En la orilla del lago, Mateo lloraba al sentir que había fallado y que era culpa suya por confiar desde un principio en Ander. Ahora todo comenzaba a tener sentido. La manera en que su madre lo encerraba. Por qué Ander mencionaba cosas extrañas con respecto a sus hermanas cisnes. El motivo por el cual se ocultaba y como su inmenso palacio no muy lejos del lago.
Sin embargo, a pesar de la notable traición, su corazón seguía enamorado del hechicero que lo castigó de pequeño. Le resultaba tan injusto y confuso todo lo que le estaba pasando que deseaba morir para olvidar. Jamás había tenido este tipo de pensamientos.
Era su primer amor.
Su primera decepción.
Sus hermanas más jóvenes lo veían de lejos completamente desoladas. Les dolía ver cómo su príncipe dejaba caer una infinidad de lágrimas. Ninguna se atrevió a preguntar y entre los arbustos pudieron divisar como el príncipe Derek se acercaba montado en un hermoso caballo blanco.
Las féminas no entendían que estaba pasando, y se acercaron a Derek para ayudarlo y cuidar de su corcel.
Pero desde un inicio, quien estuvo observando al omega sin valentía era el rey del suelo el cual pisaban. Podía saborear las lágrimas saladas de su amado desde la distancia. El dolor que sentía por haberle decepcionado le quemaba más que cuando tenía contacto físico con Mateo.
Micael, quien estaba escondido tras su tío, no podía empatizar con el dolor del hombre. Pero sentía una increíble tristeza por él, aunque no se arrepentía de haberle arrebatado la promesa de amor al cisne blanco.
—Mateo, mi querido Mateo, lo lamento mucho —rogó el príncipe, tras bajar de su caballo. Él sí se atrevió a acercarse al cisne y rodeó su cuerpo tembloroso entre sus brazos para darle un cálido abrazo—. Perdóname por favor.
—No lo lamentes, nada de esto es tu culpa, en verdad... —sollozó el joven cisne angustiado—. Te perdono, por supuesto que siempre tendrás mi perdón, pero ya no hay claridad en nuestra unión. Le prometiste amor a otra persona y ahora...
—Puedo jurar mi amor de nuevo —musitó Derek desesperado.
El aire se volvió más pesado de golpe hasta volverse sombrío, los celos de Ander brotaron desde el suelo. Sus hermanas corrieron al lago aterradas. Ellas recordaban esa presencia, jamás habían olvidado al rey. A diferencia de Mateo, las cisnes habían sufrido la visita de Ander con más fuerza cuando vigilaba al cisne. Pero por el hechizo de la reina, no podían hablarle a Mateo del soberano.
—No puedes jurar de nuevo... —dijo Ander con seriedad.
Apareció junto a Micael, que caminaba dos pasos detrás de él. Vapor negro salía del suelo cada vez que daba un paso. Sus feromonas fuertes provocaban malestar en todas las omegas presentes, pues a través de ellas Ander demostraba su ira e impotencia. Odiaba ver al humano cerca de Mateo y, ahora que se sabía la verdad, ya no le importaba hacerlo notar.
—Evidentemente, hay mucho que no conoces de nuestro mundo, humano.
—¡Tú! ¡Tú arruinaste todo! —Derek acusó al cisne negro y se puso de pie dejando salir sus feromonas. Ahora empuñaba la espada que había colgado en su cinturón.
Micael lo miro con temor, y dio varios pasos hacia atrás. Derek apuntaba su arma contra él y el cisne no contaba con magia como el resto.
—Tío... —balbuceó el joven, viendo de reojo a este.
—¿Realmente crees que puedes echarle la culpa a mi sobrino? —se burló el hechicero creando con su magia una espada negra con destellos verdes—. Hazme un favor y vete por las buenas —le advirtió.
—No te tengo miedo, bestia —escupió Derek, desviando su arma hacia el rey.
—En verdad, no deseaba perder mi tiempo contigo —musitó Ander listo para enfrentarse al humano. Él sabía que Derek no tenía oportunidad, pero le divertía burlarse de él tras chocar sus espadas en una batalla injusta.
Micael veía aterrorizado la pelea, sabía que su tío era un hombre poderoso, sin embargo, sentía que algo no estaba bien. El cisne negro veía a Derek con un brillo diferente, y no estaba seguro de si quería que su tío lo atraviese con su espada.
—Él ya no puede casarse contigo, granuja —Ander dijo con orgullo.
—No puedes interferir en nuestro amor —insistió Derek empujando su espada contra la ajena.
Mateo miraba de lejos al cisne negro con curiosidad, pero entonces, cuando este intento acercarse a él, sus hermanas le lanzaron piedras como si fuese la peor escoria del mundo. Ander amaba a su sobrino, no iba a permitir que lo humillen frente a sus narices. La escena lo distrajo por un instante, uno que Derek aprovechó para correr hasta Mateo nuevamente.
Intento tomar su mano, pero el cisne rechazó el contacto. Estaba asustado por las feromonas de ambos. Era sofocante, no era agradable. Costaba respirar con ambos presentes. Mateo cubrió su nariz con su mano diestra mientras intentaba alejarse del humano.
—¡Aléjate de Mateo! —gritó el hechicero, y creó un manto protector para Micael. Había sido un tonto por confiarse también del humano.
Ander no pudo prevenir la madurez de Mateo. Poco a poco el cisne comenzaba a sentir calor. El celo empezaba hacer efectos grotescos en su cuerpo debilitado. Quería quitarse la ropa allí mismo y matar el dolor corporal.
Mateo no solo era un omega, sino que era uno especial, uno dominante y tan poderoso que podría sembrar caos en segundos. Se sabía que el celo de omega tenía un efecto enloquecedor hacia cualquier alfa común, y a uno dominante lo cegaría haciéndole perder todo tipo de conciencia. Ander sintió sus piernas debilitarse, pero él seguía siendo fuerte por ser un alfa dominante. Sin embargo, no fue igual para Derek.
El hechicero juntó fuerzas como pudo para derribar con su cuerpo la anatomía de Derek, y con ayuda de una hierba que traía en su bolsillo logró dormir momentáneamente al muchacho. El efecto sería corto, de al menos unos cinco minutos, así que debía apresurarse para llevarse a Mateo consigo.
—Espera, tío, no le hagas daño. —le suplico Micael, acercándose a Derek. No entendía porque temía por la seguridad de aquel humano. Su tío alzo una ceja indignado por las palabras de su sobrino, pero no dijo nada, simplemente resoplo y se fue a socorrer a su amado.
—Quédate tranquilo. —murmuró el cisne negro, colocando su diestra sobre la frente del humano quien se quejaba del dolor aun en su profundo sueño. Micael llevaba varias pociones pequeñas escondidas entre sus prendas, una de ellas era una especial que había creado para su tío. Tenía esperanza que funcionara en un alfa común el supresor de un dominante.
Mientras tanto, Ander tomo entre sus brazos a Mateo quien se retorcía de dolor. No tenía mucho tiempo, así que llamo a sus hermanas con una señal con sus dedos. Las cisnes se miraron entre ellas con terror. Pero sabían que no podían desobedecer a su rey.
Fue Estrella, quien se acercó primero, haciendo una ligera reverencia.
—Quítale las prendas más pesadas, y ayúdalo a mojarse con agua del lago. —le ordeno Ander, entonces Melody ayudo a Estrella a despojar al cisne de la mayor parte de sus prendas. Él sabía que ya podía tener contacto físico con Mateo, pero no quería invadir su cuerpo en ese estado vulnerable.
—Ander... —le llamo el omega con un hilo de voz.
A pesar de que era dominante, Ander no dejaba de ser un alfa, y las feromonas de su destinado le hacía tiritar. Pero entonces, una brisa fresca se hizo presente, las hojas de los árboles se alborotaron ante la presencia de Dinorah y flores de margaritas volaron por todo el lago.
Ella apareció de repente flotando como una pluma con su vestido voluminoso hasta tocar el césped con sus pies. Escoltada por sus doncellas y entre ellas, la guardiana real de Mateo. Yaira.
—Por las estrellas, ¿Qué está pasando aquí? —se quejó cubriendo su nariz inmediatamente. Las feromonas de Mateo no eran agradables para quienes habían encontrado a su amor destinado. La mayoría de las alfas estaban asqueadas, y otras estaban en el suelo retorcidas por el dolor y el impulso de querer tomar al omega y sucumbir a sus instintos.
—¡Aléjate de el! —exclamo la mujer con los ojos desorbitados cuando vio a Ander cerca de Mateo, quien claramente había entrado en su madurez. —¡Yaira! Tráeme a Mateo.
La guardiana no pudo siquiera intentarlo, porque Ander la empujo con su magia con un simple movimiento de manos. No iba a dejar que una alfa tocara a su amado.
—No lo toquen ... —le advirtió, aunque su mirada estaba fija en su hermana. Pidió a las cisnes que soltaran al príncipe. Ellas inmediatamente se alejaron de él, pues a pesar de que no debían abandonar a su alteza, el miedo que le tenían al rey del bosque era muchísimo más fuerte que ello.
—Ander, no le hagas daño, no puedes llevártelo... —musitó la mujer enojada sin poder avanzar debido al campo de oscuridad que creó su hermano con sus últimas energías. Si lograba retenerlo allí durante más tiempo, podría ganar esta batalla. Ander no podría ignorar por siempre el celo de su omega destinado.
—Ya no puedes interferir, Dinorah. Tu contra hechizo ya perdió su poder en el momento en que Mateo maduro. —esas palabras atravesaron a la mujer alfa. Sus planes se le estaba yendo de las manos, su reino iba a perderlo de nuevo sin oportunidad de recuperarlo.
—Pero no ha tenido su ritual como corresponde —insistió desesperada.
—No te preocupes por ello, él lo tendrá conmigo. —Ander se colocó de pie con el príncipe en brazos y dejó salir sus inmensas alas. — No voy a dejar que lo ofrendes a otro alfa por un estúpido ritual, él es mi omega ahora y sabes que ya no puedes hacer nada contra ello.
—No... —balbuceó Dinorah, posando sus ojos en Micael. Pero antes de que pudiera utilizar a su sobrino como debilidad, Ander levanto su mano.
—Ni siquiera lo pienses, escoria... —escupió el rey. Micael llego a hacer contacto visual con su tío antes de desaparecer entre la neblina oscura que lanzo Ander. El cisne no tuvo oportunidad de reclamar, porque en un santiamén se encontró en la entrada del palacio oscuro.
Todas las cisnes lo miraron horrorizadas, como si fuese la peor bestia del universo. Para ellas, él era un ser despiadado y lloraban con la idea de que su querido príncipe pase su ritual de madurez con alguien tan terrible como lo era Ander.
El alfa ignoró todo tipo de súplicas y sin miramientos se llevó a Mateo en vuelo. Pero tuvo que usar su magia como hizo con su sobrino, porque las feromonas del omega lo estaba debilitando cada vez más. No tenia la confianza de hacer el viaje completo de forma de aérea.
Ander estaba preocupado, Mateo no dejaba de quejarse y balbucear del mismo delirio de su celo. Aunque él era un hombre de muchos años, nunca se había enfrentado a un dominante. Pero tenía la educación para entenderlo. La verdad era que Ander siempre estuvo tan concentrado en su venganza, que no tuvo espacio para el amor ni mucho menos para el placer.
Al llegar a su palacio, Micael los recibió con algunos miembros de su corte para ayudarlos. Ellos creían que Ander había resultado herido, pero cuando vieron al pequeño cisne se llevaron una enorme sorpresa. Por suerte, quienes estaban bajo el reino de Ander eran betas; "los marginados" dirían muchos.
—Tío... —musitó Micael acercándose para quitarle a Mateo de entre sus brazos, pero el alfa de Ander estaba reaccionando al celo del cisne y receloso lo apretó más fuerte contra su cuerpo.
—Micael el hechizo de tu tía ya no tiene efecto. Él ya no puede causarme la muerte. —respondió adentrándose al palacio.
—Lo sé, pero temo que puedas hacerle daño. —Micael miro con pena al omega que una vez resintió.
—Me duele... —se quejaba Mateo entre sollozos sin estar completamente consciente. El ya no era el mismo de siempre. No sabía lo que estaba pasando y realmente no le importaba. Solo podía pensar en su necesidad de satisfacer ese ardor que encendía su cuerpo.
—Tranquilo, pollito, aquí estarás a salvo, no dejaré que nadie te toque. —le tranquilizó Ander liberando feromonas más tranquilizantes para su amado. Besó su frente con delicadeza y lo llevo hasta la habitación siendo escoltado por Micael.
—Trae en cuanto puedas la poción especial de omegas. —le ordenó a su sobrino.
—Pero no creo que funcione... él no es un omega ordinario.
—No importa, debemos intentarlo.
Ander le dedico una última mirada antes de encerrarse con Mateo.
Aunque todos creían que el hechicero era un hombre sin corazón y terrorífico, la realidad era que él no planeaba abusar de un omega en celo en estado de inconsciencia. Sabía que sería terrible, nunca creyó que sería dominante y jamás en su larga vida había sido espectador del celo de un omega.
—¿Ander? —cuestionó Mateo con su voz rota. Ander lo acomodó sobre la cama y acarició por primera vez su mejilla sin sentir ningún tipo de tortura. Era tan hermoso ante sus ojos. Realmente moría de ganas por tomarlo allí mismo, pero el amor que sentía por Mateo le impedía ser desconsiderado. Las feromonas le quemaban por dentro, pero no iba a sucumbir a su instinto.
—Tranquilo, estarás bien. —lo consoló.
—Me duele mucho, por favor, ayúdame... —le rogó entre sollozos. Mateo se arrastraba e intentaba tener contacto físico con el hombre. El deseaba sentir sus feromonas, pero Ander las reprimía para no caer en ese juego.
El omega notaba que el otro se reprimía, y de castigo lo envolvía con fuertes olas de sus feromonas más intensas. Ander respiró profundo e, intentando no mirar demasiado cuando comenzó a despojar al cisne de sus últimas prendas para que esté más aliviado.
La erección de Mateo era evidente y, aunque quisiera ser la vista gorda, no podía evitar admirar por demás la hermosa figura del joven.
—Tócame —exigió Mateo.
Con uno de sus pies acarició el muslo del alfa intentando de llamar su atención, y aunque Ander se estremecía con la idea de cenarlo no le dirigía la mirada. Solo se uniría a él si sabía lo que estaba haciendo. No podía soportar la idea de que Mateo no recordara nada cuando su celo cese.
—No seas así, por las estrellas —suspiró frustrado, y le cubrió con una sábana ligera la zona baja. — Espera un poco más, por favor...
Y como si las estrellas lo hubieran escuchado, Micael dio tres toques en la puerta avisando su llegada.
—Pórtate bien y quédate aquí—le advirtió a Mateo para así levantarse de la cama e ir hacia la puerta. A pesar de que su sobrino era beta, su instinto de alfa estaba siendo increíblemente posesivo con Mateo. Por lo tanto, se negaba a la idea de dejar que otro hombre lo viera en ese estado tan vulnerable.
—Creí que no abrirías, sí que tienes fuerza de voluntad—lo felicito Micael con una sonrisa pícara entregando la botella de vidrio que brillaba un líquido plateado a su tío.
—Cierra la boca, Micael, si no quieres que te convierta en pajarraco—se quejó Ander, quien le sudaba la frente. —Aun no olvido que le diste mi supresor al humano.
Micael boqueo como pez sin saber que decir. No pudo responderle a su tío que prontamente le cerró la puerta en la cara.
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