las obras en las que había alguna persona… Siempre estaba de espaldas, o lo suficientemente girada para que no se le viera la cara.
Suspiró profundamente. Si no fuera porque había estudiado algo sobre la teoría del color y de la imagen para sus composiciones fotográficas, serían detalles que le hubieran pasado completamente por alto.
No tenía ni idea de qué era lo que le llevaba a pintar así… Pero esperaba poder averiguarlo para poder hacer algo al respecto.
Domingo, 10 de agosto
20:45 h
- Hola, mamá -contestó con voz cantarina al teléfono, dirigiendo de nuevo sus pasos hacia la cocina-.
- ¡Naruto! ¡Cuéntame, cuéntame! ¿¡Cómo te ha ido!? ¿¡Sigue ahí cont-!?
- No, mamá -le cortó antes de que le avasallara con más preguntas-. Se fue hace ya rato.
- Oh… Pero, ¿qué tal? ¿Le ha gustado la paella?
- Creo que sí -sonrió-. Creo que le ha dado hasta un escalofrío -rio burlón por lo bajo-.
- Como para no darle… -rio ella también-.
- Pero bueno, parece que al menos no se ha aburrido.
- Bueno… Dale tiempo. Tal vez le cueste coger confianza.
- Supongo -no pudo evitar un puchero-. ¡Ah! ¿¡A que no adivinas qué!?
- ¿Qué?
- ¡Me ha traído un regalo! -abrió los ojos como platos, aún emocionado-.
Eso era lo que había ido a buscar a la cocina una y otra vez, y que se le había olvidado a mitad de camino, cada vez que se encontraba en mitad del pasillo despertando de sus ensoñaciones. Había dejado la bolsa de papel que le había traído el moreno sobre la mesa de la cocina, para abrirla después de que se marchara. Pero tras medio día charlando con él, se le había olvidado por completo mirar qué era lo que le había regalado.
- ¿Ah, sí? ¿Y qué es?
- ¡Naranjas*!
- ¡Ala, qué amable!
- ¡Unn! ¡Están suuuuper buenas! Tienen toda la pinta de ser de importación.
- ¡Vaya! Así que le gusta lo extranjero, ¿eh?
- Eso parece -comentó animado-. Se ha llevado un par de libros de los pueblos aquellos que visitamos. Y he estado toda la tarde hablándole de los viajes que hemos hecho…
Se pasó un buen rato contándole todo lo que podía recordar de lo que habían hablado, y de lo tímido que era en comparación con lo que había visto previamente de él. Y de lo incómodo que había sido al principio, sin saber de qué hablar pero que al final, se había sentido bien estando con él. Todo esto mientras se llevaba una bandeja al salón con lo que iba a ser su cena. Esta vez sí, ensalada y algo de arroz que había sobrado de la comida.
- ¿Y te acuerdas que te dije que parecía que estuviera enfermo? -comentó mientras empezaba a comer-. Pues resulta que sí… Me ha dicho que tiene anemia crónica, y tiene que tomarse unas pastillas con la comida.
- Bueno… Si se está tratando, es porque le ha visto un médico. No te preocupes por eso.
- Unn…
- Pero bueno, ¿y?
- 'Y', ¿qué?
- Deja de andarte por las ramas, Naruto -le echó en cara-. ¿Ha pasado algo? ¿Le has pedido salir? -preguntó emocionada-. ¡Ah! ¡No me digas que os habéis besado!
"...".
- ¡Mamá!
- ¿Qué?
- Es la primera vez que quedamos… -murmuró, sintiendo la vergüenza recorrerle-. ¿Qué querías que le dijera?
- Podríais haber quedado para veros otro día, ¿no?
- Mamá… No es tan sencillo.
- ¿Por qué no?
- Pues porque… -se encogió un tanto, casi como si la tuviera delante mirándole fijamente esperando que le diera una respuesta-.
¿Cómo tenía que explicárselo? Era demasiado obvio. Ambos eran chicos… Y si daba un paso en falso, muy seguramente no volvería a verle más. No es que quisiera ser pesimista, pero tenía todas las probabilidades en contra. Además, no necesitaba que le explicaran lo que podría llegar a pasar si las personas equivocadas se enteraban. Las marcas en sus mejillas eran un buen recordatorio.
- Pues porque no sé si le gustan los chicos, mamá. En ese sentido. Y aunque se diera el caso, que lo dudo, no sé si le podría gustar yo...
- ¡Ay, venga ya, Naruto! Si no le preguntas, no lo sabrás nunca, hombre.
- Pero es que quiero que sea mi amigo… -removió con los palillos la comida-. Y si la cago ahora, no será nada… Ni amigo, ni nada.
Ambos se quedaron en silencio. Naruto sabía que su madre entendía lo que quería decir. Nunca había tenido amigos en el colegio. Y en secundaria… Los enfrentamientos con sus demás compañeros eran constantes, aunque nunca llegó a contarle a sus padres el por qué… Se sentía demasiado avergonzado de ello en aquel entonces, y ahora ya no tenía caso preocupar a su madre por algo que tenía ya superado. Aunque si no hubiese sido por el único amigo que consiguió hacer, tal vez e incluso hubiera tenido que cambiar de instituto. Era por eso que siempre se había aferrado a ella y por lo que, tiempo después, se volvió quizás demasiado protectora con él.
Motivo principal por el que ahora vivía solo.
- Bueno, cariño… No te agobies demasiado, ¿vale? Ya verás que todo sale bien.
- Unn…
- Hmmm… ¡Ah! ¿Por qué no le invitas a pasar el fin de semana con nosotros? Que se venga Kiba también, así tal vez no le parezca extraño.
- No sé…
- Además, tengo que darle un buen tirón de orejas a ese amigo tuyo.
- ¿Por qué? -le recorrió un escalofrío-.
¿Qué había hecho Kiba ahora...?
- La última vez que vinisteis manchó uno de tus pijamas con café y lo dejó debajo de cama. No me di cuenta hasta unos días después de que os fuerais y ya no pude sacar la mancha… Ostras…
- Mamá.
- ¿Qué?
- Fui yo.
Ambos se quedaron de nuevo en silencio durante unos tensos segundos en los que Naruto sintió cómo una gota de sudor le resbalaba por la sien. No fue a propósito. Se le olvidó por completo echarlo a la lavadora antes de marcharse de allí.
Hubo de tragar saliva con fuerza sabiendo la que se avecinaba.
- Naruto…
Y Naruto colgó el teléfono.
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