Ariel crecía con gracia ajeno a su verdadera identidad. La zona del bosque en donde vivía con sus "tías" era tranquila pero aquel revoltoso niño siempre buscaba la forma de alterar todo a su paso. Sabía que la magia los rodeaba, aunque las hadas intentaban ocultarlo, a los ocho años de edad Ariel la conoció.
En su octavo cumpleaños, las hadas organizaron un picnic a las afueras para celebrar otro año más con su príncipe saludable. El desde ese momento ya podía sentir las feromonas de sus tutoras. No decía nada porque no le parecía extraño el aroma agradable que ellas desprendían. Normalmente, un alfa común no lo percibiría ya que ellas eran todas recesivas, pero él no estaba lejos de ser común.
—¿Es en serio Colibrí? —se quejó Primavera al notar lo cerca que estaban del bosque encantado.
—No veo el problema, el lugar es bueno.
El hada no mentía, en el claro que se encontraban los arboles de moras danzaban con tranquilidad al ritmo del viento primaveral. No faltaba mucho para la llegada del verano, y el clima allí era verdaderamente agradable. Primavera se sentía bien en un lugar como ese, aun así, sufría de ansiedad al estar ahí con el joven príncipe.
Nieves no dijo nada, ella prefirió tomar asiento mientras Ariel trenzaba su cabello. El niño pese a ser travieso las amaba, era todo lo que tenía y aun a esa edad donde la inocencia lo acompañaba se sentía satisfecho con solo tenerlas a ellas.
—Vinimos aquí a celebrar—hablo nuevamente Colibrí despreocupada y comenzó a sacar los aperitivos de la enorme canasta que había preparado junto a Nieves. —ya han pasado ocho años.
Era un festejo porque Kyrell no los había encontrado en ocho años.
—Está bien, tienes razón.
La celebración había transcurrido con normalidad, comiendo frutas frescas, pasteles y jugos. Ariel había decorado la trenza de Nieves con hermosas florcitas nubes e hizo una corona de margaritas para Primavera. Le faltaba peinar a su tía Colibrí, así que cuando las tres mujeres se durmieron en la tranquilidad del césped, él se puso a buscar flores que combinaran con su tutora.
La búsqueda lo llevo hasta el límite que había entre el bosque común y el bosque encantado. La vibra se sentía tan diferente que Ariel no se atrevía a cruzar. Todo era diferente, desde la magnitud de los arboles hasta el color del césped. Más sombrío y mágico, una neblina blanca marcaba perfectamente el límite entre ambos bosques. Pero no era tan terrible como parecía.
Fue entonces cuando Ariel sintió el aroma más exquisito que pudo experimentar a su corta edad. Busco al dueño del perfume que lo llevo a cruzar la espesa neblina, y al verlo, quedo hipnotizado. Al ingresar al bosque se encontró con un ambiente diferente a como se veía desde fuera. No iba a mentir, si daba miedo lo desconocido, pero hasta el aire que respiraba era mágico.
El césped brillaba como si estuviera bañado en un sutil rocío, y los arboles parecían cantar para él. Ni hablar de las flores, que tenían un aspecto cristalizado, pero nada de eso fue relevante para el joven príncipe. Porque por primera vez vio a otro niño de unos casi diez años, con el cabello azabache como la noche que le rozaba los hombros y una mirada filosa que brillaba como dos cristales grisáceos.
El contacto visual duro apenas unos segundos, pero para Ariel fue tan impactante que no se pudo mover y ese niño de aroma deslumbrante se convirtió en un gran cuervo negro que voló hasta la copa del árbol más cercano.
Desde ese día, Ariel jamás se olvidó de él, y cada vez que tenía oportunidad, con la vaga excusa de ir en busca de bayas se adentraba a aquella zona desconocida para oler el rastro de su feromona de lavanda. En todas sus exploraciones, aunque no encontraba al cuervo, descubría cosas nuevas de su mundo que lo ayudaron a entender la magia.
Pero no siempre tenia tiempo para explorar, porque a medida que crecía las hadas lo mantenían más ocupado aprendiendo etiqueta, el arte de defensa y ataque con una espada y danzas como bailarín acompañante. Todo le parecía absurdo, no entendía porque debía aprender tantas cosas y porque sus tías eran tan serias al respecto.
Su vida, fuera de la cabaña, ya no era tan solitaria como antes. A pesar de que sus tías lo mantenían preso con obligaciones, el hizo unos amigos metamorfos bastante peculiares. Alvar, era un conejo blanco que conoció entrando a la pubertad. Este ser era un alfa como el, y al ser un conejo extrovertido no dudo en amistarse con el forastero. Gracias a Alvar encontró un campo de lavandas que le recordó al chico que una vez vio.
Luego, conocieron a Fletcher, una lechuza, omega recesiva que siempre merodeaba sola por donde ellos jugaban. Ella, a comparación de los jóvenes alfas, era tímida y no tenía amistades hasta entonces. Al comienzo se mostraba reacia a relacionarse con ellos por dos motivos válidos. Como omega, era natural temer a la idea de tener a dos alfas cerca suyo; y como persona que era acosada por su propia especie por no tener feromonas, le costó entrar en confianza y entender que el humano y el conejo eran seres de buen corazón.
Ambos ayudaron al crecimiento de Ariel, entre juegos, risas y un conocimiento que no podía adquirir con las hadas.
Por otro lado, Markus, el cuervo que se encontró con Ariel aquel día soleado. No era un omega ordinario, se trataba de nada menos que el fiel sirviente de Kyrell. El joven omega era mucho más mayor de lo que humanamente aparentaba. Cuando vio a Ariel por primera vez, si era un niño, pero en cuervo era mucho más adulto. Markus era una especie rara de metamorfo y su edad se pausaba cuando se convertía en ave.
¿Qué quería decir? Que al pasar más tiempo en su forma animal el demoraba mucho más en convertirse en un hombre adulto. Para ser más específicos, Markus en realidad le llevaba once años de ventaja a Ariel, pues él fue encontrado a esa edad por Kyrell, su salvadora y desde entonces la acompañaba hasta incluso presenciar como su "madre" condenaba a Ariel.
¿Pero Markus reconoció enseguida a Ariel? No, el solo vio un niño travieso que no valía la pena cruzar. En ese entonces, le restó importancia, pero con el correr de los años fue escuchando el rumor de un campesino que se adentraba al bosque encantado y arrancaba algunas flores de lavanda.
Quería pasarlo por alto, no le importaba otra cosa más que encontrar a Ariel, pero la ninfa de las flores siempre se quejaba con él.
El tan esperado segundo encuentro ocurrió porque Markus estaba cansado de escuchar sobre el niño, que ahora era un joven de quince años, y se quedó esperando en el campo de lavandas en su forma de cuervo.
Ariel no tardó en aparecer acompañado de sus amigos mágicos. Alvar corría a su lado y Fletcher volaba cerca de el en su aspecto animal. Las feromonas de Markus se perdían entre las flores de lavanda, y desde la rama donde reposaba observaba al alfa con detalle.
Un humano con un segundo género, no era algo tan común, y además de rasgos perfectos y masculinos. El cuervo recordó lo que le había dicho su madre.
"Hoy en día debe ser un joven alto de cabellos rubios como su madre y ojos amatistas llamativas. Él no es un chico ordinario, al verlo rápidamente lo entenderás, él debe tener la gracia de su... padre. Si encuentras a un alfa así deberás decirme inmediatamente."
Tiene que ser Ariel, pensó el cuervo.
Luego de la sospecha se fue volando hasta el castillo de su "madre". Ellos vivían en las profundidades del bosque encantado. El castillo tenía un aspecto singular, se veía inclinado como si desafiara la gravedad sobre una colina alta. Los rodeaba una neblina pesada y ninguna hada se atrevía a visitar a su hermana. El lugar parecía descuidado, como si estuviera en ruinas, pero eso solo era por fuera.
Porque al ingresar a su interior en la entrada te recibían ostentosas pinturas donde mostraba una poderosa hada oscura junto a su esposo águila de sonrisa encantadora. De lejos se notaba que ese hombre era tan poderoso y jugador como Kyrell. La luz escaseaba y las antorchas iluminaban en un tono verdoso la recepción lujosa y pulcra del hogar del hada oscura.
Decoraba con esculturas de cuervos, serpientes y otros animales que Kyrell apreciaba. Pero también podías encontrar adornos completamente envueltos en piedras preciosas y joyas muy valiosas. Ella era una coleccionista de artículos exóticos y su esposo la consentía para ser perdonado. Sin embargo, ese hombre ya no vivía.
Cuando el águila se enteró de las atrocidades que hizo su esposa por celos, tuvo una discusión con ella que no pudo ganar. En cuanto a jerarquía, Kyrell era inferior a su esposo, sin embargo, ella tenía el poder de la juventud de las hadas mientras que su esposo envejecía con los años.
Aprovecho esa debilidad para eliminarlo y vivir por siempre con el resentimiento y la satisfacción de torturar a las que fueron amantes de su amado.
—Querido... —susurró ella con una fingida dulzura permitiendo que Markus se posara sobre su ante brazo. —¿Qué te trae tan temprano por aquí? ¿Tienes buenas noticias para tu madre?
Markus asintió con suavidad y le confeso todo lo que había visto en el campo de lavandas. No afirmo que se tratase de Ariel, pero antes de actuar necesitaba que Kyrell le ordenara sus próximos movimientos.
Él le debía mucho a ella y estaba dispuesto hacer lo que sea para satisfacerla. Su aprobación era su más grande anhelo.
—Ya veo... así que hay un muchacho humano merodeando en los límites. Probablemente las tontas de mis hermanas intentaron esconderlo, pero las raíces de ese niño lo trajeron a nosotros. —una risa suave escapo de sus rojizos labios. —Les dije que era inútil esconderlo.
Entonces su madre le dio la orden, y lejos de lo que él se hubiera imaginado, le pidió que simplemente hiciera vigilancia y le reportara los movimientos del chico.
En la cabaña del leñador, Ariel suspiraba entre los pilones de libros de historia que Primavera le había traído. No le encontraba sentido leer ni mucho menos aprender. Alvar estaba escondido debajo de su cama en su forma animal, y espero a que Primavera le diera privacidad a Ariel para poder transformarse en "humano".
—Eso se ve... increíblemente aburrido.
—Ni lo digas, esto es terrible. —se quejó lanzando uno de sus libros al pecho de Alvar.
—¿Necesitas saber tanto sobre un lugar que no conoces? —el conejo se sentó sobre la cama dándole una ojeada rápida al libro de Ariel. —Ni siquiera tiene ilustraciones.
—Mis tías son muy serias con esto, pero dicen que aún no tengo edad para conocer el reino. Me pregunto si todos los niños crecemos en cautiverio hasta ser adultos.
—¿Habrá más niños humanos aparte de ti? Nunca he visto uno, además de ti, claro.
—Lastimosamente querido Alvar, no sabría responder a esa pregunta, los libros no hablan de eso.
Luego de largas conversaciones aleatorias con el conejo, finalmente este lo dejo a solas y Ariel salió de la cabaña para dar una pequeña caminata solitaria. Había una zona del bosque que daba a un barranco, y desde allí se podía ver el reino que describía los libros que estudiaba. Soñaba día y noche con explorar ese lugar, deseaba tener la edad suficiente para conocer a más gente.
Según sus libros, había comidas que él nunca pudo saborear, música que jamás pudo escuchar y bailes organizados por la realeza que anhelaba ver. El bosque encantado lo mantenía ocupado, pero siempre, en su cabeza, estaba la curiosidad de saber cómo eran los demás humanos. En los libros no se mencionaban los segundos géneros, y si no fuera por sus amigos el jamás hubiera entendido porque sus tías tenían un perfume característico que las seguía todo el día.
Fletcher, ella fue quien le enseño al respecto, y Ariel estaba más interesado en las lecciones de la lechuza que en las de sus tías. Le explico que en el mundo mágico las jerarquías se manejaban según el segundo género, más bien no todas las especies respetaban esto, la mayoría se dividía de dicha forma. Además, le dio una lección sobre que eran las feromonas y cómo funcionaban. Él se prometió jamás utilizarla para malas intenciones.
—Alario... —susurró Nieves acercándose a su sobrino. Ariel se volteó dejando salir un suspiro. El joven príncipe siquiera era conocedor de su verdadero nombre. Las hadas eran un tanto despistadas a la hora de criar a un alfa, pero no eran tan tontas como para criarlo bajo el nombre real.
—¿Qué haces aquí, tía? —preguntó resignado.
—Yo debo ser quien pregunte eso, querido... —la mujer hablo con dulzura y se acercó al joven que ahora la superaba en altura. Nieves poso su diestra sobre la mejilla de su "sobrino" admirando el hermoso crecimiento de su príncipe. No iba a negar que llego a amarlo como a un hijo, y sentir la despedida suspirarle en la nuca la ponía sentimental.
—No te preocupes, tenía pensado ir a casa.
Nieves miro el paisaje con melancolía. Sabía que Ariel pertenecía al reino que se lograba visualizar a lo lejos, sin embargo, ella deseaba detener el tiempo para continuar cuidando de él y no tener que enfrentar el destino de Ariel. El joven no supo descifrar la expresión de la mujer de cabello de plata.
—Tu casa... —murmuró ella con una mirada cargada de dolor con la vista fija en el reino. El sol había comenzado a caer, así como la realidad comenzó a sentirse pesado sobre sus hombros. No estaba preparada para dejar ir a su pequeño.
—Volvamos juntos, tía. Seguramente Colibrí ya hizo la cena y se enojara con nosotros. —dijo Ariel con una sonrisa intentando mejorar el estado de animo de Nieves. Esta decidió dejar ir los malos pensamientos, para disfrutar del momento que le quedaba junto a su "hijo".
Colibrí aprendió a cocinar en esos quince años, ella a veces viajaba al bosque encantado para encontrarse con el resto de las hadas quienes le facilitaban ingredientes que podían obtener de diferentes reinos humanos. Ariel debía crecer con fuerza, él debía ser poderoso como lo fue el hombre que le dio su semilla a la reina traicionera.
Primavera no estaba del todo de acuerdo con que su hermana busque ayuda en el bosque encantado, pero entendía que no podían vivir completamente ajenas a lo que estuviera pasando en sus hogares. Ellas realmente se esforzaban dentro de sus capacidades en mantener a Ariel lejos de Kyrell, y esto muchas veces desencadenada fuertes peleas entre las tres hadas "campesinas".
El hada de las aves, realmente extrañaba su magia. Nieves podía disfrutar un poco de ella cada invierno, debido a que su magia estaba ligada a la nieve real y aunque le despojaran de sus varitas, la magia brotaba desde la punta de sus dedos. Lo mismo era para Primavera, ella conectaba en secreto con su magia a través del vivero que habían creado en el patio trasero de la cabaña.
No era justo para Colibrí, pero lastimosamente era considerada la más torpe de todas y ella no conseguía magia a través de los pájaros. Pero si podía saborearlo cuando cantaba con dichos animales.
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