Había una vez un rey y una reina que diariamente se lamentaban por no poder concebir un niño. Hace ya unos años, un reino cercano tuvo a su primera hija, la princesa Felicitas, y ellos soñaban con unir ambos reinos. Pero pasaron los años sin que la suerte cambiara.
Sin embargo, ocurrió que un día mientras la reina divagaba por el ostentoso jardín de su palacio un águila se posó sobre la rama de un árbol y la llamó con una dulce voz.
—Tu deseo se cumplirá antes de que transcurra el año, traerás al mundo a un niño poderoso.
La reina estaba impactada, en un mundo lleno de magia, no le llamó tanto la atención que el águila le hablara. Pero cuando este bajo de la rama para convertirse en un hermoso hombre de ojos dorados como el sol, no supo si era inofensivo o peligroso.
Completamente cautivada, dejó que el ser mágico endulzara sus oídos y se dejó llevar a las profundidades del bosque encantado que estaba a cien pies de su reino. Entre los humanos, los betas abundaban y la reina era una simple mujer que no tardó en caer por las feromonas del alfa dominante.
En su mundo, solo los seres mágicos y poderosos contaban con un segundo género, dividiéndose entre omegas y alfas. Claro, entre ellos había variantes como dominantes y recesivos. Para los humanos era casi imposible manifestarse con alguno de estos géneros a no ser que conciban un bebe con un ser mágico que les regalara su semilla.
Aunque los betas no tenían feromonas ni poderes, ellos también lograban ser sensibles a ellas. Así fue como la reina, embriaga entre el deseo y la avaricia bailó sobre el hombre águila deseosa por tener su semilla. La mujer, sabía que, si no lograba regalarle un hijo a su esposo, sería reemplazada por otra más fértil. Todas las féminas sabían lo poderosos que eran los alfas y como ellos hacían "milagros" tras dejarlas embarazadas.
Lo que no sabían, era que, a lo lejos, un joven cuervo observaba todo siendo ojos y oídos de la temerosa hada oscura Kyrell. Ella veía con los ojos inyectados en furia como su esposo la engañaba nuevamente con una simple beta, pero esta vez no era cualquiera, era una especial. Esa amante era miembro de la realeza y ella jamás perdonaría a la reina por "seducir a su esposo", aunque Kyrell en el fondo sabía que la culpa era del hombre. Pero ella, como omega dominante, no podía hacer nada para matar a su querido más que culpar a las víctimas.
Lo que el alfa había prometido se cumplió y la reina tuvo un niño tan hermoso que el rey quiso mostrar su alegría a todo su reino celebrando una gran fiesta. Pero en dicho acontecimiento, no solo fueron parientes, amigos y plebeyos, sino que también han asistido las hermosas doce hadas del bosque para bendecir al niño. En realidad, en total eran trece, pero la reina, por recomendación del hada Jazmín se negó a invitar a Kyrell.
Entre las hadas, sabían que ese hermoso niño era hijo del esposo del hada oscura, por ello, todas se ofrecieron voluntariamente a ir y regalarle dones prodigiosos que pudieran ayudarlo en el futuro oscuro que estaba escrito en su destino.
La celebración se realizó a lo grande y cuando estaba llegando a su fin el rey del reino cercano junto a su hija Felicitas se acercaron a las comarcas para darles su bendición.
La princesa ya era una niña de cinco años, y entre manos llevaba un obsequio para el bebé que se suponía sería su esposo en el futuro. A pesar de su corta edad, le pareció absurdo llamar prometido al niño que chupaba los dedos de su pie derecho. Los reyes se dieron un fuerte abrazo, anunciándole a todo el reino de dicha unión y todos celebraron contentos, aunque las hadas en silencio se miraron entre ellas.
Desde una distancia lejana podían sentir las débiles feromonas del bebé.
—Sin dudas es alfa. —murmuró el hada Rosa a Jazmín.
—Solo esperemos que no sea dominante. —suspiró Laguna acomodando su cabello rizado tras sus orejas. —Será un verdadero problema. Felicitas no será suficiente para él.
—Vamos muchachas, a no ser pesimistas, nada puede salir mal sin la presencia de Kyrell —alentó Flora a sus compañeras.
Entonces, llegado el momento, las hadas otorgaron al niño sus dones. Flora le dio la virtud, otra la belleza, la tercera la fuerza y poder, y así hasta tener todo lo necesario para ser un alfa digno de gobernar su reino y poder enfrentarse a las oscuridades que guardan el bosque encantado. Sin dudas, sería un muchacho que resaltaría en todo.
Cuando once de ellas habían formulado sus deseos, una gran ventisca movió todo a su paso junto a una feromona verde y pesada hizo que todos los invitados del lugar se inclinaran. Los reyes no podían ver bien quien era su invitada, hasta que esta apareció entre la neblina de feromonas mostrando una terrible sonrisa.
El hada tenía la piel tan pálida como la nieve y una mirada oscura en la cual nadie deseaba perderse. Era imponente. Atemorizante. Una mujer de gran altura con una túnica negra como la noche, como si estuviera asistiendo a un funeral acompañada de su fiel cuervo que reposaba sobre su hombro.
—Kyrell... —susurraron las hadas aterradas. El hada oscura era la única omega dominante entre las hadas, por lo que ninguna podía darle pelea sin descompensarse primero por la fuerza de las feromonas de Kyrell. Ellas le temían, pues Kyrell era la única hada que se había cruzado al lado oscuro y hacía un terrible uso de su magia.
—Vaya, veo que esta es una gran fiesta altezas— musito con ironía—Y están todos, la realeza, la plebeya —hizo una leve pausa y se rio viendo a las hadas— y mis hermanas queridas... que raro, no me llego la invitación.
—Oh, no se ofenda excelencia, por favor quédese. —dijo la reina con inocencia. Kyrell la miró con sus fríos ojos y elevo una ceja reprimiendo su sonrisa.
—Es un honor su majestad, y para demostrar mi buena voluntad también le concederé un don a su príncipe. —Kyrell hizo unos movimientos con sus manos desprendiendo de ellas una nube negra que se colocó sobre la cuna del bebé. —¡Oigan bien todos los presentes!, el príncipe si crecerá dotado de maravillosos dones, será amado por todos quienes lo conozcan, sin embargo... Al cumplir los diecinueve años antes de que el sol se ponga se pinchará el dedo con el huso de una rueca ¡Y morirá!
—¡Ay, no! —la reina corrió hasta su bebe tomándolo en brazos de manera protectora. Kyrell soltó una gran carcajada a gusto, esperaba gustosa que se cumpla su gran venganza.
—Así aprenderás alteza, a no hurgar por los bosques para quedar embarazada. —acuso viendo a reina con sus ojos rojos como el fuego e hizo de sus feromonas más pesadas para hacer retorcer a la soberana.
Todos los invitados desviaron inmediatamente su atención a la reina, pero su esposo ignoró por el momento las palabras del hada oscura.
—¡Guardias! ¡Guardias! —exclamó, pero sus llamados fueron en vano, ya que Kyrell se fue inmediatamente del lugar dejando un terrible silencio. Todos los invitados estaban confundidos. La reina estaba angustiada por las acusaciones, si el rey se enteraba que Ariel no era su hijo legitimo sería terrible para ambos.
La traición se pagaba con la muerte.
—No se desespere majestad. —rompió el silencio el hada Narcisa. —Clavel aún tiene un don para él.
—¿Entonces podrá deshacer ese terrible hechizo? —habló el hombre con pena acercándose a su mujer para consolarla y de alguna manera hacerle entender que a él no le afectaron las palabras del hada oscura.
—Lamento decirle que no, su majestad. —anunció Clavel. —Los poderes de Kyrell son grandes, pero puedo ayudar de alguna manera, si usted me lo permite.
—Claro, por supuesto... —murmuró la reina entregando al príncipe al hada de vestido blanco que simulaba tener una cola de pétalos de la flor de su nombre.
Clavel tomó al niño entre brazos y con una melodiosa voz anunció su don.
—Dulce príncipe, si pinchas tu dedo con el huso de una rueca que haya un rayo de esperanza en el don que te concedo. —una nube blanca con pequeños destellos plateados rodeo a ambos. Clavel hizo una mueca de dolor, no era tarea fácil contrarrestar a Kyrell. —No será en manos de la muerte en la que caerás, será en un profundo sueño que durará cien años a no ser que un príncipe o princesa te despierte con el calor de un beso de amor verdadero.
Al terminar sus palabras el hada rápidamente extendió al niño a los reyes, porque fue en cuestión de segundos que se desvaneció en el suelo agotada por el gran uso que hizo de su poder. Las hadas del bosque corrieron a socorrer a Clavel y se la llevaron consigo aun afectadas por lo sucedido.
Después de todo, no dejaban de ser hermanas directas de Kyrell.
La reina estaba desolada, ese día lloró sin cesar con su bebé en brazos. El rey la miraba con desconfianza, quería pensar que las palabras del hada fueron por pura malicia, pero la duda pico su corazón. Aun así, no se atrevió a cuestionar a su mujer. Temía escuchar algo que no quería y que su honor fuera quebrantado. Por eso, esa noche ordenó quemar todas las ruecas del reino.
En un salón del palacio, estaban las doce hadas, no dejaban de discutir entre ellas sobre qué harían al respecto. Todas fueron conscientes de que ese bebé iba a tener un camino difícil, pero jamás imaginaron que Kyrell era capaz de matar un alma inocente. Ese niño no tenía la culpa de nacer del pecado. De un engaño.
Las propuestas eran descabelladas. Algunas querían convertirlo en flor, y otras en algún animal inofensivo, pero Nieve siempre las interrumpía diciéndoles que Kyrell era capaz de envenenar a Ariel de cualquiera de todas sus formas. Era un hada fría y calculadora, ella buscaba esto, que sus hermanas enloquecieran intentando proteger al pequeño de las garras de su ira.
—Clavel ¿por qué tuviste que decir que romperá el hechizo un príncipe o princesa? —se quejó Narcisa con su mano en su sien.
—El poder de Kyrell es muy fuerte, no me dejo hacer mucho, ella puso muchas cláusulas ocultas. —admito el hada, suspirando completamente frustrada. Por supuesto hubiera deseado darle un mejor don, pero fue todo lo que pudo hacer. Kyrell fue silenciosa, solo anuncio lo que quería que se escuchase, pero dejo muchos obstáculos adelantándose a que quieran hacer un contra hechizo.
—Era estúpido pensar que nos dejaría el camino fácil sabiendo que nos faltaba brindarle un don. —afirmó Flora.
—Pero debemos hacer algo, no podemos dejarlo así. —dijo Rosa.
—Nosotras somos hadas del bien, hadas de la felicidad y la bondad. No podemos permitir que este niño sufra por nuestra hermana. —habló otra.
—¿Podemos siquiera seguir considerándola nuestra hermana? —se quejó Narcisa. —Es una maldita despiadada.
—Aunque ella se haya ido al lado oscuro, nosotras debemos remediarlo. —dio la razón el hada Lila. —Y yo creo que lo mejor será que tres de nosotras se lleve al niño lejos de aquí.
—¿Por qué tres? —cuestionaron mirándose entre ellas.
—Porque cuidar de un bebé no es tarea fácil y si somos doce llamaremos la atención de Kyrell. Vengan, acérquense todas, les contaré el plan.
Fue entonces cuando las hadas se convirtieron en pequeñas estrellas titilantes para no ser escuchadas y el hada Lila explicó, a un costado del bosque encantado, en la parte más común del claro había una cabaña abandonada donde una vez vivió un hombre que amaba su soledad. Nadie reclamó la tierra luego del fallecimiento del leñador, por lo tanto, las tres hadas más capaces deberían cuidar de Ariel como si fueran una familia de campesinos normales, sin magia, e intentando ocultar sus feromonas a como dé lugar.
Las omegas recesivas dieron un paso adelante, ellas serían capaces de ocultar sus feromonas. Pero algunas no estaban de acuerdo con abandonar su magia así sea temporalmente, a pesar de ser mujeres eternas, vivir sin poderes durante diecinueve años era demasiado. Las únicas valientes que se dejaron convencer por la causa fueron Primavera, Nieve y Colibrí, y entre las tres serían las tutoras de Ariel.
Por supuesto, ninguna tenía experiencia con ser madre. Las hadas eran mujeres hermanas, ellas no tenían hijos ni se casaban con alfas. Omegas solitarias, así las llamaban, por eso, cuando Kyrell se casó con un poderoso alfa fue considerada hada oscura. Por ser una omega impura.
Las hadas decididas se reunieron con los reyes para comentarle los planes. La reina no quería perder los primeros años de vida de su amado hijo, pero el rey concedió el permiso a las hadas para que se llevaran al bebé. La reina gritó de dolor cuando las tres hadas tomaron al niño con dulzura. El rey les sonrió con pena. Él amaba al bebé, aunque en el fondo no dejaba de pensar en la posible traición.
—No te preocupes querida, es por el bien de nuestro niño. —intentó consolar el hombre a su amada.
—¿Y si fallan?
—No fallaran, nuestro primogénito llegara sano y salvo, lo veras. Mientras tanto, tal vez podamos intentar darle hermanos a nuestro príncipe heredero.
La reina lo miró aterrorizada, sabía que ese niño solo podía concebirlo con la semilla de un alfa dominante. Aun así, prefirió dejar de hacer un escándalo, y miró con completa tristeza como las tres hadas se marchaban con su pequeño bebé.
—No se preocupe alteza, lo criaremos como si fuera nuestro hijo y será un niño de bien. —aclaró Colibrí haciendo una leve reverencia ante los reyes.
Las tres hadas no se veían de la edad que tenían. Ni muy jóvenes ni muy viejas. Dos de ellas lucían como jóvenes en sus treinta años mientras que Nieve, la más joven, se veía de unos veinticinco de edad. Pero la realidad era que todas ellas superan en creces la edad de los reyes, porque llegaron al mundo cuando aún no había reino que reinar.
Las tres eran hermosas, Colibrí el hada de las aves, tenía un cabello rizado rubio y largo hasta las caderas, parecía la campesina más torpe y amable. Primavera, llevaba su cabello castaño corto, hada de estación, se veía como la líder entre las tres, pues era la mayor. Luego estaba Nieves, con su cabello plata y lacio hasta la cintura, su piel helada no era del gusto de Ariel por eso no podía cargarlo en brazos, ella era un hada de invierno.
Las demás hadas prometieron ayudarles desde las sombras, facilitando alimentos y otros suministros que requieran a lo largo de esta aventura. Ellas, aunque ahora estaban despojadas de sus poderes, sabían que no estaban solas. Así que cuando el sol se ocultó, se fueron del palacio con túnicas negras para no ser vistas y con Ariel envuelto en una manta cálida de piel de cordero.
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