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Akio no había tenido una noche tan mala desde aquella vez que mató al pez dorado de su tía por accidente.
Aquel día descubriría dos cosas: Que a los peces de agua dulce nunca se les debe echar sal en su pecera, y que los animales definitivamente también tienen alma.
Ese día, el pequeño Akio de solo seis años, con el rostro empapado y las mejillas arreboladas, se deshacía en disculpas. Pero el simpático Jacinto no estaba molesto. Por el contrario, se le veía dichoso. Esa fue la primera y única vez que Akio vio sonreír a un pez.
—¿Sabes? En realidad, te estoy agradecido. Siempre quise conocer el mundo fuera de la pecera. Me daré una vuelta antes de irme.
Y ahora, varios años después, una culpa cien veces mayor a la de aquella vez le carcomía la mente. Estaba en su cama, envuelto por completo en su edredón azul, como oruga en un capullo de telas. Había pasado tres horas tratando de mantener los ojos cerrados, pero cada vez que lo hacía, imágenes terribles volvían a aparecer.
Veía a aquel chico siendo despedazado extremidad por extremidad, mientras gritaba su nombre. Veía a las almas rotas con la boca llena de sangre y restos de su ropa… Veía los ojos desorbitados de Yude, llenos de desesperación, mirando hacia la nada.
Un sudor frío le corría por el cuello a la vez que temblores agresivos le obligaron a meter sus manos bajo la almohada para mantenerlas quietas. Todo esto le molestaba. ¿Acaso iba a vivir con ese horrible sentimiento el resto de su vida?
Esto le molestaba, pues hasta ese momento creía entender la muerte mucho mejor que el resto del mundo. Para él se trataba de un proceso tan natural como el nacimiento y nunca había sido una idea que le resultara perturbadora. Le causaba gracia la forma en que las demás personas se esforzaban por vivir ignorando el tema, como si con eso pudieran volver a la muerte menos inevitable.
Antes de ayer, pensaba que su misantropía, junto con este peculiar entendimiento de la muerte, le permitirían quitar una vida humana sin tener que pasar por el martirio de la culpa… Qué equivocado estaba.
¡Si tan solo el estúpido de Eddie lo hubiera matado antes! Así al menos no hubiera tenido que entregarlo a las almas de la fosa, quienes con toda seguridad no se iban a contentar con matarlo y ya. ¡Le arrancarían la esencia! Y si eso ocurría, aquel chico quedaría condenado. Su alma quedaría atrapada ahí, sin posibilidad alguna de poder trascender.
«Era necesario… ¡Era necesario!» Se repetía, enroscándose entre las cobijas.
Así estuvo durante tres largas horas, hasta que harto de pensar y resignándose a que esa noche no iba a dormir, salió de la cama de un brinco.
Luego prendió el televisor, preparó su consola, y se puso a jugar “Mortal Fighter”, su juego de peleas favorito, cuidando de mantener el volumen bajo para no despertar a su tía.
«No hice nada malo… Bueno, sí, fue moralmente malo. Supongo que él no se quería morir…» Meditaba, mientras le arrancaba la columna vertebral a su oponente, ganando el round 1.
«¡¿Pero qué otra cosa podía hacer?! Dejarlo vivir significaba condenar al TAR a su destrucción y no iba a permitir que eso pasara. Las almas en pena se quedarían sin hogar y muchas jamás lograrían ascender... ¡Era necesario!»
Akio siguió buscando formas de justificar su crimen, mientras machacaba el botón “X” de su control con todas sus fuerzas.
«Además la muerte no es tan mala. Hay almas que se la pasan bien… ¡¡Las personas vivas son el problema!!» Exclamó, estrellando la cabeza de su rival contra el piso, para después aplicarle un combo de veinte golpes en el aire.
«Morir es normal. La gente lo hace todo el tiempo…»
En la pantalla el título: “FLAWLESS VICTORY!” resplandeció en letras sangrientas. Debajo, apareció la opción “CONTINUE? YES / NO”
Akio eligió la opción “YES” y continuó masacrando oponentes por varias horas, hasta que el reloj despertador le sacó de su trance.
«¿Ya amaneció?» Se preguntó, girando la cabeza hacia la ventana.
Al hacerlo, la luz del sol le cayó directo a los ojos, haciéndole gruñir como vampiro encandilado.
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Akio se puso de pie, tambaleándose. Estaba mareado por el sueño y por haber estado con la vista fija en el televisor tanto tiempo.
Estaba preparándose para vestirse, cuando un nuevo pensamiento se le encajó como aguja ardiendo en el pecho.
«Sus papás… Lo van a extrañar.»
Akio comenzó a dar vueltas alrededor de su cuarto, frotando sus manos. Estaba empezando a hiperventilar.
«Querrán saber qué fue lo que le pasó… ¡Por supuesto que la familia va a buscarlo! Y la voz se va a correr… Es cuestión de tiempo para que todo el mundo empiece a hablar sobre la misteriosa desaparición del alumno que apenas puso un pie en Heaven Ville, ¡Y después se esfumó sin dejar rastro!»
Akio imaginó a la policía llegando a su escuela, dispuestos a interrogar a cada alumno. Él por supuesto sería uno de los principales sospechosos.
«No, no, cálmate. No tienen pruebas. Nadie vio nada. Su cuerpo ya no existe.»
Pero entonces, abrió los ojos con espanto al recordar un detalle terrible.
«¡Me vieron huyendo de él!… El imbécil de Fisk y los demás me vieron siendo perseguido por él… ¡¿CÓMO PUDE SER TAN DESCUIDADO? ¡¡Pasaré a la historia como el asesino más estúpido del mundo!!»
—Tranquilo, los hay peores. Me consta.— Le contestó una voz carrasposa.
Akio buscó al dueño de aquella voz, pero no lo encontraba. Entonces, al mirar al piso, observó una cara blanca con ojos de caracol asomándose debajo de su cama. Sus dedos negros con forma de espiral se enroscaban en la pata del mueble.
—A mí me mató un tipo que traía su nombre escrito en el suéter.—Añadió el alma en pena, riendo, balanceando sus ojos de caracol. —Llevaba máscara y todo, ¡Pero al muy idiota se le olvidó que su abuelita le había tejido sus iniciales en ese suéter! ¡Jua jua jua jua! La policía lo atrapó enseguida.
—¡Josué!—Exclamó Akio, avanzando hacia la cama. —¿Sigues aquí? Dijiste que te irías ayer por la tarde.
—Eso iba a hacer, pero tu energía estaba deliciosa. Normalmente sabe a ansiedad, pero hoy estaba sazonada con pánico y paranoia.—Dijo, besando la punta de sus dedos negros como si fuera un chef. —Fue exquisito. Casi me hizo ignorar el ardor en mis entrañas.
El chico estaba por recordarle al alma rota que ella no tenía entrañas, pero se distrajo al escuchar un ruido de pantuflas subir las escaleras.
—¡Akioooo!
La puerta de su habitación se abrió. Una señora de unos cincuenta y tantos años, ancha de cintura y caderas, y con el pelo rubio repleto de tubos le miraba con el ceño fruncido.
—¡Akio! Cielito, ya van tres veces que te llamo para que bajes a desayunar.
—Ah, sí tía, enseguida bajo… estaba distraído. Ya bajo.
La señora Nora se quedó pasmada al verle la cara y notar su mirada lagañosa y a medio morir. Entró a la habitación de su sobrino sin pedirle permiso, inundando el interior con un aroma de mantequilla y pan. Nora se había levantado temprano a preparar panquecitos.
—¡Dios mío, pero qué ojeras traes! — Exclamó, llevando sus manos a la cara de su sobrino para examinarla mejor, dejándole residuos de harina en las mejillas.
—¡Tía! Estoy bien, no es…
—¡Te quedaste despierto jugando al Nintendo, ¿verdad?!
—Es un PlayStation, y no, yo…Sí, me quedé jugando. Pero todo está bien. Me mojaré la cara y estaré como nuevo.—Le contestó, empujándola ligeramente hacia la salida.
Nora elevó las cejas y entrecerró los ojos, como hacía cada vez que pillaba a su sobrino inventándose una enfermedad para no ir a la escuela.
—¿Me estás escondiendo algo, verdad?
Akio era pésimo para mentir. Quedarse callado tampoco le ayudó.
Nora empezó a caminar alrededor del cuarto, buscando pistas. Akio estaba demasiado cansado como para tratar de detenerla, pero cuando su tía empezó a revolver su ropa y vio caer del bolsillo de su pantalón el llavero de la banda “Smoke Valley”, el chico se puso pálido de los nervios.
—Tía…
Nora ya se estaba agachando para recoger el llavero, cuando algo más llamó su atención.
—Akio… ¿¡Estoy viendo a un alma en pena debajo de tu cama!?
Akio avanzó despacio hacia donde estaba ella, y se apuró en patear el llavero, metiéndolo debajo del tapete.
—Eh… Sí. Es Josué... —Balbuceó el chico, tratando de disimular su alivio.
—Hola, señora.—Le saludó Josué, sacudiendo sus dedos con forma de espiral.
Nora abrió los ojos y puso las manos sobre sus anchas caderas, abriendo la boca indignada.
—¡Y me está saludando!— Exclamó, tomando aire. —¡Sácala en este instante! ¿Por eso no pudiste dormir, verdad? ¡Te la pasaste toda la noche platicando con esa cosa!
—Le dije de mil maneras que se fuera, pero no me hizo caso.—respndió el muchacho, parándose sobre el bulto del tapete.
—¡Y yo te he dicho de mil maneras que no debes hablarles! Por eso te siguen. Te agarran confianza, ¡Y luego para sacarlas de la casa es un lío!
—Oigan, sigo aquí.— Se quejó Josué.
—En lugar de estar perdiendo energía con muertos, deberías…
—Hablar más con los vivos. Ya sé, ya sé. —Contestó Akio de forma automática.
—No me respondas así de feo.
—Perdón, tía. Dormí muy mal y… Ya no sé que estoy haciendo.
Nora suspiró agitando la cabeza, haciendo bailar los tubos de su cabello.
—Iré a preparar té de manzanilla. Te vas a poner un par de bolsas en los ojos antes de que te vayas a la escuela.
Akio suspiró.
—¿Es necesario?
—¡Claro que es necesario! Pareces mapache.
Nora se sacudió el mantel y abandonó la habitación de Akio, remilgando de sus deberes del día en voz alta.
Akio aprovechó que su tía no lo veía para tomar el llavero. Al verlo, sintió algo en la garganta, como un bulto que lo ahogaba, junto con una nueva punzada de culpa que recorrió su cuerpo en forma de escalofrío.
—¡Y te quedas sin videojuegos por un mes por haber traído esa cosa a la casa! —exclamó su tía, asomando de pronto su cabeza llena de tubos por el marco de la puerta.
Akio llevó rápidamente las manos detrás de su espalda, apretando el llavero.
—Tía... ¿No puede castigarme con no salir?
—Hijo, tú y yo sabemos que eso no es ningún castigo para ti. Y ya vente que se te va a enfriar el desayuno. ¡Y saca esa cosa de aquí!
Akio mantuvo sus manos detrás de la espalda, hasta que escuchó el ruido de las pantunflas de su tía alejarse.
—Un día eres ministro de la corte, y al siguiente eres “esa cosa”. —Se quejó Josué, deslizándose debajo de la cama, profundamente indignado.
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¡Gracias por leer! <3
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