Micael a pesar de ser un beta no tenía nada que envidiarle a Mateo. Era hermoso, tenía unos ojos redondos y oscuros como las plumas de sus alas, una nariz afilada y mandíbula marcada pero delicada. Nadie tuvo sospechas, el realmente se veía como un omega, solo que no desprendía feromonas como tal. Pero el príncipe estaba tan atontado por la presencia de «Mateo» en su palacio, que ese detalle lo pasó por alto.
En el palacio de Ander, Mateo no duró mucho tiempo bajo el hechizo, puesto que su madre al ver que su hijo no llegaba, inmediatamente consultó la fuente de revel. Dinorah no pudo ver a Mateo en él, la imagen negra le dio un claro mensaje, su hijo estaba en peligro.
Solo pudo pensar en su hermano, tenía que ser él. Dinorah no podía pisar el palacio de su hermano, su magia no se lo permitía. Sin embargo, sus guerreras fieles podían allanar el lugar sin inconvenientes.
El grupo de cisnes más fuertes fue a rescatar al bello durmiente. Pero desde la entrada del palacio, las mujeres se vieron confundidas cuando los guardias abrieron paso para que ellas pasaran.
—¿Qué demonios? —murmuró la cabecilla. Al ver que la guardia del hechicero se negaba a responderles, ellas se adentraron aun con más temor de caer en una trampa.
Siguieron el rastro de las feromonas de Mateo, sorprendidas al ver el palacio tan desierto. Parecía casi a propósito.
—Es aquí… —musitó una de ellas preparándose para abrir la puerta de la habitación donde se encontraba el cisne.
—¿No creen que fue muy fácil llegar al príncipe? —habló otra con total desconfianza. Aun así, cargaron a Mateo, viendo sus alrededores con el miedo constante a ser atacadas, sin embargo, eso nunca pasó.
Dinorah, al tener al cisne nuevamente bajo su techo, se ocupó de despertarlo con magia. Tenía muchas preguntas en su cabeza, deseaba saber cómo llegó allí en primer lugar. Pero no tenían tiempo para hablar, si Mateo no se apresuraba podría ser demasiado tarde para todas.
—¿Qué? ¿Qué pasó? —preguntó Mateo aturdido, sin entender absolutamente nada de lo que estaba pasando. Buscó a Ander y se dio cuenta de que ya no estaba en su palacio, sino más bien sobre un carruaje.
—No te preocupes, alteza real, el terrible hechicero lo secuestró —habló rápidamente Amadís.
—¿Qué?
—No importa, hijo mío, escúchame —le habló esta vez Dinorah—. Ten cuidado, hice este cristal especialmente para ti. —Colocó en el cuello del cisne un collar de plata con una piedra tornasolada—. No puedes quitártelo, o en el momento en que crucemos el límite entre el bosque y el mundo humano, te desmayarás al instante.
—Es mágico, Mateo, lo hicimos entre todas con la reina. Sabíamos que algún día lo necesitarías —continuó Amadís.
—Pero su efecto no es eterno. —Dinorah acarició la mejilla de su hijo—. Te protegerá mientras la luna este en el cielo durante una única noche. —La mujer suspiró—. Ve por el príncipe, algunas damas te acompañarán y asegúrate de que te jure su amor o podría pasar algo terrible.
El pobre cisne no solo quedó confundido, sino que también asustado.
¿Por qué decían que el hechicero lo había secuestrado? ¿Dónde estaba Ander? ¿Por qué podría pasar algo terrible?
En todo el camino se torturó con mil y una interrogantes. Los nervios por tener que aceptar el amor de Derek lo estaban haciendo enloquecer.
Sus preguntas finalmente tuvieron respuestas al llegar al palacio y de la peor forma.
Cuando ingresó al salón, todos inmediatamente lo miraron. Mateo destacaba a donde quiera que vaya con su belleza, opacando a cualquier ser. Su hermoso traje deslumbraba y sus feromonas atraían a todos los alfas presentes, inclusive al caballero Sebastián que, cuando lo vio a lo lejos, casi se dislocó el cuello por verlo.
Pero, aunque entró con confianza, estaba muy asustado. Nunca había visto a tantos hombres, ni mucho menos a humanos. Su madre siempre le recalcó que no debía revelar su identidad mágica y ahora le asustaba echarlo a perder.
Su mayor sorpresa fue cuando vio al príncipe Derek bailando con alguien más. Estaba tan animado como cuando danzaba a solas con él en el lago de los cisnes. Quiso acercarse para hablarle, pero por algún motivo el joven no lo miraba.
Derek solo tenía ojos para el muchacho de negro que lo acompañaba. Mateo, horrorizado, dio pasos hacia atrás, preocupado por decepcionar a sus hermanas hasta que lo escuchó claramente. Derek… él…
—Mateo… ¿Por qué no me hablas? ¿Te pones tímido con mucha gente?
«¿Qué? ¿¡Él cree que ese joven soy yo! ¿Pero cómo?» pensó, y la mirada sobradora del joven le confirmó que algo no iba bien. Era la primera vez que lo veía, sin embargo, sus acompañantes se pusieron a la defensiva dispuestas a atacar al muchacho.
—Príncipe, ten cuidado con ese ingrato —susurró una de las doncellas. Pero el no hizo mucho caso, y con insistencia volvió a acercarse a la pareja.
—¡Derek! ¡Príncipe Derek, soy yo! —exclamaba Mateo.
Cuando el encantamiento del príncipe casi se rompe al hacer contacto visual con el verdadero cisne, una mano tomó la de Mateo y su corazón frenó. Ese aroma solo le pertenecía a él.
—Basta, alteza… —Ander habló, desmoronando la estabilidad del cisne. Quiso zafar del agarre para seguir buscando la atención de Derek que casi logra obtener, pero entonces Ander, con todo el dolor que conllevaba tocar y traicionar a Mateo, lo detuvo.
—Déjalo, príncipe Mateo —insistió.
—Debo decirle que ese no soy yo, Ander, por favor —le suplicó—. Algo terrible pasará si no lo hago…
La música se detuvo de golpe, y el príncipe Derek alzó su voz para declararle su amor al cisne negro. Frente a todos. Frente a Mateo. Para un cisne, una promesa de amor es sumamente importante. Ellos están destinados a amar a una pareja de por vida, y si escuchaba aquello Mateo ya no podría aceptar el amor de Derek, no solo por el hechizo… También por su orgullo como príncipe de los cisnes. En su reino lo sabían, era una ley silenciosa que se cumplía desde años inimaginables. Ander estaba usando esa carta a su favor.
—Mi príncipe, en esta noche, déjame pedirte que seas mi amado. —Mateo intentó interrumpir, pero Ander lo silencio con su mano. Las doncellas no se atrevían a enfrentar al soberano, sin embargo, fueron corriendo al carruaje para anunciarle a la reina lo que pasaba—. Te daré mi corazón aquí y ahora, me casaré contigo y te amaré durante toda mi vida hasta la eternidad. ¿Aceptas mi corazón? —dijo Derek mientras besaba la mano de Micael.
—Por supuesto que sí, su alteza —respondió inmediatamente el cisne negro entre risas, llamando la atención de todos los invitados. Micael parecía burlarse de la propuesta.
—¡No! ¡Derek no! —gritó el cisne apartando la mano de Ander mientras se acumulaban lágrimas en sus ojos. Él no lo amaba, pero estaba dispuesto a aprender a amarlo por sus hermanas. Tenía que casarse con él y darle su eterno amor por el bien de su reino. Pero todos sus sueños se rompieron frente a sus ojos, así como el hechizo que había dejado Ander en el príncipe humano.
Derek miró asustado a la persona a la que se le había declarado, ese chico definitivamente no era Mateo. El cisne negro se burló de él dándose la media vuelta para dirigirse hasta donde estaba su tío junto Mateo y dijo…
—¿Lo hice bien, tío?
—¿Tío? —repitió Mateo volteando a ver a Ander.
Dinorah interrumpió la escena con rapidez, apartando a su hijo de su hermano menor. El salón de baile se oscureció y Mateo pudo ver en la mirada de Ander su verdadero ser. Los humanos no podían entender y los reyes asustados dieron la orden de atacar al alfa dominante.
—¡Aléjate de Mateo! Aún no ha llegado a su madurez —escupió Dinorah con rabia.
Ander con su magia empujo a los guardias que tenían intenciones de interrumpir. Los humanos impactados temieron intentar algún movimiento más.
—No es mi culpa, hermana, que no hayas educado a tu pollito correctamente.
—¡Solo lo estaba protegiendo!
—¿Qué quiere decir, madre? —Mateo pregunto angustiado.
—Dile, ¡vamos! ¡Preséntame de una vez! Haz lo mismo de siempre, mujer oportunista —la desafió entre gritos desestabilizando aún más a Dinorah. Mateo ya no los reconocía. A ninguno de los dos.
—Hijo, tu no naciste maldito… —Ander rió con sorna ante las palabras de su hermana. Su corazón dolía por lo que estaba a punto de suceder e intentó mantener la postura, pero sus ojos tristes no mentían—. Este hijo bastardo, te hechizo a ti y a tus hermanas cuando llegaste a nosotras.
Ander dio un largo suspiro, y clavó su mirada penetrante en el cisne.
—Es verdad, pollito —admitió con tristeza viendo cómo su hermoso omega cambiaba su mirada hacia él. Ya no le veía con curiosidad y amor, ahora le tenía miedo. No podía siquiera juzgarlo, pues las razones de Mateo para rechazarlo eran válidas.
—No… esto no puede estar pasando… —balbuceó, invadido de sentimientos que deseaban salir de lo más profundo de su pecho. Se sentía abrumado. Su corazón comenzó a quebrarse ante el engaño. Mateo sintió que su confianza fue burlada en muchos aspectos.
Dio pasos hacia atrás, amenazando con huir de allí. Dinorah quiso tomar la mano de su hijo, pero él la quitó de encima con brusquedad. Se sorprendió por la negativa de su hijo, pero cuando lo vio con más atención, entendió. Mateo no solo estaba herido por Ander, sino también por el engaño de todo su reino.
Corrió sin mirar atrás, ignorando los gritos de su madre e incluso el llamado del príncipe Derek que después de tanta conmoción se atrevió a intervenir. Derek también estaba impactado con todo lo sucedido.
—Cariño, no… —murmuró la reina humana. Derek tomo las manos de su madre y se recargo en ellas antes de mirarla directamente a los ojos.
—Discúlpame, madre… pero él es mi amor.
—Hijo, no, son peligrosos —espetó el rey, pero este fue ignorado por el cumpleañero. Derek corrió tras Mateo esquivando a los guardias de su reino. Pero al salir por la inmensa puerta del salón, pudo ver como su amado dejaba salir unas hermosas alas blancas con las cuales emprendió vuelo hacia el bosque encantado.
Su madre y las doncellas observaron desde el salón horrorizadas como el príncipe dejaba ver su verdadera forma frente a humanos desconocidos. Micael reía por la reacción de Dinorah, y Ander le dio una mirada desaprobatoria haciéndole señal con su dedo índice para que se mantuviera callado.
—Vámonos, Micael —musitó, y tomó a su sobrino en brazos para luego lanzar unos polvos verdosos al suelo. Ambos se desvanecieron y salieron del lugar sin dejar ningún tipo de rastro.
Las personas que lograron verlo no sabían si era real. Pero cuchicheaban entre ellos que un monstruo había querido seducir a su príncipe. Dichos rumores no eran buenos ni para el reino humano ni para el bosque encantado. Dinorah sabía que esto se estaba tornando peligroso, así que aprovechó tal conmoción para irse con sus cisnes lo más rápido que podían.
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