— Escuché que una chica golpeó a otra en tu clase — me dijo Clarisse mientras veía que había en la nevera.
— Me sorprende que tan rápido llega la información.
— Fue un escándalo — seguía viendo dentro de la nevera —. Lo raro sería que nadie hablara de ello.
— Sí, aunque también me sorprende como dicen las cosas de una forma exagerada.
— ¿Por qué lo dices? ¿no fue así?... ¿quién era?
— Era yo — le respondí.
Cerró la nevera rápidamente y volteó a verme de forma apresurada.
— ¿Pero no te ves herida? — me miró con extrañeza — y dudo mucho que hayas tenido tanto valor para golpearla.
— Yo no la golpeé — negué con la cabeza.
— Lo supuse — volvió a abrir la nevera y cerrarla.
— Pero si no la hubieran detenido, ella lo hubiera hecho.
— ¿Qué le dijiste? — dijo después de suspirar de forma pesada y sentarse junto a mí.
— Le dije loca… — me quedé en silencio y suspiré — Y si no se hubiera ido, probablemente se me habría salido de la boca el decirle histérica.
— Creo que la entiendo, yo también lo hubiera hecho.
— ¡Clarisse! — exclamé.
— Es la verdad — se quejó — es casi un milagro que no tengamos tantos problemas por tu gran boca — me miró fijamente.
— Bien, lo reconozco — me levanté de mi asiento — tiendo a decir cosas sin pensar.
— ¿Y? — arqueó una ceja.
— ¿Y qué? — la miré — no me voy a disculpar, realmente lo está.
— No tienes remedio — puso los ojos en blanco.
— Dime algo que no sepa.
— No te diré nada — se levantó de su asiento y se fue a su habitación —. Salte del problema tu sola — dio un portazo.
Pero en realidad, más que un problema, lo sentí como una declaración de guerra hecha por Dalia. El motivo, probablemente, era algo absurdo, como muchas grandes guerras. Sin embargo, en esta ocasión parecía que era el berrinche de una niña.
De alguna manera, lo vi así después de que golpeó la mesa. Ya estaba molesta, y mis palabras lo empeoraron. Como, en ocasiones, era costumbre, recuerdo que en un momento puso una mirada de querer matarme. Si no fuera por aquella persona, quizá lo hubiera hecho.
Ya era seguro, Dalia me había declarado la guerra por un capricho. Ahora solo tenía que esperar el momento en que buscara otra cosa con la cual entretenerse o se enojara con alguien más. El problema era saber cuánto duraría o qué tan problemático seria. Tampoco podía saber que tanto podría empeorar.
Lo pensé, pero no me preocupó, de hecho, se me hacía ridículo, ¿para qué llegar tan lejos? ¿Por qué ese afán de odiarme desde el principio? ¡¿Por qué tenía que cruzarme con este drama!?
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