Akio se vistió, se colocó sus anteojos y se dirigió a la cocina. Mientras bajaba las escaleras y se removía las lagañas, se forzaba a mantenerse sereno. Su tía era como un detector de mentiras andante, y él era un pésimo mentiroso. Akio se torturaba pensando que quizá ella ya lo había descubierto.
«Tal vez.... Tal vez ya se dio cuenta. ¡Sí, ya se dio cuenta! Ella me hizo creer que la engañé, pero en realidad todo era parte de su plan para distraerme, ¡Y ahora mismo está llamando a la policía!»
El corazón le comenzó a palpitar furiosamente. Akio colocó una mano en el pecho. Sonrió nerviosamente y negó con la cabeza.
«¿En qué estás pensando? Ella nunca delataría a su propio sobrino. Ella me quiere… »
El chico acomodó sus anteojos sobre la naríz, riendo por lo bajo.
—Si, aquí anda. Está tomando el desayuno. —Escuchó decir a su tía en un tono de voz que parecía un susurro.
Akio sintió que el corazón le brincó hasta la garganta. ¿Porqué estaba susurrando?Despacio, comenzó a avanzar hacia la sala. Ahí pudo observar a su tía hablando con alguien por el teléfono rosa de la sala. Estaba un poco inclinada, como si quisiera evitar que su conversación llegara a oídos indeseados.
—¡Pero cómo se le ocurre que voy a mandar a la criatura sin desayunar! Ni que fuera yo una desalmada.
«¿Mandarme a dónde?, ¡¿A la cárcel?!... ¿¡¡¡A la silla eléctrica!!!?»
A su mente llegaron visiones de un futuro imaginario donde se veía a sí mismo siendo chamuscado hasta la muerte en la silla eléctrica, mientras un grupo de científicos y policías lo veían. Su tía también observaba, con un traje negro y un pañuelo de ceda, el cual ondeaba a manera de despedida. Las manos comenzaron a temblarle, al igual que los pies.
«Tengo que escapar… ¡Tengo que escapar ya!»
—¿Otra vez vestido de rayas?
—¡¡¡¡¡¡AAAAAAH!!!!!!
Akio dejó escapar un grito que resonó por toda la casa. El susto le hizo girarse de forma tan brusca, que tiró al suelo uno de los angelitos que a su tía Nora le encantaba coleccionar, estrellándose contra el piso.
Al darse la vuelta encontró que ahí, sentada en la mesa de la cocina, estaba su prima Carrie. Tenía un plato de hot cakes enfrente y su blusa estaba empapada con jugo de zanahoria.
—¡AHW! —Ahulló la chica formando con los labios una “O” perfecta, con las manos alzadas en el aire y viendo con horror su blusa llena de jugo.
—¡Carrie! — Exclamó Akio, recuperando poco a poco su respiración habitual.
La joven cerró poco a poco los labios hasta volverlos una línea fruncida. Estiró la mano, cogió una servilleta y se dispuso a tratar de remover el jugo antes que el líquido penetrara la tela.
—No. Vuelvo. A desayunar. Aquí.
«Ojalá esta vez sea cierto… » Pensó Akio para sus adentros.
Nora, alertada por el grito, terminó la llamanada y llegó corriendo a la cocina.
—¡Akio! ¡¿Qué pasó?! Casi haces que se me salga el alma del cuerpo… ¡Ay, mi angelito!
La mujer regordeta se recogió el mantel y procedió a recoger los restos de su estatuilla como si fuera un pajarito herido. Akio se apresuró a ayudarla.
—Lo lamento, tía. —Le dijo, mientras le pasaba un trozo del ala. —Lo repararé.
Su tía le dirigió una sonrisa dulce y le puso una mano en la mejilla.
—Tranquilo, hijo. Ya me ayudarás cuando vuelvas de la escuela. Ve a desayunar, anda.
Akio obedeció, dejando los pedazos del ala sobre la repisa. Después se sentó al otro extremo de la mesa, lo más alejado posible de su prima, quien seguía viéndolo entornando los ojos.
—Estás más raro de lo normal. Y eso es decir bastante. — dijo ella, alzando el mentón.
—Se me ocurre que si no vinieras a mi casa, no tendrías que sufrir por lo raro que soy.
—Esta no es tu casa.
—Tampoco tuya.
—¡Ya basta! —intervino Nora, acercándose y sentándose en medio de los dos. —Esta es la casa de los dos. Ahora, ¡a callar y a comer!
Carrie iba todos los martes, jueves, viernes y a veces los sábados. Ella decía que era por los hotcakes y Nora fingía creerle. En todo caso, y aunque le entristecía el verdadero motivo, le hacía feliz tener a sus dos sobrinos compartiendo el desayuno junto a ella.
—Carrie, reinita, hablé con tu mamá. Dice que no te olvides de tomar tus pastillas y que ella irá a recogerte a la escuela.
La expresión de la chica se transformó de indiferencia a espanto en un segundo.
—¡¿Qué?! ¿Porqué?
—Dijo que quería pasar más tiempo contigo. —Nora repitió las palabras de cuñada, sintiéndo cierta angustia por intuír que aquello no era del todo cierto.
Carrie soltó una risa irónica.
—Sí, claro. Como sea, me alegra saberlo. Buscaré la forma de irme antes. No voy a darle la oportunidad de que me ponga en ridículo o me insulte enfrente de mis amigas.
Nora había cumplido con el deber de avisarle. Por lo demás no se atrevía a opinar ni a favor ni en contra. Era bien conocido por todo el pueblo la clase de mujer que era la madre de Carrie, y Nora más que nadie sabía que su cuñada era una persona perfectamente capaz de poner a su hija en una situación incómoda. Además, la manera en la que había dicho que esperaría por ella fuera del colegio sonaba más a amenaza que a otra cosa.
Decidió entonces que lo más sensato era cambiar de tema. Durante el desayuno hablaron pues de la escuela, lo que harían el fin de semana y en general de todos los planes venideros. Akio, por su parte, trataba de permanecer en silencio, diciéndo sólo lo necesario para no parecer que ocultaba algo.
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Al terminar el desayuno, Nora acompañó hasta la puerta a sus sobrinos y los despidió, deseándoles suerte y llenándoles de besos y abrazos como siempre.
Carrie y Akio caminaron juntos hasta donde terminaba la calle y luego ambos partieron camino. Akio giró a la izquierda, al colegio regional, y Carrie a la derecha, al instituto Rosalva para señoritas.
En el camino, Carrie se detuvo un momento bajo la sombra de un árbol. De su mochila sacó un espejito y un labial para pintarse los labios. A su tía no le gustaba que se maquillara, por lo que siempre tenía que hacerlo a escondidas. En ese momento, una mujer de unos ochenta años se detuvo a su lado.
—Hoy se cumplen cincuenta años desde que mi marido me dejó por otra mujer. Una enfermera.
Desde aquel momento me prometí a mi misma que jamás pisaría un hospital. Prefiero pudrirme en mi cama, a arriesgarme a que el rostro de una maldita enfermera sea lo último que vea.
Dicho esto, la mujer mayor siguió su camino.
Carrie apretó ligeramente los labios para distribuír el colorete y una vez satisfecha, cerró el espejito y puso todo de vuelta en la mochila. Después, para entretenerse mientras andaba hacia
la escuela, se puso a imaginar varias maneras absurdas en las que su madre podría morir.
─── ⋅ ∙ ∘ ☽ ༓ ☾ ∘ ⋅ ⋅ ───
Akio seguía pensando que hacer.
Esta era su realidad ahora. Había matado a alguien, y debía enfrentar las consecuencias… O escapar de ellas.
«Aún soy menor de edad, pero creo que al menos puedo comprar un boleto para el autobús… » Pensaba en voz alta, mientras se acercaba a la escuela. «Mañana me iré de aquí. Hoy iré a la escuela para no levantar sospechas, luego volveré a buscar su alma. Lo ayudaré a ascender, me disculparé, y le explicaré a detalle por qué hice lo que hice. Luego me iré a Canadá.»
Akio seguía refinando los detalles de su plan, al tiempo que se acercaba al portón del colegio.
«¿Pero qué le voy a decir a mi tía?… Puedo dejarle una nota. ¡Sí, eso, una nota! Le diré que comenzaré una nueva vida como recolector de miel de maple, y…»
— Hola, Akio. ¿Dormiste bien? — Le saludó una voz conocida, a pocos pasos de atravesar la puerta.
Akio se dio la vuelta, y no pudo creer lo que estaba viendo.
De no haber chocado contra un poste de luz, se hubiera ido de espalda al piso.
El chico pelirrojo estaba ahí, frente a él, y estaba…
«¿¡VIVO?!» Pensó, respirando de forma acelerada. «¡ESTÁ VIVO! ¡NO LO MATÉ!»
Akio sonreía como un bobo, mientras trataba de controlar su respiración.
— Tú… estás… tú estás…
— Vivo, si. — Afirmó el chico, con las manos en los bolsillos, sosteniendo una sonrisa que no reflejaba felicidad. —¿Decepcionado?
Cuando Akio observó a aquel muchacho caminar hacia él, toda su sensación de alivio fue pronto reemplazada por una de profundo temor, agitándose en su estómago como un remolino.
El pelirrojo rio un poco, haciendo remarcar sus hoyuelos. Sonreía, pero su mirada sombría no era la de alguien felíz…
Akio jamás había tenido tanto miedo de una sonrisa en su vida. Quiso correr, pero su cerebro había perdido por completo la capacidad para tomar decisiones rápidas. Sentía que debía decir algo, pero tampoco sabía qué.
—Yo…¡SI! ¡NO! Quiero decir, ¡Me alegra que estés vivo!—Akio rio de forma nerviosa. Tuvo que taparse la boca con una mano para tranquilizarse.
— ¿Te parece muy divertido?
—¡No me estoy riendo por eso! es que yo...
“Te vi en un sueño. En él destruías todo lo que me importa, y por eso quise eliminarte... Lo entiendes, ¿verdad?”
¡No podía decirle eso! Akio puso sus manos enfrente, como si quisiera detener a una pared que estaba por caerle encima, mientras buscaba desesperadamente una forma de explicarse.
—Te lo explicaré todo, ¿de acuerdo? Cuando salgamos de clases te lo explicaré y te darás cuenta de que todo lo que hice tuvo un motivo perfectamente justificado, ¿Está bien…? Eh… ¿Yin?
Akio arrugó los ojos, tratando con ganas de recordar el nombre del chico, pero no lograba hacer memoria. «¿Era Yule… Jun… Remy?»
—Ni siquiera te acuerdas de cómo me llamo, ¿Verdad?
La sonrisa del pelirrojo poco a poco se deformó, hasta transformarse en una mueca de rabia total. Su cara se puso roja y sus puños se cerraron.
Akio tragó saliva al ver que Yude estaba acercando su mano a su rostro, despacio.
Por un momento Akio temió que aquel sujeto fuera a querer arrancarle los ojos o algo por el estilo, pero Yude solo se limitó a quitarle los lentes, los cuales se colgó con toda calma en el cuello de su camisa, y luego volvió a dirigirse a él.
—Yude. Mi nombre es Yude.
¡PUM!
El puñetazo que le dio Yude fue tan fuerte, que Akio no tuvo tiempo ni de poner las manos al caer.
Pronto, un círculo de adolescentes morbosos se formó alrededor de ellos.
Todos los presentes miraban la escena pasmados. Era excitante presenciar una pelea antes de entrar a clases. Sin duda, las teorías sobre lo que acababa de ocurrir serían tan divertidas como exageradas.
Akio se tocó la cara, comprobando que el pómulo le sangraba y su ojo derecho punzaba.
Yude le arrojó sus lentes al piso, cayendo a un lado de él.
— No te vuelvas a acercar a mi. — Le advirtió el pelirrojo, antes de darse la media vuelta e irse.
Akio se quedó en el suelo, con la mano sobre su ojo.
Fueron las risas de los presentes lo que lo animaron a tomar sus anteojos y a levantarse, encogiéndose entre sus hombros y escabulléndose hacia su salón deprisa, evitando a toda costa hacer contacto visual con alguien.
Apretó los dientes, pensando en su maldita suerte. No sólo había fallado en su intento por proteger al TAR, sino que ahora iba a ser imposible deshacerse de aquel sujeto.
Al menos toda esta experiencia le había servido para entender dos cosas: Número uno; Él no era un asesino. Y número dos… de una forma u otra, ese tal “Yude” era un problema, y tenía que desaparecer. ¡¿Pero cómo?!
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¡Muchas gracias por leer! <3
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