—Pero si tan peligroso es… ¿por qué te quedas aquí? —insistió, deseando tomar la mano del omega para saber si dicha perfección era real o solo se lo estaba imaginando.
—No puedo irme —confesó el cisne, dudando nuevamente del alfa—. Promete que si te digo te irás…
—Está bien… me iré… —murmuró el príncipe con tal de saber más sobre el joven.
Entonces Mateo le contó sobre su maldición expresando la culpa que sentía de haber arrastrado a todas sus hermanas con él. Si bien, ellas cargaban con otro peso, él no se quedaba atrás. Si intentaba huir del bosque encantado, sufriría un desmayo inmediato y si llegase a insistir al respecto, podría entrar en un sueño eterno. Él era el único que podía romper este encantamiento encontrando a su amor destinado, quien se supone que sería, un alfa valiente leal que quiera casarse con él.
—Ven al palacio dentro de cuatro noches… —se apresuró a decir Derek sin terminar de escuchar por completo el relato—. Soy el príncipe del reino que está cruzando al otro lado del río. Mis padres me ordenaron escoger omega. Si tú vas, te prometo que me casaré contigo.
—Pero no me conoces…
—No importa, vendré por ti todos los días, me conocerás. Puedo ayudarte a romper el hechizo y haré que me ames —mencionó el príncipe, emocionado por la idea de tener al cisne bajo el hechizo de su amor. Sabía que no se conocían, pero desde que miró sus ojos, él lo supo, lo sintió, y estaba seguro que podía hacerlo real.
Una música adorable comenzó a oírse cerca de ellos. Eran doncellas del palacio de cuarzo maduro, quienes, sentadas sobre árboles, tocaban sus instrumentos en honor al amor y la naturaleza. Los pájaros cantores volaron alrededor de ellos, era una invitación, y el príncipe Derek no hizo preguntas. Todo allí era extrañamente mágico, pero aprovechó el momento para pedir la mano de Mateo y bailar dicha pieza.
—¿Me concedes este baile, príncipe Mateo…? —musitó el Derek, inclinándose levemente hacia el omega.
El joven se sonrojó ante el atrevimiento del muchacho, pero si había algo que él amaba con todo su corazón era la música y la danza. Así que se quitó sus zapatos que no daban con la ocasión y tomó la mano del alfa para bailar al ritmo de la música clásica de las flautas y violines.
Los animales se acercaron a ellos, desde conejos hasta ardillas. Todos los seres del bosque apreciaban cada espectáculo que el cisne les regalaba. Sus movimientos dulces y delicados capturaban el corazón de Derek. Veía a una pluma flotar cada vez que Mateo daba sus giros y movía sus brazos al ritmo de las hojas que volaban por la brisa. Nunca había visto a alguien igual, y con cada segundo que compartían estaba más seguro de sus sentimientos hacia él. Derek estaba siendo hechizado por aquel jovencito de nariz afilada y estatura media.
La mañana corrió sus trotes, y al llegar la tarde un aura oscura los envolvió. La intuición de Mateo lo supo, era hora de separarse del humano. Aunque no podía verlo, ese escalofrío en su espalda le advertía que si no lo dejaba ir podría envolver a un inocente en un problema. Así que le suplicó a Derek que regrese a su hogar, despidiéndose con un fuerte abrazo para así volver corriendo hacia el lago de los cisnes.
No solía tener ese palpito muy seguido, pero las veces que sintió esa pesadez en su respirar fueron exactamente las veces que intentó escapar del bosque encantado.
Sentía mucho frío, era raro perderse en un lugar que se supone conocía a la perfección, pero por algún motivo no podía encontrar su punto de partida. Esta vez estaba solo, sus guardianas estaban en el lago mientras él deambulaba con el desconocido humano. Pero ahora que se había despedido de él, tenía miedo, nunca había sentido tanto frío en su vida.
Miró a su alrededor en busca de alguien que pudiera ayudarlo, pero las doncellas ya no estaban y los animales parecían haberse escondido tras el humo pesado que llenó el ambiente. Pero claro, nadie estaba porque Mateo había caído en un punto ciego. Una emboscada.
En su momento más desesperante vio al hombre reposando sobre uno de los árboles que adornaban el bosque. Era incluso más alto que Derek y su cabello oscuro como la noche, todo lo opuesto a él. Su aura era pesada pero atrayente, incluso las ligeras feromonas que desprendía de lejos eran tan agradables para su cuerpo que lo hacían tiritar.
Su corazón dio un fuerte vuelco cuando este lo miró fijamente con sus ojos almendrados de color amarillo brillante. No sabía quién era, pero se veía joven y muy guapo. Mateo se acercó al alfa, hipnotizado por su olor a rosas. Sus labios parecían formar una especie de corazón, se veían tan jugosos que deseó de tocarlos.
Su marca en su nuca brillaba un hermoso dorado. Sin embargo, su ropa no dejaba lucir dicho tatuaje. Los omegas mágicos del lago de los cisnes tenían una pluma invisible en la nuca, que encendía su color cuando estaban cerca de su destinado. Y el de Mateo era él, el rey del bosque encantado, el hechicero más poderoso y despiadado de todos, Ander.
El alfa dominante, que por fin se dio a conocer frente al pequeño cisne, sonrió de lado al verlo parado frente a él sin ningún temor. Estaba claro que el joven no sabía quién era, y tampoco tenía intenciones de presentarse.
Ander lo maldijo cuando apenas era un bebé. Era un ser mágico e inmortal; tras robar una de las profecías ilustradas de Dinorah y saber que existía tal cisne, inmediatamente lo quiso para sí mismo. Pero la reina se rehusó a que se llevara al niño.
En ese entonces, él era un hechicero sin mucha experiencia y de la rabia hechizó al pequeño omega y a las cisnes de cuarzo inmaduro. Pero el hechizo no salió correctamente. Mateo, al ser su destinado, no pudo convertirse en un ave cisne y solo pudo recaer sobre él la maldición de la responsabilidad de salvar a sus hermanas. Como se dijo, Mateo desconocía mucho de la realidad, y había una verdad que Dinorah escondía. Mateo no era capaz de recorrer todo el bosque encantado porque si salía del eje invisible que Ander había marcado podría dormir para siempre.
Todo el reino cisne tenía un pacto con Dinorah y una lealtad que no rompían ni en secreto. El lago de los cisnes era una ilusión para que Mateo se sienta seguro, manteniéndolo ajeno con respecto a la existencia del verdadero soberano. Él amaba un reino que no estaba completo, un reino que le mentía en cara, uno manipulado para que el príncipe siga el camino que su madre trazaba para él.
Cuando Ander tuvo ese descontento con Dinorah por Mateo, amenazó con casarlo y marcarlo una vez este haya manifestado su madurez. Así tendría su don y su magia para siempre bajo su ala.
Dinorah no iba a permitir que le quitara su única esperanza para recuperar su reino. Intentó quitarles la maldición desesperadamente, pero Ander, incluso siendo novato era aun más poderoso que ella. Dinorah sabía que podría suceder, siempre supo el potencial de su hermano. Así que usó hasta la última gota de su magia para lanzar un contra hechizo a sus cisnes, recitando lo siguiente:
«Mateo será responsable de salvar a este reino de tu oscuridad, él no podrá huir de su destino, pero encontrará luz en su maldición. Hasta que él no manifieste su madurez tú serás incapaz de tocarlo, y si lo haces el dolor que sentirás será símil a mil puñales. Si no lo respetas, las heridas serán reales y físicas hasta terminar con tu vida.
En cuanto mis niñas, ellas serán cisnes durante el día, pero cada vez que el sol se esconda, recuperarán su verdadera forma. El lago será su manto protector y tú no podrás seguir haciéndoles daño si están en él.
Mi pequeño príncipe tendrá una esperanza si enamora primero a un alfa valiente que quiera casarse con él, y si este sella su promesa de amor con un beso sincero, tú ya no tendrás ningún poder sobre él ni sobre mis hijas. Devolverás lo que una vez fue mío por derecho y te iras de estas tierras sagradas.»
Al inicio Ander reía en respuesta, no creía eso posible. Pero cuando el contra hechizo fue directo hacia él, ya no le hizo ninguna gracia. No quiso iniciar una guerra allí mismo. Irritado se fue con las manos vacías y le cedió bastante a Dinorah para no escucharla ni mucho menos volver a enfrentarla. Era consciente de que necesitaba más práctica y se encargaría de que su plan funcione pese a las dificultades que le traía el contra hechizo.
Ambos eran hermanos de distintos padres, por ende, entre ellos siempre existió rivalidad por poder y magia. Ander, el más pequeño de los tres hermanos, había sido visto como alguien egoísta y avaro, mientras que su hermana había sido venerada. Dinorah desde un comienzo supo que Mateo era el destinado de Ander, por ello había hecho todo lo posible para mantenerlo lejos de él.
¿Por qué? Porque, según ella, él podría tener más poder que ella y no lo merecía.
¿Realmente es tan pura y honesta como todo el reino cree?
Dinorah no siempre reveló sus profecías. Por ello, viste al príncipe de manera que su cuello nunca quede al descubierto para que Ander jamás descubra la verdad.
—¿Qué pasa? ¿Te perdiste, pollito? —se burló el alfa viendo fijamente al más bajo, clavándole su mirada penetrante.
—¿Qué? No, no… —respondió inmediatamente Mateo, nervioso por la presencia del alto, sin embargo, no entendía por qué su cuerpo deseaba estar cerca de él—. ¿Y tú? ¿Quién eres? ¿Otro humano?
El alfa dominante se le reía en la cara, pero tampoco pretendía revelar su verdadera identidad por completo con facilidad.
—Ander, me llamo Ander, pollito, y no soy nadie en particular…
Mateo lo miró con cierta desconfianza, sin creerle mucho y no debía creer en él.
—Si no vas a decirme quién eres, mejor me iré, hoy ha sido un día difícil —se quejó el cisne dando la media vuelta para seguir con su camino pese a estar perdido.
—¿Decir mi nombre no ha sido suficiente para ti? —cuestionó el hombre mientras caminaba detrás del cisne a pasos lentos e inundaba todo el ambiente con algo parecido a humo negro que salía de la tierra.
—¿De qué me sirve a mí saber tu nombre?
—Realmente eres gracioso… —Ander volvió a reír, tentado por la frustración de Mateo—. Si quieres que sea bueno contigo, deberías simplemente pedirlo. Pero en verdad no estás tomando el camino correcto.
—¿Y tú cómo puedes saber eso? —cuestionó, volteándose para mirarlo de frente, un poco cansado por caminar sin rumbo. Sus pies dolían y el sol ya comenzaba a querer esconderse.
—Sé que eres un principito con alas que no sabe volar… —susurró Ander rodeando el cuerpo de Mateo, y se acercó sutilmente a su oído para hablarle—. Y el lago de los cisnes no está por aquí…
—Tú… —Mateo mordió su labio inferior, atacado por dudas, pero al final cedió—. ¿Tú podrías llevarme?
—Por supuesto que sí, alteza real… —suspiró Ander en el oído del joven, alejándose para hacerle una ligera reverencia y le cedió su brazo para que se sostuviera. Al ver la desconfianza en Mateo, regresó a reír.
El príncipe realmente había crecido demasiado. Ander no iba a mentir, desde que cumplió dieciocho años, comenzó a acecharlo de lejos, estando atento por si el cisne manifestaba su madurez, pero al parecer estaba tardando demasiado.
Usualmente los omegas tienen su primer celo entre los dieciocho y veintiún años, este no era el caso del cisne, y realmente a Ander no le preocupaba que nunca se manifestara como omega maduro. Sin embargo, ahora que un humano quería lo que él creía que le pertenecería, debía asegurarse de que el cisne no volara fuera del nido.
—Anda… no voy a morderte, pollito…
—¿Cómo puedo creer en ti? Te burlas de mí solo porque estoy demasiado cansado —resopló, y se tomó del brazo del alfa, notando al tacto la musculatura marcada de Ander. Estaba casi seguro de que este era muy fuerte.
La expresión de Ander cambió inmediatamente, a pesar de que mantenía su sonrisa burlona, algo en él había cambiado. Mateo lo miraba preocupado y sin querer dejó salir un poco de sus feromonas en un vago intento de aliviar aquello que perturbaba al otro.
—Deja de mirarme así… —dijo Ander con su mirada fija en el camino que recorrían—. No te preocupes en vano.
—¿Por qué no te he visto nunca? —pensó el cisne en voz alta.
—Porque los alfas como yo no jugamos con las aves —respondió con cierta ironía.
—Escuché que existían otros hombres aquí… pero no creí encontrarme con dos en un día.
—Así que realmente te tienen cautivo, eh.
—Algo así… Sé que mi madre solo me cuida, pero si no me deja salir cómo pretende que yo… —suspiró.
—¿Rompas el hechizo?
—Claro… —Mateo se detuvo de inmediato—. ¿Cómo sabes eso?
—Es cultura general, pequeñito. Todos sabemos de ti —mencionó Ander y se inclinó hacia Mateo.
El cisne se sintió tan alterado que comenzó a caminar hacia atrás alejándose de él, pero al chocar contra uno de los árboles solo se vio acorralado. Ander no se separó en ningún momento de su cuerpo.
—Estarás bien, alteza… solo trata de no volar por fuera del bosque o querrán cazarte, y tal vez… alguien pueda enojarse.
—¿Qué? —lo miró confuso y el otro se acercó más hasta robarle el aliento sin besarle.
—Da diez pasos hacia adelante, atraviesa el arbusto de bayas rojas y estarás en el lago de los cisnes. Fue un gusto verte, príncipe Mateo. —Entonces el gran hechicero partió caminando, perdiéndose entre los árboles, dejando a un cisne aún más perdido.
Cuando llegó al lago y se reencontró con sus hermanas ya transformadas en mujeres, ellas inmediatamente lo interrogaron interesadas en el príncipe humano, Derek. La presencia de Ander había sido tan impactante para Mateo que por un instante olvidó que había conocido a tal príncipe amable.
Él les contó con lujo de detalles todo lo que había vivenciado con el guapo príncipe y lo romántico que había sido todo. No estaba seguro de aceptar su propuesta, pero al ver a sus hermanas ilusionadas por ese brillo de esperanza, se convenció de que debería hacer el intento.
Mateo evitó hablar de su encuentro con Ander, y simplemente regresó al palacio a descansar.
En sus sueños, ese misterioso alfa lo visitó, sin embargo, Mateo no sabía que en realidad Ander estuvo ahí a su lado viendo como dormía. Su corazón se alteraba incluso en sueños, su cuerpo podía sentir a su destinado.
Hacía tiempo que Ander no se colaba en el «reino» de su hermana, seguía siendo bastante amigable con ella a pesar de las diferencias. No era tan fácil ingresar, pero él contaba con el cuarzo fantasma que heredó de su madre que le permitía mantenerse fuera de la vista de Dinorah. Dicha piedra lo ayudaba a ser como un fantasma y escabullirse donde quisiese, bloqueando así tanto las visiones como el uso de otro tipo de magia que requieran vigilar sus movimientos.
Cuando llegó a su palacio, inmediatamente se encontró con Micael, lo estaba esperando con impaciencia en la entrada de su habitación. Él era su sobrino, hijo legítimo de Zuriel, hermano mayor de Dinorah y Ander. Micael era un cisne negro, un beta. Nacido en la nobleza de los cisnes y había sido marginado por ser diferente.
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