Bruno apoyó el codo en la mesa y reprimió un suspiro. La tarde se le estaba haciendo eterna.
Había intentado mentalizarse antes de llegar, recordándose a sí mismo que trabajar con Iván era una obligación y que, cuanto antes terminaran el proyecto, antes podría volver a su vida sin tener que lidiar con él. Sin embargo, nada en su preparación mental lo había preparado para lo insoportable que podía ser.
—¿Puedes dejar de escribir como un niño? —Iván frunció el ceño y señaló la pantalla de la laptop—. Dijimos que te concentrarías más en esto y dejarías de estar en las nubes.
Bruno lo miró con incredulidad. Realmente se estaba esforzando, aunque, al parecer, para el rubio nada era suficiente. Aún no entendía cómo aquel oxigenado era el mejor en todas las materias, siendo que su apariencia estaba lejos de parecer la de un nerd.
—Cállate.
—Pero es que… no puedes ser tan torpe —replicó Iván, girando la laptop hacia él para corregir la parte en disputa—. No quiero que suene como un ensayo escolar.
Bruno apretó la mandíbula. Desde que habían llegado a la biblioteca de la universidad, Iván se había tomado el proyecto como si estuvieran escribiendo una obra maestra en lugar de un simple análisis. Cada sugerencia suya era descartada con una crítica o una corrección pasivo-agresiva.
Y lo peor de todo era que, por más que quisiera negarlo, muchas veces tenía razón.
Lo odiaba. Odiaba que Iván supiera estructurar ideas mejor que él, odiaba que tuviera esa maldita facilidad para argumentar y odiaba, sobre todo, la forma en que sus ojos se iluminaban cuando hablaba de algo que le interesaba. Como si, por unos instantes, dejara de ser un idiota insufrible y se convirtiera en alguien con quien Bruno podría disfrutar trabajar.
Pero eso era un error. No estaban ahí para entenderse ni para congeniar. Solo necesitaban terminar y salir de la vida del otro. No debía olvidar las palabras de Garam ni los días en los que Iván lo había molestado injustamente. No debía dejarse engañar solo porque ahora fuera más civilizado a la hora de tratarlo.
—Si tanto te molesta, hazlo tú solo —bufó Bruno, cruzándose de brazos.
—¿En serio? —Iván lo miró con una mezcla de burla y desafío—. No pensé que te rendirías tan fácil, maricón.
—No me estoy rindiendo, imbécil. Solo no veo el punto en seguir discutiendo contigo.
Iván entrecerró los ojos, como si intentara descifrar si Bruno hablaba en serio o solo quería molestarlo. Finalmente, suspiró y deslizó la laptop de vuelta hacia él.
—Podemos intentarlo a tu manera, pero si queda mal, lo corregimos.
Bruno no supo si la concesión lo irritó más o si lo sorprendió. Se obligó a concentrarse en la pantalla. No iba a dejar que Iván se diera cuenta de que, por un segundo, casi lo había agradecido. De alguna forma, comenzó a sentirse más cómodo a su lado y le gustaba el hecho de olvidarse de todo lo demás cuando estaban trabajando.
Iván apoyó la espalda en la silla y observó a Bruno escribir. Era extraño. Desde que habían empezado a trabajar juntos, había esperado que Bruno fuera un desastre. Lo había catalogado como alguien desordenado, impulsivo y sin paciencia para los detalles. Pero se había dado cuenta de que tenía una forma particular de hacer las cosas, incluso si chocaban con las suyas.
Lo que más le frustraba no era que discutieran. Era que, de alguna forma, disfrutaba hacerlo. Las reacciones de Bruno eran inmediatas, como si todo en él funcionara a base de instinto. No se quedaba callado, no se intimidaba y, aunque se molestara, volvía a intentarlo. Lo desconcertaba porque no era como los demás.
Pero había algo… había algo más que le llamaba la atención. No, no era el puente de su nariz perfecto ni esos jugosos labios que Bruno mordía cuando se concentraba demasiado. Era algo de lo que no se atrevía a hablar, pero poco a poco comenzó a prestarle atención. La voz, su manera de hablar y su forma de expresarse. Las coincidencias lo estaban volviendo loco.
Recordó, de repente, aquellas noches frente a la pantalla de su computadora. Las conversaciones anónimas en aquel foro de Dark Paradise, donde pasaba horas discutiendo sobre sus bandas favoritas con un usuario que parecía entenderlo mejor que nadie. "@bear_03". Durante meses, había sentido una conexión extraña con esa persona. Lo conocía sin conocerlo, le gustaban las mismas cosas, compartían opiniones casi idénticas. Pero, un día, él lo arruino todo y desapareció, dejándolo con una sensación de vacío que nunca quiso admitir.
Iván apartó la mirada y se concentró en la pantalla. No tenía sentido seguir pensando en eso. Bruno intentó hacer lo mismo, pero su atención se desviaba constantemente hacia Iván.
Habían pasado más de dos horas desde que comenzaron a trabajar, y a pesar de las discusiones, el proyecto avanzaba. Iván tenía esa forma de estructurar ideas con precisión, de hilar conceptos como si tuviera un mapa mental perfectamente trazado. Pero lo que realmente empezó a llamar la atención de Bruno no era su inteligencia, sino la forma en que se comportaba cuando creía que nadie lo miraba.
Había pequeños gestos, el modo en que sus labios se fruncían en una línea cada vez que dudaba sobre algo, la forma en que se pasaba la mano por el cabello cuando estaba frustrado y cómo apretaba su mano sobre la mesa cuando intentaba contener una respuesta sarcástica.
Pero lo que más lo intrigó fue el instante en que Iván se quedó en silencio mientras revisaban una parte del análisis. Se había inclinado sobre la laptop, pero en lugar de leer, su mirada se quedó fija en la pantalla, perdida en algún punto que Bruno no podía ver. Por un segundo, toda la actitud arrogante y confiada desapareció, dejando entrever algo que no cuadraba con la imagen que proyectaba.
Bruno se quedó observándolo sin darse cuenta, hasta que Iván parpadeó y volvió a la realidad.
—¿Qué? —preguntó, notando su mirada.
El castaño se encogió de hombros.
—Nada.
Iván lo miró con desconfianza, como si supiera que estaba pensando en algo que no decía en voz alta, pero no insistió. Bruno volvió a bajar la vista al teclado, pero la sensación de extrañeza permaneció. Había algo en Iván que no terminaba de encajar y ahora, por alguna razón, quería entender qué era.
Bruno no era del tipo de personas que se dejaban llevar fácilmente por impulsos. O al menos, le gustaba pensar eso. Pero no pudo dejar de pensar en él desde esa noche en que había estado a punto de fallarse a sí mismo.
Se vio de nuevo en su habitación, con la pantalla de su laptop reflejando el logo de Dark Paradise en la penumbra. Sus dedos rozaban el teclado, su respiración era superficial, sus pensamientos, una maraña enredada entre la nostalgia y el anhelo.
Todo habría terminado en un simple clic. La hubiera cagado por completo si no hubiera sentido la vibración de su celular, que aún guardaba en su chaqueta. La pantalla iluminó la oscuridad con una notificación de Instagram. Un mensaje privado de Iván que, por un instante, su mente tardó en procesar. Pero cuando vio el contenido, una extraña sensación lo recorrió.
"El lunes nos vemos en la biblioteca y el viernes, mejor en casa de alguno de los dos. Tú decides, marica."
El descaro con el que Iván le habló, como si fuera lo más natural del mundo, lo desconcertó, pero lo que más le sorprendió fue su propia reacción. Porque, en lugar de ignorarlo o molestarse, lo que sintió fue alivio. Como si esa simple distracción hubiera sido suficiente para sacarlo de la neblina en la que estaba a punto de perderse. Como si Iván lo hubiera salvado de algo sin siquiera saberlo.
Bruno había contestado casi sin pensarlo con una sonrisa que no podía descifrar.
"En la mía, cachorrito."
Y ahora, días después, mientras lo observaba discutir sobre un punto del proyecto con la misma arrogancia de siempre, no podía evitar preguntarse: ¿Por qué, de entre todas las personas, había sido él quien lo sacó de ese momento? Y peor aún… ¿por qué sentía que no le molestaba tanto?
Bruno no esperaba que la noticia causara tanto revuelo, pero sintió que era sumamente necesario reunirse a solas con sus amigos. Él también estaba asustado de recibir a Iván en su casa. Lo más probable era que estuviera a solas con él y no tenía mucho tiempo para prepararse mentalmente para tal acontecimiento.
—¿Perdón? —Sebastián dejó su vaso de café a medio camino hacia su boca—. ¿Dijiste que Iván va a tu casa?
—Sí. El viernes —respondió Bruno con indiferencia, removiendo su bebida con la pajilla—. Es para el proyecto. No es como si me emocionara.
Camilo lo miró con una ceja alzada. Aunque era el más lento de los tres, no era tan ciego para notar el cambio de expresión corporal de Bruno a la hora de hablar de Iván. Y eso no le gustaba nada; si realmente lo que pensaba era verdad, se oponía a que sucediera.
—No sé si quiero a ese tipo en tu casa, Bru.
—¿Y por qué no? —Bruno apoyó la mejilla en su mano, aburrido—. Apenas hablamos fuera de lo necesario, y Garam ya me dijo que estuviera atento. No voy a dejar que me coma.
—No se trata de eso —insistió Sebastián, entrecerrando los ojos—. Pero si ella nos pidió que te cuidáramos, no podemos ignorarlo.
Bruno rodó los ojos. ¿Cómo podría decirles lo que verdaderamente sentía a sus amigos? Era frustrante, pero tenía que buscar la manera de que ellos lo comprendieran para no sentirse completamente solo en esto.
—Dijo que le avisara si pasaba algo raro, no que se armaran un comité de vigilancia.
Camilo cruzó los brazos y le sostuvo la mirada. Bruno mordisqueó sus labios de los nervios.
—Dices eso, pero estás consciente de que el tipo no es trigo limpio.
—No puedo creer que… —Sebastián lo miró con incredulidad, también lo veía venir.
—Lo que no entiendo es por qué de repente todos se ponen a la defensiva —bufó Bruno—. Es un imbécil, sí, pero no me ha hecho nada demasiado malo.
Sebastián resopló e intentó contar hasta diez para no perder por completo la paciencia.
—¿Cómo que nada, Bruno Lombardi? —cuestionó en un tono severo y colocó ambas manos sobre la mesa mientras veía fijamente a su amigo, que le esquivaba la mirada—. Él te estaba hostigando por ser el 'novio' de Garam, ¿o se te está olvidando? No es ningún santo. ¿Cómo puedes meter al tipo que te estuvo acosando por casi dos meses en tu casa y pretender que nosotros aplaudamos que ahora, de la nada, se comporte bien contigo?
Bruno frunció el ceño, irritado, porque aunque no quería admitirlo en voz alta, sabía que Sebastián tenía razón. Pero él sentía algo diferente. Realmente tenía una corazonada de que Iván tal vez no era tan malo como parecía. No negaba que era un completo idiota.
—No es que lo odiemos, pero algo no nos cuadra —trató de consolarlo Camilo, a lo que Sebastián lo fulminó con la mirada. Siempre era Camilo quien cedía a los caprichos de Bruno.
Bruno apretó los labios. Camilo apoyó un codo en la mesa y sonrió con astucia.
—¿Y si hacemos un poco de investigación?
—Ni lo pienses —cortó Sebastián de inmediato.
—Ay, por favor. Solo queremos saber qué hay detrás de ese tipo, ¿verdad? No vamos a hacer nada malo.
—Estás completamente loco —masculló Bruno, pero el brillo en sus ojos le dejó claro que ya tenía sus propios planes y lo peor era que, aunque lo negaba, una parte de él quería saber qué podían averiguar.
Entonces, el teléfono de Sebastián vibró. Era una llamada de Elías. Tanto Bruno como Camilo le dieron una mirada acusadora, pero el cortó rápidamente.
—No es lo que piensan —se excusó y cambió totalmente de tema, ideando un plan con Camilo para averiguar más sobre Iván. Sabía que podía usar sus contactos, tanto Elías como Jay, para obtener esa información que Bruno necesitaba. Pero sí, odiaba meterse y ser la carnada para que esos dos imbéciles ratas de atletismo confiesen.
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