El sonido del motor de su automóvil era lo único que se oía en aquella desierta carretera cubierta de un frondoso bosque que no parecía tener fin. Aquel lugar era totalmente distinto de Nueva York y de Chicago o cualquier otra gran urbe en la que hubiese estado en el pasado. Una vida tranquila trabajando en una veterinaria era lo que ella quería y no lo tendría en una gran urbe sino en un pequeño pueblito Alemán llamado Hallsberg.
Apretando el acelerador de su convertible rojo de la marca Rollers, la joven veterinaria Beverly Wilkens apresuró la marcha hacia su nuevo hogar debido a que pronto anochecería y se sentía demasiado cansada para poder conducir de noche.
De larga cabellera castaña rojiza y ojos azules, Wilkens era una mujer muy hermosa y deseable. Su elegante vestido rosa cuya falda era corta, mostrando sus largas como también musculosas piernas, resaltaba su atlético cuerpo junto a sus bien formados senos. Aunque no fuese alguien que se dedicase a las artes marciales o algún tipo de profesión que requiriera poseer un cuerpo atlético, ella de todas formas realizaba ejercicios y cuidaba su aspecto debido a que sabía que sin importar en donde se encontrase, nadie te haría caso o te contrataría si eras una versión humana de Jabba The Hut. Tampoco es que en ese momento Wilkens estuviese pensando en querer conseguir un novio o algo por el estilo sino, más bien, en poder reordenar su vida. Lo malo de vivir en urbes tan grandes es que al final uno terminaba acostumbrándose a la vida ajetreada que no te daba la oportunidad de poder reordenarte o tener un cronograma porque siempre ocurría algún imprevisto en su antigua clínica que la obligaba a dejar todo. Ella amaba a los animales pero no poder organizar una salida al cine porque debía ir de urgencia a la clínica para poder recetarle a una mujer solitaria y gorda una dieta a su mascota igual de gorda que ella debido a que en lugar de comer su alimento, le daban todo tipo de comida no era algo que le gustaba en lo más mínimo. Otra cosa que odiaba y esperaba que tuviese que hacer con menor frecuencia en aquel pueblito era el tener que dormir a los animalitos. Sabía que cuando se recibiera de veterinaria, tendría que hacer esa labor, no era tan inocente como para no darse cuenta del lado negativo de ser un veterinario, pero jamás imaginó que tendría que hacerlo casi todo el tiempo. Vejez, enfermedades incurables o accidentes terribles que no le dejaba otra salida era lo que veía a cada rato en las grandes ciudades y sumado al hecho de que no podía salir con sus amigas porque tenía que dormir a un perrito que había sido envenenado, terminaba por colmar su paciencia al punto de tomar esa decisión.
El pueblo se veía a la distancia, sonriendo, Wilkens apretó el acelerador en aquella vacía carretera, solo para frenar de golpe cuando casi se estrella con una oscura silueta de un animal que no alcanzó a reconocer. Parecía ser un perro o un lobo pero se veía demasiado alto y ¿Caminaba con sus patas traseras? Sorprendida ante tal visión, se mantuvo quieta dentro de su coche por unos minutos observando a su alrededor, en especial en el extenso y profundo bosque que se encontraba a su costado derecho, en donde la criatura continuó camino. Tras unos minutos de duda y oír el aullido de un lobo, Wilkens volvió a apretar el acelerador de su coche y continuó camino hacia su nuevo hogar.
Viéndola alejarse, la enorme silueta se mostró un poco interesado ante la nueva inquilina de sus tierras.
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