Amira se encontraba recargada en el marco de la puerta que daba hacia el jardín. Su abuela se encontraba sentada en una banca no muy lejos de ahí.
— Pensé que estarías dormida.
— En ocasiones me gusta disfrutar el paisaje nocturno — decía mientras miraba la luna.
— ¿Sabías donde estaba?
— No.
— Entonces lo que le dijiste a Aron…
— No le mentí del todo — la interrumpió.
— Abuela, ¿cómo sabías que…
— La pintura — le interrumpió nuevamente — cambió.
— ¿Cambiar?
— ¿Aún no lo has visto? — miró a Amira — La pintura cambió, ahora hay un jardín de flores azules — sonrió ligeramente —. Las pinturas no pueden cambiar de la nada.
— Pero aun así… ¿Cómo estabas tan segura de…
— Lo intuí — volvió a interrumpir a Amira —. Algo me decía que donde sea que estuvieras estarías bien — se levantó de la banca y miró fijamente a Amira —. Y, entonces… ¿Dónde estuviste todo este tiempo?
— Yo… Realmente no lo sé — dijo negando con la cabeza.
— Pero, ¿al menos fue agradable? — la miró expectante.
En ese instante algunos recuerdos empezaron a inundar su mente. Aparecieron todos y cada uno de los recuerdos que había formado mientras ella se encontraba en aquel lugar. Iban y venían justo como la brisa que recorría sus mejillas en esta noche hasta que al final recordó aquella última sonrisa. Como si Tyler aún estuviera, recordó aquel “te amo” que había sucedido en ese jardín.
Sin embargo, ella ya no se encontraba en el jardín de camelias; ni siquiera estaba en un lugar cercano. Ahora estaba en la casa de su abuela; se encontraba en el jardín esperando a que todo lo que sucedió fuera real.
“¿Al menos fue agradable?” era la pregunta que su abuela aún esperaba respuesta. No había pensado en responderla; no hasta hace poco que se cruzó por su cabeza. Volvió a recordar la sonrisa de Tyler antes de regresar. En automático, Amira empezó a sonreír. No había dicho ni una sola palabra después de esa pregunta, pero después de aquella sonrisa y sus ojos que parecían estar soñando despiertos; su abuela comprendió que fue algo agradable, o tal vez mucho más que eso.
Era un nuevo día, como ya era costumbre, después de varios días seguía observando el paisaje que se mostraba de día y la luna antes de dormir por el balcón de su habitación. Esa mañana se estacionó un auto lujoso cerca de la residencia.
Amira le prestó atención al auto. Era un auto que reconocía bastante bien, pues no era la primera vez que lo veía, mucho menos después de haber regresado. De este bajo un hombre vestido de traje. Él era al menos un par de años mayor que Amira. Este era alto. Tenía piel pálida, el cabello corto, negro y ondulado. Sus facciones eran un poco similares a las de Amira, pero un poco más duras, lo que le daba un aire imponente. Miró en dirección al balcón de Amira. Su mirada era gélida, sus ojos violetas no dejaban ver ni un rastro de emociones; solo se podía observar frialdad y crudeza, nada más. Sus ojos no mostraban ni una sola pizca de emoción en este hombre.
Amira y aquel hombre hicieron contacto visual por unos minutos. Después, este hombre siguió con su camino e ingresó a la casa.
— ¿Cuánto tiempo seguirás así? — entró a la habitación y siguió mirando a Amira.
— ¿De qué hablas? — dijo sin voltearlo a ver — Yo estoy bien.
— ¿En serio? — volteó a verla directo a los ojos — Siempre que te veo estás en esta misma habitación y no dejas de mirar por la ventana — dijo con el ceño fruncido.
— Aron yo… — soltó un suspiro y negó con la cabeza — Olvídalo — dijo mirándolo a los ojos — ¿Cómo está mamá?
— Está bien, igual que siempre — dijo con un tono cortante.
— ¿Y qué haces aquí?
— ¿Acaso no puedo verte? — se sentó junto a ella.
— ¿Por qué lo harías?
— Porque eres mi hermana — respondió secamente —. Además… Me preocupo por ti.
Amira lo miró fijamente con extrañez; Aron se dio cuenta de esto y soltó un largo suspiro. Aun con una expresión seria, él dijo:
— Sé lo que parece, pero realmente me preocupas, no supe nada de ti por meses.
— Lo sé y lo siento, pero no te preocupes; no creo que vuelva pasar — miró al fondo de la habitación.
Aron miró a Amira sin creerle; después, miró en la misma dirección que Amira. En un rincón de la habitación se encontraba una pintura en la cual se miraba un jardín de nomeolvides color azul con dos personas en el centro. Aron no podía reconocer a las personas dentro del cuadro.
— ¿Por qué miras eso como si esperaras que algo saliera de ahí? — miró nuevamente a Amira.
— Quizá es lo que espero, pero eso no sucederá — se levantó de la silla del balcón y entró a la habitación —. Estoy convencida de que no fue real — murmuró.
— ¿Qué no fue real?
— Nada, olvida lo que dije.
— Será difícil.
— No lo será, algún día se olvidará — Amira dijo más para sí misma.
Había pasado casi un mes, pero no podía olvidar lo que había vivido. Aún seguía convenciéndose a sí misma de que fue algo que nunca pasó, pero el recuerdo seguía ahí. Ella sentía como si pudiese volver a ese lugar. Todavía recordaba el bullicio de aquel gran salón; se veía tan animado. Ella observaba ese lugar desde aquel balcón. El rey se encontraba adentro, destacaba. Parecía que había hecho contacto visual con ella o, en realidad, había sucedido así. Miraba a través del vidrio; el rey parecía sonreír.
Ella portaba un largo vestido color verde aqua. Su expresión fue de sorpresa, pero, al final, una sonrisa se mostró en su rostro. Tenía una sonrisa tan radiante como en ese baile hasta el anochecer.
Comments (0)
See all