Todos los años Dinorah planeaba algo nuevo en el cumpleaños del príncipe, siempre simulaba el ritual de madurez para ver si su hijo lograba manifestarse. Sin embargo, esto no sucedía y ella debía cambiar de estrategia.
-Llamen a Yaira. -dijo la soberana sin despegar la mirada de la fuente de revel.
Micael volaba cerca del límite que existía entre el bosque encantado y la tierra humana por orden del rey. No era secreto que Dinorah permitiría el ingreso de un alfa humano, él lo había escuchado una de sus noches de vigilancia.
El cisne negro solía infiltrarse en el palacio de los cisnes en forma de pájaro, el rey decía que sería más eficiente en dicha forma. El odiaba ser un pájaro. Pero más le molestaba tener que ocultar su verdadera forma en un reino que una vez fue su hogar.
Para su sorpresa, esta vez sí paso algo inesperado. Vio un grupo de hombres con armas de caza merodear cerca del límite. No estaba seguro de si eran alfas, él no podía distinguir muy bien. No quería pensar mal pero no podía despegar su vista de un hombre hermoso de cabellos miel. Tenía una postura diferente, el sin dudas no era un plebeyo corriente.
En la orilla del lago, Mateo jugaba animado con las cisnes acariciando sus blancas plumas y corría de un lado a otro mientras ellas lo seguían volando sobre su cabeza. Él sabía que ellas habían recibido dicha maldición por culpa de su nacimiento.
No sabía mucho los detalles, pero desde pequeño se le había dicho que nació maldito y su maldición se extendió hasta las cisnes que no habían tenido su ritual de madurez. Incluso quienes nacieron después de él arrastraron esta desgracia. Mateo no era consciente de la realidad que existía detrás, pues sus hermanas tenían prohibido hablar al respecto y Dinorah las hechizó para que guardaran silencio frente a Mateo.
Al otro lado del claro del bosque, Derek se adentró con su arma de caza muy cerca de donde se encontraba jugando Mateo. Fue entonces cuando lo vio por primera vez, el joven más hermoso que jamás haya podido ver en su vida.
De lejos podía notar que era un omega masculino, la delicadeza y la gracia en sus movimientos lo delataba, y ese sutil perfume a lirios de sus feromonas que rozó sus narices llamó aún más su atención. La ropa ligera del joven flotaba al ritmo del viento, y su cabello rubio le iluminaba la mirada. Sus brazos se movían como alas e incluso plumas blancas adornaban su vestimenta, Derek podía jurar que era cisne y hombre al mismo tiempo.
Se acercó cuidadosamente con temor de que el muchacho huyera de él, y así como predijo, Mateo, al hacer contacto visual con el primer hombre alfa que vio en su vida, intentó huir inmediatamente. El corazón del omega bombeaba alborotado por el susto, los cisnes intentaron apartar al humano a picotazos.
-¡Espera! ¡Por favor, no te vayas! -exclamó Derek desesperado, dejando caer su arma de caza mientras intentaba apartar a las aves para poder llegar al omega-. ¡Me he perdido!
Entonces Mateo se detuvo y volvió a verlo con total desconfianza. Ambos fueron lentos con sus movimientos, pero poco a poco se acercaron lo suficiente como para poder verse de cerca. Derek era más alto que Mateo, el cisne pudo apreciar de cerca el atractivo rostro del príncipe humano: su mandíbula marcada sin abandonar su aspecto juvenil y esos labios rosados que le hicieron sonrojar al verlo por demás. Este hombre de hombros anchos y ojos color miel se ganó la atención del cisne que tanto tiempo vivió en cautiverio.
Pero no estaban solos, Micael espantado por lo que acababa de ver, emprendió vuelo hacia el palacio del rey. No podía creer que finalmente estuviera pasando, y no sabía si estaba listo para presenciar la profecía de Dinorah.
Derek perfumó el aire que los rodeaba con sus feromonas, curioso por el cisne, quien al sentirlas respiró profundo. Mateo se sintió a salvo tras oler ese sutil perfume a caramelo. No podía percibir peligro en Derek.
-¿Quién eres? -murmuró el humano perdiéndose en la mirada filosa de Mateo.
-No necesitas saber eso -respondió el cisne, sin apartar la mirada del alfa.
-Así que hablas... -dijo aún más interesado en esos hermosos ojos azules.
-No deberías estar aquí... -suspiró Mateo dando un par de pasos hacia atrás-. Te ayudaré a salir de aquí.
-No me tengas miedo, ¿no sabes quién soy? -El príncipe humano miró con rareza al muchacho. No podía creer que este no supiera su identidad,
-¿Acaso debería saberlo? -cuestionó el mayor de los dos con más desconfianza. Mateo se veía más joven, pero él era mayor que el príncipe humano y en su rostro brillaba la juventud de sus veintidós años.
-No, no, solo lo digo porque me tratas como si fuera alguien malo. -El príncipe se hizo el tonto tras notar que el omega desconocía su posición en la realeza.
-Pues no te conozco, eres un desconocido para mí.
Derek caminaba a dos pasos detrás de Mateo. Su corazón latía enloquecido tras su primer amor a primera vista. Podía sentir ese clic sin saber demasiado sobre el chico, solo deseaba ser su esposo.
-¿Y no te gustaría conocerme? -insistió.
-No -respondió Mateo con frialdad, aunque en realidad sentía mucha curiosidad por el otro. Pero no estaba seguro de si estaba bien, su madre siempre le había recalcado que no se relacionara con desconocidos a no ser que ella los aprobara primero.
-Me llamo Derek -dijo sin hacerle caso.
-Te dije que no...
-No tengas miedo, no soy alguien malvado y si pasa algo, puedo protegerte.
Fue entonces cuando a Mateo se le ocurrió una idea, pero prontamente la descartó. Pensaba que tal vez ese alfa podría ayudarlo a romper su maldición, sin embargo, no le hacía ninguna gracia involucrarse con alguien que no conocía por interés.
-Me llamo Mateo, y necesito que te marches porque puede pasarte algo realmente malo aquí -le advirtió.
-Pero si tan peligroso es... ¿por qué te quedas aquí? -insistió, deseando tomar la mano del omega para saber si dicha perfección era real o solo se lo estaba imaginando.
-No puedo irme -confesó el cisne, dudando nuevamente del alfa-. Promete que si te digo te irás...
-Está bien... me iré... -murmuró el príncipe con tal de saber más sobre el joven.
Entonces Mateo le contó sobre su maldición expresando la culpa que sentía de haber arrastrado a todas sus hermanas con él. Si bien, ellas cargaban con otro peso, él no se quedaba atrás. Si intentaba huir del bosque encantado, sufriría un desmayo inmediato y si llegase a insistir al respecto, podría entrar en un sueño eterno. Él era el único que podía romper este encantamiento encontrando a su amor destinado, quien se supone que sería, un alfa valiente leal que quiera casarse con él.
-Ven al palacio dentro de cuatro noches... -se apresuró a decir Derek sin terminar de escuchar por completo el relato-. Soy el príncipe del reino que está cruzando al otro lado del río. Mis padres me ordenaron escoger omega. Si tú vas, te prometo que me casaré contigo.
-Pero no me conoces...
-No importa, vendré por ti todos los días, me conocerás. Puedo ayudarte a romper el hechizo y haré que me ames -mencionó el príncipe, emocionado por la idea de tener al cisne bajo el hechizo de su amor. Sabía que no se conocían, pero desde que miró sus ojos, él lo supo, lo sintió, y estaba seguro que podía hacerlo real.
Una música adorable comenzó a oírse cerca de ellos. Eran doncellas del palacio de cuarzo maduro, quienes, sentadas sobre árboles, tocaban sus instrumentos en honor al amor y la naturaleza. Los pájaros cantores volaron alrededor de ellos, era una invitación, y el príncipe Derek no hizo preguntas. Todo allí era extrañamente mágico, pero aprovechó el momento para pedir la mano de Mateo y bailar dicha pieza.
-¿Me concedes este baile, príncipe Mateo? -musitó Derek, inclinándose levemente hacia el omega.
El joven se sonrojó ante el atrevimiento del muchacho, pero si había algo que él amaba con todo su corazón era la música y la danza. Así que se quitó sus zapatos que no daban con la ocasión y tomó la mano del alfa para bailar al ritmo de la música clásica de las flautas y violines.
Los animales se acercaron a ellos, desde conejos hasta ardillas. Todos los seres del bosque apreciaban cada espectáculo que el cisne les regalaba. Sus movimientos dulces y delicados capturaban el corazón de Derek. Veía a una pluma flotar cada vez que Mateo daba sus giros y movía sus brazos al ritmo de las hojas que volaban por la brisa. Nunca había visto a alguien igual, y con cada segundo que compartían estaba más seguro de sus sentimientos hacia él. Derek estaba siendo hechizado por aquel jovencito de nariz afilada y estatura media.
Yaira no se interpuso al encuentro, ella dejo que se conocieran y permanecieran, después de todo, eran ordenes de Dinorah. La reina fue específica, que no invadiera el momento y su vigilancia sea discreta. Pero allí estaba su hermana pequeña, una de las hechizadas. Marina solo desvió la atención de la guardia un breve periodo. Pero fue suficiente para perder el rastro de Mateo.
El joven cisne se había despedido tempranamente del príncipe humano, y fue entonces cuando sintió mucho frío, era raro perderse en un lugar que se supone conocía a la perfección, pero por algún motivo no podía encontrar su punto de partida. Esta vez estaba solo, sus guardianas estaban en el lago mientras él deambulaba con el desconocido humano. Pero ahora que se había despedido de él, tenía miedo, nunca había sentido tanto frío en su vida.
Miró a su alrededor en busca de alguien que pudiera ayudarlo, pero las doncellas ya no estaban y los animales parecían haberse escondido tras el humo pesado que llenó el ambiente. Pero claro, nadie estaba porque Mateo había caído en un punto ciego. Una emboscada.
En su momento más desesperante vio al hombre reposando sobre uno de los árboles que adornaban el bosque. Era incluso más alto que Derek y su cabello oscuro como la noche, todo lo opuesto a él. Su aura era pesada pero atrayente, incluso las ligeras feromonas que desprendía de lejos eran tan agradables para su cuerpo que lo hacían tiritar.
Su corazón dio un fuerte vuelco cuando este lo miró fijamente con sus ojos almendrados de color amarillo brillante. No sabía quién era, pero se veía joven y muy guapo. Mateo se acercó al alfa, hipnotizado por su olor a rosas. Sus labios parecían formar una especie de corazón, se veían tan jugosos que deseó tocarlos.
Su marca en su nuca brillaba un hermoso dorado. Sin embargo, su ropa no dejaba lucir dicho tatuaje. Los omegas mágicos del lago de los cisnes tenían una pluma invisible en la nuca, que encendía su color cuando estaban cerca de su destinado. Y el de Mateo era él, el rey del bosque encantado, el hechicero más poderoso y despiadado de todos, Ander.
El alfa dominante, que por fin se dio a conocer frente al pequeño cisne, sonrió de lado al verlo parado frente a él sin ningún temor. Estaba claro que el joven no sabía quién era, y tampoco tenía intenciones de presentarse.
Ander lo maldijo cuando apenas era un bebé. Era un ser mágico e inmortal; tras robar una de las profecías ilustradas de Dinorah y saber que existía tal cisne, inmediatamente lo quiso para sí mismo. Pero la reina se rehusó a que se llevara al niño.
En ese entonces, él era un hechicero sin mucha experiencia y de la rabia hechizó al pequeño omega y a las cisnes de cuarzo inmaduro. Pero el hechizo no salió correctamente. Mateo, al ser su destinado, no pudo convertirse en un ave cisne y solo pudo recaer sobre él la maldición de la responsabilidad de salvar a sus hermanas. Como se dijo, Mateo desconocía mucho de la realidad, y había una verdad que Dinorah escondía. Mateo no era capaz de recorrer todo el bosque encantado porque si salía del eje invisible que Ander había marcado podría dormir para siempre.
Todo el reino cisne tenía un pacto con Dinorah y una lealtad que no rompían ni en secreto. El lago de los cisnes era una ilusión para que Mateo se sienta seguro, manteniéndolo ajeno con respecto a la existencia del verdadero soberano. Él amaba un reino que no estaba completo, un reino que le mentía en cara, uno manipulado para que el príncipe siga el camino que su madre trazaba para él.
Cuando Ander tuvo ese descontento con Dinorah por Mateo, amenazó con casarlo y marcarlo una vez este haya manifestado su madurez. Así tendría su don y su magia para siempre bajo su ala.
Dinorah no iba a permitir que le quitara su única esperanza para recuperar su reino. Intentó quitarles la maldición desesperadamente, pero Ander, incluso siendo novato era aún más poderoso que ella. Dinorah sabía que podría suceder, siempre supo el potencial de su hermano. Así que usó hasta la última gota de su magia para lanzar un contra hechizo a sus cisnes, recitando lo siguiente:
«Mateo será responsable de salvar a este reino de tu oscuridad, él no podrá huir de su destino, pero encontrará luz en su maldición. Hasta que él no manifieste su madurez tú serás incapaz de tocarlo, y si lo haces el dolor que sentirás será símil a mil puñales. Si no lo respetas, las heridas serán reales y físicas hasta terminar con tu vida.
En cuanto a mis niñas, ellas serán cisnes durante el día, pero cada vez que el sol se esconda, recuperarán su verdadera forma. El lago será su manto protector y tú no podrás seguir haciéndoles daño si están en él.
Mi pequeño príncipe tendrá una esperanza si enamora primero a un alfa valiente que quiera casarse con él, y si este sella su promesa de amor con un beso sincero, tú ya no tendrás ningún poder sobre él ni sobre mis hijas. Devolverás lo que una vez fue mío por derecho y te iras de estas tierras sagradas.»
Al inicio Ander reía en respuesta, no creía eso posible. Pero cuando el contra hechizo fue directo hacia él, ya no le hizo ninguna gracia. No quiso iniciar una guerra allí mismo. Irritado se fue con las manos vacías y le cedió bastante a Dinorah para no escucharla ni mucho menos volver a enfrentarla. Era consciente de que necesitaba más práctica y se encargaría de que su plan funcione pese a las dificultades que le traía el contra hechizo.
Ambos eran hermanos de distintos padres, por ende, entre ellos siempre existió rivalidad por poder y magia. Ander, el más pequeño de los tres hermanos, había sido visto como alguien egoísta y avaro, mientras que su hermana había sido venerada. Dinorah desde un comienzo supo que Mateo era el destinado de Ander, por ello había hecho todo lo posible para mantenerlo lejos de él.
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