En su momento, el rechazo de su reino le había causado dolor. No entendía por qué su padre no lo había querido siendo que él debía haber sido el príncipe de los cisnes. Fue su tío Ander quien lo acogió sin problema alguno. Para él, Dinorah y quien fue su progenitor eran los villanos del cuento. Micael se infiltró en el lago muchas veces, pues también era un cisne, pero no uno bien recibido, sobre todo por la sobreprotección que todos tenían con Mateo.
No significaba que no existieran betas en el reino de los cisnes, pero los existentes formaban parte de los plebeyos. No podían aceptar en el palacio a alguien inferior como lo era un cisne negro. Micael, de pequeño, no comprendía cómo a Mateo lo habían aceptado siendo que no era hijo de nadie, hasta que con los años entendió la jerarquía y como él estaba por debajo de todo.
El muchacho ni siquiera era su primo ni sobrino de Ander, aunque Dinorah lo llamaba hijo. Ella lo tomó como suyo sin consultarle a nadie. Micael vivió todo, sabía de la profecía, pero no podía perdonar a las cisnes por haberlo dejado solo.
—¿Por qué eres así, tío? —le reprochó, y se enojó aún más por la forma en que Ander resoplaba complemente dispuesto a ignorarlo—. Sabes que no eres bienvenido allí, sabes que es peligroso para ti acercarte a… él.
—Dinorah no puede verme…
—Pero si te la cruzas, ella podrá sentirte, imbécil.
—Sabes que soy más fuerte que todo su reino entero, Micael —suspiró.
—Pero bajo su techo vive su arma mortal, tú lo sabes perfectamente.
Ander se encerró en su habitación, impidiendo con magia que cualquier ser pudiera interrumpir su momento de descanso. Estaba cansado de escuchar algo que ya sabía, y no estaba para recibir sermones de un mocoso.
A la hora del desayuno, Mateo se sentó con Amadís en la cama a charlar sobre lo que había pasado el día anterior. Por alguna razón, volvió a evitar hablar de Ander. No sabía por qué había omitido esa parte de la historia, quizás una corazonada le advertía que debía ser un secreto.
—Oh estrellas mías, ¿tan guapo era el príncipe del reino humano?
—Sí, la verdad…tenía una sonrisa muy adorable… —confesó Mateo, pero cuando recordó a Derek rápidamente apareció la imagen de Ander, e hizo una expresión de disgusto.
—¿Y él te gusta? ¿Irás al baile? —preguntó Amadís preocupada por la reacción del cisne.
—Es guapo, pero no lo conozco…Aun así, tal vez deba aceptar su propuesta…ya sabes el hechizo… —balbuceó.
—Como amiga, te diría que solo te cases con la persona que amas… —musitó la joven con una mirada apenada—. Pero como tu dama de compañía y miembro de la nobleza, mi hermana también ha sido maldita y la verdad…
—Es mi deber como príncipe, lo sé… solo yo puedo romper este cruel hechizo.
—Lo siento, Mateo.
—No lo lamentes, intentaré conocer a ese joven por el bien de nuestras hermanas cisnes. —Intentó tranquilizarla tomando las mejillas de la muchacha entre sus manos. Su responsabilidad le pesaba, pero la aceptaba.
—Sé que, si la reina te escuchara, estaría orgullosa de ti.
El pequeño cisne odiaba la presión que sentía en sus hombros, pero desde joven fue criado para cumplir su propósito como príncipe heredero. Pese no haber madurado, al cumplir los dieciocho años Dinorah lo entrenó para que supiera usar su magia.
Caminaba siempre al lado de su madre, ayudándola en asuntos pequeños pero que la corte valoraba. Cuando recibía permiso de la reina, pasaba tiempo con las cisnes hechizadas y cuidaba de ellas en el lago. Desde sus plumas hasta sus alimentos, el príncipe administraba todo lo que tenía que ver con ellas. É sentía que se lo debía a todas las cisnes del reino, puesto que todas sus hijas más jóvenes estaban malditas desde su nacimiento.
Mateo se encontraba en su escritorio revisando los últimos cuarzos creados para su distribución. Estos contenían una magia especial que sustentaba a todo el reino de los cisnes. Las hadas necesitaban de ellos para crear el famoso «polvo de hadas» e incluso los animales del bosque los necesitaban para diferentes fines.
¿Curar alguna herida? Cuarzo rosa. ¿Adquirir habilidades mágicas? Amatista. ¿Superar miedos o conciliar el sueño? Amazonita. Cada uno tenía sus propiedades y Mateo, como príncipe heredero, debía saber cada una de ellas, seleccionar las buenas entre las malas para ayudar a los seres del bosque con ellas. Ninguna piedra era tan valiosa como la verdadera magia de cisne, pero esa pizca de magia era suficiente para los más débiles y carentes de poder.
En eso, un cisne apareció en su ventana, de plumas extremadamente blancas y preciosas. En su cuello colgaba un collar particular de cuarzo rosa. Era Karina, hermana directa de Amadís, y su hermana como todas las féminas del reino. Mateo adoptó a todas como su familia al ser un cisne sin árbol genealógico.
La manera en que la cisne se alborotaba en el marco de su ventana, le ayudó recordar que había quedado en verse con Derek todos los días, y si ella estaba allí, significaba que posiblemente este haya cumplido dicha promesa. Con ayuda de Amadís, se vistió con un traje de hermosa pedrería rosada, haciendo honor a su mejor amiga.
Amadís prometió finalizar su trabajo que estaba casi terminado entonces Mateo se apresuró en ir al lago sin consultarle a su madre. Pero él no sabía que Dinorah no iba a interferir en aquel encuentro, puesto que desde un comienzo fue su plan que Derek se enamorara de Mateo.
—Viniste —dijo Mateo agitado tras haber llegado al lago casi a trotes.
—Tú también viniste —respondió el príncipe con una sonrisa acercándose inmediatamente a él para acomodar su cabello dorado y alborotado.
—Creí que te perderías si intentabas regresar.
—Tengo buena memoria, jamás olvidaría cómo llegar a ti.
Mateo, al oír esas palabras, sonrió avergonzado. Estaba siendo cortejado por el alfa sin ningún tipo de pudor, y él estaba permitiendo ese cortejo. Derek le trajo regalos de su reino como libros, panes y otros objetos que nunca había podido apreciar en su reino.
La primera cita oficial de cortejo realmente había sido emocionante y divertida, y por un momento pudo olvidar la existencia de Ander. El príncipe era muy amable y estaba cumpliendo su promesa con respecto a conocerse más.
Supo más de sus pasatiempos, Derek disfrutaba de cazar, pero Mateo no estuvo muy de acuerdo con esa actividad, así que el príncipe no profundizó sobre ello. Le contó de su familia y que tenía dos hermanas que amaba con todo su ser. Layla, su hermana menor era tan pequeña que aún no manifestó su segundo género, pero su Leah, la mayor, era una omega respetada en su reino. Solía consentirlo aun cuando ya no vivía en su palacio, pues al estar casada tuvo que irse al reino de su esposo. Leah traía de su reino roles de canela, y eran ahora los favoritos de Derek, por eso, trajo algunos para Mateo.
Sin embargo, todo lo que había averiguado del humano fue opacado inmediatamente por Ander cuando nuevamente, en el momento en que sol comenzaba a esconderse, volvió a presentarse frente a él.
Esta vez él estaba escondido entre los árboles a unos metros del lago de los cisnes y le hizo señas al omega para que se le acercara una vez que divisó que el humano se había marchado. Mateo, al inicio, se negaba en darle atención, y siguió comiendo de aquello que le había traído Derek. Hasta que su corazón enloqueció al sentir las feromonas de Ander de tal manera que no tardó en escabullirse hacia donde él se encontraba.
—¿Qué quieres? ¿Qué haces aquí? —cuestionó Mateo entre murmullos, volteándose varias veces para asegurarse que sus hermanas no estuvieran viéndole.
—Creí que me saludaría primero, su alteza real… —se burló Ander, haciendo señas con su mano a Mateo para que lo siguiera—. Veo que no le contaste a tus hermanas de mí.
El joven cisne se puso nervioso tras ser descubierto y sus mejillas se tiñeron, él tampoco entendía por qué hacía eso. Ander lo había puesto a prueba al decirle su verdadero nombre, y se sintió a gusto al saber que el cisne era bastante rebelde.
—Bueno, es mejor así —murmuró, alertando a Mateo.
—¿Por qué dices eso?
—Tal vez sería un problema si te ven conmigo, verás… no le caigo muy bien a tus hermanas —respondió Ander haciendo una mueca de desagrado.
—¿Quién eres tú? Y no te hagas el tonto, tú no eres un cisne mágico como nosotros —insistió nuevamente adentrándose a una parte más alejada del lago, un sector del bosque que no conocía.
—Digamos que soy más bien un depredador. Me gusta cazar —respondió viendo de reojo a Mateo, quien aún estaba en estado de alerta al intentar descifrar los secretos que Ander escondía. No era humano, si lo conocía no podía ser del mismo lugar del que provenía Derek, y eso le causaba más confusión.
—¿Y a dónde vamos, señor depredador?
—A ningún lado, en especial, su alteza real… solo quería ver el nivel de tu inocencia que te hace seguir a un desconocido ciegamente —se burló Ander deteniéndose en una boca del bosque, que estaba rodeado de flores preciosas.
No era un jardín ordinario. Nada era ordinario en el bosque encantado. Las rosas danzaban al ritmo del viento y brillaban aun cuando el sol se escondía como estrellas titilantes.
Mateo retrocedió asustado, y Ander lo acercó a él jalando suavemente del borde del saco del príncipe. Intentaba nunca tocarlo directamente, eso también llamaba la atención de Mateo. Él memorizaba cada detalle en su cabeza.
—No tengas miedo, solo juego contigo, pollito. —Ander reía y frotaba con las yemas de sus dedos esa porción de tela—. Es muy divertido.
—¿Sabes? No eres nada gracioso —se quejó Mateo haciendo un mohín.
—Perdóname, alteza… no quería herir su corazón. —Se inclinó para quedar más cerca del rostro de Mateo admirando esa nariz afilada y esos ojos desafiantes que se clavaban en los suyos como estacas—. En verdad eres el cisne más hermoso que he conocido, no creí que fueras a crecer tan bien —pensó en voz alta entre murmullos.
—¿Qué? —cuestionó el joven tras no haber oído correctamente sus últimas palabras.
—Decía que escuché que pronto cumplirás veintitrés años… ¿La reina te está preparando para tu ritual de madurez?
—Sí, ella todos los años lo hace, pero yo… bueno, yo aún no… —suspiró.
—¿No consigues manifestarte? —interrogó Ander.
—No, no sé por qué no puedo hacerlo. —Mateo se zafó de su agarre y buscó tomar asiento en el césped. Miró al alfa desde su posición, jugueteando con las flores danzarinas. No podía explicar por qué seguía hablando con él. Pero Ander tenía un efecto sobre él que le hacía desear tener su compañía.
—Quizás necesites ayuda… —dijo mientras se agachaba para quedar a la altura de Mateo, viéndolo con intriga. Notaba que el cisne se sentía cómodo a su lado, y le era divertido pensar que su hermana hacía todo lo posible para alejarlo de él, mientras que el príncipe aceptaba charlar con él como si nada. El error de mantenerlo ajeno a la verdad—. Necesitas exponerte a feromonas de alfa, posiblemente eso funcione. ¿Alguna vez consideraste que tal vez eres un omega recesivo?
—No, entre omegas mujeres no existe tal cosa —respondió Mateo viéndole—. Encontré algo en viejos relatos, pero las doncellas no supieron asesorarme. Dicen que son puros mitos.
—Hay mucho mundo fuera de tu palacio, príncipe Mateo, y deberías aprender. Porque si resultas recesivo, será muy peligroso para ti en el futuro —le advirtió, sintiendo un pequeño cosquilleo de preocupación. Sentimiento extraño para Ander. Ni siquiera él sabía por qué intentaba ayudar a Mateo cuando él fue la principal causa de sus desgracias.
—No sé de qué hablas… —Mateo lo miró con pena, y dejó de jugar con las flores para recargar su mejilla en una de sus manos, esperando por la explicación del otro.
—Su alteza… —suspiró—. Su celo puede llegar en el momento menos agraciado y desatará un terrible caos. ¿Acaso la reina no le da ese tipo de educación? —Ander se indignó por completo, negando varias veces con su cabeza ante la idea del desastre que podría generar Mateo si su madurez llegase en un momento inapropiado—. Solo sé precavido, ¿está bien?
—Entiendo… —Tomó aire viendo como Ander se recostaba a su lado—. ¿Por qué me ayudas si mis hermanas te odian? —Aquella pregunta resonó en la cabeza del hechicero, y observó el hermoso cielo rosado sin encontrar una respuesta sincera.
Se había acercado a él con el propósito de evitar que el pequeño cisne se enamore del príncipe Derek. Era consciente de que el omega nunca se había relacionado con otros alfas a excepción de sus hermanas cisnes. Sabía que, al ser un niño encerrado e inocente, podría entregar su amor con mucha facilidad.
Así que, por ello, no comprendía por qué soltaba palabras de ayudas para el cisne que él mismo condenó al encierro haciéndole rozar a la muerte. Mateo estaba cómodamente sentado al lado de su depredador y sus alarmas internas no se encendían debido al lazo que los unió desde nacimiento.
El largo silencio de Ander le respondió.
Él no iba a decirle nada al respecto, y Mateo no estaba tan seguro de querer saber.
Los minutos volaron, y aunque no se decían nada, disfrutaban de la compañía del otro. Ander odiaba admitir el hecho de que él también deseaba ver a Mateo. Lo necesitaba y era agradable la dulce combinación de sus feromonas que, como si fuese somnífero, relajaba los músculos de su cuerpo.
Cuando el sol se ocultó del todo dejando que las estrellas sean protagonistas del cielo, un grito femenino se escuchó muy cerca de donde ellos estaban.
—¡Mateo! ¡Príncipe Mateo! —El cisne supo que era una de sus hermanas e inmediatamente miró a Ander asustado y con pena, porque no quería dejarlo tan pronto.
Era absurdo el sentimiento de agonía que le generaba el tener que marcharse primero, pero la sonrisa cómplice de Ander lo tranquilizó, entendiendo que no sería la última vez que vendría por él. Aún no lo conocía tanto como a Derek, pero tenía una corazonada. Ander le enseñaba más sobre su mundo y él deseaba ese conocimiento de alguien externo al lago.
Mateo se fue de allí con su corazón alocado entre manos y las mejillas prendidas fuego. No podía olvidar esos ojos amarillos y profundos, ni mucho menos la hermosa sonrisa de Ander, ni que se le marcaban los hoyuelos cuando la enseñaba. No había dudas de que estaba sintiendo más interés por el ser mágico que por el humano.
—¡Estrella! ¡Aquí estoy! —Corrió hacia el lago, podía ver a todas sus hermanas bailando bajo la luz de la luna, con sus vestidos blancos como plumas de cisnes y las pedrerías del color de sus cuarzos brillaban, haciendo notar que incluso sus prendas eran mágicas. El cuarzo de la muchacha era el zafiro, y su vestimenta lo anunciaba.
—¿A dónde te habías metido? No pudiste ver nuestra transformación que tanto te gusta.
—Lo siento, es que quise recoger algunos frutos y al final me distraje con nuevas flores que crecieron cerca de aquí… —le mintió a su hermana descaradamente. Estrella era la cisne más pequeña de todas, por ende, no pudo ni siquiera notar que Mateo le estaba ocultando la verdad.
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