Horas más tarde, la campana sonó anunciando la hora del receso.
El escándalo se hizo presente en todos los salones, y decenas de jóvenes salieron disparados en una caótica carrera a la cafetería.
Hasta ese momento, Yude no había tenido suerte en su misión de hacer amigos.
Según el libro que le había regalado su mamá, “Cómo hacer amigos e influir sobre las personas”, una de las formas más fáciles para caerle bien a la gente, era saber escuchar y estar atento a lo que los demás querían… pero eso era un poco difícil, cuando no había nadie a quien escuchar.
El único que se le acercó fue aquel chico flaco de lentes, quien se le puso enfrente antes de que pudiera dejar el salón, mirándolo fijamente sin decir una palabra. Yude pudo notar entonces que en su cuello llevaba colgado un dije. Era una pequeña llave de plata.
El sujeto parecía querer decirle algo, pero solo abría la boca para volverla a cerrar.
— ¿Qué? — Le preguntó Yude, inquieto.
— Sé que sonará extraño pero… ¿puedo ver tu mano? —Dijo al fin.
— La verdad no me gustan esas cosas. Si me dices algo malo, me voy a sugestionar y no voy a poder dormir. — Le explicó Yude, encogiéndose de hombros.
Luego, lo rodeó y siguió caminando para darle a entender que no quería seguir conversando. Jamás se esperó que el chico asiático fuera a agarrarle la muñeca a la fuerza y le abriera los dedos con brusquedad, exponiendo su palma.
Al verla, los ojos del misterioso muchacho se abrieron con espanto, como si en la palma de Yude hubiera aparecido una tarántula. Yude recuperó su mano y empujó con coraje a su agresor.
Los estudiantes que presenciaron la escena no tardaron en dar su opinión.
“Ugh, ¡lo tocó!”
“Que asco, yo me cortaría esa mano y le prendería fuego.”
Yude bufó. De por sí hacer amigos ya era un reto difícil. Ahora las cosas se iban a complicar todavía más, y lo peor es que no había sido culpa suya.
Yude le dirigió al chico de lentes una mirada de profunda indignación, antes de abandonar el salón y dirigirse a la cafetería (si es que lograba encontrarla).
Al bajar por las escaleras, se sorprendió un poco al notar que el único salón cuya puerta seguía cerrada, era el de la clase 3B.
Curioso, se asomó por la ventana y notó que todos ahí estaban tiesos como estatuas, con la vista al frente y sin ninguna expresión en sus rostros.
El chico despegó la vista y siguió su camino, recordando las palabras de su madre.
«La gente de aquí sí que es muy rara…»
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En el aula 3B, toda esa clase estaba sumida en un silencio abrumador.
La campana ya había sonado, pero nadie se atrevía a mover un músculo. Todos los alumnos seguían en guardia, como soldados tras una trinchera, a la espera del fuego enemigo.
Augusto Krane revisaba los exámenes con una calma tan desesperante como escalofriante.
Era un hombre de rostro afilado y mirada severa. De esas que no es posible mantener por mucho tiempo.
A veces, le gustaba quedarse viendo a alguien al azar, pues disfrutaba ver cómo inmediatamente apartaba la mirada, como si hubiera visto algo que no debía.
La pluma roja recorría el examen en turno, mientras sus ojos color caoba escaneaban de manera robótica las respuestas.
Al terminar, volvió la vista al frente, fijando su atención en los tensos rostros juveniles.
Todos se quedaron congelados en su sitio, tratando con ganas de no resaltar. Llamar la atención de Krane era la peor de las ideas, sobre todo después de un examen.
Sin embargo, sería Marta Moon, la chica más aplicada de aquella clase, quién tendría el valor de romper el hielo. No porque ella fuera valiente, sino porque de verdad necesitaba ir al baño.
—Profesor…—Comenzó a decir, con voz baja.— Ya sonó la campana...
–La escuché. No estoy sordo. – Respondió, juntando sus manos sobre la pila de exámenes reprobados, mientras observaba a la chica a través de sus anteojos de montura delgada.
–¿Podemos… irnos?
Augusto Krane no respondió. Se incorporó sobre su silla de forma solemne, tomando los exámenes en sus manos, haciendo que todos los alumnos se encogieran en sus lugares.
¡PAM!
Todos dieron un brinco en sus sillas cuando sin aviso, dejó caer la pila de exámenes sobre el escritorio.
– Francamente, –Comenzó a decir, rodeando su escritorio para colocarse frente a sus alumnos. –Si de mí dependiera, les prohibiría el receso durante toda su vida escolar. La incompetencia no necesita descanso. Necesita corregirse.
Augusto comenzó a caminar alrededor del salón, como hacía cada vez que estaba molesto.
– Solo la mitad de la clase aprobó el examen. El resto de ustedes se irá directo a clases de recuperación. Veremos si así, logran por lo menos alcanzar la mediocridad.
Krane se detuvo frente al lugar de Michelle. Un muchacho grande, de rostro amistoso. Era conocido por dos cosas: ser el capitán del equipo de baloncesto y un gran atleta en general… Y por ser un bruto en todo lo demás.
– Once, debo felicitarlo. –Le dijo el profesor, mirándolo por el rabillo del ojo.
Krane se refería a todos sus alumnos por su número de lista. Nunca fue bueno en aprenderse los nombres de los demás, y ciertamente no estaba dispuesto a hacer el esfuerzo por un montón de adolescentes que no importaban.
– Debo decir que es difícil que me sorprendan, pero de alguna forma usted siempre logra superarse a sí mismo.
El rostro de Michelle palideció.
Se había preparado a conciencia para la prueba, incluso tuvo que faltar a tres de sus prácticas. Sin embargo, el día del examen se sorprendió al notar que las preguntas eran sobre filosofía renacentista, y no sobre filosofía medieval… Casi le da un infarto al darse cuenta. Pero quizá había corrido con suerte, y la sorpresa de Krane se debía a su fantástico desempeño…
Era una bonita idea.
Pero sus pocas ilusiones se quebraron, cuando Augusto le entregó su prueba, dejándola caer sobre el mesa-banco.
Michelle palideció al ver su examen expuesto frente a él, lleno de rayones rojos y decorado con un enorme cero al costado.
– Ni una de sus respuestas fue correcta.— Apuntó Krane.
Los murmullos estallaron, junto con algunas risas.
–Wow, ¿de verdad sacó cero? –Preguntó una chica a su compañera de al lado. –¿Eso se puede?
–Si eres muy estúpido sí. –Contestó su amiga, riendo entre dientes.
Michelle entró en pánico. ¡Aquello tenía que ser un mal sueño!
–Pero… yo sí estudié… No pude haber sacado cero… No es posible... – Se lamentó, con la vista fija en las cruces rojas que estaban repartidas por todo su examen, como tumbas en el cementerio.
Krane dejó escapar un suspiro de profundo fastidio.
—Once. Hubiera esperado que sus únicas dos neuronas le permitieran al menos procesar lo que tiene enfrente, pero supongo que ya las tiene destinadas a ir detrás de una pelota. Déjeme ayudarle a entender. – Krane hizo una pausa para tomar su examen y mostrarlo a toda la clase. – ¿Qué ven ustedes aquí?
Los alumnos más crueles respondieron de inmediato. “¡CERO!” Los que eran más discretos, dijeron “reprobado” en tono bajo. Por su parte, los más empáticos, solo bajaron la mirada con discreción, haciendo muecas de dolor.
Michelle se encogió en su silla. Sus compañeros susurraban de forma nada discreta. Algunos se burlaban entre risitas tapándose la boca, y otros le miraban con lástima. Lo cierto, es que todos estaban muy agradecidos de no estar en su lugar.
–Cero…saqué cero. – Murmuró Michelle, con voz entrecortada, aún sin poder asimilarlo.
Krane levantó una ceja.
– Muy bien, once. Hasta que me da una respuesta correcta.
El muchacho finalmente despegó la vista del mesa-banco, y se enfrentó a la mirada filosa del profesor.
– ¡Déjeme repetir el examen! –Le pidió Michelle, cerrando los puños.
Augusto respondió haciendo un gesto exagerado con los ojos, lo que incentivó a varios alumnos a burlarse del chico.
–¡Por favor!... – Michelle se enderezó sobre la silla. –Mi papá me matará, y me expulsarán de la escuela... ¡Nunca volveré a jugar con el equipo! Se lo suplico, ¡DÉJEME REPETIR EL EXÁMEN! Le prometo que esta vez aprobaré.
Krane observó al joven deportista desbaratarse. Aquellos momentos era lo único entretenido de su día.
– Vaya problema. – Dijo, acomodándose los lentes sobre la nariz. – Deberíamos hablar con su padre y tratar de arreglar esta penosa situación.
A Michelle se le iluminó el rostro por unos segundos, pero la esperanza no duró.
– Su padre debe saber que si lo mata, ya no sería necesario expulsarlo. Podría ahorrarnos ese trámite.
Augusto volvió a entregarle el examen, y Michelle, totalmente abatido, hundió el rostro entre sus brazos y se quedó ahí.
El profesor estaba por entregar los exámenes uno por uno. Esa sería una forma entretenida de acortarles aún más el receso. Pero sus intenciones se vieron interrumpidas, cuando su celular comenzó a vibrar.
Extrajo el teléfono de su bolsillo. Era un mensaje de “La bruja”:
“Te tengo una tarea que te va a interesar. ¿Nos vemos en el sitio de siempre?”
Después de leerlo, apagó la pantalla.
– Ya pueden salir. Sobre el escritorio están sus calificaciones. – Les dijo a sus alumnos, quienes en una fila ordenada, comenzaron a recoger sus pruebas.
Augusto tomó sus cosas y salió de ahí. Luego, tomó su celular, y respondió al mensaje.
"Estaré ahí a las 3:00pm."
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