— Está cerca —escuchó un susurro en su oído, dentro y fuera de sí. Un frío recorrió su espalda. Era la misma voz del hombre de su sueño—. Sigue buscando.
Arthur agarró su collar con fuerza, y se recostó contra el artículo de madera.
— Está cerca, cerca. Ahí. Busca. Te mostramos. Ven. Vamos —escuchó un coro de múltiples voces al unísono.
Debía estar delirando todavía. Era la fiebre seguramente. Sí.
Un sudor frío bajó por su nuca.
Volteó a ver al cajón vacío a su lado.
A menos que...
Se agachó y lo observó con detenimiento. El cajón media más por fuera que por dentro. Eso es natural, por lo grueso de la madera, pero le daba la impresión, de que no podía ser solo eso.
Tocó el fondo, y empezó a juguetear. ¡La tabla inferior se movió, como si se abriera una pequeña puerta corrediza! Arthur movió el farol para ver mejor, y se encontró con... Una pluma de escribir.
Frunció el ceño, y titubeo un momento, para finalmente levantarla entre sus manos.
Era una hermosa pieza, la dorada punta metálica tenía pequeños grabados y relieves de flores y hojas curvas, que se juntaban en la zona donde sale la tinta. Tenía un pequeño mango, también metálico, y la pluma en sí era blanca, fina y lisa.
— ¡Úsala! ¡Escribe! ¡Úsala! La pluma. Es la pluma —exclamaron emocionadas las voces.
Arthur podía apreciar lo bello del objeto. Pero la euforia de las voces, era algo que no compartía. Claro que sería interesante escribir con tal artilugio, pero...
— Algo. Duele. ¡Duele!
Arthur sintió de nuevo el dolor en su pecho. Se dobló sobre sí mismo, colapsando sobre sus piernas, tosiendo nuevamente. Las voces gritaban en pánico, mientras Arthur se ahogaba dentro de sus propios pulmones. Agarró la pluma con fuerza, y lo único en lo que pudo pensar, es que solo quería que el ataque se detuviera.
La pluma género una estela de luz y en el aire se escribió:
Y el ataque se detuvo.
Arthur dejó de toser.
... ¿Qué-? ¿Pero cómo...?
¿Se supone que esto ocurre en la historia? Soy el narrador, ¿cómo es que no fui informado...?
... No importa. Como decía...
Arthur se arrodilló en el suelo, cerrando sus ojos con fuerza, dando grandes bocanadas de aire. Posó su mano sobre su pecho, percibiendo como su corazón lentamente volvía a su ritmo original, y, cuando el mareo cesó, abrió sus ojos, para encontrar se con la habitación, llena de la misma estela azul que en su sueño, rodeándolo, flotando sobre su cabeza, la más hermosa aurora boreal.
Sus ojos se iluminaron extasiados.
Empezó a reír, y unas lágrimas se asomaron en sus ojos. Esto era simplemente imposible, pero ahí estaba, tan maravilloso, que llenó su corazón. Se sintió de pronto como dentro de alguna de las historias que escribía.
Alzó su mano, y la estela de luz la siguió, guiada por la pluma.
— ¡¿Quién anda allí?! —vociferó inquisitiva la voz de la cocinera Ray.
Esa voz definitivamente no estaba en su cabeza.
Arthur se sobresaltó, entrando en pánico. No se suponía que estuviera fuera de cama. Mucho menos jugando con... ¡Estelas de luz azul! ¡Debía escapar! ¡Huir! ¡A cualquier lugar que no fuera ese estudio!
De nuevo, la luz de la pluma formó palabras en el aire.
Así que Arthur apareció en el jardín.
¡Y así pasó!
¡¿Otra vez?! No hay manera de que Arthur haya aparecido en el jardín, es... pero ahí estaba... Frente a la casa de paredes amarillas.
...
Arthur se quedó un momento procesando el salto repentino de espacio. Miró al cielo, con el amanecer que se aproximaba, a la vez que desaparecían lentamente, una a una, las estrellas del firmamento.
Lo que acababa de pasar no tenía sentido. No había manera de que estuviera afuera. Pero era definitivo: sentía el sol en su rostro, la briza en sus mejillas, el pasto en sus pies descalzos, y la pluma entre sus manos.
Arthur la alzó a la altura de su rostro y pasó su otra mano por sus delgadas fibras.
Así que eso era lo que la hacía tan especial...
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