—Mañana es tu día, alteza —le recordó el hechicero.
—El baile no es hasta la noche, déjame verte antes de irme… por favor, cuando el sol llegue a su punto más alto vendré al lago —suplicó el joven enamorado.
Ander no le dio respuesta, en su lugar le dejó un beso en el dorso de la mano antes de irse. Iba a ser difícil recuperarse después de tanto dolor, pero debía seguir con su plan. Él esperaba que Mateo viniera a él por su cuenta.
La reina esperaba a su hijo en el palacio, preocupada por las visiones en la fuente de revel que habían enseñado imágenes confusas luego de que Mateo se despidiera de Derek. No estaba segura de lo que él hacía y la ansiedad le comía la cabeza cuando no tenía a su esperanza dentro de su radar.
Había organizado una cena privada para hablar sobre el príncipe Derek con su hijo. Pero algo la estaba incomodando, y lo último que quería pensar era que Ander tenía que ver.
Por otra parte, Mateo estaba atontado por todo lo que había acontecido aquel día. Su primer beso y la rosa negra que le había regalado Ander lo mantenían en una nube de la cual no quería bajar. Sin embargo, la presencia de dicho regalo estaba afectando a Dinorah, ya que en ella Ander implanto una pepita de cuarzo fantasma para proteger al cisne de la vigilancia extrema de su hermana.
—¡Alteza real! —llamó Amadís al otro lado de la puerta—. Su madre, la reina, lo llama para cenar a solas en el salón azul. —Mateo asustado escondió la rosa en el cajón de su mesita de luz, temiendo que Amadís sintiera las feromonas de Ander.
No hizo esperar mucho a su madre, se duchó y se impregnó de perfumes de diversos olores para que no hubiera rastros de ningún alfa en él. No sabía que era lo que la reina quería , y tampoco deseaba brindarle explicaciones sobre sus encuentros ocasionales con ambos hombres.
Dinorah lo recibió con un cálido abrazo apenas lo vio, y lo invitó a sentarse para compartir la cena juntos. Por supuesto, dejó que su hijo comiera antes de tocar el tema importante. La sopa de renacuajos mantenía a Mateo callado, y escuchó con sorpresa como su madre había estado al tanto de sus encuentros con el príncipe Derek.
Ella no menciono a Ander y eso alertó a Mateo.
—Querido, he investigado sobre ese muchacho y creo que es un hombre que está a la altura de la situación —habló Dinorah, viendo a su hijo juguetear con el pudín de tulipán—. Él es bueno y podría ayudarnos a romper el hechizo si te entrega su amor.
—¿Me estás pidiendo que me case con él? —Mateo miró fijamente a su madre con seriedad.
—Solo digo que tienes mi bendición y que es una oportunidad maravillosa para ti. —Su madre le devolvió la mirada con pena—. Si no estás seguro puedo entenderlo, pero, hijo, no es fácil encontrar un amor leal. —La reina enterró su espina en la cabeza de su hijo cada vez más profundo—. Tus hermanas están muy ilusionadas. No te digo que lo hagas por ellas, después de todo, solo puedes aceptar un amor en tu vida como todas nosotras, pero estás en un buen momento.
—Él me invitó a un baile… —confesó Mateo aturdido por la manipulación de su madre—. Dijo que, si yo iba, me pediría matrimonio ante sus padres. Pero siento que es muy pronto, mis hermanas… —titubeó—. Ellas…yo las amo con mi vida.
—Entonces no lo pienses demasiado, es un alfa guapo, Mateo… —insistió Dinorah saboreando la recuperación de su reino—. Mañana te ayudaremos a prepararte para dicho baile, lo harás bien, hijo.
El siguiente día al despertar, se encontró con sus damas de compañía y algunas de las doncellas de su madre listas para prepararlo para el gran día. Desde el desayuno hasta el baño, en todo momento fue acompañado por ellas recibiendo clases de etiqueta humana, aunque no eran muy distintas a las normas que tenía en su palacio, a excepción de la magia y los poderes que debía mantener en secreto.
No estaba del todo hostigado por la presencia de las cisnes maduras, de hecho, en todo momento se sintió mimado por ellas y sus palabras de amor lo convencían de que estaba haciendo lo correcto. Después todo, el príncipe Derek en estos días se había mostrado como alguien dulce y amigable en quien podía confiar su amor eterno.
Pero incluso cuando le mostraron el traje hermoso con el cual debía asistir al baile, incluso cuando sus manos tocaron la pedrería perfectamente colocada en tonos celestes tornasolados, incluso cuando se lo vio puesto frente al enorme espejo de su habitación, Mateo no paró de pensar en Ander y en el beso que habían compartido la noche anterior.
El tiempo no corrió a su favor, y cuando salió por el balcón de su habitación, notó que el sol ya estaba en el punto más alto del cielo. No sabía si Ander realmente vendría a él, pero la esperanza jamás la perdió. Por eso, se escabulló por los pasajes ocultos del palacio para llegar lo antes posible al lago de los cisnes.
Por otro lado, Ander estaba en su palacio con su sobrino Micael perdido en sus pensamientos. No estaba seguro de cómo debía evitar que Mateo acepte el amor de aquel humano. Podría hacerlo por las malas, tomarlo por la fuerza aun si su cuerpo se debilitaba, pero ahora que había desarrollado sentimientos hacia el cisne, no quería herirlo ni asustarlo.
—Deberías traerlo aquí… y seguir con el primer plan —musitó Micael, preocupado por esas preocupaciones inusuales que atormentaban a su tío.
—No quiero secuestrar a Mateo, Micael —suspiró—. Quiero que él me elija.
—Puedes convencerlo de que venga… si él ahora te ama, vendrá por voluntad propia.
—Suena sencillo, pero tú te infiltraste en el palacio y me dejaste escuchar lo que dijo tu tía, ella lo convenció de aceptar su amor —musitó angustiado.
—Por cierto, no vuelvas a hacerme eso. Es totalmente incómodo cuando me transformas en un pajarraco.
—No seas llorón, sobrino. —Ander se aguantó la risa pese a que aún seguía preocupado.
—Mierda, por tu culpa he comido gusanos toda la tarde. Ni siquiera sé porque te ayudo a estar con ese cisne macho que me robó mi lugar.
Ander lo fulminó con la mirada en silencio.
—Tío, realmente te desconozco. ¿Acaso eres tú quien se enamoró primero de él?
Ander respondió a las dudas de Micael sin decir ni una palabra, y no lo hostigó con ello. Sin embargo, idearon un mejor plan para arruinar la promesa de amor entre Mateo y Derek.
Cuando el sol llego a su punto más alto, Ander se dirigió al lago como le había rogado Mateo, pero este aún no aparecía. El hechicero temía de su arrepentimiento y que finalmente deba hacer las cosas por las fuerzas. Pero tras esperar alrededor de unos treinta minutos, una silueta conocida apareció envuelta en un velo blanco queriendo ocultar su apariencia de sus hermanas y otros seres del bosque. Aunque las hadas fueron cómplices en la huida del cisne.
«Él se fugó del nido» pensó el hechicero entre risas, sintiendo ese agradable calor en el pecho al ser correspondido silenciosamente.
—¿Ander? —lo llamó el cisne entre murmullos, mirando hacia todos lados. El hechicero reía enternecido y se acercó por la espalda para abrazarlo apretando sus dientes al aguantar el dolor corporal. Mateo pegó un pequeño salto del susto.
—Creo que atrapé a un lindo pollito —se burló con una sonrisa.
—Me asustaste. —El cisne jadeó sin alterarse tanto como antes. Sentía seguridad cuando se trataba de Ander, y ahora más que nunca se lamentaba de su destino.
—Perdón, es que te ves adorable intentando ocultarte de tus hermanas. —Ander se separó de su cuerpo.
—Lamento hacerte esperar, pero tuve un par de inconvenientes. —Se volteó para poder mirarlo de frente y mordió su labio inferior al perderse en el dorado de los ojos de Ander. El alfa hizo una mueca cuando tomó al cisne por las mejillas, admiró de cerca a la belleza que estaba perfectamente listo para recibir un amor que no era el suyo. Podía jurar que ello le dolía aún más que las puñaladas en todo su cuerpo por tocarlo—. ¿Estás bien?
—Sí, no te preocupes por mí, lo siento, alteza real —susurró casi inaudible el hechicero, lamentándose por haber condenado al pequeño a todo esto. Por dentro no podía dejar de castigarse con pensamientos que bombardeaban su mente: ¿qué pensaría Mateo de él cuando sepa que en realidad era el rey que lo había maldecido de pequeño?
—Perdón que diga esto, pero ¿podemos ir a otra parte? Es que no debería estar aquí… —susurró el cisne viendo a su alrededor con miedo a ser descubierto.
«¡Perfecto!» pensó Ander. No iba a tener que hacer un gran esfuerzo para llevarse a Mateo con él.
—Podemos ir a un lugar que no está muy lejos de aquí… Si tú lo deseas puedo llevarte a mi palacio, alteza.
Mateo lo miró asombrado, en ningún momento Ander le había dicho que era parte de alguna nobleza del bosque. Al darse cuenta de que verdaderamente no sabía mucho sobre él, sintió miedo de ir a ese sitio desconocido.
—No sé… ¿Será correcto? Luego debo ir al baile…
—¿Acaso me tienes miedo? —preguntó en un tono juguetón, intentando engatusar al cisne.
—¿No será peligroso? —insistió Mateo sin estar del todo convencido. Aun así, cuando escuchó pasos cerca de ellos, tomó las manos de Ander, quien rápidamente lo abrazó para así dejar salir sus enormes alas de halcón.
—Vamos, no dejaré que nada malo te suceda, pollito… —susurró inclinándose hasta casi rozar sus narices, y lo alzó tomándolo por los muslos. Mateo se aferró a él temiendo arruinar su hermoso traje de pedrería preciosa. Ander le dejó un beso sobre su frente antes de emprender el vuelo a su hogar.
No había mentido, no quedaba muy lejos de allí en vuelo y era muchísimo más grande de lo que Mateo hubiese imaginado. Una neblina pesada ocultaba parte del enorme palacio que, aún con la luz del sol, se veía oscuro y algo tenebroso. A su alrededor lo rodeaba un lago negro como el abismo. Pese a ello, se sentía tan poderoso y mágico que era atrayente.
—¿Tú realmente vives aquí? —musitó el cisne maravillado.
—Te sugiero que no hagas muchas preguntas, cariño.
El cisne hizo un mohín, la curiosidad picaba su estómago, pero, por algún extraño motivo, solía ser obediente cuando se trataba de Ander.
—Está algo oscuro… —murmuró el cisne mientras ingresaba por la inmensa entrada del palacio. Ander le miró preocupado.
—¿Deseas más luz, alteza? —preguntó dispuesto a utilizar su magia para hacer que sea más acogedor para Mateo.
—No, no, solo… lo decía… —El cisne miraba sus alrededores—. Es un lugar muy peculiar…
—Tu palacio es muy luminoso, ¿verdad? —afirmó el hechicero guiando a Mateo hasta el primer piso. Dio algunas vueltas entre los pasillos hasta llegar a una habitación donde la puerta estaba decorada con pinturas de rosas rojas con espinas negras.
—¿Qué hay aquí? —se animó a preguntar el cisne.
—Una habitación de huéspedes.
La alcoba estaba decorada y pintada de blanco con detalles rosados y dorados. Adornos con forma de cisnes, colgantes florales y muchos libros sobre naturaleza y otras cosas que desconocía. Podría jurar que se parecía demasiado a su habitación real.
—¿Y? ¿Te gusta? —preguntó Ander con una mirada algo ida y triste. Esa habitación solo era una jaula para capturar al omega. Mateo estaba siendo atrapado por el hechicero, no lo sabía y Ander no tenía el valor de decirlo en voz alta.
Mateo jamás llegaría a ese cumpleaños. El pequeño cisne no podría volver.
—Realmente es muy hermoso. Es tan diferente a todo lo que pude ver en tu palacio, se parece mucho a mi hogar… —admitió Mateo atreviéndose a caminar por todo el inmenso cuarto, hasta encontrar la enorme cama de colchas blancas como la nieve—. Ojalá hoy pudiera quedarme contigo… —pensó en voz alta. Ander se aprovechó de la duda de Mateo para reposar su mentón sobre su cabeza y cerró sus ojos tras disfrutar del perfume del cisne.
El dolor que sentía era cada vez más insoportable.
—Quédate conmigo, Mateo —murmuró con su voz ronca, sufriendo más cada segundo. Mateo se volteó para poder mirarle al responder.
—Debo salvar a mis hermanas, Ander… —No dejó que acabara la frase, y capturó los labios de Mateo en un dulce beso. Lo abrazó por la cintura mientras Mateo sin pensarlo se abrazó a él anhelando su amor. Ander estaba yendo demasiado lejos, el roce de sus labios se volvió tan intenso que comenzó a arder todo su cuerpo hasta hacer sangrar su nariz.
Era la señal. Debía detenerse si no quería arruinar el plan, porque tocar a Mateo podría llevarlo a su fin.
—Lo siento —murmuró Ander separándose de él, agitado por la adrenalina del beso.
—Ander, estás sangrando —jadeó el cisne completamente preocupado por él. Intentó tocar a Ander, quien se separó cuando el beso terminó, pero este no lo dejó y Mateo lo miró dolido por el rechazo.
—Perdóname, cariño —le rogó a Ander desolado, las lágrimas se asomaban por sus ojos, pero no terminaban de salir—. Te amo, alteza… —le dijo al momento de chasquear sus dedos y hacer que Mateo caiga en un profundo sueño temporal. Con ayuda de su magia lo reposó bien sobre la inmensa cama sin necesidad de tocarlo, y a los segundos llegó Micael luciendo elegante para ir al baile junto a su tío.
—¿Qué pasó?
—No es nada, sigamos con el plan. —Ander volvió a mirar al muchacho que dormía con tristeza. Odiaba tener que hacerle esto. Odiaba tener que amarlo.
En el palacio del reino humano, durante la fiesta de cumpleaños del príncipe Derek, la gente llegaba sin cesar. Muchas omegas femeninas impregnaban el salón con sus atrayentes feromonas, pero ninguna de ellas podía compararse con la de Mateo. El príncipe solo podía pensar en el cisne y estaba ansioso por su encuentro. Sus padres lo miraban preocupado, puesto que el muchacho no mostraba interés en ninguna omega del salón y temían que al final tanto arreglo haya sido en vano.
—Alteza real —susurró su caballero Sebastián—. ¿Seguro que el joven omega llegará?
—Por supuesto que sí… —musitó Derek, ofendido por la duda de su amigo—. Él vendrá, él necesita venir —susurró aquello último con cierta preocupación.
¿Y si todo fue un sueño? ¿Y si en verdad el cisne jamás existió? Nadie más que él lo había visto.
Pero luego, un caballero entró por la puerta principal, era imponente, sin dudas un alfa dominante de un aura oscura. A su lado vio la viva imagen de su amado Mateo, tan hermoso y deslumbrante como siempre, con una sonrisa que dejaba anonadado a cualquiera. El caballero se presentó ante el príncipe como el tío del cisne.
Era extraño, Mateo no decía nada y simplemente sonreía a todos.
—Es un gusto conocerlo, soy el príncipe Derek… —Derek se inclinó hacia el mayor y tendió su mano hacia Mateo—. ¿Me permite bailar esta pieza con su sobrino?
—Por supuesto, alteza… —respondió el alfa entregando la mano de Micael, quien ante los ojos hechizados del príncipe Derek era su querido cisne blanco.
Derek había sido hechizado en cuanto Ander entró por el umbral, y solo él podía ver a Micael cómo Mateo, el resto veía la verdadera figura del joven. Este lucía un traje oscuro como la noche en representación al cisne negro y ninguna piedra adornaba su vestimenta, solo joyas de rodio, cortesía de su tío.
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