Yude se adentró más y más en la zona arbolada. Tuvo que cubrirse el rostro, pues finas ramas le latigaban la cara a medida que avanzaba. Pronto se daría cuenta de que la vegetación estaba viva, y los árboles le estaban pegando a propósito, quizá con la única intención de molestar.
—¡BASTA! — les reclamó dando manotazos, sin lograr nada.
Finalmente se agachó y el resto del camino lo recorrió a gatas.
Cuando sintió que ya se había alejado lo suficiente de los extraños policías y de esa odiosa vegetación se puso de pie. El corazón le latía con furia y se dio cuenta que necesitaba tomar aire. No había dejado de moverse desde hace rato y estaba agotado.
— ¿Cómo se supone que voy a encontrarlo? —se preguntaba, al tiempo que se esforzaba por tomar aire.
Aquel lugar era frío y muy silencioso. Sólo podía escucharse un crujido proveniente del otro lado de los matorrales frente a él.
«En las películas de miedo, investigar de dónde viene un ruido raro siempre sale mal. Mejor voy a... »
¡CRACK, CRACK, CRUUUSH!
El crujito se intencificó, así como la curiosidad de Yude. Se mordió el labio, volteando hacia la enredadera.
«Por otro lado... Me da más miedo no saber qué es eso. Tal vez no sea nada.»
Así pues, Yude se incinó hasta quedar oculto entre la maleza con formas espirales, acercándose despacio hasta que su nariz quedó frente a un hueco entre la enredadera . Desde ahí era posible ver lo que pasaba al otro lado.
Había un alma rota aprisionada al suelo por un montón de raíces, ramas y espinas. Encima de ella, un monstruo que no parecía alma en pena, pero definitivamente tampoco humano, la examinaba.
Aquel monstruo era una figura hecha de fuego y sombras.
En lugar de ojos, en su rostro resplandecían un par de luces blancas, intensas como la luz de un faro.
Yude observó horrorizado cómo aquel monstruo estaba mutilando el cuerpo del alma en pena. Ella no podía defenderse. Estaba completamente inmovilizada al piso, aprisionada por esas ramas y espinas que parecían haber brotado de la tierra con el único objetivo de capturarla. Soltaba gritos agónicos de dolor, mientras que aquel monstruo de sombras escarbaba en su estómago con ayuda de sus alargadas manos amorfas. Lo hacía con una saña sádica y desesperada, como un pirata cavando en la tierra para sacar su tesoro.
Cuando finalmente encontró lo que estaba buscando, hundió una de sus manos hasta el fondo y, con una fuerza brutal, arrancó de sus entrañas un fino hilo rojo, brillante.
¡GAAAAAAAAAAAGH!
Yude se tuvo que tapar los oídos cuando la víctima de aquella atrocidad lanzó un grito desgarrador al cielo.
Después de eso, sucedió algo que lo dejó perplejo...
Las sombras y llamaradas negras que cubrían al monstruo empezaron a dispersarse, haciendose cada vez más pequeñas, hasta desaparecer por completo. Ahora en su lugar había un pequeño muñeco de felpa, roto y maltrecho, con unos enormes ojos luminosos.
El muñeco, que se movía como si fuera una marioneta manipulada desde las alturas, tomó el hilo rojo y se lo metió en su estómago descosido.
Después se elevó en el cielo, hasta desaparecer en la oscuridad de aquel cielo ondulante.
El alma en pena ahora yacía inmóvil en el suelo, rodeada por sus ataduras. Yude seguía observando desde su escondite de matorrales, temeroso. Pero pasado un tiempo, y al ver que aquel monstruo seguía sin moverse, se animó a salir despacio para continuar con su camino.
Al pasar al lado del alma, una curiosidad insensata lo hizo querer observar. Aquel espectro tenía rostro de reptil y su cuerpo, el cual ahora tenía un agujero enorme en el estómago, era semejante al de un humano cuyas extremidades habían crecido de forma irregular.
Durante un breve instante, Yude tuvo el impulso de liberarlo de sus ataduras. Aquello había sido demasiado brutal, hasta para un alma en pena.
Sin embargo, la buena voluntad se esfumó de su cuerpo tan pronto como vio los ojos del espectro abrirse de golpe.
El cuerpo de aquella criatura comenzó a convulsionarse, como si estuviera recibido choques eléctricos, y su cabeza a torcerse, haciendo ruidos de huesos quebrándose.
Los ojos se le volvieron blancos y venosos, moviéndose como si estuvieran buscando algo.
“Mi esencia…. Se ha llevado mi esencia…” Comenzó a decir, sollozando, al tiempo que su cuerpo comenzaba a crecer de forma desproporcionada.
Yude quedó paralizado de miedo, al ver cómo las ataduras que sostenían sus extremidades se rompían.
El alma en pena había triplicado su altura.
“Compadécete de mí… dame… ¡¡¡DAME LA TUYA!!!”
El grito hizo a Yude despertar de su transe.
Empezó a correr en dirección contraria, tan rápido que sintió cómo los músculos de sus piernas empezaron a punzar, causándole un dolor que no le resultó nada difícil ignorar.
¡ZAZ!
La monstruosa criatura le lanzó un zarpazo que alcanzó su espalda, haciéndole perder el equilibrio.
Yude cayó sobre su pecho, con tres finas marcas a lo largo de la espalda. El chico no entendía cómo ni porqué, pero las almas ya podían herirlo…
—No puedo morir… ¡NO ME VOY A MORIR AHORA! — Gritó, levantándose del suelo a la velocidad del rayo.
Yude corrió como nunca en su vida, mientras el pánico y rabia comenzaban a invadirle.
Al voltear la vista atrás, vio con horror cómo aquella cosa ahora tenía el tamaño de un tiranosaurio.
Recordó las palabras de su amiga.
“Si tienes miedo, les darás más poder”
— ¿¡Y cómo no voy a tener miedo, si un monstruo del tamaño de Godzilla me está persiguiendo?! — Se quejó como si Mary lo estuviera escuchando.
Su carrera lo había llevado de vuelta a la pequeña ciudad surrealista. Los habitantes, al ver a la enorme alma enloquecida, volvieron a entrar en pánico.
—¡ALGUIEN AYÚDEME! — Pidió Yude, buscando con la mirada a algún aliado, pero todas las almas huían de él, o lo empujaban llenas de miedo.
Los policías fueron los únicos que se le acercaron.
–¡¿Cómo te atreves a volver?! – Le interrogó el alma con forma de pez. — Ahora sí que te vamos a arrestar.
Pero el rugido del alma en pena gigante interrumpió la conversación. Los dos policías se miraron entre sí. Luego hicieron un movimiento de cabeza, como llegando a un acuerdo.
— ¡Un alma sin esencia! — exclamó el alma-caballo con los ojos huecos bien abiertos. —Pobre... ya van tres esta semana.
—A ver... Primero, vamos a arrestarlo a él y luego vendremos por ti. — Le indicó el alma-pez.
— ¡Sí! Así que no te muevas de aquí. —ordenó el alma-caballo, señalando el suelo con su pezuña.
Ambos policías se fueron directo hacia donde el alma gigante estaba haciendo destrozos.
Yude estaba ya preguntándose dónde ocultarse, cuando escuchó de pronto una voz a sus espaldas que le hizo pegar un brinco.
–Ey, ¡Jovencito!
Un alma cuyo rostro parecía un violín con sombrero le llamaba desde un callejón. Le hacía señas para que fuera con ella.
En cualquier otro contexto, Yude no se hubiera atrevido a confiar, pero ciertamente no tenía muchas opciones. Dirigió sus pasos hacia el callejón, y al llegar ahí, unos brazos con forma de cuerda lo tomaron de los costados, llevándolo al interior de lo que parecía ser una habitación flotante.
Era un cuarto conformado por solo dos paredes. El resto estaba expuesto. Yude se quedó encogido en una de las esquinas de la casa, viendo al hombre-violín frente a él.
—Tranquilo, aquí estarás a salvo. Puede que mi casa no tenga muros, pero sólo mis amigos tienen permitido entrar. — Le dijo el alma en tono afable, levantando su sombrero. Luego, le extendió su mano. – Mi nombre es Moisés.
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