Amira sentía que podía regresar a aquel momento en el que había conocido a Tyler por primera vez. Cerró los ojos por un momento; era como si ella viera el lugar en el que se encontraba. La música de aquel momento y el bullicio que se hacían cada vez más claros en sus oídos. Ella volvió a abrir los ojos. Se encontró frente a ella aquel ventanal en el que antes había estado; era el mismo y, aun si no lo fuera, ella quería creer que era el mismo.
Agachó la mirada, entonces notó que usaba un largo vestido de gasa color verde aqua, con un escote de hombros que hacía lucir su cuello. Esta vez, su mano no tenía ningún anillo.
«Será acaso que… ¿He vuelto?»
Se empezó a cuestionarse por un momento y luego miró nuevamente dentro del gran salón. En el centro, se encontraba un hombre sentado en un trono; era aquel hombre que ella recordaba. Él levantó la vista y pudo notar enseguida a una mujer que usaba un vestido color verde aqua.
«¿Realmente eres tú?»
Una sonrisa en el rostro de Tyler se hizo presente formándose poco a poco mientras miraba a aquella mujer en el balcón. Ambos cruzaron miradas; se miraron fijamente por unos largos pares de minutos.
«Estoy aquí»
Pensó Amira mientras su sonrisa se volvía más radiante.
«Haz vuelto»
Tyler pensaba sin dejar de mirar a Amira.
Tyler seguía sonriendo al igual que Amira; lo hacían sin dejarse de ver el uno al otro. Nadie notaba eso en el gran salón, pero era suficiente que ellos lo supieran. La mirada de ambos expresaba cuanto se habían echado de menos el uno del otro. Esa mirada decía cuanto habían intentado olvidarse sin lograr conseguirlo. Mostraba todas las veces que miraron a la luna hasta, en ocasiones, quedarse dormidos por la brisa nocturna. Esa mirada decía lo mucho que se han estado amando a pesar de que su amor apenas comenzaría a florecer.
Aunque claro, eso último era mentira, pues es muy probable que el amor tan intenso y tan profundo que ambos sienten se diera desde la primera vez que ambos se conocieron; y, como el compás de una canción, de una manera a veces lenta, a veces rápida, este comenzó a crecer. Creció hasta el punto de no poderlo desaparecer, de no poderlo olvidar, de no poderlo quebrar. Creció un amor que puede parecer tan frágil y tan fuerte.
Tyler se levantó del trono en el que se encontraba. Empezó a caminar a pasos agigantados para estar cada vez más cerca de Amira. Mostró una gran desesperación por estar con ella nuevamente. Él abrió las puertas del balcón y abrazó con fuerza a Amira. Como si el tiempo se hubiera detenido por unos instantes, la música cesó y todo pareció dejar de moverse.
Amira sintió la calidez del abrazo de Tyler; lo mismo sucedía con Tyler, sintiendo nuevamente la calidez del abrazo de Amira. Se miraron a los ojos nuevamente mientras Tyler sujetaba la mano de Amira; ella sujetaba su agarre con más fuerza.
Su alrededor dejó de importarles. Ambos fueron alejándose de aquel gran salón hasta que llegaron a una habitación bastante alejada de ese gran salón. Estaba lo suficiente alejada como para escuchar un gran silencio mientras la luz de la luna se colaba por la ventana.
— He vuelto, ¿no es así? — Amira dijo sin dejar de sonreír.
— Lo es — acarició su mejilla — estás aquí y, si acaso estoy soñando, por favor no me despiertes.
— No lo haré, yo tampoco quisiera despertar de él.
Los ojos de Tyler tenían un brillo indescriptible, al igual que su sonrisa; lo mismo sucedía con Amira. “Te amo y te he echado de menos”: era todo eso y más lo que solo decían al mirarse el uno al otro.
Tyler volvió a sonreír. Poco después, besó a Amira. Era un beso el cual actuaba tan desesperadamente; solo daba el mensaje de decir cuánto se han extrañado y cuanto no han dejado de amarse. Luego, hubo otro beso, para seguir profesando ese amor que tanto sienten sin siquiera decir una sola palabra.
Era un beso tan necesitado y tan hambriento de amor. No querían volver a esa amargura que habían sentido en aquel momento. Solo querían amarse una vez más en esta noche.
Se amaron de manera desesperada, con una serie de besos que terminaron en caricias. Se aferraban el uno al otro, negándose a soltarse. Se aferraban a su amor, tan desesperadamente, temiendo de perderse o desaparecer del otro nuevamente.
Era un abrazo al corazón, a puerta cerrada, donde solo se encontraban ellos dos. No necesitaban palabras para expresar todo el amor que sentían por el otro; aquellas caricias decían todo aquello que las palabras no podían. Poco a poco, estas los hacían olvidar la amargura del corazón.
Era una caricia desesperada la que llenaba y calentaba el vacío y frío corazón después de ese adiós inesperado. Esa caricia tan hambrienta era la única llega hasta lo más profundo del alma; era la única que decía todo lo que las palabras no podían.
La luz de la luna entraba tenuemente por la ventana; era esa misma luz la que alumbraba las esperanzas de este amor tan frágil y tan fuerte. Alumbraba a un amor tan grande como el que se logra con el pasar de los años. Esta noche la luna miraba un amor tan joven, pero lo suficientemente experto para amarse con un beso; para poder amarse con una serie de caricias y comprender perfectamente aquel amor que uno profesa por el otro sin la necesidad de decir palabras. En esa noche oscura, en donde la única luz es aquella que entra por la ventana gracias a la luna, un joven amor se aferraba con desesperación a un sueño o, quizá, a unas caricias desesperadas.
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