Eran cuatro carros de madera tirados por dos fuertes corceles que llevaban a todos los pobladores amontonados en su interior. El tamaño de los carros no era más grande que una simple carreta de diligencia. Carecían de ventanas y poseían un techo de metal junto a una puerta con una simple ventanita enrejada donde pasaba el aire. Los cuatro carros estaban amontonados de personas en su interior que a duras penas podían respirar o moverse en aquel lugar. Los Orcos que conducían las carretas hacían oídos sordos ante las suplicas de los pobladores y continuaban camino hasta la capital Orca que quedaba en el centro el continente. Sería un largo, largo camino de ida hasta su destino y varios de los cocheros daban por sentado que una mitad de los prisioneros no llegarían a su destino, no importaba, luego se desharían de los cuerpos.
Repentinamente una flecha atravesó la cabeza de uno de los conductores que iba delante, poniendo al resto en alerta al ver su cuerpo cayendo hacia un costado del camino.
Deteniendo los carros, Los Orcos se bajaron y se pusieron en pose de combate. Eran ocho Orcos altos, calvos y musculosos, cuyos cuerpos anchos detallaban sus esculpidos músculos.
Alzando sus escudos de madera, los Orcos miraron a su alrededor mientras su Sargento les decía:
- Manténganse atentos hombres, estos desgraciados humanos cuentan con un tirador escondido.
- Sí señor- asintió uno de los lanceros cuando una flecha le dio en el pecho hiriéndolo de gravedad
- ¡Alcen los escudos!- gritó el Sargento. Repentinamente varias flechas cayeron sobre los escudos clavándose en ellos. sonriendo, el Sargento susurró- no son muchos ¡Vamos hombres, dirijámonos al interior del bosque para dar con esa rata!
- ¡Si señor!- gritaron los demás iniciando la marcha
Las flechas continuaban cayendo, pero había algo raro en ellas. Repentinamente ya no apuntaban a nadie sino que parecían ser lanzadas de manera aleatoria. Conforme los Orcos iban avanzando, los ataques disminuyeron bastante hasta que se encontraron con varias ballestas, que se encontraban conectadas a un aparato que se encargaba de recargarlas cada cinco o seis minutos. Aquello desconcertó a los Orcos lo suficiente como para darle tiempo a su agresora de atacarlos por la espalda tirándole una lanza en la espalda a uno de ellos. Dándose vuelta, los Orcos se encontraron con una hermosa mujer de larga cabellera castaña, ojos verdes y una armadura del mismo color que sus ojos. La larga y ancha falda de color verde se movía con el viento mientras que ella sonreía al ponerse en pose de guardia.
- ¡Es ella!- exclamó uno de los Orcos- ¡Es la desgraciada que se dedica a cazarnos!
- En efecto- asintió el Sargento- Daisy, la Cazadora de Orcos- acentuando su malicia en su sonrisa, añadió- me preguntó cuánto nos darán por su cabeza. ¡Ataquen!
Los Orcos dejaron la formación y corrieron al combate, sin embargo Daisy dio un rápido salto y, con una velocidad digna de un Elfo antes que de un ser humano, decapitó a dos de los Orcos de un solo movimiento. Al aterrizar en el pasto, ensartó su espada en el escudo con tal fuerza que lo rompió mientras atravesaba el cuerpo del tercer Orco. Los dos Orcos que quedaban se encontraban sorprendidos.
- ¡Eso… eso es imposible!- exclamó el Sargento anonadado- ¡Nadie puede hacer eso, ni siquiera el más experimentado de los humanos!
- Bueno, ya sabes el dicho Orco- sonrió Daisy, moviendo una soga que estaba oculta en el suelo- nunca digas nunca
Al mover la soga, las ballestas cambiaron de posición y dispararon sus flechas sobre las espaldas de aquellos Orcos acabando con ellos.
Decapitando al Sargento, junto a su acompañante, Daisy apagó el complejo mecanismo de las ballestas y se dirigió a donde estaban los carros. Al llegar, rompió con facilidad los candados de las puertas y las abrió mientras decía:
- Hola, no se preocupen ya pueden salir, me hice cargo de esos molestos Orcos- con una sonrisa tierna añadió- todo estará bien, se los prometo y la Cazadora de Orcos es mujer de palabra
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