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Yude retrocedió al ver aquella mano llena de cuerdas de cobre. Moisés bajó la mano, pero continuó hablando animadamente.
—¿Cuál es tu nombre?
— … Yu… Yude. —tartamudeó sin poder levantarse aún.
— Un gusto. Si no te conociera, y no te conozco, diría que esta es tu primera vez en Ciudad Pena.
El muchacho empezó a levantarse poco a poco, todavía mareado.
—¿Ciudad Pena?
Moisés asintió, haciendo que su sombrero de copa resbalara un poco.
—Te ves agotado. Permíteme ofrecerte algo de beber…—dijo Moisés, yendo hacia su cocina y abriendo los cajones. Del interior comenzaron a flotar varios recipientes sobre su cabeza. Buscó algo para ofrecerle, cosa difícil, ya que no había muchas cosas que un alma con cuerpo pudiera consumir ahí. — Veamos… tengo té de melancolía, o café de llanto. Son lágrimas orgánicas.
El alma de nombre Moisés le mostró el paquete que tenía un simpático dibujo de un osito llorando sobre una taza.
—Yo… estoy bien, gracias. —le respondió, recargándose sobre la pared para mantener el equilibrio... —Eh, disculpa…tu…
—Moisés.
—Si, Moisés. ¿Puedo preguntarte algo?
El alma en pena puso la bolsita de su té de melancolía en una taza llena de agua negra, y regresó con Yude.
— Por supuesto. Pregunta lo que quieras. —le dijo, sentándose en la mesita de madera que había al centro.
Yude tomó un lugar en la mesa, frente a una taza vacía.
— Yo… tú…. ¿Cómo es que no estás… retorciéndose de dolor, y hablando de manera escalofriante? —preguntó, tratando de no ofender al alma rota.
—Qué curiosa pregunta. — Respondió Moisés, más intrigado que ofendido. —Definitivamente debes ser nuevo, Jojojojo.
Moisés rio como imitando a un caballero de alta sociedad. Su risa era como una melodía alegre.
El alma le dio un sorbo a su té antes de seguir hablando.
— Aquí las almas no sentimos dolor. — Le explicó a Yude. — Es lo maravilloso de vivir en el TAR. A menos que estés demasiado roto, como ese pobre amigo de allá.
Moisés señaló a la gigantesca alma en pena que seguía luchando afuera contra los policías. Yude frunció el ceño.
—¿El TAR?
— Abreviatura para “Tierra de las almas rotas” jojojo.
— Entonces, ésta es la Tierra de las almas rotas…
—En realidad, esto es Ciudad Pena. —le corrigió Moisés. —Es, por así decirlo, un territorio dentro de la Tierra de las almas rotas. Entiendo que debe ser difícil de asimilar para un visitante del otro lado, pero te recomiendo encarecidamente no desmayarte. No querrás dejar a tu cuerpo sin conciencia aquí.
Yude frunció el ceño, mirando la taza vacía frente a él. Moisés, al ver que el pobre chico estaba más abrumado y perdido que un cervatillo en medio de la carretera, decidió ayudarlo.
— Descuida, sé de algo que te hará sentir mejor.
Tomó la taza vacía del chico y silbó una fracción de la 4ta de Beethoven.
Una jarra llena de líquido azul con luces brillantes fue levitando hasta la mesa. Moisés la tomó, le sirvió un poco en la taza y se la ofreció a Yude.
—Bébelo. — Le indicó al chico, quien al ver el líquido azul arrugó la nariz. — La mermelada de valor controlará tus nervios. Confía en mí, es fantástica.
Yude observó la taza con recelo. Primero que todo, la mermelada no es algo que se bebe. Se unta en un pan, y luego se come. Pero después de todo lo que había visto, ponerse exigente con eso le parecía un poco tonto.
Sujetó la taza con ambas manos, y se sorprendió al notar que estaba caliente. Aquella alma en pena se veía amigable, y no parecía tener dobles intenciones.
Yude bebió el líquido azul, cerrando los ojos, tratando de no fijarse en el sabor… en realidad, no estaba nada mal. Tenía un ligero sabor a vainilla, aunque la consistencia era pastosa.
Cuando se lo terminó, sintió calor en su interior. Esperó por el efecto, y casi se decepciona al no notar nada diferente, pero entonces se dio cuenta… Estaba tranquilo. Demasiado tranquilo.
–¿Qué es lo que pasó? —preguntó Yude observando a Moisés, quien ya no le provocaba miedo alguno.
—Eso te ayudará a mantenerte sereno, al menos por un tiempo. Te recomiendo que salgas de aquí antes de que se te pase el efecto.
—Si, eso haré. ¡No, espera! No puedo hacer eso todavía. —exclamó, inclinando su cuerpo hacia al frente. — ¡Debo encontrar al dragón de madera! ¿Tú sabes dónde está?
— ¿El qué de qué cosa?
— ¡El dragón de madera! —repitió Yude, haciendo temblar la mesa al estampar sus manos. —Me dijo que viniera a visitarlo cuando cumpliera catorce. ¡¿Tú puedes llevarme con él?!
Moisés se quedó pasmado. No tenía la menor idea de lo que aquel muchacho le estaba diciendo. Por suerte, una visita inesperada llamó a su puerta, sacándolo del apuro.
—No te preocupes Moisés. Yo me encargo de él.
Akio estaba parado justo en el pórtico de la casa. Al verle, Yude abrió la boca a toda su capacidad.
— ¡TÚ! — Exclamó , yéndose para atrás y cayendo de su silla.
Se puso de pie rápido para salvar un poco de su dignidad, mientras seguía viendo al chico de gafas como si fuera la aparición más bizarra que había visto en aquel lugar hasta ahora.
—¡Oh, más visitas! — Exclamó Moisés, alegre. — Amigo mío, ¿cómo has estado?
— Estoy bien. — Respondió Akio con una sonrisa cansada.
—Por favor, ¡Pasa! — Moisés se puso de pie, acomodándose el sombrero y silbando una melodía feliz. — ¿Te ofrezco algo de beber?
Akio se negó amablemente. Dio un paso al interior de la casa, y su mirada se detuvo en la de Yude, quien aún tenía la boca abierta por la impresión.
Yude no podía dar crédito a lo que veía. El chico de gafas estaba ahí, saludando al alma en pena como si fuera su maldito vecino, después de que por su culpa estuviera a punto de ser devorado ¡DOS VECES!
—Tú… ¡TÚ PUEDES ENTRAR!
— Igual que tú. — Respondió Akio, a manera de queja contra el universo, pero haciéndolo sonar a sarcasmo sin querer.
Yude se puso fúrico, pues creyó que se estaba burlando. Hizo temblar la mesa al levantarse con brusquedad, se lanzó contra Akio y lo tomó del cuello de su camisa.
El chico de rasgos asiáticos se conmocionó al verlo tan enfadado.
—¿¡Por qué me hiciste perseguirte?!— Rugió Yude. — ¡ESA ALMA EN PENA CON CARA DE GATO POR POCO ME COME!
Moisés, a quien nunca le habían gustado los conflictos, se puso de pie y separó a los dos chicos con sus largos diapasones de violonchelo que tenía por brazos.
—Oigan, oigan, oigan amigos míos, ¡Tranquilícense! Estoy seguro que su problema no es nada que una charla amena y un buen té no puedan solucionar. Vamos a sentarnos, y a hablar tranquilamente. ¿Les parece?
Moisés dirigió a los dos chicos a la mesa.
Sentarse tranquilamente era lo menos que Yude quería hacer. No necesitaba sentarse a tomar el té ,¡Necesitaba respuestas!
—Vine a llevarte con él. —le dijo Akio, como si acabara de leer sus pensamientos.
Las facciones de Yude se suavisaron.
—¿Hablas del dragón de madera?
— Sí. — dijo, enroscando sus dedos en la cadena que sostenía su pequeña llave plateada. — Él me lo pidió.
—¡Gracias al cielo! ¿No es eso fantástico Yude?—dijo Moisés, enroscando una de las cuerdas que tenía en su cara como si fuera un bigote. —Menos mal que los ánimos se han calmado, me estaba por dar un ataque de nervios… bueno, si tuviera nervios jojojo.
—¿Y cómo sé que no me estás engañando? —preguntó Yude, apretando los puños. —No parecías muy interesado en eso cuando estuve a punto de ser asesinado.
—Iba a llevarte en cuanto atravesaras la puerta, pero te perdí de vista. No es mi culpa que seas tan escurridizo.
—¡Ser escurridizo me salvó de ser comido! ¡¡Tú sólo te perdiste porque eres pésimo en tu trabajo!! —exclamó Yude, quien ya estaba volviendo a avanzar hacia Akio pero Moisés lo detuvo sujetándolo del hombro.
—Entonces quédate. — Vociferó el muchacho de ojos rasgados. — Eres libre de hacer lo que quieras. Solo te advierto que querrás salir de aquí antes de que den las doce.
—¿Y eso por qué? —le cuestionó, en tono amenazante.
—Este muchacho en verdad no entiende nada jojojo. —Rio Moisés.
—Si sigues aquí para cuando termine el día, ya no podrás salir nunca. —Le respondió Akio, acomodando sus gafas torcidas.
Yude tragó saliva.
—¿Entonces quieres quedarte o vas a seguirme?
—Ya, está bien. No es como si tuviera opción ¿verdad? —le respondió Yude a manera de reclamo — Pero no creas que voy a perdonarte por casi hacer que me maten. ¡Cuando salgamos de aquí, voy a…!
Moisés volvió a ponerse en medio.
—Por favor chicos, no peleen dentro de mi casa. Contaminan la energía.
Akio suspiró. Le hizo un gesto con la cabeza a Yude para que lo siguiera.
El chico, sin sentir que tuviera más alternativas, se dejó guiar hasta la salida de aquella casa de tres paredes.
Moisés estaba algo triste de tener que despedir a sus visitas tan pronto, pero a fin de cuentas era un caballero, y como tal debía mantener la compostura.
—Es una pena que tengas que irte tan pronto Yude, pero fue un placer conocerte. — se despidió, ofreciéndole su mano de cuerda.
Esta vez, libre de temor, Yude le tomó la mano. Pero al hacerlo, algo muy raro sucedió.
Una imagen llegó a su mente, fugaz como un rayo. Era una especie de cofre, flotando en un océano de agua negra… y luego nada.
Moisés y Yude intercambiaron miradas de confusión.
— ¿Qué fue eso?... — Le preguntó Yude.
Moisés arqueó su rostro de violín, enroscando sus bigotes de cobre.
—No tengo idea…Eso fue raro. Tú eres raro querido amigo. Pero me caes bien, Jojojojo. —Le dijo Moisés, quien sin querer darle más vueltas al asunto se fue a la mesa a terminarse su té de melancolía. — Por favor, cierra la puerta cuando salgas.
Yude se dispuso a seguir a su compañero de clase, mientras le dirigía a Moisés una sonrisa apenada.
Quiso cerrar la puerta al irse, pero no había ninguna.
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