¿Por qué? Porque, según ella, él podría tener más poder que ella y no lo merecía.
¿Realmente es tan pura y honesta como todo el reino cree?
Dinorah no siempre reveló sus profecías. Por ello, viste al príncipe de manera que su cuello nunca quede al descubierto para que Ander jamás descubra la verdad.
-¿Qué pasa? ¿Te perdiste, pollito? -se burló el alfa viendo fijamente al más bajo, clavándole su mirada penetrante.
-¿Qué? No, no... -respondió inmediatamente Mateo, nervioso por la presencia del alto, sin embargo, no entendía por qué su cuerpo deseaba estar cerca de él-. ¿Y tú? ¿Quién eres? ¿Otro humano?
El alfa dominante se le reía en la cara, pero tampoco pretendía revelar su verdadera identidad por completo con facilidad.
-Ander, me llamo Ander, pollito, y no soy nadie en particular...
Mateo lo miró con cierta desconfianza, sin creerle mucho y no debía creer en él.
-Si no vas a decirme quién eres, mejor me iré, hoy ha sido un día difícil -se quejó el cisne dando la media vuelta para seguir con su camino pese a estar perdido.
-¿Decir mi nombre no ha sido suficiente para ti? -cuestionó el hombre mientras caminaba detrás del cisne a pasos lentos e inundaba todo el ambiente con algo parecido a humo negro que salía de la tierra.
-¿De qué me sirve a mí saber tu nombre?
-Realmente eres gracioso... -Ander volvió a reír, tentado por la frustración de Mateo-. Si quieres que sea bueno contigo, deberías simplemente pedirlo. Pero en verdad no estás tomando el camino correcto.
-¿Y tú cómo puedes saber eso? -cuestionó, volteándose para mirarlo de frente, un poco cansado por caminar sin rumbo. Sus pies dolían y el sol ya comenzaba a querer esconderse.
-Sé que eres un principito con alas que no sabe volar... -susurró Ander rodeando el cuerpo de Mateo, y se acercó sutilmente a su oído para hablarle-. Y el lago de los cisnes no está por aquí...
-Tú... -Mateo mordió su labio inferior, atacado por dudas, pero al final cedió-. ¿Tú podrías llevarme?
-Por supuesto que sí, alteza real... -suspiró Ander en el oído del joven, alejándose para hacerle una ligera reverencia y le cedió su brazo para que se sostuviera. Al ver la desconfianza en Mateo, regresó a reír.
El príncipe realmente había crecido demasiado. Ander no iba a mentir, desde que cumplió dieciocho años, comenzó a acecharlo de lejos, estando atento por si el cisne manifestaba su madurez, pero al parecer estaba tardando demasiado.
Usualmente los omegas tienen su primer celo entre los dieciocho y veintiún años, este no era el caso del cisne, y realmente a Ander no le preocupaba que nunca se manifestara como omega maduro. Sin embargo, ahora que un humano quería lo que él creía que le pertenecería, debía asegurarse de que el cisne no volara fuera del nido.
-Anda... no voy a morderte, pollito...
-¿Cómo puedo creer en ti? Te burlas de mí solo porque estoy demasiado cansado -resopló, y se tomó del brazo del alfa, notando al tacto la musculatura marcada de Ander. Estaba casi seguro de que este era muy fuerte.
La expresión de Ander cambió inmediatamente, a pesar de que mantenía su sonrisa burlona, algo en él había cambiado. Mateo lo miraba preocupado y sin querer dejó salir un poco de sus feromonas en un vago intento de aliviar aquello que perturbaba al otro.
-Deja de mirarme así... -dijo Ander con su mirada fija en el camino que recorrían-. No te preocupes en vano.
-¿Por qué no te he visto nunca? -pensó el cisne en voz alta.
-Porque los alfas como yo no jugamos con las aves -respondió con cierta ironía.
-Escuché que existían otros hombres aquí... pero no creí encontrarme con dos en un día.
-Así que realmente te tienen cautivo, eh.
-Algo así... Sé que mi madre solo me cuida, pero si no me deja salir cómo pretende que yo... -suspiró.
-¿Rompas el hechizo?
-Claro... -Mateo se detuvo de inmediato-. ¿Cómo sabes eso?
-Es cultura general, pequeñito. Todos sabemos de ti -mencionó Ander y se inclinó hacia Mateo.
El cisne se sintió tan alterado que comenzó a caminar hacia atrás alejándose de él, pero al chocar contra uno de los árboles solo se vio acorralado. Ander no se separó en ningún momento de su cuerpo.
-Estarás bien, alteza... solo trata de no volar por fuera del bosque o querrán cazarte, y tal vez... alguien pueda enojarse.
-¿Qué? -lo miró confuso y el otro se acercó más hasta robarle el aliento sin besarle.
-Da diez pasos hacia adelante, atraviesa el arbusto de bayas rojas y estarás en el lago de los cisnes. Fue un gusto verte, príncipe Mateo. -Entonces el gran hechicero deshizo el campo cegador y partió caminando, perdiéndose entre los árboles, dejando a un cisne aún más perdido.
Cuando llegó al lago, Yaira estaba desesperada. Ella tomo fuertemente a Mateo por los hombros con miles de preguntas atoradas en su garganta. Se había hecho tan tarde que sus hermanas ya transformadas en mujeres, y ellas inmediatamente lo interrogaron interesadas en el príncipe humano, Derek.
La guardiana tuvo que hacerse a un lado, las jóvenes estaban intrigadas y sus corazones rebalsaban de esperanza. Pero no sabían que la presencia de Ander había sido tan impactante para Mateo que por un instante había olvidado que conoció a tal príncipe amable.
Él les contó con lujo de detalles todo lo que había vivenciado con el guapo príncipe y lo romántico que había sido todo. No estaba seguro de aceptar su propuesta, pero al ver a sus hermanas ilusionadas por ese brillo de esperanza, se convenció de que debería hacer el intento.
Yaira no despegaba su mirada del joven príncipe y prestaba total atención a sus gestos. Ella, quien había sido encargada de ser la sombra del cisne, lo perdió por un largo momento. El susto que le regaló Mateo no lo sintió nunca en la vida, y no podía entender qué había pasado. Ella había visto que se despidió de Derek, sin embargo, de un momento a otro perdió su rastro como si se hubiera esfumado del bosque.
Mateo evitó hablar de su encuentro con Ander, y simplemente regresó al palacio a descansar.
En sus sueños, ese misterioso alfa lo visitó, sin embargo, Mateo no sabía que en realidad Ander estuvo ahí a su lado viendo como dormía. Su corazón se alteraba incluso en sueños, su cuerpo podía sentir a su destinado.
Hacía tiempo que Ander no se colaba en el «reino» de su hermana, seguía siendo bastante amigable con ella a pesar de las diferencias. No era tan fácil ingresar, pero él contaba con el cuarzo fantasma que heredó de su madre que le permitía mantenerse fuera de la vista de Dinorah. Dicha piedra lo ayudaba a ser como un fantasma y escabullirse donde quisiese, bloqueando así tanto las visiones como el uso de otro tipo de magia que requieran vigilar sus movimientos.
Cuando llegó a su palacio, inmediatamente se encontró con Micael, lo estaba esperando con impaciencia en la entrada de su habitación. Él era su sobrino, hijo legítimo de Zuriel, hermano mayor de Dinorah y Ander.
Él sabía que, en su momento, el rechazo de su reino le había causado dolor a su sobrino. No entendía por qué su padre no lo había querido siendo que él debía haber sido el príncipe de los cisnes. Fue por ello que conmovido por el niño lo acogió sin problema alguno.
Para Micael, Dinorah y quien fue su progenitor eran los villanos del cuento. Él se infiltró en el lago muchas veces, pues también era un cisne, pero no uno bien recibido, sobre todo por la sobreprotección que todos tenían con Mateo.
No significaba que no existieran betas en el reino de los cisnes, pero los existentes formaban parte de los plebeyos. No podían aceptar en el palacio a alguien inferior como lo era un cisne negro. Micael, de pequeño, no comprendía cómo a Mateo lo habían aceptado siendo que no era hijo de nadie, hasta que con los años entendió la jerarquía y como él estaba por debajo de todo.
El muchacho ni siquiera era su primo ni sobrino de Ander, aunque Dinorah lo llamaba hijo. Ella lo tomó como suyo sin consultarle a nadie. Micael vivió todo, sabía de la profecía, pero no podía perdonar a las cisnes por haberlo dejado solo.
-¿Por qué eres así, tío? -le reprochó, y se enojó aún más por la forma en que Ander resoplaba complemente dispuesto a ignorarlo-. Sabes que no eres bienvenido allí, sabes que es peligroso para ti acercarte a él.
-Dinorah no puede verme...
-Pero si te la cruzas, ella podrá sentirte, imbécil.
-Sabes que soy más fuerte que todo su reino entero, Micael -suspiró.
-Pero bajo su techo vive su arma mortal, tú lo sabes perfectamente.
Ander se encerró en su habitación, impidiendo con magia que cualquier ser pudiera interrumpir su momento de descanso. Estaba cansado de escuchar algo que ya sabía, y no estaba para recibir sermones de un mocoso.
Por otra parte, Micael al ver la negativa de su tío, prefirió dejar de perder el tiempo en intentar que el hombre halcón recapacite. ¿Se preocupaba por él? Por supuesto que sí, después de todo, Ander para él fue lo más cercano a un padre. Aunque había perdido el derecho a la corona en el momento que nació como cisne negro, Ander jamás lo discrimino y lo preparo para permanecer a su lado como mano derecha.
Micael se educaba todos los días en el reino del hechicero, tenía tutores que le enseñaban cómo ser un buen caballero y príncipe de sombras. Porque a pesar de no poder heredar el bosque encantado ante la falta de poderes mágicos, Ander siempre lo trató como parte de la nobleza, así como Dinorah hacía con Mateo.
La vida del cisne negro no era muy distinta a la del cisne omega, ya que aprendía danzas y músicas clásicas, historia del bosque encantado, defensa personal contra las magias blancas y oscuras, y también pociones. Ander desde pequeño lo alentó a que encontrara un lugar en la magia, y siendo beta, eligió hundir sus narices entre libros misteriosos de las artes de las pociones mágicas.
-Llegas tarde a clases. -musito el duende tras el escritorio, acomodando sus lentes al observar al muchacho de cabellos oscuros. -¿Otra vez intentando hacer razonar a nuestro rey?
-Si ya lo sabes, no me preguntes. -resoplo el cisne, desprendiéndose de las prendas más incómodas para colocarse sus zapatillas de ballet. Sin dudas, Micael era como el alter ego de Mateo, pero sus movimientos eran muchos más toscos. Su danza reflejaba el resentimiento y el dolor que lo marcó toda su vida.
A la hora del desayuno, Mateo se sentó con Amadís en la cama a charlar sobre lo que había pasado el día anterior. Por alguna razón, volvió a evitar hablar de Ander. No sabía por qué había omitido esa parte de la historia, quizás una corazonada le advertía que debía ser un secreto.
-Oh estrellas mías, ¿tan guapo era el príncipe del reino humano?
-Sí, la verdad...tenía una sonrisa muy adorable... -confesó Mateo, pero cuando quiso recordar a Derek rápidamente apareció la imagen de Ander, e hizo una expresión de disgusto.
-¿Y él te gusta? ¿Irás al baile? -preguntó Amadís preocupada por la reacción del cisne.
-Es guapo, pero no lo conozco...Aun así, tal vez deba aceptar su propuesta...ya sabes el hechizo... -balbuceó.
-Como amiga, te diría que solo te cases con la persona que amas... -musitó la joven con una mirada apenada-. Pero como tu dama de compañía y miembro de la nobleza, mi hermana también ha sido maldita y la verdad...
-Es mi deber como príncipe, lo sé... solo yo puedo romper este cruel hechizo.
-Lo siento, Mateo.
-No lo lamentes, intentaré conocer a ese joven por el bien de nuestras hermanas cisnes. -Intentó tranquilizarla tomando las mejillas de la muchacha entre sus manos. Su responsabilidad le pesaba, pero la aceptaba.
-Sé que, si la reina te escuchara, estaría orgullosa de ti.
El pequeño cisne odiaba la presión que sentía en sus hombros, pero desde joven fue criado para cumplir su propósito como príncipe heredero. Pese no haber madurado, al cumplir los dieciocho años Dinorah lo entrenó para que supiera usar su magia.
Caminaba siempre al lado de su madre, ayudándola en asuntos pequeños pero que la corte valoraba. Cuando recibía permiso de la reina, pasaba tiempo con las cisnes hechizadas y cuidaba de ellas en el lago. Desde sus plumas hasta sus alimentos, el príncipe administraba todo lo que tenía que ver con ellas. Él sentía que se lo debía a todas las cisnes del reino, puesto que todas sus hijas más jóvenes estaban malditas desde su nacimiento.
Mateo se encontraba en su escritorio revisando los últimos cuarzos creados para su distribución. Estos contenían una magia especial que sustentaba a todo el reino de los cisnes. Las hadas necesitaban de ellos para crear el famoso «polvo de hadas» e incluso los animales del bosque los necesitaban para diferentes fines.
¿Curar alguna herida? Cuarzo rosa. ¿Adquirir habilidades mágicas? Amatista. ¿Superar miedos o conciliar el sueño? Amazonita. Cada uno tenía sus propiedades y Mateo, como príncipe heredero, debía saber cada una de ellas, seleccionar las buenas entre las malas para ayudar a los seres del bosque con ellas. Ninguna piedra era tan valiosa como la verdadera magia de cisne, pero esa pizca de magia era suficiente para los más débiles y carentes de poder.
En eso, un cisne apareció en su ventana, de plumas extremadamente blancas y preciosas. En su cuello colgaba un collar particular de cuarzo rosa. Era Karina, hermana directa de Amadís, y su hermana como todas las féminas del reino. Mateo adoptó a todas como su familia al ser un cisne sin árbol genealógico.
La manera en que la cisne se alborotaba en el marco de su ventana, le ayudó recordar que había quedado en verse con Derek todos los días, y si ella estaba allí, significaba que posiblemente este haya cumplido dicha promesa. Con ayuda de Amadís, se vistió con un traje de hermosa pedrería rosada, haciendo honor a su mejor amiga.
Amadís prometió finalizar su trabajo que estaba casi terminado entonces Mateo se apresuró en ir al lago sin consultarle a su madre. Pero él no sabía que Dinorah no iba a interferir en aquel encuentro, puesto que desde un comienzo fue su plan que Derek se enamorara de Mateo.
-Viniste -dijo Mateo agitado tras haber llegado al lago casi a trotes.
-Tú también viniste -respondió el príncipe con una sonrisa acercándose inmediatamente a él para acomodar su cabello dorado y alborotado.
-Creí que te perderías si intentabas regresar.
-Tengo buena memoria, jamás olvidaría cómo llegar a ti.
Mateo, al oír esas palabras, sonrió avergonzado. Estaba siendo cortejado por el alfa sin ningún tipo de pudor, y él estaba permitiendo ese cortejo. Derek le trajo regalos de su reino como libros, panes y otros objetos que nunca había podido apreciar en su reino.
La primera cita oficial de cortejo realmente había sido emocionante y divertida, y por un momento pudo olvidar la existencia de Ander. El príncipe era muy amable y estaba cumpliendo su promesa con respecto a conocerse más.
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