Yude ya estaba resignado a que se perdería al menos dos clases, pero por suerte, no tardaron demasiado en encontrar a la madre del pequeño niño rubio.
Unas cuantas preguntas a los peatones bastaron para descubrir que “el parque de los columpios” era de hecho bastante popular. Incluso un señor de chaleco color pistache se ofreció a llevarse al niño, pero a Yude no le dio confianza, y se encaminó por la ruta que le habían señalado.
Una vez en el parque, Mary se elevó por los aires para buscar a vista de pájaro a una mujer que encajara con la descripción dada por el niño, cosa difícil, ya que los vestidos rosas eran bastante populares entre las mujeres de Heaven Ville. Pero cuando observó a una señora de cabellos rizados correr de una esquina a otra, desesperada, Mary colocó sus manitas sobre sus mejillas traslúcidas, y se apresuró en avisarle a su amigo.
Cuando la madre del niño vio a Yude caminar hacia ella, con su hijo de la mano, no pudo más que romper a llorar.
Tomó a su niño para luego llenarlo de besos, mojándole las mejillas con sus propias lágrimas.
Luego, se dirigió al adolescente.
–Dios te bendiga. –Le dijo a Yude tomándolo de las manos, dejando escapar suspiros de alivio.
–No fue nada. Me alegra haber ayudado. – Respondió, ajustándose la mochila sobre la espalda. –Bueno, ya debo irme.
La señora le extendió a Yude una tarjeta. En ella venía su nombre y una dirección.
–Mi nombre es Carmen. Si llegas a necesitar algo, no dudes en comunicarte. Estoy en deuda.
Yude le sonrió y guardó el papelito en el bolsillo de su chamarra.
–¡Gracias! tengan un bonito día. ¡Y cuidado con las palomas!
El muchacho retomó su carrera de vuelta a la escuela. Si bien era un hecho que llegaría tarde, todavía podría llegar a la mitad de la primera clase y no verse tan mal.
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–¡Lo logré! –Exclamó Yude feliz, cuando por fin se vio frente al portón de la escuela.
–¡Si, lo logramos! –Se le unió Mary.
Ambos hicieron el “baile de la victoria”, que consistía en dar dos vueltas girando, y luego chocar los codos. Mary no tenía codos, pero ambos fingían que sí.
–Ahora si ya te puedes ir. –Le dijo Yude sonriente.
–¡Siii!... ¡Oye! – Dijo Mary, abriendo la boca indignada. –¡¿Pero por qué?!
A su lado, un chico moreno y larguirucho llamó la atención de los dos.
– ¿Me hablaste? –Le preguntó a Yude.
–No, no. Solo estaba pensando en voz alta.
La telepatía era una forma muy conveniente de mantener la conversación con Mary, pero a veces Yude se olvidaba de ella y cuando menos acordaba, ya estaba hablando en voz alta de nuevo.
El joven de pelo negro soltó una risa boba y se fue.
«Por esa razón no puedes venir conmigo.» Yude señaló al chico que ahora estaba entrando a la escuela. «Mary, de verdad quiero tener amigos, y contigo aquí va a ser imposible. No quiero correr el riesgo de hablarte en voz alta y que me vuelvan a tratar como el loco que habla solo. ¿Lo entiendes? »
–Pero… ¡Pero nunca hemos estado separados! Esto es todavía peor que cuando decidiste que querías ir al baño solo.
«¡Escúchame! Tú y yo siempre estaremos juntos, pero eso no significa que debamos estar pegados siempre. Ya soy mayor, necesito mi espacio y también de amigos… vivos.»
El tono azul celeste de Mary cambió a un rojo carmín.
–¿Yo ya no soy suficiente entonces?
«Sabes a lo que me refiero. Necesito amigos con los que pueda jugar basket ball, comer pizza, jugar videojuegos, tirar huevos en halloween, hablar en voz alta las veces que quiera...»
–¡¡¡PUES ESPERO QUE LA PASES MUY BIEN CON TUS NUEVOS AMIGOS VIVOS, Y QUE LUEGO EL DRAGÓN DE MADERA VENGA Y SE LOS COMA A TODOS!!! – Gritó la pequeña alma, desapareciendo entre una nube de humo rojo y relámpagos celestes.
Yude se encogió de hombros y bufó. No le gustaba pelear con Mary, pero era hora de tener un poco de independencia si quería tener una vida social normal.
Sin embargo, el que Mary mencionara al dragón de madera le dolía un poco. Ella sabía que era un tema delicado para él, y el que haya usado eso para desquitarse le parecía un poco cruel e infantil.
«Bueno, sigue siendo una niña pequeña después de todo…» Pensó, mientras avanzaba hacia las puertas de su nuevo colegio.
«Cuando vuelva a encontrarme con el dragón de madera… Haré lo que me pida. Quiero poder vivir sin preocuparme de la muerte nunca más. Tendré muchos amigos, veré a mi mamá sonreír, y… tal vez, hasta bese a una chica. »
Yude sonrió al imaginarse tal panorama, mientras cruzaba las puertas de la escuela con un aire lleno de optimismo. Si aquella escena fuera un video musical, seguro su entrada se vería épica.
Pero pronto volvió de golpe a la realidad, al recordar un pequeño detalle.
«… ¿Cuál era el salón al que tenía que ir?»
El chico volteó a su alrededor, pero no veía los salones de segundo por ningún lado. Yude puso las manos sobre su cabeza. ¡¿Cómo se pudo olvidar de algo tan básico?!
–Ah, tú debes ser el alumno nuevo. –Dijo una voz entre la multitud.
Yude se giró. Frente a él estaba un hombre grande y de piel morena que le sonreía de forma amigable. Vestía un chaleco marrón de lana, y unas enormes gafas de pasta dura.
–Mi nombre es Martin. –Saludó, extendiéndole la mano.
Yude respondió al saludo. La mano de aquel hombre era enorme en comparación a la suya.
– Yo soy Yude. Yude Adami. Y… creo que llegué algo tarde a mi primer día. –Dijo apenado.
– Mucho gusto Yude. Y no te preocupes, es completamente normal llegar tarde a todas partes luego de mudarse, pero ya te irás aclimatando. – Aseguró Martin en tono afable.
«¿Cómo sabe que me acabo de mudar? Está muy bien informado para ser un maestro.» Pensó.
—Sígueme, te llevaré a tu salón.
–Ah, ¡sí! se lo agradezco.
Yude se dejó guiar por aquel hombre. Durante el camino se dio cuenta que los alumnos parecían quererle. Todos lo saludaban y se dirigían a él con respeto.
–Hola Silvia, ¿qué tal el juego? –Le preguntó a una chica que iba pasando por ahí.
–¡Muy bien! quedamos finalistas.
–Ya lo veía venir, tu equipo es muy talentoso. ¡Felicidades!
–¡Gracias! – Sonrió la muchacha mostrando sus frenillos.
Yude y el señor Martin subieron por unas escaleras que quedaban escondidas entre los casilleros.
–¿Usted es maestro? –Se animó a preguntarle.
–No exactamente. – Respondió el hombre, sonriente.
Martin tocó la puerta que quedaba al lado de los baños, y entró. Una maestra con falda púrpura y pelo largo hasta la cadera los saludó.
–Director Martin, buen día.
–¡¿Director?! –Exclamó Yude sorprendido.
–Hola Marianne. ¿Me permites introducir al nuevo compañero?
–¡Sí, adelante!
Yude entró al salón, mientras un montón de miradas curiosas lo seguían. Estaba más nervioso de lo que pensó que estaría.
El director Martin puso una mano sobre su hombro, y procedió a presentarlo.
–Él es Yude Adami y a partir de hoy será su compañero. Se acaba de mudar a nuestro humilde pueblo, así que les pido que lo hagan sentir bienvenido y lo apoyen en todo lo que necesite.
Yude saludó con la mano, sin poder disimular muy bien los nervios.
–¿Algo que quieras compartir con tus compañeros? – Le preguntó el director.
–Eh, bueno, haber… Pueden decirme Yude, porque pues así me llamo… y… eh…
– ¿Qué te ha parecido Heaven Ville hasta ahora? – preguntó Martin, queriendo ayudar al chico a salir de su apuro.
–Bueno, la verdad acabo de mudarme apenas ayer, pero lo que he visto me ha parecido lindo… Además, sé que aquí fue donde nació la banda “Smoke Valley”, ¡La mejor banda de la historia! – Exclamó Yude emocionado. –Sé que tres de sus integrantes son de este pueblo. ¡Me siento muy afortunado de estar pisando la misma tierra que ellos y…! bueno, creo que ya dejé claro que me gusta. –Terminó, soltando una risita nerviosa.
El chico se detuvo, pensando que quizá había derrochado demasiado fanatismo. Nadie decía nada. Ya había dado por muerta y enterrada su vida social cuando…
–Esa banda es lo único bueno que ha salido de aquí. – Comentó un muchacho pecoso sentado en la esquina de atrás.
Todo el salón se echó a reír y Yude pudo respirar con tranquilidad nuevamente.
–Si, es un pueblo pequeño y muy simple pero ya te darás cuenta que guarda varios encantos. Espero que la pases muy bien aquí. – Dijo Martin, despidiéndose. – Señorita Marianne, muchas gracias. ¡Buen día a todos!
–Buen día señor director. — Le despidió la maestra, junto con varios alumnos.
Martin salió del salón, y Yude se dispuso a escoger un lugar. Al fondo había una serie de sillas vacías, así que se dirigió ahí.
–Muy bien, retomemos la lección por donde la dejamos. Yude, si necesitas ayuda pídele a alguno de tus compañeros, no tengas pena de… ¿Está todo bien?
El chico se había detenido a mitad del camino. Frente a él, un alma en pena le observaba. Tenía la cara de un gato de porcelana, con varias grietas que le atravesaban, y una sonrisa macabra que parecía pintada sin cuidado. Su cuerpo era esquelético y alargado. Estaba parada sobre la mesa que Yude había escogido para que fuera su lugar.
El alma rota se retorcía, sin perder la sonrisa felina.
“Niño, me duele… Haz que pare…Dame un poco de tu energía...”
–Sí, todo en orden. – Le respondió a su maestra, esbozando una sonrisa, mientras colocaba su mochila al lado del mesa-banco.
"Yo sé que puedes verme... Eres uno de ellos..."
Yude tomó asiento, manteniendo su mente en calma, pero enseguida notó que algo no andaba bien. El alma rota no se iba todavía. Trató de mantenerse sereno pero un escalofrío recorrió su espalda cuando pudo sentir el roce de su mano esquelética.
«¿¡Puede tocarme?!» Pensó, tratando de controlar sus nervios.
Las almas en pena jamás habían logrado rozarlo siquiera… ¿por qué ella sí?
El alma en pena, enfurecida por ser ignorada, comenzó a gritarle.
“¡CÓMO TE ATREVES A IGNORARME, BASURA! COMO CASTIGO, DEVORARÉ TU ESENCIA!”
Pero el alma rota se detuvo en seco. Su cara de porcelana tembló, lanzó un bufido y luego, se desvaneció entre finas hebras de humo negro.
Yude abrió los ojos. No entendía qué había pasado, pero el alma rota se había ido.
Al girarse notó que alguien lo estaba mirando. Sus ojos se cruzaron con los de un muchacho delgado y pálido de anteojos, vestido de rayas, quien lo observaba fijamente con interés. Al cruzar miradas, aquel chico volteó la cara hacia la mesa, simulando haberle visto por accidente.
Yude notó que aquel joven estaba rodeado por un montón de sillas vacías. Respiró profundamente, mientras abría su libro en la página que había indicado la señorita Marianne.
«Debe ser un inadaptado…» Concluyó. «Mejor me mantengo lejos de él.»
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