Su madre y las doncellas observaron desde el salón horrorizadas como el príncipe dejaba ver su verdadera forma frente a humanos desconocidos. Micael reía por la reacción de Dinorah, y Ander le dio una mirada desaprobatoria haciéndole señal con su dedo índice para que se mantuviera callado.
—Vámonos, Micael —musitó, y tomó a su sobrino en brazos para luego lanzar unos polvos verdosos al suelo. Ambos se desvanecieron y salieron del lugar sin dejar ningún tipo de rastro.
Las personas que lograron verlo no sabían si era real. Pero cuchicheaban entre ellos que un monstruo había querido seducir a su príncipe. Dichos rumores no eran buenos ni para el reino humano ni para el bosque encantado. Dinorah sabía que esto se estaba tornando peligroso, así que aprovechó tal conmoción para irse con sus cisnes lo más rápido que podían.
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