Los pétalos de rosas acariciaban las plumas negras de Micael, quien hacia una danza solitaria bajo la luz de la luna. El, un beta al que se fue arrebatado su título de príncipe, no podía abandonar las costumbres de su viejo hogar de donde fue desterrado. Esa misma noche, la magia flotaba en el Lago de los cisnes, donde el viento besaba las mejillas de Mateo.
La luna iluminaba para ambos, escenarios diferentes circunstancias similares. El baile de Micael, estaba cargado de melancolía y amor. A pesar de que su sangre no lo amaba, él consiguió un hogar bajo el ala del rey del bosque encantado. Mientras que los movimientos de Mateo eran delicados, cargados de culpa y felicidad, acompañado de sus hermanas.
Ellas quienes adoraban en secreto la existencia del único omega masculino, su querido príncipe, e ignoraban el hecho de haberle dado la espalda al verdadero heredero al trono, un beta.
El reino al cual pertenecían quedaba en las profundidades del bosque encantado, alejado de la civilización humana. Mateo jamás había conocido a otro hombre y vivió desde pequeño bajo la protección de la reina Dinorah, su madre adoptiva. Al contrario de Micael, el conocía mucho más del mundo gracias a su tío Ander.
Mateo nunca sintió la necesidad de buscar a sus verdaderos padres, solo sabía que aquella mujer lo había nombrado príncipe heredero y debía prepararse para cuidar a sus hermanas cisnes de la magia oscura del bosque. La realidad era que Dinorah ya no era la reina del bosque encantado, sin embargo, por respeto todas las criaturas del bosque le conservaron el título de «reina».
El hombre que le había arrebatado el trono dejó que la mujer siguiera reinando esa pequeña porción del bosque encantado. Pero ese detalle jamás le fue confesado a Mateo, porque mucho se escondía detrás de estos poderosos alfas.
Durante décadas los alfas dominantes reinaron el bosque encantado. No siempre estuvo bajo el poder de los cisnes, pero con el tiempo, fue la raza que domino un tipo de magia única que los hizo destacar. En este mundo mágico, los seres mágicos y humanos estaban divididos por su segundo género.
Generalmente, los alfas dominantes gobernaban diferentes reinos. Pero para los humanos no era igual, ya que solo existían alfas comunes entre ellos. Precisamente porque los dominantes eran muy poco comunes y su magia era descomunal dejando por debajo a todo alfa y omega corriente.
Pero también existían otros omegas, recesivos y dominantes. El poder del recesivo era incontrolable pero el de un dominante podía igualar al alfa del mismo rasgo. Solo el 0,01% adquiría este rasgo particular. De hecho, se conocía tan poco de los omegas dominantes que los seres les temían.
En cuanto a los betas, ellos abundaban en el bosque, eran el género menos valorado y se llamaban a sí mismos plebeyos. En el Reino del Lago de los Cisnes era inimaginable la unión entre una beta con algún miembro de la nobleza, ya sea alfa u omega. Por ello, si las doncellas tuvieran la desgracia de engendrar una cisne beta, esta sería inmediatamente desterrada del palacio.
-Cada vez lo hace mejor, alteza -halagaba la joven cisne quien se aferró a las manos del príncipe mientras danzaba a su ritmo.
-No me mientan, aun no puedo hacerlo tan bien como ustedes -murmuró Mateo avergonzado.
Al ser un cisne macho, su gracia no era igual como la de sus hermanas. Sus movimientos eran tan suaves como una pluma, ningún hombre se movería igual, pero al lado de las féminas se veía más fuerte y tosco.
-Alteza, lo haces maravilloso... -musitó Estrella y lanzo pétalos de jazmines al danzar alrededor de él.
Algo que tampoco era de conocimiento de Mateo era el propósito de todas las doncellas de su reino. Ellas debían cuidar que él no fuera marcado por un alfa con malas intenciones. Por eso, Yaira, la guardiana real del príncipe no podía despegar sus ojos de él y lo vigilaba aun en las sombras.
Todas las cisnes del reino tenían el don de crear cuarzos y piedras preciosas, a excepción de la reina, quien podía generar un metal precioso como la plata. Según la profecía de Dinorah, Mateo sería el único que podría crear oro puro, por ello, era importante que ningún humano se enterara de su existencia. Ellas tenían un especial cuidado con respecto a sus identidades y dones, procurando no pisar el reino humano a menos que sea de suma importancia.
Mateo bailó hasta que sus zapatillas se desgastaron, Yaira tuvo que interrumpir y llevarse al príncipe travieso. Las jovencitas se entristecieron al ver como su adorado hermano se iba con la guardiana. Pero era lo mejor, ellas veían en Mateo la salvación.
-Ten cuidado, alteza. Y por favor descansa. -le advirtió la guardiana.
Yaira lo cubrió con una capa de cisne noble para no ser reconocido y lo escolto por los pasillos menos concurridos. La reina no debía saber que había escapado para bailar con las cisnes de cuarzo inmaduro, o al menos Mateo, debía seguir creyendo que todos sus pasos eran secretos.
-Amadís... -murmuró al ingresar a su habitación buscando a su amiga y dama de compañía. -. Amadís...
-Su alteza real, por fin ha llegado, tardó más de lo habitual -murmuró la muchacha saliendo de la cama del príncipe, puesto que ella estaba ocupando el lugar del chico.
En la noche, otras guardianas custodiaban que el omega duerma en sus aposentos y era ahí cuando Amadís tenía su tarea más importante: burlar la protección de la reina. Aunque por supuesto, la reina no era ninguna tonta, por ello, reclutó a Yaira para ser la sombra de su hijo.
-Amadís, te he dicho mil veces que me llames por mi nombre -suspiró, soltando una suave risa mientras recibía ayuda de la joven para poder colocarse el pijama.
-Lo sé, lo siento, Mateo... es que cuando está la reina... -murmuraba ella observando los zapatos de baile del omega-. ¡Estrellas mías!, eres un cisne que destroza zapatos.
-Lo siento, me estaba divirtiendo mucho con nuestras hermanas, hasta me duelen los pies.
-Espero que la reina nunca te descubra o cortará mi cabeza por encubrir al príncipe travieso.
-Madre nunca haría eso...
-Cierto, ella es la luz de este bosque oscuro... -Amadís se sentó en la inmensa cama del príncipe y ayudó al muchacho a peinar su cabello-. ¿Y aún no conociste a nadie especial?
-No, a nadie... -murmuró Mateo siendo arropado por la joven-. Y dudo conocer a un alfa si mi madre me sigue encerrando en el palacio.
-Lo sé, no sé cuál será el plan de nuestra reina para romper el hechizo de nuestras hermanas, pero estoy casi segura de que lo resolverá... Además, ya casi será tu ritual de madurez, debe estar aterrada...
-Mi madurez...
-Esta vez tengo una corazonada de que pasara, no te tortures más -La joven le dio un beso en su frente para así dejarlo descansar.
Micael danzo hasta que sus piernas se doblaron del dolor y el agotamiento. Miro a la luna intentando encontrar una respuesta. Él era un chico fuerte, era leal a su rey, sin embargo, no estaba seguro de cuál sería su destino. Dinorah siempre lo ha ignorado, él nunca pudo saber que profetaba ella sobre él.
-Otra vez aquí, Micael.
-Tío... -saludo colocándose rápidamente de pie, inclinando levemente su cabeza ante el soberano.
-Te he dicho mil veces que no necesitas excederte, pero supongo que no puedes ignorar a tu terrible naturaleza. -musito el hombre colocando su mano sobre el hombro de su sobrino. Micael sabía que el detestaba a los cisnes, sin embargo, con él siempre fue un buen tío.
El ballet corría por su sangre, hubo veces en que quiso ignorar la fuerte necesidad de bailar bajo la luna. No era suficiente hacerlo lejos del Lago de los Cisnes, pero el jardín trasero del palacio era una buena opción para descargar esa energía.
Él no era mágico, no tenía poderes como las cisnes, pero la sangre real corría por sus venas y su instinto le exigía continuar con las tradiciones impuestas desde nacimiento. Micael no siempre fue marginado. Su padre tuvo esperanzas con él, no siempre manifestaban su segundo genero al nacer, pero inesperadamente lo desterraron, Micael sospechaba que Dinorah lo vio en sus profecías el hecho de que el jamás seria poderoso ni digno.
Al hacerse mayor lo descubrió, sus plumas negras como la noche le dio la respuesta, no había posibilidad de que el fuera un alfa u omega, su cuerpo hablo por él y era un cisne negro. Un beta ordinario con sangre real.
La leyenda del cisne de oro corría en las bocas del reino humano, donde se rumoreaba que existía un mundo lleno de magia donde vivían omegas que guardaban tantas riquezas que podrían salvar de la pobreza a un reino entero. Pero solo eran eso, rumores y fantasías. Historias que corrían de boca a boca sin ningún fundamento.
-Anoche leí otro libro. -comentó el príncipe Derek mientras intentaba seguir las instrucciones de Sebastián de como sostener mejor el arco. El príncipe alfa del reino humano era un joven muy hermoso y agraciado, un caballero culto que pasaba tardes enteras leyendo libros sobre las leyendas que ocultaba el bosque que rodeaba su reino.
-Alteza, debe concentrarse...
-Lo sé, lo sé, pero... imagina todo lo que haríamos si realmente el bosque encantado existiera.
Sebastián resopló y le pasó una de las flechas al muchacho.
-Bueno, no estaría tan entusiasmado por encontrarlo, dicen que hay criaturas terribles y peligrosas.
-Oh, vamos, somos dos caballeros valientes. Podemos destruirlos con esto. -presumió Derek apuntando a la manzana más cercana para atravesarla de inmediato con su flecha.
Él deseaba aventurar y encontrarse a sí mismo, pero las obligaciones de su reino lo ataban de manos y pies.
En el jardín del palacio se preparaba la fiesta de cumpleaños del joven heredero, todos estaban muy animados por ello. Aún faltaban cinco noches para el evento, pero iban a recibir invitados especiales de la corte y miembros de la realeza extranjera. El príncipe veía desinteresado cómo todos eran meticulosos con los detalles, hasta que la reina interrumpió la tarde junto a sus damas de honor.
-Príncipe Derek... -habló la mujer intentando llamar la atención de su hijo, quien vivía en las nubes. Todos los empleados se inclinaban ante la soberana. Sus damas reían y cuchicheaban viendo al príncipe de cerca, todas ellas eran omegas-. ¡Derek!
-Oh... -el joven titubeó, volteando a ver a la hermosa señora de cabello gris-. Madre, lo siento, no te escuché llegar... -Las damas rieron aún más cautivadas por el alfa. La reina suspiró frustrada, pues notaba que su hijo ni siquiera las miraba.
-Derek, pronto será tu cumpleaños número veintiuno, ¿ya sabes con quién vas a casarte?
-Eh... no, madre, dame tiempo... -respondió con cierto nerviosismo intentando escapar del tema al mirar hacia otro lado que no fueran los profundos ojos de su madre.
-Tiempo, tiempo, todo lo que me pides es tiempo y es lo único que no tienes. -se quejó la mujer, preocupada por el futuro de su reino-. Con el rey, tu padre, hemos sido pacientes contigo porque has dicho que querías enamorarte, pero no te vemos siquiera teniendo una cita con ningún omega del reino.
-Este... pero, madre...
-No, no más excusas, joven príncipe, no falta mucho para que seas rey y necesitas un omega con quien tener hijos. Tu padre y yo queremos convivir con nietos.
-Pero yo no sé si quiero eso para mí...
-No digas más, ese es tu deber, muchacho. Durante el baile que se dará dentro de cinco noches en honor a tu cumpleaños, deberás elegir a alguien entre las hermosas omegas de la comarca para que sea tu esposa. Si no lo haces, tu padre y yo escogeremos una para ti y tú no deseas eso.
-¿Cómo voy a enamorarme en cinco noches? -se quejó el joven príncipe.
-No lo sé, pero encuentra el amor pronto o nosotros lo haremos por ti.
Luego de aquella conversación con su madre, el príncipe Derek quedó desconsolado. No deseaba casarse sin amor como su hermana Leah. Aunque ahora ella era muy feliz con su esposo, al inicio la vio sufrir. Esperaba cambiar esa parte de la historia, pero nada estaba saliendo como él quería.
Sebastián, su noble caballero de compañía, al ver la tristeza en la mirada del joven príncipe, se acercó con intenciones de animarlo.
-Mañana por la mañana, hagamos una partida de caza al bosque, nuestro príncipe necesita entretenerse -propuso en voz alta, y recibió la rápida aprobación de todos los alfas que estaban presentes. Al príncipe Derek no le quedó más opción que aceptar. Sebastián siempre había sido su amigo y sabía que solo buscaba hacer lo mejor para él.
-A primera hora, partamos juntos... -respondió Derek con una sonrisa, e invitó a todos unas bebidas, intentando ahogar todas sus preocupaciones en ella.
No sabía cómo enamorarse.
No estaba seguro de si estaba listo para ello.
A la mañana siguiente, la reina del lago de los cisnes sintió la presencia de los humanos queriendo adentrarse en el bosque. No estaba preocupada porque había una barrera invisible que ocultaba su mundo mágico de ellos para que no dañen su hogar.
-Creo que es él -dijo la doncella de cabello de fuego, observando a través del agua junto a Dinorah como el joven heredero del reino humano estaba allí intentando atravesar la barrera.
-Alteza, sin dudas es él -confirmó la doncella morena, acercándose aún más a la fuente.
-Silencio -musito la reina alejándolas con el uso de su magia.
Sin embargo, al notar que el joven heredero del reino humano estaba allí, decidió abrir una pequeña grieta para dejarlo pasar.
Él era el indicado. Él era ese alfa que Mateo necesitaba para romper el hechizo. Dinorah siempre planeó esposar a Mateo con el príncipe del reino humano. Su última profecía predijo que el amor de Mateo los salvaría de la magia del rey hechicero. Era un buen partido para llevar a cabo sus planes.
Dinorah, desde temprana edad, había podido profetar a través de sus sueños. No siempre eran claros, muchas veces debía darles cuerpo ella misma a las más inconclusas. Pero la primera que tuvo luego de la llegada de su hijo fue más clara que el agua. Sin embargo, se negaba a que suceda, y por culpa de ello nuevas visiones atacaban sus noches como pesadillas repetitivas.
Mateo normalmente permanecía dentro del palacio, a menos que su madre, la reina, diera permiso para que diera un paseo bajo la supervisión de sus mejores guardianas. Este iba a ser uno de esos días, le concedería la posibilidad de caminar por el lago de los cisnes y así su plan de cupido daría sus frutos.
Necesitaba que el omega experimentara el amor antes de su ritual de madurez o lo condenaría al peor de sus destinos. Sabía que en parte ella también era responsable, pero fue una carga que decidió cederle a Mateo.
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