Lunes, 4 de agosto
09:45 h
"Joder… ¿Por qué ha tenido que venir más tarde hoy?", se lamentaba interiormente.
Tan sólo había podido intercambiar con el chico las palabras justas para tomarle nota. Eran casi las diez, la hora en la que empezaba la hora punta para él. Los negocios estaban a punto de abrir, si es que no lo habían hecho ya. La gente salía para atender sus asuntos en el banco, o a comprar al supermercado, y, de paso, se tomaban algo en los alrededores.
Y la zona de la cafetería estaba rodeada de comercios: tiendas de ropa, zapaterías, souvenirs, tiendas de telefonía, de arte, tiendas de gafas; oculistas, dentistas, sucursales de aseguradoras varias, bufetes de abogados… En una de las puntas de la avenida había un instituto, y unas calles por detrás también había un colegio de primaria; el hospital provincial quedaba cerca, a unos cinco minutos andando, y por la parte del instituto, en sentido opuesto, había un ambulatorio médico; la estación de tren quedaba a unos quince minutos hacia la montaña, y la estación central de autobuses a unos diez hacia el mar; también había varios gimnasios por la zona, y una piscina municipal de camino a la estación de tren.
Vamos, que la avenida era un bullidero de gente de todo tipo, yendo y viniendo, casi siempre con prisas porque tenían cita con el dentista, o habían quedado con alguien para ir de compras. Aunque también estaban aquellos que simplemente vivían acelerados y estresados por el ritmo de los demás, no que realmente tuvieran prisa.
Por eso Naruto no podía parar ni un segundo cuando la gente decidía que era hora de salir a la calle. Todos se sentaban y esperaban que su pedido estuviera servido en un pestañeo para poder seguir estresándose con su rutina. Normalmente, era algo que a Naruto le daba bastante igual, pues hacía que los momentos de más trabajo pasaran rápido, pero hoy estaba estresándose él también: quería conseguir aunque fuera un minuto para poder preguntarle si había empezado a leer el libro que le prestó el sábado en la mañana, pero simplemente era imposible. En cuanto recogía y limpiaba una mesa, ya había alguien esperando para sentarse, ansioso de que le tomara nota para poder irse cuanto antes.
En más de uno de sus viajes hacia el interior del local, para descargar la bandeja de vajilla sucia y seguir sirviendo, se cruzó de reojo con la mirada del chico. Pareciera que quisiera decirle algo pero, obviamente, hoy iba a ser imposible a menos que regresara más tarde. Y en una de las veces que salió de nuevo para servir otra mesa, se desilusionó sobremanera al percatarse de que ya se había ido.
Lunes, 4 de agosto
19:30 h
—Sí, mamá… Estoy comiendo bien… —refunfuñó como de costumbre.
Sostenía el teléfono de casa junto a su oreja con el hombro, al tiempo que llevaba la olla a la encimera. Hacía tiempo que no le apetecía ponerse a cocinar él mismo, pero hoy le habían dado unas ganas sobrevenidas de comer ramen casero. Aunque tendría que esperar hasta el día siguiente para que cogiera buen sabor.
—No, mamá… No me paso el día comiendo ramen…
No le estaba mintiendo. De verdad que no. Esto era algo especial, porque hacía ya lo menos tres semanas que no comía ramen. Casero. Bueno, tal vez se estaba pasando un poco con el ramen instantáneo, pero no formaba parte de cada una de sus comidas. Ya no. De vez en cuando se compraba algo de sushi, y ensaladas, y estaba empezando a coger la costumbre de desayunar sopa de miso acompañada con algo más de lo que hubiera en su nevera. Ah, y algo de té también. Debía intentar mantener una buena dieta para seguir con su ritmo de vida, gastaba demasiada energía. Y últimamente más. Con el buen tiempo le apetecía más salir con la bicicleta de excursión por el monte, así que tenía que mantenerse en forma.
—Hmmm… No sé, tal vez las cuelgue en alguna página, a ver si me las compran. Pero en cuanto empiece el curso en abril seguro que consigo algún sitio para exponer. En la escuela tienen que tener contactos.
No se lo diría, por tal de que no volviera a ponerse pesada con que regresara a casa… Pero le encantaba que su madre se preocupara por él y por su futuro.
Tuvo una discusión muy fuerte con ella cuando le dijo que quería irse. Ella se empeñaba en decir que aún era muy joven y que la vida no era tan fácil como él se pensaba… Y debía admitir que tenía razón: si no fuera porque sus padres pagaban parte del alquiler de su pequeño piso… Se las vería crudas para llegar a final de mes.
Aún y así, empezaba a darse cuenta de que realmente, lo que pagaban ellos por su alquiler, era mucho menos de los gastos que hacía en casa. Así que, aunque sonara egoísta, por esa parte no podían quejarse mucho. Además, desde que vivía solo discutían mucho menos. Así que al final fue una buena decisión.
—Estoy bien, mamá. Sólo estoy un poco cansado. Hoy ha venido más gente de lo normal a la cafetería… Pero estoy bien. Ya tengo ganas de que llegue mañana para volver —sonrió para sí.
—¿Ah, sí? ¿Y eso? —le preguntó curiosa.
Naruto se quedó en silencio. Había dicho eso último sin pensar. Más bien fue un pensamiento en voz alta, no algo que realmente quisiera decir. Pero bueno, ahora que las cosas estaban más tranquilas no haría ningún daño que compartiera algo con ella.
Se secó las manos con el paño, cogió bien el teléfono, y se sentó en la silla que tenía más cerca, apoyándose con los codos en las rodillas. Aún no había dicho nada y ya sentía que el rubor le subía a las mejillas.
—P-pues… Es que hay alguien que quiero ver… Es… Es un chico que viene a la cafetería…
Ya lo había dicho. Lo había admitido en voz alta. Y a su madre. No es que ella no supiera a estas alturas que le gustaban los chicos… Pero aún así era algo de lo que no solían hablar.
—Es… No sé, tiene algo que me atrae…
—¿Es guapo?
—Sí… —suspiró con media sonrisa. —Es moreno, de ojos negros… De alto como yo… Aunque tiene la piel súper blanca. Si no fuera porque siempre le veo cerca del medio día, diría que es un vampiro —rio nervioso.
—¿Y cómo se llama?
De nuevo se quedó en silencio. ¿Cómo podía ser que, después de casi un mes... no supiera cómo se llamaba aún!?
—Hmmm… No lo sé… -contestó avergonzado-.
—¿Y por qué no se lo preguntas?
—Pues… No sé… ¿No te parecería raro que te venga alguien así, totalmente desconocido, y te empiece a preguntar cosas sobre ti?
—¿Tú crees? —contestó sorprendida. —Rin, la chica de la panadería de aquí al lado, suele contarme bastantes cosas. Y yo a ella también.
Naruto no quiso preguntarle sobre qué cosas hablaban entre ellas… Estaba seguro que parte de esas cosas tenían que ver con él, y con el hecho de que se fuera de casa.
—No seas tonto, Naruto —le dijo con voz animada. —Si no lo intentas, nunca sabrás qué hubiera podido pasar, y te quedarás con esa espinita. ¿Y si es el amor de tu vida y dejas que se escape?
—Hmmm…
Las mujeres y los clichés. Claro, el amor de tu vida va a venir a una cafetería, buscándote. Aunque bueno… Tenía que darle la razón en eso de que se quedaría con la espinita ahí clavada si no hacía algo por intentar conocerle. Tal vez no era el amor de su vida… Pero… ¿Y si lo fuera? ¿Dejaría que desapareciera de su vida, así, sin más?
—Bueno, hijo, tengo ir a hacer la cena… Ya me cuentas otro día, ¿vale?
—Sí…
—Cuídate mucho.
—Sí, mamá… Vosotros también.
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