En el palacio de las cisnes, ya había corrido la noticia de que Mateo estaba interesado en un alfa. Todas añoraban que el chico pudiera romper la maldición de sus hermanas e hijas menores. Por ello, al siguiente día dieron lo mejor de sí para resaltar mejor las cualidades físicas de Mateo. Las damas de compañía junto Amadís peinaron y maquillaron sutilmente al joven cisne. Lo vistieron con un conjunto nuevo que habían cocido la noche anterior con pequeñas virutas de citrino.
Cuando Mateo se presentó en el lago de los cisnes, el sol jugó a su favor haciendo brillar su pedrería dorada. Esta vez se colocó zapatillas aptas para bailar. Derek quedó embobado por lo magnífico que se veía el omega, y pensar que podría despertar cada mañana a su lado lo inundaba de emoción. Ser su esposo era su gran deseo.
Algunas de sus hermanas mayores tocaron la música más romántica para ellos. Luego de darse un dulce saludo, comenzaron a dar vueltas alrededor del lago al ritmo de la melodía. Derek estaba entregando su corazón con cada segundo que danzaba a su lado, mientras que Mateo solo se divertía a su lado.
Mateo olvidaba su objetivo, y realmente el humano le simpatizaba. Sin embargo, pese a que el joven movilizaba su corazón, no era el mismo sentimiento que le regalaba Ander. El príncipe Derek le resultaba tierno al traerle flores, sabiendo que Mateo tenía por montones. También le agradaba jugar con él hasta el cansancio. Mateo no estaba enamorándose de él, más bien comenzaba a sentirse bien a su lado como lo hacía con sus amigas.
El culpable de no dejar crecer el amor entre Mateo y Derek los miraba desde lejos, controlando todo lo que hacían por si debía interferir en algún momento. Temía que las feromonas de Derek despertaran ese caos que Mateo guardaba. Cada minuto que pasaba, Ander rogaba que el cisne no entregara su corazón a otra persona.
Porque ahora era él quien estaba anhelando el amor de Mateo, aunque la idea de amarlo le generaba náuseas.
En el palacio de los cisnes, la reina tomaba el té junto a sus doncellas, muchas de ellas sus fieles acompañantes. El rumor que corría entre las cisnes comenzó a ser tema de conversación aquella tarde. Dinorah estaba tranquila mientras las escuchaba cuchichear, porque desde un principio había sido su plan, solo que había actuado en secreto para que todo concluyera de la forma que ella deseaba.
Ahora que todas sabían que Mateo estaba siendo cortejado, podía hablar al respecto.
—También llegó a mí dicho rumor... —habló la reina mientras colocaba terroncitos de azúcar a su té floral. Todas inmediatamente la vieron inundadas de curiosidad. Entonces, prosiguió—. No les voy a mentir, he vigilado el día de hoy a mi niño a través de la fuente de revel.
—¿Y? —dijeron todas ellas al unísono, acercándose más incluso con sus sillas.
—Y es cierto, él ha conocido a un príncipe encantador del mundo humano. —Dinorah les sonrió para demostrar que estaba contenta con tal hecho. Las doncellas festejaron trayendo más pastelitos deliciosos de jazmines y orquídeas.
Hablaron durante toda la hora del té sobre de qué forma ayudarán al príncipe a romper el hechizo con su amor. Todas estaban ilusionadas, y la reina orgullosa de sí misma. Finalmente sintió que pudo salvar a sus hijas y pronto recuperaría su reino por completo.
Pero mientras Dinorah disfrutaba de la tarde con su corte, Mateo ya no estaba con Derek bailando. Lo había abandonado cuando llego la tarde. Aún el sol estaba en su punto cuando Ander se dejó ver por Mateo, saludando de lejos como la última vez.
Mateo corrió hacia él, sabiendo que sus hermanas estaban muy distraídas con todos los regalos de Derek como para notar su ausencia. Ander traía entre sus manos una rosa negra con destellos que, cuando la movía, lloraba lágrimas de rodio. El príncipe, al quedar frente a él, le sonrió, y su rostro enrojeció en cuanto Ander le entregó dicha belleza.
Estaba confundido, no sabía si Ander pretendía algo o por qué se había acercado en primer lugar, pero si lo estaba cortejado, no le estaría molestando. Aunque claro, le parecía que el método de este era bastante peculiar.
—Buenas tardes, Ander, gracias por la rosa... —musitó por lo bajo, siguiendo los pasos del hechicero. Su corazón latía alborotado, las feromonas del alfa lo hacían sentirse sobre una nube exquisita de pétalos de rosas.
—Veo que quería verme, su alteza real. Lamento que mi presente no esté a su altura. —se disculpó, sonriendo de lado. Mateo casi muere al ver esa sonrisa perfecta. Los labios carnosos de Ander lo llamaban, sus ojos almendrados y mejillas pronunciadas le parecían más varoniles y atractivos que Derek.
—¿Por qué dices eso? Es muy hermosa y mágica. —Olió la rosa y cerró sus ojos tras notar que estaba impregnada de las feromonas de Ander.
—He visto que el príncipe trae de su reino hermosos y ostentosos ramos para usted, alteza.
—¿Acaso estás celoso? —pensó el cisne en voz alta, y Ander frunció el ceño con sus mejillas levemente enrojecidas.
—Por supuesto que no, ¿cómo podría estar celoso de un simple humano? —Mateo reía y Ander frenó sus pasos para colocarse frente a él. El corazón del cisne subió a su garganta. El hechicero se inclinó, quedando tan cerca de su rostro que podría jurar que sus narices se rozaban, pero un hilo invisible los separaba—. ¿Quieres hacer algo divertido? —preguntó tendiendo su mano cubierta por un guante de cuero negro.
—¿No me harás nada malo? —preguntó Mateo, deseando confiar en él.
—¿No crees que, si hubiera querido hacerte algo malo, ya lo habría hecho hace rato? —respondió Ander, a punto de bajar su mano hasta que Mateo se animó a tomarla.
—Tienes razón… Aun así, eres un hombre misterioso —confesó.
Mateo vio como Ander fruncía su ceño como si algo le estuviera molestando, pero Ander le sonreía para no preocuparlo.
—Puedes estar tranquilo, alteza, hoy no me apetece comer cisne —bromeó tironeando de la mano de Mateo para poder apegarse a su cuerpo. Le rodeó la cintura con uno de sus brazos y volvió a sonreírle, se perdieron ambos mutuamente en la mirada del otro.
Se deseaban de la misma forma, pero aun cuando estaba protegido con ropas gruesas, Ander sufría por el contra hechizo que Mateo desconocía. Gracias a las prendas de cuero, solo sentía ardor como si estuviera demasiado cerca del fuego, aunque sin llegar a quemarse. Estaba aprendiendo a burlar su maldición.
Ander chasqueó sus dedos, y sus alas de halcón adornaron su espalda. Eran inmensas y llamativas, Mateo jamás había visto algo igual. Las plumas de halcón no eran para nada iguales a las del cisne, desde el color hasta la textura, eran grandes e incluso podría decir que intimidantes.
—¡Oh estrellas mías! —exclamó.
—¿Por qué te sorprendes? Tus hermanas son cisnes, alteza —se burló el hechicero, elevándose lentamente hasta lograr despegar sus pies del suelo junto a Mateo, quien ahora aterrado, lo abrazaba para no caer.
—Sí, pero… no es lo mismo, ellas…
—Cierto, ellas no las usan ni las dejan ver porque son aburridas. —Suspiró—. A excepción de las hechizadas que no les queda opción.
—Bueno, a veces en rituales y esas cosas sí puedo verlas, pero no son así de grandes… —Mateo veía embobado como el alfa movía sus plumas hasta dejarlos a los dos a una altura demasiado alta como para caer y herirse.
—Así que te gusta que sea grande… —se burló con una sonrisa con cierto picor de travesura.
—Hablo de tus alas, burro. —Ander reía más alto.
—¿Y tú, alteza? ¿Nunca las sacaste de aquí? —le susurró cerca de su oído, pasando una de sus manos por la columna del joven. Mateo se estremeció por la caricia y se apretó con más fuerza contra el hombre mientras negaba varias veces con su cabeza—. ¿Nunca sentiste curiosidad de cómo son? ¿No lo hiciste solo?
—No toques así… —jadeó—. Yo nunca sentí curiosidad, ah… Además, madre dice que debo hacerlo cuando tenga mi ritual de madurez o en una ocasión especial.
—Pero eres un cisne macho… —murmuró jugando con sus dedos en la espalda del cisne—. ¿Acaso tampoco tienes permitido divertirte hasta encontrar a tu destinado?
—Tú debes saber que nosotros solo podemos tener un solo amor con el que pasar el resto de nuestras vidas —se quejó el cisne dando manotazos al hechicero hasta que sintió que estaba a punto de caer y entonces regresó a buscar estabilidad en él.
—Deberías quedarte quieto si no quieres morir de la forma más patética por no usar tus alas —le advirtió—. ¿No quieres verlas, alteza?
—No puedo… —gimoteó Mateo viéndole fijamente a los ojos.
—Supongo que solo me restará imaginarlas, ya que luego no voy a poder verlas por culpa de ese detestable humano.
Mateo sabía que tenía razón. Si decidía que Derek sea su compañero de vida, ya no podría encontrarse de ese modo con Ander. Tenía muchas dudas en su cabeza. De todos modos, si sería el último día en el que podría divertirse con libertad, podría darse el gusto de explorar sus alas por primera vez.
—¿Sabes cómo puedo sacarlas?
Ander sonrió ilusionado, sabía que lo lamentaría, realmente iba a querer morir si lo hacía, pero también estaba cien por ciento seguro de que valdría la pena el dolor.
—Por supuesto que sí, pero ¿realmente quieres hacerlo? —preguntó implantando duda en el cisne. Él quería, y sencillamente podía hacerlo, aunque también era consciente de la inocencia de Mateo.
—Dije que sí… —musitó el cisne con seguridad viéndolo con ojos desafiantes.
—¿Aun si debe ser de esta manera? —prosiguió Ander, tomó al cisne por su mentón y se acercó lo suficiente hasta casi rozar sus labios, dándole un mensaje más claro.
—No… no sé… —Mateo titubeó, pero cuando notó que el alfa estuvo a punto de alejarse su impulso hablo primero—. ¡Sí! Sí quie…
No esperó a que Mateo termine de hablar para plantar sus labios contra los suyos. El dolor era infernal, casi pierde el equilibrio de sus alas cuando las puñaladas en todo su cuerpo se hicieron presentes, pero era tan exquisito el roce que podría seguir sufriendo unos segundos más.
Mateo no supo cómo reaccionar al beso. Su cuerpo se debilitó cuando la lengua de Ander rozó sus labios y sus alas conocieron el exterior. El hechicero abrió sus ojos cuando escuchó el aleteo torpe y al ver las hermosas alas blancas de Mateo rompió el contacto de inmediato.
Todo su cuerpo dolía por su acción, pero la dulce expresión de Mateo tras recibir su primer beso lo compensaba.
—Realmente son tan hermosas como lo imaginé —murmuró Ander—. Veamos, si tienes el instinto… —Y entonces, sin más… lo soltó.
Ander hizo que el cisne saliera de su trance por pura supervivencia, y sus alas por sí mismas se agitaron. El hechicero tomó a Mateo de ambas manos, riendo alto por lo asustado que se vio cuando lo soltó. De ninguna manera iba a dejar que se lastimara.
—Tú… —El cisne lo miró con resentimiento hasta que notó que flotaba en el aire al igual que Ander—. No sabía que podía hacer esto.
—Y podemos ir más alto que esto.
—No sé si tenga ganas de saberlo ahora… —murmuró aterrorizado, pero Ander liberó sutilmente feromonas para darle tranquilidad.
—No dejaré que te caigas, alteza. Tengo más experiencia en vuelo —le aseguró ayudándolo a posicionarse correctamente para luego emprender vuelo hacia la copa del árbol más cercano. Era frondoso y estaba adornado con hermosas flores.
Ander tenía especial cuidado de que Mateo no lastimara sus alas, y lo llevó por el camino más seguro. Al final lo sentó en una rama gruesa capaz de soportar el peso de ambos y le pregunto con una sonrisa radiante:
—¿Te gusta?
Mateo no podía explicar lo maravillado que estaba por las vistas tan preciosas del bosque encantado. Su habitación quedaba en una de las torres más altas del palacio, sin embargo, nada se comparaba a esta experiencia.
—Esto… es muy perfecto.
—Pero no más perfecto que tú, príncipe Mateo.
Ambos se miraron. El corazón del cisne latía alterado. Aún podía saborear en sus labios el beso de Ander. No tuvo oportunidad para corresponder a su toque correctamente, pero no sabía si era prudente desear que se repitiera.
Se dedicaron a hablar de la naturaleza, de las flores y el clima. Mateo le explicaba sus labores dentro del palacio y cómo funcionaba la distribución de cuarzos. Ander lo escuchaba con atención intentando descifrar qué era aquello que lo mantenía embobado. Mateo no solo le parecía atractivo, si no también, su dedicación a su reino le resultaba bonito de oír. Pero la culpa sin justificación que sentía por la maldición de sus hermanas le golpeaba directo en el pecho al ser el verdadero responsable de ello.
—Hoy cuando llegue al palacio debo triturar el citrino mal formado para que las hadas puedan crear su magia.
—Pensé que tu madre no te asignaba tantas responsabilidades.
—Bueno, se supone que soy príncipe heredero. En algún momento tendré que ocupar su lugar y debo aprender a trabajar con las piedras como ella lo hace.
—Mateo.
—¿Sí?
—Está oscureciendo, será mejor que bajemos… —Ander lo ayudó a bajar del árbol con delicadeza. El cisne comenzó a angustiarse porque sabía que probablemente esta sería la última vez que pudiera estar con él a solas.
El hechicero, al ver las lágrimas acumuladas en la mirada ajena, le dedicó una sonrisa diferente, una llena de compasión y cariño. Sabía que su plan estaba funcionando, pero odiaba tener que ver al pequeño herido por la confusión de sus sentimientos.
—Ander… —gimió el cisne aferrándose con todo lo que podía a sus manos.
—Mateo antes de que te vayas déjame bailar contigo en el lago… —le pidió el hechicero, colocándose de rodillas sin soltar las manos del príncipe pese al ardor.
El cisne no tuvo que pensar demasiado su respuesta, y con dolor en su corazón aceptó concederle su petición. Ander se incorporó chasqueando sus dedos para ocultar su rostro con una máscara y cambió su vestimenta a una similar a la de Mateo. Sus prendas seguían siendo de tonos oscuros, haciendo contraste con el omega. Corría riesgos yendo al lago de los cisnes, pero también lo conocía a la perfección.
El lago era tan amplio que los cisnes no ocupaban todo su espacio. Así que Mateo fue guiado al rincón más oscuro donde la pequeña luna que comenzaba a despertar se visualizaba con sutileza. Con su magia hizo crecer hermosas flores de lavanda con pequeñas lucecitas que se mecían al ritmo del viento.
Mateo por un momento ignoró que podían ser atrapados y una dulce melodía apareció en los aires invitándolo a danzar junto a su destinado. La música representaba los sentimientos del cisne, quien mientras se movía con delicadeza sufría una inigualable tristeza por algo que aún no había perdido.
El hechicero acompañó al bailarín con firmeza. Era como un ángel blanco que movía sus alas al ritmo del ballet, y Ander, su compañero, disfrutaba de dicha unión a pesar del dolor. Mateo poco a poco fue escondiendo sus hermosas plumas blancas. Para cuando acabó la canción se encontró en los brazos del hombre arrodillado, y el cisne por primera vez no temió en dejarle un último beso al despedirse.
—Adiós, alteza real —susurró adolorido.
Las estrellas eran testigos de ese amor.
—¿Puedo verte mañana? —preguntó dulcemente el cisne.
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