A pesar de lo que había ocurrido en casa de Bruno, ambos decidieron hacer la vista gorda y concentrarse en terminar el proyecto. No mencionaron lo sucedido, ni siquiera de manera indirecta. Era un acuerdo silencioso, una tregua frágil que ninguno estaba dispuesto a romper. Sin embargo, por más que lo intentaran, las miradas se volvían demasiado largas, demasiado intensas, como si sus ojos traicionaran lo que sus labios se negaban a decir.
Los días avanzaron con una normalidad forzada. Se encontraban en la biblioteca, en la cafetería del campus, incluso en los pasillos, revisando los últimos detalles de la presentación. Todo se reducía a discusiones sobre contenido, ajustes en las diapositivas y ensayos de exposición. El contacto se limitó a lo estrictamente necesario, aunque las manos de Bruno temblaron más de una vez cuando, por accidente, rozó las de Iván al intercambiar apuntes.
Y entonces llegó el día de la presentación.
Ambos se plantaron frente a la clase con la misma actitud confiada que solían exhibir, como si nada hubiera cambiado. Expusieron con precisión y fluidez. Incluso trabajaron en sincronía, algo que semanas atrás habría sido impensable para todos los presentes. Cuando todo terminó y recibieron las felicitaciones de la profesora, se dieron cuenta de que ya no había excusas. Se acabaron los encuentros, los estudios en conjunto y las razones para tratarse con amabilidad. Se suponía que ahora podían volver a lo de antes: a la indiferencia, a la hostilidad contenida. Iván debía seguir siendo el idiota insufrible, y Bruno, el "roba novias" maricón. Pero no lo hicieron.
El vacío se instaló en el pecho de ambos como un peso insoportable. Iván lo sintió mientras guardaba sus cosas en la mochila, evitando mirar a Bruno. Y Bruno lo supo cuando se despidió sin entusiasmo, cuando salió del aula sintiendo que le faltaba algo.
Ellos se estaban extrañando incluso antes de separarse por completo. Aún faltaban dos semanas para que el cuatrimestre llegara a su fin, pero, aun así, la idea les revolvía el estómago.
Durante ese tiempo, Bruno había mantenido el contacto con Tomás. Mensajes de vez en cuando, conversaciones triviales, planes que nunca se concretaban. Pero nada más. Porque cada vez que pensaba en dar un paso más, la imagen de Iván se colaba en su mente con su mirada encendida, con el recuerdo de aquel instante en que lo tuvo entre sus brazos, y eso lo confundía más de lo que quería admitir. No podía olvidar ese beso. Y no podía contarle a nadie lo que había pasado.
Aún recordaba que fue durante una tarde cualquiera, rodeado de sus amigos en un café, cuando Sebastián sacó a relucir una información inesperada. Después de lo que había pasado con Iván en su casa, Bruno había olvidado el plan de sus amigos de investigarlo. Pero esto realmente lo dejó boquiabierto.
—No vas a creer esto, pero fuiste a la misma preparatoria que Iván —soltó Sebastián con un tono casual.
Bruno frunció el ceño.
—¿Qué? —preguntó, sorprendido.
—Sí, Sebastián encontró una foto escolar —intervino Camilo, emocionado—. Y no lo vas a reconocer.
Sebastián deslizó su celular sobre la mesa y Bruno lo tomó con curiosidad. Al ver la imagen, sintió un pequeño vuelco en el estómago. En la foto, un chico mucho más delgado y bajo que el actual Iván sonreía tímidamente. Su cabello era de un castaño oscuro y usaba unas enormes gafas que lo hacían ver casi adorable.
—No tengo muchos recuerdos de la preparatoria —admitió Bruno, pasmado.
—Yo sí —dijo Camilo con un deje de nostalgia—. No lo reconocí de inmediato, pero no puedo creer que sea la misma persona. Iván era tímido y lindo en esa época.
Bruno volvió a mirar la foto con atención. Su mente se resistía a conectar la imagen con el Iván que conocía ahora: seguro de sí mismo, arrogante, siempre al mando de la situación. ¿Qué había pasado en su vida para cambiar tanto?
Sintió una punzada extraña en el pecho. Quizás, sin quererlo, había empezado a querer entenderlo más de lo que le gustaría admitir. Pero lo que más le sorprendió fue que Iván no le hubiera dicho nada al respecto. Bruno no había cambiado mucho desde entonces, es más, fue en su escuela donde se había mostrado más “liberal”, por lo que tenía miedo de serlo en la universidad. Sabía cuáles podían ser las consecuencias y no quería volver a experimentarlas.
—Espera un momento… si él me conoce desde entonces…
—Seguro es un despistado como tú. Además, tú traías el cabello más arreglado —lo tranquilizó Camilo, jugando con un mechón de su cabello largo—. Dudo que realmente sepa que eres gay.
—No olvides que es un idiota. Jay me dio esta información porque él también estudió ahí, pero no porque Iván supiera que ese Bruno es este de aquí —le aseguró Sebastián—. Lamento no haber averiguado algo más útil.
—¡No, no! Esto es genial, nunca lo hubiera imaginado.
Bruno no podía dejar de pensar en Iván. La última vez que se vieron, después de recibir la calificación de Ciencias de la Tierra, se sintió afligido. Tampoco lograba borrar de su mente la imagen de su antiguo yo en la preparatoria, una sombra persistente que lo atormentaba sin tregua. Se lamentaba de no haber hablado con Iván en aquel entonces, de no haberle hecho las preguntas cuyas respuestas aún anhelaba: ¿En qué momento cambió tanto? ¿Cuánto tuvo que pasar para transformarse en la persona que soy hoy?
Esas dudas lo perseguían incluso mientras caminaba por los pasillos de la universidad. No fue hasta que escuchó su nombre que logró apartar sus pensamientos de Iván.
—Bruno.
La voz de Tomás lo sacó de las nubes. Al girarse, lo encontró apoyado contra la pared con una sonrisa confiada.
—Justo te estaba buscando.
Bruno parpadeó, sorprendido. Aunque mantenían el contacto, no se habían visto demasiado últimamente. Y, sin embargo, la forma en la que Tomás lo miraba ahora era diferente. Más atenta. Más interesada.
—¿Para qué me buscabas? —preguntó con curiosidad.
Tomás se apartó de la pared y se acercó con tranquilidad.
—Pensé que podríamos tomar un café. Ya sabes, algo relajado, sin los chicos de por medio. Solo tú y yo antes de los exámenes.
Bruno lo observó por un momento. Tomás era guapo, amable y siempre había sido un buen amigo. Cualquier persona en su lugar habría dicho que sí sin dudarlo y, sin embargo, en su mente aún estaba Iván: su cambio, sus expresiones y sus malditos labios.
Al parecer, Tomás notó la duda en su mirada perdida, porque tomó una de sus manos con delicadeza, como si sostuviera la flor más frágil de todas.
—¿Te parece bien ahora? —insistió, inclinando la cabeza con interés.
Bruno se obligó a sacudir esos pensamientos y le sonrió. Tenía que dejar de pensar en Iván cuando ya nada los unía. Ya no existían razones para estar cerca de él.
—Sí, suena bien. Vamos.
Pero la incertidumbre lo acompañó incluso cuando aceptó la invitación de Tomás para tomar un café. No era exactamente una cita, pero el tono con el que Tomás le hablaba últimamente dejaba en claro su creciente interés.
Bruno intentó relajarse, responder con su habitual ligereza, pero su mente estaba en otro lado. La conversación transcurría sin que realmente la procesara. Reía en los momentos adecuados, asentía, pero no estaba ahí. Se le hizo eterno.
Al salir del café, Tomás se detuvo frente a él con una sonrisa algo nerviosa. Bruno sintió alivio de que finalmente acabara; no tenía ánimos de hacerlo más largo.
—Me la pasé bien —dijo Tomás, buscando su mirada—. ¿Te veré el fin de semana?
Bruno quedó completamente paralizado. Creía que había sido evidente que ya no estaba conectando con esa extraña relación que habían creado. Y cuando estaba a punto de responder, sintió las manos de Tomás sujetando su rostro con suavidad. Entonces, antes de que pudiera pensarlo demasiado, lo besó.
No lo rechazó de inmediato, pero tampoco respondió con entusiasmo. Algo dentro de él no encajaba. No era que el beso fuera malo, ni que Tomás no le gustara, pero no sentía ese ardor en el pecho, esa pasión especial que lo hiciera perderse en el momento.
Cuando Tomás se apartó, Bruno solo pudo esbozar una pequeña sonrisa de cortesía que no llegó a sus ojos.
—Nos vemos luego —dijo, sin comprometerse.
Y se fue sin mirar atrás.
No había avanzado demasiado cuando escuchó una voz cargada de veneno.
—Qué puto asco.
Bruno levantó la mirada de inmediato y sintió el estómago encogerse al ver a Iván parado a pocos metros, con una expresión de puro desdén. Su postura era rígida, los puños cerrados a los costados, y su mirada irradiaba furia contenida.
—¿Qué te pasa? —preguntó Bruno, frunciendo el ceño.
Iván soltó una risa seca, llena de desprecio, y lo miró de arriba abajo como si no fuera más que basura.
—Así que mientras Garam te espera como una idiota, tú te entretienes con su mejor amigo jugando a los maricones.
Bruno sintió un chispazo de indignación.
—¿Perdón? ¿Entonces si tú me besas es válido? —le reprochó, acercándose más hasta quedar frente a él—. ¿O se te olvidó que besaste a este maricón? ¿Hasta cuándo pensabas hacerte el idiota?
—No es lo mismo.
Ni siquiera podía mirarlo a los ojos, y eso solo irritó más a Bruno.
—Tienes razón, no es lo mismo, porque tú no eres más que un maricón de clóset y Tomás no.
—¿Y acaso tú no lo eres? ¿No estás engañando a Garam? No eres más que un hipócrita —escupió Iván, clavándole una mirada que lo atravesó por completo.
Bruno sintió un nudo apretarse en su pecho, pero antes de que pudiera responder, Iván ya se había girado y se alejaba con pasos furiosos, dejándolo con un amargo sabor en la boca.
La ira en los ojos de Iván era palpable, casi abrasadora, pero más que eso, Bruno notó algo más: decepción.
—¿Garam? —Bruno frunció el ceño, incrédulo—. ¿Quieres saber si a Garam le importa?
—No te hagas el inocente —escupió Iván, volteando apenas para mirarlo de reojo—. ¿Me vas a decir que no estás jugando con ella mientras te besas con ese idiota?
Bruno estaba cansado, harto de la confusión, del caos que Iván traía consigo cada vez que aparecía. Pero, sobre todo, estaba harto de que asumiera cosas sin saber. Estaba agotado de mentirle, de cargar con el papel del villano en sus ojos. Ya no quería que lo juzgara, ya no podía más con esto, y lo lamentaba por su prima, pero el cuatrimestre estaba a una semana de terminar.
—Garam es mi prima, imbécil —soltó de golpe, con una mezcla de frustración y agotamiento—. Nunca fuimos pareja. Nunca pasó nada entre nosotros. ¿De verdad creíste que yo haría algo así?
El silencio que cayó entre ellos fue abrumador. Iván se quedó inmóvil, como si su cerebro intentara procesar lo que acababa de escuchar. Sus labios se separaron ligeramente, pero no dijo nada. Solo parpadeó, aturdido, como si de pronto todo su mundo se hubiera sacudido de manera violenta.
Bruno bufó, pasándose una mano por el cabello, sin saber si reír o gritar.
—Eres un idiota. Solo espero que ahora te limites a no meterte más en mi vida, imbécil —murmuró, sin enojo esta vez. Solo cansancio.
Iván no respondió. Solo se quedó ahí, en silencio, sin saber qué hacer con la verdad que acababa de recibir. Su expresión, antes desafiante, se desmoronó en pura confusión. Bruno lo miró con una mezcla de incredulidad y expectación. No sabía qué reacción esperaba, pero ver a Iván tan desarmado le provocó algo indescriptible.
Iván bajó la mirada, sintiendo cómo todo en su interior se desordenaba. ¿Todo este tiempo se habían estado burlando de él? ¿Por qué le importaba tanto? Y, lo peor de todo… ¿qué significaba el extraño alivio que sintió en el pecho al escuchar la verdad?
Pero no pudo reprochar nada, porque, aunque él seguía ahí, Bruno se fue sin mirar atrás.
Había dejado que la ira hiciera la brecha entre ellos aún más grande, cuando, en realidad, lo estaba buscando con una excusa vaga para acercarse nuevamente. No se había sentido bien después de terminar el proyecto. No cuando sus sospechas de que Bruno era el mismísimo @bear_03 se volvían más sólidas y fuertes.
¿Cómo iba a recuperar lo poco que había construido con él después de todo lo que le dijo?
Estaba celoso. Los celos lo habían cegado y ahora no tenía respuestas, solo un caos de emociones que lo dejaban sin aliento.
—¿Iván? —escuchó una voz que lo trajo de vuelta a la realidad.
—Mauro…
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