Ambos continuaron andando. Los árboles se zarandeaban, torciéndose sobre su tronco para espiar a los muchachos. Un par de almas rotas también los observaban curiosas. Dejaron de lado sus baldes llenos de lágrimas, para ponerse a chismorrear.
“¿Esa es el alma con cuerpo que vieron en el barrio del susurro?” Murmuró la criatura cuyo rostro parecía el de una momia egipcia, con cuerpo de serpiente.
“¡Sí, sí es! Pero mira, está con Akio... quizá sea bueno.” Le respondió su compañera. Ésta tenía la forma de una cría de coyote, parada sobre dos patas. En el centro de su cuerpo tenía un reloj incrustado. Marcaba las 11:20.
Yude no escuchaba nada de lo que hablaban, pero sabía que era sobre ellos.
Se fijó en la hora que marcaba el reloj del alma-coyote, y palideció un poco al fijarse que estaba por agotarse el tiempo.
— Ya casi llegamos. — Le tranquilizó Akio, adivinando los pensamientos de Yude.
Más adelante, atravesaron una vereda llena de vegetación color sepia, cuyo follaje emitía una tenue luz blanca, parpadeante.
Un alma en pena con máscara de carnaval, recolectaba los frutos de un árbol torcido, que parecía tener una cara en su centro. Sus movimientos eran rápidos y robóticos, como los de un insecto. Tenía una pequeña puerta en su pecho, de la cuál salía un pájaro cucú para tomar la fruta que se le ofrecía.
Al pasar a su lado, esta alma le extendió a Akio uno de estos frutos. Era perfectamente redondo y liso, de color cobre. Emitía una luz tenue desde su centro, como si una pequeña luciérnaga se hubiera quedado atrapada ahí.
Akio le agradeció con un gesto de cabeza, y el alma en pena siguió con sus labores.
— ¿Lo vas a comer? — Le preguntó Yude.
—No. —Respondió, dejando caer el fruto en la tierra. —Nunca debes aceptar comida de las almas en pena.
—¿Por qué no?
—Porque si lo haces, deberás darles algo a cambio. A veces son tonterías, como licor de angustia. Pero también puede ser algo más difícil de conseguir. Además, la comida de aquí puede ser muy peligrosa.
Yude tragó saliva.
Moisés parecía buen tipo, pero si hubiera sabido que aceptar la mermelada del valor implicaba tener que deberle un favor, jamás la hubiera aceptado.
Trató de animarse, pensando que cuando hiciera el trato con el dragón de madera no iba a tener que preocuparse de eso. Después de todo, no tenía ninguna intención de regresar a ese lugar.
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Cuando ambos llegaron a un prado donde ya no había más vegetación, ni casas, ni almas rotas paseando, Akio le hizo una señal a Yude con la mano para detenerse.
A la lejanía se podía ver un cráter enorme que desprendía luz roja. Alrededor no había más, que unas pocas plantas que se movían como si fueran serpientes, y varias piedras flotantes. Al acercarse, Yude se dio cuenta que de hecho, estas piedras tenían la forma de un rostro. Todos tenían en común una expresión de profunda angustia.
— ¿Esa es la fosa?
Akio asintió, sacando un portaminas de su bolsillo.
El muchacho asiático comenzó a soltar trazos, como si estuviera dibujando en el aire.
Yude soltó un grito de emoción al ver que las líneas que Akio dibujaba, se estaban materializando encima de la fosa formando una especie de puente. Éste se elevaba hasta llegar a uno de los rostros de piedra flotante, sobre el cuál se alcanzaba a ver una puerta de madera vieja.
— ¡Increíble! — Exclamó Yude, viendo embobado el puente hecho de trazos. — ¡¿Cómo hiciste eso?!
Yude trató de tomar el portaminas para examinarlo, pero Akio no se lo permitió.
—Eso no es importante. — Le respondió en tono seco. —Y muévete que ya vamos tarde.
Yude bufó. Estaba fastidiado por tener que seguir las órdenes de alguien tan antipático. Por suerte, todo estaba cerca de terminar.
Ambos siguieron andando por aquel paisaje árido hasta llegar a los pies del puente. De cerca se podía ver con más claridad el grafito con el que estaba hecho, y al pisarlo, Yude se sorprendió al comprobar que era más resistente de lo que parecía a simple vista.
El puente de trazos crujía de la misma manera que lo hacía la madera, y se balanceaba igual. Akio no había dibujado un barandal, pero lo había hecho lo suficientemente ancho para caminar sobre él sin tener que cuidar demasiado el equilibrio.
— ¿Puedo preguntarte una última cosa? — Le pidió Yude, mientras seguían andando.
— Dime.
—¿Qué fue lo que viste en mi mano?
Akio se detuvo, y lo miró fijo. Esta vez su expresión reflejaba cierta tristeza.
—No tiene importancia. — Respondió, agachando ligeramente la mirada.
—¿Cómo que no tiene importancia? ¿¡Porqué eres así!?
—Te lo diré cuando salgamos de aquí, ¿de acuerdo? —Le respondió en tono ecuánime.
Yude no estaba muy conforme, pero tampoco quería volver a discutir. Dio un suspiro y asintió con la cabeza, siguiendo al chico hasta llegar a la mitad del puente.
—Espera aquí un momento. —Le pidió Akio, haciendo que Yude se detuviera a unos metros antes de llegar a la orilla. —Voy a tocar la puerta para ver si puede recibirnos.
Yude obedeció y se quedó quieto, viendo como Akio subía a la superficie de aquel rostro de piedra, el cuál parecía haber reaccionado al sentir al chico caminar sobre él. Luego, se aproximó despacio a la puerta vieja.
Cuando quedó frente a ella, no la tocó. En su lugar, volvió a sacar su portaminas, quitó la tapa del borrador e hizo un movimiento ondulante con la mano.
Yude sintió un balanceo brusco que lo hizo estremecerse. Al mirar abajo, abrió los ojos horrorizados al ver que las líneas del puente estaban desapareciendo.
Deprisa comenzó a correr, tratando de alcanzar la orilla, pero antes de que pudiera lograrlo, el puente ya había desaparecido por completo.
Unas gigantescas garras brotaron de entre la bruma, tomando a Yude del brazo derecho, y jalándolo hacia abajo.
Alcanzó a sostenerse apenas de una roca, pero la fuerza de la criatura que lo sujetaba superaba por mucho la suya. En cualquier momento sería arrastrado hacia las profundidades, y no había nada que pudiera hacer para evitarlo.
Yude pudo ver desde ahí a la silueta de Akio aproximarse.
—¡AKIO, AYÚDAME! — Le suplicó, estirando su mano. Pero el muchacho de ojos rasgados no se movía.
— Lo siento…
Yude abrió los ojos consternados. Seguía estirando la mano, pero Akio sólo respondía con ese semblante cargado de pena.
— De verdad lo siento… — Repitió. — Tuve que hacerlo… eres un eslabón suelto. Debes desaparecer, o si no mi familia...
Akio sujetó con fuerza la llave que llevaba colgada al cuello, y desvió la mirada. No sabía si aquello lo decía para convencer a Yude o a sí mismo, pero en cualquier caso, no importaba. Lo hecho, hecho estaba.
— Perdón. — Volvió a decir, a forma de susurro. —Cuando mueras, ayudaré a tu alma a ascender… yo…te lo prometo.
Luego, corrió hacia la puerta y desapareció, dejando a Yude a merced de su destino letal.
Ya fuera por la impresión que le causó la traición, o porque la fuerza se le agotó, terminó por soltarse y dejarse arrastrar por la monstruosa alma en pena hacia las profundidades de la fosa.
Estaba sobre el suelo frío. A su alrededor, una espesa niebla lo cubría todo, pero dejaba a la vista las criaturas que deambulaban cerca de él.
El miedo comenzó a invadirlo nuevamente. No sabía si era porque la mermelada del valor ya estaba perdiendo su efecto, o porque a donde quiera que mirara veía almas rotas, con morfología deforme y monstruosa, destrozándose entre ellas, arrancándose las extremidades y devorándose las entrañas entre una sinfonía de gritos agónicos.
Yude tenía la esperanza de poder escapar, aprovechando que todas estaban muy ocupadas peleando entre ellas, pero dichas esperanzas se apagaron tan rápido como fuego en la lluvia.
De entre las sombras, el alma que lo había arrastrado surgió. Tenía la cara blanca de un reptil, con facciones angulosas, que parecían haber sido pintadas.
Yude la reconoció. Era el alma que había sido atacada por aquel hombre-silueta momentos antes…
“Tu esencia será mía.” Le dijo con voz profunda y siniestra, mientras se acercaba. “Pero primero, permíteme liberar tu alma del cuerpo que la aprisiona.”
Yude pudo ver su propio rostro reflejado en las inmensas garras de metal que se presentaban ante él.
El efecto de la mermelada del valor, definitivamente se había terminado.
El alma en pena se aproximó tambaleante al aterrado muchacho, entre lamentos de dolor y rugidos.
En el centro de su pecho aún resaltaba la herida con forma de cráter carnoso que le había hecho el hombre-silueta.
Era tan profunda, que no se podía ver más allá de esa fina capa de venas negras que cubrían su superficie, extendiéndose como telarañas.
Yude quiso correr, pero sus piernas no respondían. El miedo había invadido cada molécula de su cuerpo, impidiéndole hacer otra cosa que no fuera temblar.
Y aunque hubiera podido moverse, ¿Qué lograría? Dentro de aquella fosa la niebla era tan densa que no podía ver ni sus propios pies.
Intentar escapar era igual o incluso más peligroso que quedarse quieto.
Lo único que se animó a hacer, fue retroceder unos pasos antes de toparse contra la pared. Yude tocó la superficie tras de sí, extendiendo sus brazos, tratando desesperadamente de encontrar un hueco entre aquellas rocas por el cual pudiera ocultarse… pero no había nada.
Los labios marchitos del alma-reptil se torcieron, formaron una sonrisa macabra.
“No te resistas” Profirió con voz gruesa, rozando con cuidado la mejilla de Yude con una de sus garras de acero oxidado. “No vale la pena. Solo harás que duela más.”
De pronto, una voz aguda que parecía provenir de una persona bastante enferma, hizo eco en los alrededores.
“Oye… ¡Oye!”.
Una nueva alma en pena surgió de entre la bruma. Su rostro parecía el de un anciano cadavérico, cuyas pupilas apuntaban a lados contrarios. No tenía piernas, pero sí un par de brazos muy largos.
“Si vas a jugar con tu comida…” Continuó diciendo. “¡ARRIÉSGATE A PERDERLA!”
La horrible criatura se arrastró hacia ellos, a una velocidad que Yude no esperaría de alguien a quien le falta medio cuerpo; antes de que el alma-reptil pudiera reaccionar, su atacante se le lanzó enloquecida, atrapando su cuello en un mordisco.
“¡GAAAAAAH!”
Yude solo pudo quedarse boquiabierto ante el espectáculo que tenía enfrente. Las entrañas salían y las extremidades eran cortadas. Sin embargo, las almas sólo reaccionaban con creciente ira a estas mutilaciones, como si el dolor que les provocara el desgarre de su carne, fuera el mismo que el de un jalón de cabellos.
“¡ALÉJATE DE MI PRESA!” Gritaba el alma-reptil, arañando con cruda brutalidad el abdomen de su oponente con sus garras cubiertas de óxido.
Yude se deslizó hacia atrás en cuclillas, alejándose despacio, cuidando de no hacer ruido. Pero su intento falló al tropezar contra unas cadenas que estaban en el suelo, provocando un ruido estrepitoso al caer.
¡¡¡TRAZ!!!
Decenas de rostros deformes y expectantes comenzaron a emerger de la niebla.
“Un alma con cuerpo… “Dijo una de ellas, relamiendo sus labios carcomidos.
“No tiene una gran voluntad. Pero esas memorias se ven tan dulces…”
“¡Ustedes quédense con esa basura! Yo quiero su esencia” Dijo una tercera, frotando sus manos de insecto.
Pero el alma-salamandra, quien al fin había logrado deshacerse de su molesto atacante, regresó con la mitad de la cara desfigurada y los ojos centelleantes de furia.
“¡SU ESENCIA ES MÍA!” Rugió a las demás, tomando a una de las almas en pena más pequeñas por el torso y decapitándola de un zarpazo.
La cabeza de la desafortunada alma rodó, desatando así la batalla por ver quién se se ganaba el derecho de matar a Yude, y despedazar su alma.
El pobre muchacho quedó en medio de aquella desquiciada guerra entre monstruos, y sin esperanza alguna de salir bien librado de ahí.
Yude se encogió, con las manos sobre la cabeza, aguardando el momento en el que sería atravesado, cortado o aplastado. Su imaginación no era tan buena como para visualizar un desenlace diferente.
Es por eso que cuando sintió sobre su rostro el tacto de una tela rasposa, creyó firmemente que su final había llegado.
“Yude…” Escuchó a alguien decir su nombre. Era la voz de una mujer entrada en años. “Levántate. Es hora de llevarte con él.”
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