La casa de Moisés estaba suspendida en aquel cielo índigo, desplazándose despacio y con ligereza, como si fuera una nube. Yude no había notado lo alto que estaba, hasta que salió de ahí y se acercó al precipicio.
Al asomarse, se fijó que Ciudad Pena se veía tan diminuta como una colonia de hormigas.
Exploró los alrededores, buscando una escalera, pero no encontró ninguna. El muchacho de ojos rasgados, por otra parte, se veía como si estuviera paseando en el parque de su colonia.
Yude lo miraba intrigado, viendo cómo avanzaba con toda tranquilidad hacia la orilla del barranco, para inmediatamente después… ¡Dejarse caer!
El pelirrojo se quedó pasmado por unos segundos, antes de acercarse con paso temeroso a la orilla para comprobar si seguía vivo, o si ahora su compañero ya formaba parte del porcentaje mayoritario de población muerta.
Al mirar hacia abajo, se alivió al percatarse que el chico vestido de rayas estaba sano y salvo en el suelo, mirándole desde abajo.
—¡Andando! — Le apresuró, haciendo señas con las manos.
Yude se alegraba de haber comido la mermelada del valor. Estaba seguro que por eso, no le preocupaba tanto la idea de morirse.
«Bueno, las otras caídas no me mataron…» Pensaba, mientras daba brinquitos como un boxeador que se prepara para un nuevo round.
Luego, se dejó caer, dejando salir un grito de guerra.
Por primera vez lo estaba haciendo con los ojos abiertos; debido a eso, tenía más control sobre sus movimientos. Estaba descendiendo de forma lenta y controlada. Incluso se animó a estirar los brazos, para planear un poco antes de tocar el suelo.
Cuando lo hizo, volteó hacia arriba, y observó maravillado toda la distancia que había recorrido.
Prestó atención por primera vez a todas esas casas e islas flotantes que decoraban el cielo ondulante, junto con un cúmulo de almas en pena que se desplazaban en todas direcciones, como si nadaran en lugar volar.
Parecían tener prisa por llegar a alguna parte. En ese sentido no eran muy diferentes a los peatones que circulaban por las aglomeradas calles de una ciudad cualquiera.
Todo ese panorama estaba salpicado de estrellas, y era iluminado por un hexágono tridimensional que resplandecía con una intensidad similar a la luna, bañando los objetos cercanos de luz magenta y azul.
—Oye, —Le apresuró Akio, sacándolo de su ensimismamiento. —Vámonos ya. Recuerda que no podemos perder mucho tiempo.
Yude despegó la vista del cielo, recordando de golpe su misión. Luego, ambos chicos comenzaron a avanzar por el amplio callejón de piedra, hasta que la luz de las farolas caminantes dejó de iluminarlos.
^^^^^^^^^^
Llevaban cerca de diez minutos andando y ninguno de los dos había intercambiado palabra. Eso le había dado tiempo a Yude para rumiar sobre sus impresiones de aquel chico al que hace apenas unas horas, había juzgado como alguien totalmente normal. Un inadaptado social, sí, pero normal en lo que cabía.
De cierta forma, le alegraba haberse equivocado.
Conocer a otra persona capaz de experimentar lo mismo que él lo hacía sentir cierta tranquilidad. Al menos ahora podía tener la certeza de que no estaba loco, o al menos no de la manera a la que se referían los doctores.
Estaba feliz por eso, pero por otro lado…
— Pudiste haberme dicho, ¿sabes?
Akio volteó a verlo con pesadez en la mirada.
—¿Dijiste algo?
— Pudiste haberme dicho que querías que te siguiera y ahorrarme el drama de la persecución. — Le reclamó Yude, frunciendo los labios. — Así no habría tenido que arriesgar mi vida de un alma rota hambrienta ¡DOS VECES!
Akio puso los ojos en blanco.
— Ya lo discutimos. — Le respondió, dándole la espalda. Y volviendo a caminar.
— Si me hubieras dicho desde el principio que sabías todo sobre las almas en pena, sobre este sitio y el dragón de madera, yo…
— ¡No estaba seguro de que fueras uno de nosotros! — Akio se dio la vuelta para encarar al molesto muchacho de la chamarra azul. Odiaba mentir, y tener que hacerlo varias veces lo estaba sacando de quicio. —Tenía que asegurarme. Por eso te traje aquí, para ver cómo reaccionabas. Al verte tan perdido, fue obvio que…
— “¿Uno de nosotros?” — Le cuestionó Yude, arrugando el entrecejo.
— Olvídalo.
Consciente de que había hablado de más, Akio le volvió a dar la espalda y apresuró el paso, cosa que hizo enfurecer a su compañero.
—¿¡Cómo que “olvídalo”!? No puedes decir algo como eso, ¡Y luego salir con “olvídalo”!
Yude trataba de alcanzarlo, pero los pasos de Akio parecían más bien brincos que lo hacían elevarse un poco en el aire, como si fuera un astronauta en la luna. Cada vez más enfadado, Yude corría tras él, pero no podía seguirle el paso.
—¡EY, ESPERA! Ya, en serio, ¿¡Qué es eso de “uno de nosotros”!? ¡¡¡EY!!! ¿¡Y por qué tú sí puedes saltar así de alto y yo no?!, ¡¿QUÉ QUIERE DE MÍ EL DRAGÓN DE MADERA!? ¡¡¡Y CUÁNDO ME VAS A DEVOLVER MI LLAVERO!! ¡¡¡¡OYEEE!!!!!
«¡¡Qué molesto es!!» Se quejó el chico de gafas para sus adentros, sin molestarse en mirar atrás.
Estaba ya pensando en decirle alguna otra verdad/mentira para calmarlo, cuando sintió una mano enroscarse alrededor de su tobillo.
— ¡TE TENGO!
—¡QUÍTATE! — Le reclamó, sacudiendo su pie para librarse del agarre, pero Yude lo tenía bien agarrado, como si tuviera pinzas en lugar de manos.
Akio no pudo mantenerse en balance más tiempo y cayó aterrizando sobre un pastizal azul celeste. Una vez en el suelo, Yude lo sostuvo del cuello de su camisa y comenzó a sacudirlo con tal brusquedad, que las luciérnagas fantasmales salieron volando del pasto azul.
—¡RESPONDE!
—¡YA DÉJAME EN PAZ! —Reclamó Akio, quien ahora tenía las gafas en medio de la cara.
—¡NO HASTA QUE ME RESPONDAS A ALGO DE LO QUE PREGUNTÉ!
—¡¡SALIENDO DE AQUÍ TE REGRESO TU ESTÚPIDO LLAVERO!! —Gritó, empujando a Yude para quitárselo de encima, pero no pudo. Era como querer desprenderse de una garrapata.
—¡¡¡RESPONDISTE A LO QUE MENOS ME IMPORTA, TRAMPOSO!!!
¡PUM!
—¡¡AUUUCH!!
Akio finalmente se hartó. Inclinó su cuerpo hacia un lado, y le propinó a Yude un rodillazo en las costillas tan fuerte, que lo hizo caer y soltar un aullido.
—Si quieres que te lleve a donde quieres ir, ¡DEJA DE MOLESTARME! Todas tus dudas serán resueltas después. —Le advirtió, poniéndose de pie y sacudiéndose la tierra y hojas de su camisa de rayas.
— Eso… ¡Augh!, eso estuvo de más. — Respondió Yude, levantándose despacio, siseando adolorido. —Creo que me rompiste una costilla…
— Si te la hubiera roto no podrías ni levantarte del dolor.
— ¿Cómo sabes eso? No eres doctor.
—Pero sé de costillas rotas. Ahora, ¡¿quieres que te lleve o no?! Porque créeme que yo no tengo ningún problema en dejarte aquí y decirle al dragón de madera que no quisiste verlo.
—Ya, está bien, está bien. — Dijo Yude levantando las manos. En su cabello tenía restos de pasto azul, el cuál al ser arrancado había dejado de brillar. —Eres mucho más molesto de lo que parecías en la escuela, ¿lo sabías?
Akio no respondió nada. Siguió andando, forzando a Yude a ir tras él. Ambos caminaron por largo rato en medio de aquel sendero poblado de vegetación en espiral y casas chuecas.
Para este punto, era claro para Yude que aquel chico asiático no le tenía mucho aprecio. Forzar una segunda conversación no era buena idea, sin embargo, quería estar seguro de algo…
—Oye, entonces… ¿Cuándo salgamos de aquí sí me devolverás mi llavero verdad? — Preguntó con algo de pena.
Akio abrió los ojos sorprendidos por la pregunta. ¿¡De verdad estaba preocupado por algo tan tonto?!
— Si. — Le respondió en tono frío.
—Genial. Gracias Shin-chang.
Akio se paró en seco. Se volteó, y le dirigió a Yude la mirada más indignada que el pelirrojo había visto en su vida.
—... ¿Dije algo malo?
—Ese no es mi nombre. — Gruñó. —Me llamo Akio.
—Ah… pero es que en la escuela, los otros chicos te llamaron…
—¡Es un ridículo apodo que me pusieron porque creen que todos los que tienen ojos como los míos son chinos o japoneses!
— ¿Y no lo eres? —Preguntó Yude, con genuina curiosidad. — “Akio” no suena muy occidental que digamos…
El chico de rayas bufó exasperado.
— Mi papá es japonés, pero yo nací aquí.
— Entonces sí eres japonés. Bueno, mitad japonés.
Akio arrugó la nariz, como un gato que está a punto de soltar la mordida.
Yude supo que era momento de dejar de insistir con el tema, y buscar la manera de hacer las paces. En verdad quería llegar a su objetivo lo antes posible, y no lo iba a conseguir si seguía haciendo enojar a su guía.
—Yude.
—¿Eh?
—Mi nombre es Yude. —Repitió el chico, ofreciéndole su mano en son de paz.
—Lo sé, estuve ahí cuando se lo dijiste a todo el grupo.
—Por Dios… ¡Sólo dame la mano! Estoy tratando de ser civilizado aquí. — Gruñó Yude, dando un paso al frente.
Akio dudó, pero extendió su mano para saludar al chico al que estaba por traicionar.
Al tocarla, volvió a ocurrir el mismo fenómeno de momentos antes, en casa de Moisés.
Una imagen brotó en la mente de ambos. Era una fosa llena de almas en pena, monstruosas y salvajes, que se estaban destrozando las unas a las otras. Luego, nada.
Akio quitó su mano como si hubiera recibido una descarga.
— ¿Qué hiciste? — Preguntó Akio alarmado.
— Yo… ¡No sé! ya van dos veces que me pasa. — Respondió atónito, con cara de bobo. — ¿También lo viste? ¿El hoyo lleno de almas enloquecidas?
Akio asintió con una expresión ensombrecida.
—Es a donde te llevo.
—¿¡Qué?! ¡Yo no quiero ir ahí! Dijiste que me llevarías a ver al dragón de madera.
— ¡Y eso hago! pero para llegar a él, tenemos que cruzar encima de la fosa de la condena.
Yude se echó para atrás.
El nombre “fosa de la condena” no era para nada tranquilizador. Si no fuera por la mermelada del valor seguro ya habría regresado sobre sus pasos.
—¡Ese nombre suena horrible!
—No es para tanto...
—¿Qué hay ahí?
— Es el lugar donde encierran a las almas que... Que perdieron su escencia.
—Akio. —Yude bufó peligrosamente. —Si sigues dándome explicaciones a medias voy a golpearte con esa lámpara voladora de allá.
Akio en verdad no quería seguir hablando, no tenía ningun caso. Sin embargo, entendía con solo mirarlo que aquel chico no iba a dejar morir el asunto así como así.
—Si un alma en pena pierde su escencia, pierde también todo rastro de humanidad. Se vuelven monstruos cuyo único deseo es devorarlo todo. Si una de ellas te alcanza, seguro querrá arrancarte la escencia y después...
—¿Después qué?
Akio se mordió el labio inferior. Si seguía dándole vueltas al asunto corría el riesgo de arrepentirse y en ese punto dar vuelta atrás sería lo peor.
— Escucha, nada de eso importa. No vamos a entrar a la fosa. Pasaremos por el puente que está encima.
—¿Y es el único camino?
Akio asintió con la cabeza.
Yude soltó un suspiro, frunciendo el ceño. Miró hacia atrás, comprobando que volver ya no era una opción.
—¿Aún quieres ir? —preguntó Akio. Una parte de él deseaba que le dijera que no. Que lo golpeara, saliera corriendo, se perdiera y se convirtiera en problema de alguien más.
— Vamos. —contestó Yude, metiendo las manos a los bolsillos y pateando una piedrita imaginaria.
Akio apretó sus puños tan fuerte que sintió las uñas encajarse en sus palmas. Luego respiró profundamente, y retomó la marcha.
Comments (0)
See all