Bruno llegó al cine unos minutos antes de la hora acordada. Se revisó en la cámara del celular, despeinó su flequillo y luego lo acomodó de nuevo. No es que estuviera nervioso, o al menos eso quería creer, pero Tomás era definitivamente su tipo y no quería arruinarlo con su cara de cansancio.
Leer todos aquellos libros con Iván había sido agotador, al punto de cuestionarse si había sido una buena idea aceptar salir un viernes. Consideró cancelar. Era demasiado perezoso como para hacer dos actividades que demandaran tanto tiempo en un solo día. Pero entonces, cuando levantó la vista, lo vio.
Tomás se acercaba con paso relajado, las manos metidas en los bolsillos de su chaqueta de mezclilla y una sonrisa ladeada que lo hacía ver aún más atractivo. Su cabello rojo borgoña brillaba bajo las luces del centro comercial, y sus ojos almendrados se afilaron con diversión al notar la mirada de Bruno sobre él.
—Espero no haberte hecho esperar mucho. Estás muy hermoso, Bru —saludó, inclinándose un poco en un gesto exageradamente teatral.
Bruno rodó los ojos, pero no pudo evitar sonreír. Tomás parecía otra persona. No solía decir ese tipo de cosas cuando estaban en la universidad. Siempre había parecido un chico tímido o, tal vez, le intimidaba la personalidad ruidosa de Camilo.
¿Lo notaba más libre?
—No seas tonto, llegaste justo a tiempo.
Tomás soltó una leve risa y, sin preguntar, pasó un brazo sobre sus hombros con naturalidad. Bruno se sintió algo cohibido. No era que no se conocieran, claro, pero entre ellos no era habitual ese tipo de contacto. No parecía Tomás… pero no le disgustaba.
—¿Ya pensaste qué película quieres ver?
—¿Crees que iba a elegirla solo? —dijo, inclinando la cabeza hacia él—. Primero veamos la cartelera juntos.
Mientras caminaban por el cine, Bruno se dio cuenta de que la química entre ellos fluía con facilidad. Se sentía cómodo. Se llevaban bien por chat y en persona no era diferente. Tomás era carismático, tenía esa vibra de chico de teatro que hablaba con todo el cuerpo y que hacía que incluso lo más simple pareciera interesante.
Sin embargo, mientras Tomás hablaba sobre cómo había convencido a su profesor de dirección para cambiar la obra de final de cuatrimestre, Bruno no podía dejar de pensar en otra cosa. O más bien, en otra persona.
Qué molesto, pensó.
Por más que intentara concentrarse en la cita, la imagen de Iván volvía a su mente con una facilidad irritante. Lo veía frunciendo el ceño, con esa mirada filosa de fastidio, la mandíbula tensa y los labios apretados en una línea delgada.
No quería admitirlo, pero Iván se veía ridículamente guapo cuando estaba molesto.
Bruno resopló, sacudiéndose el pensamiento, y enfocó su atención en Tomás, quien lo miró con curiosidad.
—¿Qué pasa?
—Nada —respondió Bruno rápidamente, obligándose a sonreír—. Solo estaba pensando en qué película deberíamos ver.
—Mmm… —Tomás entrecerró los ojos con fingida sospecha, pero no insistió—. Bueno, espero que sea algo que me haga quedarme pegado a la butaca.
—Te aseguro que sí.
Bruno rió, tratando de relajarse, pero en el fondo de su mente seguía latiendo una verdad incómoda. Por mucho que intentara ignorarlo, por mucho que Tomás fuera su tipo… su corazón parecía inclinarse en otra dirección. Y eso le preocupaba más de lo que estaba dispuesto a admitir.
Iván llevaba las manos en los bolsillos de la sudadera mientras caminaba por el centro comercial sin un rumbo fijo. No era su plan salir cuando el sol se estaba ocultando, pero Mauro lo había arrastrado hasta allí con la excusa de “despejar la mente”.
No entendía por qué lo necesitaba. En teoría, no tenía nada en qué pensar, pero su cabeza no paraba. Estaba seguro de que Mauro solo quería saber cómo le había ido con Bruno en la biblioteca y, aunque se negaba a hablar al respecto, lo cierto era que no había pasado nada espectacular.
Desde que Bruno prácticamente salió corriendo al terminar el estudio, Iván se había sentido extrañamente inquieto. No es que le importara lo que hiciera después. ¿O sí?
Apretó la mandíbula. Se repetía que solo le molestaba la actitud del castaño. Ni siquiera se había despedido bien, solo recogió sus cosas y se marchó como si tuviera algo mucho más interesante que hacer. Y, claramente, lo tenía, pensó con amargura.
También extrañaba jugar largas horas en su computadora. De hecho, hoy tenía pensado volver a entrar a ese estúpido juego del que había huido por días. Le daba temor enfrentarse al desastre que había dejado, pero el juego no tenía la culpa. Extrañaba las batallas, la diversión, la creación de aldeas. Pero sus amigos jamás entenderían ese sentimiento, porque ellos vivían y respiraban para el deporte, y él… él solo había sido arrastrado por Jay, quien vio potencial en él cuando iban a la preparatoria. Y gracias a eso, hoy estaba donde estaba.
Suspiró, con el ceño fruncido, mientras seguía a Mauro por los pasillos del centro comercial.
—¿Por qué caminas como si quisieras golpear a alguien? —preguntó su amigo con una media sonrisa.
—No jodas ahora —bufó Iván.
Mauro se rió, pero no insistió.
Justo cuando doblaban hacia la zona de cines, Iván se detuvo en seco. Su cuerpo se tensó al verlos. Bruno y Tomás estaban en la fila del Candy, demasiado juntos para su gusto. El pelirrojo tenía una sonrisa confiada mientras hablaba, inclinándose un poco hacia Bruno, que, para colmo, le seguía el juego con una expresión divertida.
No sabía qué lo irritaba más: si la forma en la que Tomás lo miraba o la manera en que Bruno se dejaba mirar. Un calor extraño le subió al pecho, como si algo se revolviera en su interior. No entendía nada.
Siempre se había burlado de Bruno, siempre le había dicho maricón solo para molestarlo. Pero nunca pensó demasiado en lo que significaba, en si de verdad lo era o en si a él le debería importar. Podrían haber quedado como amigos, pero estaba seguro de que no era el caso. Ahora lo veía allí, claramente interesado en Tomás, y sintió algo que no supo nombrar.
Sus ojos se desviaron inconscientemente a los labios de Bruno, que se curvaban en una sonrisa mientras Tomás le decía algo al oído. La forma en que inclinaba la cabeza, el brillo en sus ojos…
Se sintió enfermo.
¿Qué carajos estás haciendo?, pensó, sintiendo una furia crecer en su interior.
Debería estar molesto por Garam, ¿no? Debería estar indignado porque lo dejó por alguien como Bruno. Pero cuando intentó convencerse de eso, solo sintió una punzada molesta en el estómago, porque la verdad era otra.
No le dolía por Garam. Le molestaba ver a Bruno con alguien más.
Iván apartó la mirada con un gruñido bajo, sintiendo una presión absurda en el pecho. No podía gustarle un maricón. No podía sentir esa molestia porque, si no, significaría que él también estaba enfermo.
—¿Iván? —preguntó Mauro, notando su expresión.
—No pasa nada. Vámonos de aquí.
Se dio media vuelta antes de hacer algo estúpido. Antes de seguir viéndolos. Antes de enfrentar lo que realmente sentía.
Pero ni siquiera alejándose lograba sacudir la sensación en su pecho. Sentía la piel arder con una incomodidad insoportable, como si acabara de presenciar algo que no tenía derecho a afectar su humor. Era absurdo. Irracional.
Y, sin embargo, la imagen de Bruno con Tomás seguía clavada en su mente como una espina que no podía arrancarse.
Bruno salió del cine con una ligera sonrisa en los labios. Su salida con Tomás había sido mejor de lo esperado: coqueteos sutiles, química innegable y una sensación de novedad que le hacía bien. Se sentía satisfecho consigo mismo por atreverse a explorar otras opciones, en lugar de seguir perdiéndose en lo virtual como había hecho últimamente. Sin embargo, mientras caminaba hacia casa, su mente insistía en desviarse hacia otra persona, y ahí fue cuando pensó que tal vez la vida real también era demasiado complicada.
Por Iván.
Sacudió la cabeza. No iba a arruinar su noche pensando en él. No era justo que se hiciera esto. No tenía el más mínimo sentido seguir sintiendo curiosidad por un tipo tan desagradable.
Justo entonces, su celular vibró y vio el nombre de Garam en la pantalla. Suspiró antes de responder; por la hora, esperaba que no se tratara de nada grave.
—¿Qué pasa, prima?
—¿Puedes hablar? —preguntó ella, con un tono más serio de lo habitual.
Bruno frunció el ceño.
—Sí. ¿Va todo bien?
Hubo un breve silencio que para él se sintió eterno antes de que ella suspirara.
—Quiero hablarte sobre Iván.
Bruno se detuvo en seco en la acera y puso los ojos en blanco. ¿De verdad se trataba solo de Iván? Por un segundo, se había preocupado de verdad.
—¿Qué pasa con él?
—No te lo dije antes porque no quería hablar del tema, pero nosotros no salimos durante mucho tiempo —confesó Garam.
Bruno sintió una punzada de sorpresa, pero suspiró, cuestionándose a sí mismo si realmente quería seguir escuchando lo que su prima tenía para decirle.
—¿Y por qué debería importarme?
—Porque al principio él era encantador —admitió ella—, pero a pesar de que fue una relación corta, se volvió complicada en cuestión de semanas.
Bruno se pasó una mano por el cabello, intentando procesarlo.
—¿Complicada cómo?
Garam rió sin humor.
—Porque Iván le prestaba más atención a un estúpido juego que a mí.
Bruno arqueó una ceja. No podía empatizar con ella, ya que él también era un adicto a los juegos en línea. ¿En serio eso era todo?, pensó.
—¿Un videojuego?
—Sí, uno en línea. Estaba obsesionado y pasaba horas jugando, incluso cuando hacíamos planes. Lo ignoré al principio, pero al final me di cuenta de que siempre iba a estar en segundo lugar.
Bruno pensó en la forma en que Iván solía distraerse en clase. ¿De verdad era tan tonto como para perder una relación por un videojuego? Tuvo que tragarse una risa para que Garam no lo escuchara, porque al fin y al cabo, ella se estaba abriendo con él. Y él, en su lugar, no podía dejar de imaginarse cómo se vería Iván jugando videojuegos sin descanso.
—¿Eso fue todo? —preguntó con cautela—. Dijiste que hubo algo peor.
Garam guardó silencio unos segundos antes de responder:
—Aún eso…
—Sabes que no quiero ser cruel contigo, pero ¿para esto me llamaste después de mi maravillosa cita con Tomás? —bufó.
—No seas estúpido, me cuesta aún hablar de eso, ¿sí? No sé cómo es contigo cuando están a solas —advirtió Garam—. Y me incomoda que tengan que hacer ese proyecto juntos.
Bruno suspiró. Si iba a contarle las cosas a medias, mejor ni lo hubiera hecho. No lograba entender qué era tan grave como para que Garam le sugiriera alejarse de Iván. ¿Qué podía ser tan terrible?
—No es que tenga opción.
—Lo sé. Pero si se pone raro, avísame, ¿sí?
Bruno no respondió de inmediato. No creía que Iván fuera peligroso, pero algo en la seriedad de Garam lo inquietó. ¿No se suponía que no se había sobrepasado con ella?
—Está bien —dijo al final—. Estaré atento.
—Gracias… y también quería disculparme otra vez por lo que te pedí.
Bruno frunció el ceño.
—¿Por hacerme pasar por tu novio?
—Sí. No fue justo para ti. Solo quería que Iván me dejara en paz… pero nunca debí meterte en esto.
Bruno suspiró, pasándose una mano por la nuca.
—No fue tan grave. Aunque si avanzo con Tomás, tendremos que mantenerlo en secreto.
—Lo siento —repitió ella—. ¿De verdad te gustó salir con él?
—¿Y por qué no habría de gustarme?
—Bueno, tú eres algo especial a la hora de elegir tus chicos.
—No te preocupes tanto, prima. Me las puedo arreglar.
—Lo sé, pero no juegues con mi amigo.
—No molestes, Garam.
Cortaron la llamada y Bruno guardó el celular en su bolsillo. La noche, que antes parecía ligera, ahora se sentía un poco más pesada.
No entendía por qué se sentía tan inquieto. La advertencia de Garam rondaba su cabeza, pero más que miedo, lo único que sentía era una molesta intriga. No debía importarle, no debía pensar en Iván, pero lo hacía. Quizá porque, estaba comenzando a pensar que lo conocía y ahora no estaba tan seguro.
Bruno cerró la puerta de su casa con un suspiro, dejando caer las llaves sobre la mesa de la entrada. Sabía que no había nadie; todos habían ido al cumpleaños de su tía Verónica. La noche había sido buena, debería sentirse satisfecho, pero la conversación con Garam seguía rondando su cabeza.
Se dejó caer en el sofá, mirando la pantalla negra del televisor frente a él. Sus dedos tamborilearon sobre su rodilla, inquietos. No tenía ganas de ver nada. Tampoco de leer. Ni siquiera de revisar el chat con Tomás, aunque seguramente habría un mensaje esperándolo.
Su mente viajó hasta su habitación. Allí había algo que lo esperaba, que ansiaba ser encendido: su laptop y ese estúpido juego que había dejado atrás.
Hacía semanas que no entraba, desde que había decidido alejarse un poco luego de lo que pasó con esa persona. Había sido una distracción necesaria cuando todo lo demás parecía un desastre, pero también una trampa. Un escape que lo había envuelto más de lo que quería admitir.
¿Volver a jugar?
La idea lo tentaba. Extrañaba la adrenalina, la estrategia, la sensación de perderse por horas en otro mundo. Pero, sobre todo, lo extrañaba a él, y eso era lo que más le disgustaba. No quería volver a caer. No quería ver cómo su espacio seguro se convertía en una pesadilla. No iba a sentarse ahí, a las tantas de la noche, preguntándose si @kaisen12 estaría conectado.
Pero antes de darse cuenta, ya estaba en el escritorio. Ya tenía las manos sobre el teclado.
Y la pantalla ya mostraba el logo de Dark Paradise, brillando en la penumbra de su habitación.
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