“Cazadora de Orcos.” Esa palabra resonaba demasiado en la cabeza de uno de los soldados capturados. Había oído hablar, haría unos meses atrás, sobre un supuesto combate en las cercanías de un reino alejado donde el joven príncipe heredero al trono fue salvado por un Cazador de Orcos, solo que los rumores se referían a ella como un hombre antes que una mujer. Aun así los cadáveres que rodeaban la carreta junto a la fuerza con la que la mujer rompía los candados al ver que la llave no entraba no dejaban lugar a las dudas o a la especulación: Ella era la famosa Cazadora de Orcos que venció a una armada haría cuatro o cinco meses atrás. Acercándose a ella, el joven soldado de cabellos castaños cortos le dijo:
- Cazadora…
- Por favor, llámame Daisy- le pidió la imponente mujer mientras terminaba de liberar a los prisioneros
- Daisy, gracias por salvarnos pero tengo algo que decirte, es de suma urgencia que nos traslades al Reino de Staverton- le contó el soldado, ganando la atención de Daisy al hacerlo- porque dentro de unos días van a asediarla
La armada de los Orcos últimamente se encontraba dando grandes y terribles avances. Al principio las tribus Orcas no eran un problema como tal sino un desafío que varios aventureros querían probar al enfrentar a aquellas criaturas toscas, torpes y cuya única ventaja se encontraba en su brutal forma de ser, siendo ese el primer y posiblemente último error que los aventureros cometían debido a que aquellas criaturas eran cualquier cosa menos eso. Los Orcos eran descritos como seres torpes cuando en realidad eran todo lo opuesto: eran seres muy astutos y con una capacidad intelectual superior al hombre, permitiéndoles tener la capacidad de crear terribles estrategias que casi siempre funcionaban. Muchos se referían a ellos como seres toscos o de cuerpo macizo cuando en realidad existía una variedad física de Orcos. Era cierto que los Orcos, en su gran mayoría, eran de musculoso y ancho cuerpo, pero esos solían ser los soldados, también existían Orcos de cuerpo delgado y Orcos de pequeño y obeso cuerpo. Incluso existían Orcos de cuerpo sencillo que fácilmente podían pasar desapercibidos o ser confundidos con humanos. Muchos, en especial las mujeres, creían que los Orcos eran bestias brutas que solo pensaban en la guerra, el caos, la desolación y la violación. Sin embargo todos olvidaban un hecho que estaba a la vista y esta era que los Orcos eran una Civilización, lo que significaba que ellos poseían códigos, leyes, tradiciones e incluso una moral totalmente distinta de la humana pero no por ello diferente. Los Orcos poseían un estricto código de Honor que les permitía actuar con una fuerte disciplina en el combate, poseían creencias que lejos de ser salvajes, eran bastante profundas y existenciales. Tenían tradiciones bastante aceptables que no romperían bajo ninguna circunstancia, aun si eso les costaba la vida y, por supuesto, ellos poseían una moral tan grande que lejos de ser seres detestables, eran dignos adversarios. El problema era que ese modo de ser solo era valido entre los miembros de su misma especie. Los Orcos eran supremacistas raciales que creían que toda otra especie que no fuese la Orca no merecía un trato justo, digno o piadoso siquiera. Para un Orco, un humano era una cucaracha que solo les servía como esclavo que trabajase en tareas del hogar, los cultivos o cualquier otra cosa que los humanos pudieran hacer. Aunque las mujeres temieran, o fantasearan, con ser abusadas por un Orco, la increíble realidad era que los Orcos veían con asco a las mujeres humanas. Para ellos la idea de que un Orco lo hiciera con una humana era lo mismo que si un Humano lo hiciera con un perro. Era un acto salvaje que los mismos Orcos castigaban con la muerte al perpetrador al considerarlo un degenerado. Irónicamente quienes eran más propensas a realizar aquellos actos de degeneración eran las hembras Orcas quienes veían de otra manera a los hombres, siendo la principal razón por la que los Orcos preferían no estar mucho tiempo al lado de sus propias parejas, debido a que ellas en su perversión les daban mucho asco. La única razón por la que las hembras Orco no eran castigadas por aquellos actos inmorales dentro de su propia especie se debía a viejas tradiciones que venían de tiempos ancestrales, antes de que la misma especie Orca fuese creada como tal. Una hembra de Orco poseía más privilegios que un macho Orco, pero estos eran contados con los dedos de una mano y no solían ocurrir con mucha frecuencia.
Sin embargo las cosas estaban cambiando y ahora los Orcos estaban dejando de ser una pequeña amenaza para cuatro o cinco grupos de aventureros inexpertos y en su lugar pasaron a ser un verdadero temor a nivel nacional. Los Orcos habían unificado sus tribus y estaban comenzando a crear un poderoso imperio que nadie podía confrontar, nadie excepto ella.
Sorprendida al oír aquella noticia, Daisy terminó de liberar a quienes quedaban y les dijo:
- Hay un pequeño pueblo por las cercanías del Reino de Tamberlane, allí se encuentra un viejo amigo mío quien tiene una armada preparada para enfrentar a los Orcos. Quiero que vayan allí a advertirle de lo que estos cabrones planean
Negando con la cabeza, aquel aldeano dijo:
- Son una gran armada Daisy, posiblemente no tengan tiempo para poder evacuar la ciudad antes de que sea tarde
- No pienso evacuarla- le contestó Daisy subiéndose a su caballo- sino acabar con esos cabrones
- Daisy, son una gigantesca legión comandada por Stormwolf, no creo que puedas…- le explicó aquel aldeano cuando Daisy lo interrumpió con una divertida sonrisa, diciéndole
- Nunca digas nunca amigo, en realidad creo que podré darles tiempo a los demás para poder crear una defensa, mientras tanto hagan lo que les dije- guiñándole un ojo, añadió- te prometo que todo estará bien
Moviendo las riendas de su caballo, Daisy cabalgó rumbo al reino de Staverton dispuesta a salvarlo de las garras de los malvados Orcos.
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