Micael se animó a sentarse junto a él con confianza. Ya llevaban dos noches encontrándose en secreto, y descubrió que Derek era mucho más interesante de lo que parecía. Le contaba aventuras que tenía en su reino humano, y como a raíz de lo que paso el día de su cumpleaños sus padres suspendieron momentáneamente la idea de casarlo.
El reino de Derek estaba en pánico ante la presencia de seres mágicos como los cisnes. Por ello, había muchos ojos puestos sobre el heredero al trono, pero gracias a Sebastián él podía hurgar en el bosque encantado y encontrarse con Micael. Convenció a sus padres de que no intentaran ingresar al bosque en busca de Ander, y ellos, decidieron no tomar ese tipo de medidas. Por ahora.
—¿Qué tienes ahí? —cuestionó Micael queriendo echar un vistazo dentro del bolso de Derek.
—No seas impaciente, traje muchas cosas. —introdujo una mano dentro, retirando una bolsa de terciopelo rojo y se lo entrego al beta. Olía extraño, asique no se resistió en abrirlo de inmediato. —Son algunas hiervas medicinales de mi reino. La otra vez mencionaste que estas estudiando el arte de las pociones y te traje algunas cosas que pensé que te servirían.
—Vaya... no pensé que lo recordarías.
—¡Claro que sí! Además, estas ayudando a Mateo.
Micael no entendía porque sentía un dolor extraño en su pecho cuando el nombre del cisne blanco salía de los labios de Derek. Aunque intentaba ignorar ese sentimiento negativo, su rostro reflejaba su descontento, y el príncipe lo percibió de inmediato.
—Pero traje algo más para que compartas conmigo esta noche.
Entonces saco dos copas de plata de su bolsa y una botella de ginebra. Micael tomo la botella entre sus manos y la sacudió con curiosidad pensando que tipo de poción seria aquella. Pero Derek, también saco algunos bocadillos salados que ordeno preparar especialmente para el beta.
Era absurdo para el pensar que nuevamente había caído bajo el encanto de un cisne. Pensaba en Micael como un amigo extraño que conoció en malos términos. Pero él era un príncipe inocente enamoradizo, y en el fondo, pese a que Micael solo era un beta, se sentía atraído por su personalidad arisca y esos ojos desconfiados.
No, no era igual a Mateo, pues el cisne blanco brillaba como el sol y Micael era tan hermoso como una noche estrellada. Un cielo nocturno con pocas estrellas, un ambiente silencioso sin perfumes sin impurezas.
En las noches Mateo sufría las secuelas de su celo, aún no estaba satisfecho y, aunque gracias a la poción que Micael le traía todos los días, no perdía la conciencia y aliviaba el dolor hasta hacerlo dormir. El cisne, en su momento de locura, había intentado aliviar su situación por mano propia, pero era imposible y frustrante.
El deseo era infernal.
Por eso, en la tercera noche decidió salir de su alcoba. Si Ander no venía a buscarlo, él iría por él. Los pasillos oscuros e inmensos eran confusos, pero intentaba localizar los ligeros rastros de feromonas del alfa para poder llegar hasta él. De esa manera no era muy difícil, pues luego de varios minutos deambulando como un fantasma, dio con una inmensa puerta negra que desprendía un fuerte perfume exactamente igual al de Ander.
Acaricio la puerta tallada con sus manos y dudo por unos largos minutos antes de atreverse a empujarla con lentitud. Se sorprendió que el rey no la bloqueara con magia.
Ander estaba intentando dormir cuando escuchó cómo su puerta se abría lentamente. Por supuesto que, al ser el rey, estaba a la defensiva las veinticuatro horas por si un día alguien lo traicionaba. Él era un halcón por sobre todas las cosas, así que, al abrir sus ojos, pudo ver la figura de alguien merodeando en su habitación. Se hubiera levantado inmediatamente si no fuera, porque el fuerte aroma de omega en celo lo dejó noqueado.
"Carajos, Mateo" pensó, sin saber cómo reaccionar.
Una parte de él creyó que, si se quedaba quieto el cisne se iría por donde vino, pero no fue así, y Mateo se subió sobre él intentando distinguir si realmente era Ander.
Los cisnes no tenían visión nocturna.
—¿Ander? —susurró palpando el rostro del alfa. —¿Eres tú? —volvió a preguntar utilizando su olfato para sentir aquel exquisito aroma a rosas que se intensificaba con cada toque.
El hechicero suspiró, y chasqueó sus dedos para abrir las cortinas de su habitación. La luz de la luna se filtró, dejando ver el rostro del alfa. Mateo quedo maravillado por el brillo de sus ojos amarillos y el cabello despeinado del rey. Nunca lo había visto tan descuidado.
—¿Qué haces aquí, pollito? —preguntó, tomándolo por la cintura con ambas manos para intentar apartarlo.
—¿Por qué no vienes a verme? —cuestionó inmediatamente dejando que la angustia vibrara en su voz. Se aferró al pecho desnudo de Ander, sin deseos de separarse de él, aunque su rostro reflejaba su vergüenza.
—¿No vas a preguntarme por qué te tengo encerrado? —se burló Ander, y negó con su cabeza sin poder creer que la mayor preocupación de Mateo era que él no estaba ahí con él para acompañarlo.
—No entiendo, no entiendo por qué te extraño si has sido tan malo conmigo. —musitó guardando las lágrimas en sus ojos.
Ander soltó un largo suspiro y se incorporó con él en brazos. Mateo no pudo resistir más y sollozo sentado sobre los regazos del alfa. Sentía un fuerte dolor en su pecho, había pensado mucho desde que despertó sobre la traición, sin embargo, los sentimientos que tenía hacia Ander lo mantenían más confundido y angustiado.
Ander tampoco entendía qué estaba pasando, pero estaba seguro de que el cisne había conquistado su corazón. Lo tomó por las mejillas, eliminando la humedad de ellas con sus pulgares, incluso cuando este seguía llorando.
Mateo era el cisne más hermoso que jamás habían visto sus ojos. Odiaba amarlo, porque significaba que estaba siendo igual que su padre. Un halcón débil ante la belleza de un cisne.
—No llores, alteza, por favor—suplico en susurros, acunando su rostro entre sus manos.
—Es que no puedo entender por qué me siento... no puedo decirlo. —lloró el joven.
—No he ido a verte, príncipe Mateo, porque —maldijo para sus adentros, y sacudió su cabeza con frustración. —me gustas, y enamorarme de ti no estaba en mis planes.
De la sorpresa, Mateo dejó de llorar y lo miró fijamente a los ojos, intentando acomodar todos aquellos sentimientos que Ander había desarmado con tan solo unas palabras.
—Yo... tengo que casarme con el príncipe Derek, él... yo... debía romper el hechizo... —balbuceó nervioso alejándose poco a poco del alfa. —Tu hechizo... —musitó recordando quién era Ander en realidad.
El rey suspiro y presionó la cintura del omega con sus manos, intentando controlar los celos ardientes que crecían en su pecho. No quería herir a Mateo con sus palabras. Ya no quería ser un monstruo para sus ojos.
—Tú ya no puedes casarte con él, Mateo. —dijo seriamente. —Él ya le prometió amor eterno a otra persona.
—Pero mis hermanas... —la desesperación vibro en sus palabras. — ¿Por qué me hiciste esto? —le reprocho.
—Estoy pagando el precio de haber hechizo a un inocente—le dijo con pena.
—No veo que estés pagando nada. —Mateo empujo el pecho del alfa sin mucha fuerza, aunque su celo estaba controlado por la poción, el deseo aun corría por su sangre.
—Me enamore de ti, Mateo.
—Pero me tienes encerrado aquí y ni siquiera vas a verme. —lloriqueo. —Si me hubieras dado una mínima explicación, tal vez yo...
— En verdad estoy arrepentido, Mateo, él ya no puede tomar tu amor, pero si me lo permites aquí y ahora puedo jurarte mi amor eterno. No necesitas conocer a otro hombre.
—¿¡Cómo puedo creer que en verdad quieres romper el hechizo que tú mismo me lanzaste!?—exclamó el omega nuevamente al borde del llanto.
Pero lo peor, era que su instinto deseaba al alfa con fervor. Él lo había buscado precisamente porque necesitaba sus feromonas para tranquilizarse.
— "Si el joven cisne al llegar a su madurez me acepta como su esposo y me entrega su preciado don, el hechizo desaparecerá". Esa fue una de las cláusulas de mi hechizo. —confeso. — ¿Por qué crees que tu madre, la reina, deseaba que encuentres el amor antes de tu madurez? No podía tocarte ante por el contra hechizo de Dinorah, y las veces que lo hice dolió hasta sangrar.
Ander deslizó una de sus manos hasta la nuca de Mateo, y le acaricio con dulzura en lo que se acercó poco a poco a su rostro. —La vez que te bese por primera vez, no te voy a negar, sufrí demasiado, pero en ese entonces ya sabía que estaba cayendo por ti, Mateo, y lo volvería a hacer mil veces.
—Esto no está bien... —jadeó el cisne sin poder despegar su mirada del hombre que lo mantenía completamente cautivado.
—Cásate conmigo, Mateo. Sé, mi esposo —dijo, rozando el ápice de sus narices. Sus cabezas se inclinaron listos para eliminar todo tipo de separación entre ambos. —Un día fui tu problema, pero déjame ser la solución, te lo suplico. Te prometo que puedo revertirlo.
Ander no mentía, no podía deshacer el hechizo con magia, pero si Mateo cumplía dicha cláusula podrían romperlo juntos. El cisne no estaba seguro de si lo que estaba escuchando era verdad, Ander lo había manipulado y mentido pero su madre también lo había hecho para evitar lo que estaba a punto de suceder.
Pero a esta altura de la noche ya no le importaba si estaba siendo engañado, estaba embriagado por las feromonas de Ander y quería creer en su amor.
Mateo tomó la iniciativa al impactar sus labios siendo correspondido al segundo por el alfa. Su lengua se abrió paso entre los hermosos labios del príncipe. El contacto húmedo los hizo temblar a ambos. Ninguno quería ser influenciado por las feromonas, aun así, el instinto era más fuerte.
Emocionado por el ambiente, Ander comenzó a despojar a su amado de las piezas de su pijama de seda. La piel del cisne realmente era tan suave y limpia como sus plumas. No podía explicar lo perfecto que se sentía al tacto. Ander, por primera vez, se aferró al príncipe como si su vida dependiera de ello.
—Mateo —suspiro tras separarse de sus labios para poder apreciar el brillo de sus ojos, el cisne ya no podía soportar el fuego de su celo. Ander quiso recalcar que aún no recibió una respuesta sobre su propuesta, pero Mateo lo dejaba sin aliento.
—Tócame... —le suplicó con la mirada aguada y sus labios hinchados por el reciente beso. Ander ya no podía resistirse al muchacho. Todas estas noches en las que no lo veía, él sentía desde su habitación las intensas feromonas de Mateo.
Él había aliviado su deseo a solas, y tenerlo ahora de frente lo estaba volviendo loco.
—¿Realmente quieres esto, alteza? —acomodó al pequeño cisne en la cama para quedar sobre su cuerpo, la vista era mucho mejor desde arriba. —Si compartes tu ritual de madurez conmigo ya no podrás amar a otra persona, Mateo—le recordó.
Ander realmente quería estar seguro de que el omega estaba en sus cabales para tomar dicha decisión. No iba a obligarlo a ser su esposo, pero rogaba que el muchacho verdaderamente lo aceptara como su amor.
—Me casaré contigo—jadeó el rubio alzando su mano para poder rozar la mejilla del hechicero. —Solo espero que no me engañes... porque yo de verdad creo que comencé a amarte.
La nuca del joven cisne ardió tan fuerte que se quejó por tal extraña sensación. Mateo finalmente le estaba profesando su amor a su destino, él estaba sellando su corazón con el nombre de un solo hombre. Por ello, Mateo se rehusaba a admitir sus sentimientos, porque sabía cómo cisne que si él decía en voz alta que lo amaba y era aceptado, no habría vuelta atrás.
—Me duele —se quejó tocando la parte trasera de su cuello. Ander, preocupado, lo levantó un poco para poder ver la zona afectada, llevando la enorme sorpresa.
—Maldición... —susurró con una sonrisa socarrona al ver por primera vez la pluma dorada tan reluciente como nunca. Sus palpitaciones se alteraron. La emoción invadió su cuerpo.
Él sabía lo que significaba y nunca creyó que aquello que decían sus libros sobre el destino de los cisnes fuera cierto, pero lo estaba viendo con sus propios ojos. Mateo realmente estuvo todo este tiempo esperando a ser amado por él.
—Bastarda —balbuceó por lo bajo, entendiendo por qué su hermana se negaba a que él se relacionara con Mateo desde que apareció en el Lago de los Cisnes.
Ella debía saberlo. No había chance de que se le hubiera pasado por alto. Por eso lo tenía en cautiverio. Ahora todo comenzaba a recobrar sentido para el rey y sus ojos amarillos brillaron con más intensidad.
—¿Qué pasa? —preguntó Mateo preocupado.
—Siempre debiste ser mi amor... —le susurró y dejo un dulce beso en la zona del tatuaje, provocando que el cisne gimiera al contacto.
Mateo en ese momento no entendía a qué se refería, tampoco estaba en condiciones de razonar.
—Ander... —lloriqueó.
—Tranquilo, cariño—murmuró depositando numerosos besos sobre la piel del omega, dejando algunas marcas que adornaran su piel blanquecina. Dejó salir sus feromonas para relajar al príncipe. —Pero no haremos más que esto —dijo con una sonrisa de lado que dejaba ver su hoyuelo.
—¿Qué? —jadeó Mateo avergonzado.
—No puedo tomarte antes del matrimonio. —respondió dejando un último beso sobre los labios de Mateo.
—Pero yo...
—Paciencia, cariño. Te ayudare con feromonas, pero no dejare que lo hagas de esta manera... sin cordura.
Ander se acostó a su lado y lo rodeo con sus brazos. Mateo quien temblaba a su lado comenzó a relajarse cuando el hechicero comenzó a envolverlo en grandes olas de feromonas de rosas. No eran sexuales como las suyas, era un aroma tranquilizador casi como un somnífero.
Él amaba tenerlo entre sus brazos. Amaba ser la única persona que podría satisfacer solo con feromonas a Mateo. Pero más amaba saber que ahora iba a ser suyo durante toda la eternidad porque un cisne no podría ignorar jamás a su destino.
Como su madre.
Mateo cayó en un profundo sueño, y dejo a Ander con un enorme problema. Él también estaba aguantando gracias a las pociones nuevas que Micael probo en él. Que, por suerte, estaban siendo efectivas.
A la mañana siguiente, Mateo despertó solo sobre la inmensa cama del rey. Un sentimiento de tristeza invadió su corazón. Pero entonces, escucho unos pequeños golpeteos en la puerta. El príncipe cubrió su cuerpo con las sabanas y antes de que pudiera responder, Micael entro con un carrito lleno de aperitivos.
—Buenos días, alteza. —saludo con una sonrisa pícara. Mateo inmediatamente enrojeció haciendo reír al beta.
—¿Y Ander?
—Bueno, como sabrás, un rey tiene muchas ocupaciones —respondió Micael con tranquilidad, y tomo asiento sobre la cama. —Él no quería dejarte aquí solo, pero tienes un sueño muy profundo.
—¿Cómo?
—Es casi medio día, alteza.
Mateo lo miro con los ojos desorbitados, y el cisne negro reía por su tierna reacción. Entendía que Mateo había recibido tantas feromonas del alfa que provoco que colapsara hasta dormir. Pero para su alivio, Micael no estaba ahí solo para darle de comer.
—Hay algo en lo que estuve trabajando todo este tiempo.
Micael le enseño un frasco particular con un líquido espeso de un color negro con destellos dorados. No se veía delicioso, pero le generaba mucha curiosidad.
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