¡Hola! Un gusto poder saludarlos.
Primero que todo, muchas gracias por darle una oportunidad a esta novela. Me hace mucha ilusión el poder compartirla con ustedes finalmente, y espero de corazón que la disfruten.
Es la primera vez que me animo a escribir algo así y, para serles bien honesta, me pone un poco nerviosa sacarla al mundo TwT Pero creí que ya era el momento.
Así pues espero les guste. Como siempre, ¡¡Agradezco muchísimo de antemano el apoyo!! Los comentarios siempre son bienvenidos <3
━━━━━━✧❂✧━━━━━━
El pequeño Yude sacó su mano por la ventanilla del viejo volkswagen azúl, haciéndola planear por las corrientes de aire, subiendo y bajando como si fuera el alerón de un avión. Se imaginaba que su mano era un pez nadando en el espacio, esquivando tiburones y meteoritos.
Estaba emocionado, pues ese día su abuelo lo llevaba a él y a su madre de día de pesca.
Yude jamás había pescado, pero en las películas de Mickey Mouse parecía ser algo muy divertido.
Aquel niño pelirrojo de apenas cinco años, nunca se esperó que en ese soleado y regular día de marzo, terminaría haciendo un pacto con un ser espectral para salvar su alma de la condena eterna.
—¡Hijo, mete esa mano! ya te he dicho que es peligroso. — Le regañó Angie, su madre, desde el asiento del copiloto.
La mujer se frotó la naríz por debajo del pesado armazón de sus lentes oscuros, tratando de luchar contra la resaca.
Angie era una mujer delgada, un tanto baja de estatura y con el ceño eternamente fruncido. Ese tipo de persona que necesitaba forzosamente sonreír para que los demás no confundieran su seriedad con molestia.
No era particularmente atractiva, pero sus facciones delicadas, que contrastaba con una mirada más propia de las fieras, le aportaba una presencia que resultaba muy enigmática. Ciertamente nadie esperaría que aquella frágil mujer de apariencia delicada y ropas que gritaban primavera, guardara en su interior un carácter de los mil rayos.
—Si Yude, ten cuidado. O un auto va a pasar y se la va a llevar. —Añadió su abuelito mientras seguía conduciendo, riendo como si hubiera contado un chiste. — Eso le pasó a un amigo.
El abuelo de Yude era todo lo contrario a Angie.
Don Fausto era un hombre grande y robusto, de facciones toscas y barbas canosas, que a pesar de tener ya 65 años se mantenía bastante bien. Era muy alegre, siempre vestido con una camisa ligera y una sonrisa franca. Sin embargo, carecía por completo del don de la prudencia, cosa que hacía exasperar a Angie con bastante frecuencia.
—¡¿Un auto se llevó su mano, abuelito?!— Preguntó el niño con la boca bien abierta.
Estaba a punto de preguntar cómo le hacía para comer, cuando su madre interrumpió.
—¡Por Dios Fausto! ¿está mal de la cabeza o qué? No le diga esas cosas.
—Pensé que estábamos de acuerdo en que es peligroso.
Yude estaba atento a la discusión, cuando su amiguita Mary se le apareció levitando a su lado, iluminando el interior del coche con su resplandor celeste.
—Tu abuelito tiene razón, los autos son peligrosos. A mi me atropelló un camión.—dijo sonriente.
Mary era su mejor amiga. Una niña amigable y vivaracha, muy chiquita. En apariencia guardaba semejanza con una muñeca de trapo, con trenzas de estambre y un simpático vestido hecho con retazos de tela.
Aunque quizá sería impreciso referirse a Mary como “niña”. Lo más adecuado sería decir que fué una niña.
—Mary dice que tienes razón, abuelito. —señaló Yude.
Su mamá suspiró irritada, como hacía cada vez que se mencionaba a Mary.
—Oigan, ¿Ya llegamos?—preguntó Yude, inclinándose hacia el frente. —¡Quiero pescar mi ballena!
—Yude, por décima vez, ¡No! —Exclamó Angie, frotándose la frente.
El niño decidió quedarse callado, pues no quería arriesgarse a que su mamá los obligará a dar la vuelta.
Sin embargo, su abuelo sí le respondió.
—Ya falta poco, pero primero tenemos que darle su medicina a Polita. —dijo, señalando el indicador de gasolina que ya estaba en las últimas.
Polita era el nombre que don Fausto le había dado a su auto. A Yude le gustaba que las cosas tuvieran su propio nombre. Sentía que eso les daba un poquito de vida.
—¿Tenemos que parar en Heaven Ville? —preguntó Angie con aire dramático.
—Es la estación que nos queda más cerca, Angie.
Yude se enteraría años más tarde que aquel pueblo había sido el hogar de su madre por casi toda su vida, pero tuvo que abandonarlo por razones que jamás quiso contar.
—Sólo vamos a cargar el tanque y nos vamos. — añadió Don Fausto.
—Como sea.— Angie se echó hacia atrás en el asiento. El lazo amarillo que llevaba sujeto al pelo no la dejaba recargarse con comodidad, pero no quiso quitárselo. El condenado combinaba demasiado bien con el vestido.— De todas maneras siempre terminamos haciendo lo que usted quiere.—le reclamó, antes de los ojos.
Yude escuchaba, pero no prestaba atención. Estaba más concentrado en el paisaje que se presentaba a través de la ventana del auto.
Había muchos como Mary ahí. “Personas” resplandecientes, levitando de aquí para allá. Todos parecían disfrutar de aquella tarde, e incluso había algunas jugando a perseguirse.
Desde siempre había tenido la habilidad de verlos, pero no fue hasta que conoció a Mary que se enteró que aquellos seres eran llamados “almas”.
En alguna ocasión trató de explicarle a su mamá que podía verlas, pero Angie le respondió que aquello era imposible.
“Las almas se quedan dentro del cuerpo, no afuera.” Le decía.
Eventualmente se cansó de intentar convencerla, y aceptó qué hay cosas que es mejor guardarse para uno.
─── ⋅ ∙ ∘ ☽ ༓ ☾ ∘ ⋅ ⋅ ───
El volkswagen azul cruzó el pueblo y giró por la esquina para meterse en la gasolinera. Quedaba cerca de una tienda de abarrotes, así que la familia decidió aprovechar para abastecerse de botana y bebidas.
Había poca gente. Solo un par de despachadores y una señora que tomaba el sol en una banca.
Yude era el único que podía darse cuenta que, de hecho, el sitio estaba repleto.
Jamás había visto tantas almas en un solo lugar. Las había grandes, pequeñas, con formas triangulares, circulares, y de animales. Incluso vio una que parecía un cono de helado con todo y su cereza. Era una lástima que ni su mamá ni su abuelito pudieran presenciar aquel carnaval de seres pintorescos.
—Yude, ¿te puedo encargar un refresco? me ando durmiendo. —le pidió su abuelito.
—¿Mary me puede acompañar?—preguntó el niño, señalando a la almita que flotaba sobre su hombro.
Fausto sonrió.
—¡Claro! espero que sepa contar cambio.
—¡Si! yo le enseñé.
El niño salió disparado directo a la tienda sin esperar por su mamá. Su amiguita lo siguió, levitando sobre su hombro.
Angie se dirigió a Fausto, molesta.
—Ya le he dicho que no me gusta que le siga el juego con eso. Yude ya está muy grande para andarse con amiguitos imaginarios.
A continuación se quitó los lentes de sol y fue a alcanzar a su hijo para darle la mano.
Fausto los observó irse. No tuvo tiempo para reflexionar en lo que Angie había dicho, pues cuando el despachador de gasolina se puso a hacerle plática sobre los motores de los autos de la década pasada, se olvidó por completo del asunto.
El abuelo de Yude era el tipo de sujeto que podías dejar en marte, y a la semana ya tendría un centenar de amigos marcianos.
Madre e hijo entraron a la tienda. Yude disparaba sonrisas y saludos a todas las almas que había por ahí, sin darse cuenta que, justo atrás de él, una figura con manto negro, rostro blanco como el hueso, y dedos alargados y afilados como cuchillas, lo observaba atento.
─── ⋅ ∙ ∘ ☽ ༓ ☾ ∘ ⋅ ⋅ ───
Yude soltó la mano de su madre apenas entrar. Tenía mucha energía guardada después de pasar más de una hora y media sentado en el carro.
—Mami, ¿podemos jugar “encuentra”? —le pidió el niño. —¡¿Podemos, podemos, podemos?!
Angie se sentía un poco culpable de haberlo estado regañando todo el camino y pensó que jugar un rato con él podría compensar su mala actitud, además de distraerla de los estragos de la resaca.
—Muy bien, amor. Vamos a ver… —Angie puso un dedo en la comisura de sus labios y se puso a pensar. Yude la miraba bien atento. —Busca electrolitos.
El niño salió corriendo seguido por Mary.
—Los electrolitos son como jugo... Un jugo que se toma frío... ¡A los refrigeradores! —exclamó con entusiasmo.
Yude tenía una facilidad impresionante para dar con las cosas. Ésta habilidad le era especialmente útil a Angie, quien casi siempre extraviaba sus llaves o su cartera.
Cualquiera podría criticarla por usar a su hijo de esa manera, pero a Yude le divertía tanto este juego, que Angie nunca vio el problema en sacarle algo de provecho.
Pronto, Yude llegó directo a la puerta del frigorífico, tomó la bebida energizante, y corrió de vuelta hacia su madre. Angie la agarró. No era su sabor favorito, pero no quiso desanimar a su hijo.
—¡Muy bien, corazón! Ahora, a ver… ¡Ah! la soda de tu abuelo.
—¡Enseguida, señorita! —exclamó Yude, imitando a un mesero elegante.
Las sodas quedaban justo al lado de los electrolitos, por lo que el niño y su amiguita espectral no tardaron nada en dar con ellas.
Mientras tanto, la extraña criatura del manto negro siguió deslizándose en silencio por encima de los anaqueles, siguiendo al niño quien estaba demasiado concentrado en su cacería para darse cuenta de nada.
—¡Otro, otro, otro!
—Ahora encuentra algo que quieras tú.—le dijo Angie, acariciando su mejilla.
Yude esbozó una gran sonrisa. Sabía perfectamente donde encontrar lo que buscaba.
Salió corriendo hacia donde estaban las galletas y los pastelitos. Mary le seguía el paso, levitando a su lado y entregándose de lleno al juego.
—¿Vas por un Skullquake?
—¡Oh siiii! —respondió el chico sin dejar de correr.
Adivinar la ubicación no le fue difícil. Imaginó que al ser un pastelito nuevo y popular, debían estar en el centro y a una altura que pudiera ser alcanzada por un niño.
Yude llegó hasta donde estaba la pila de los Skullquakes, y tomó un par. Eran pastelitos con forma de calavera, rellenos de crema y cubiertos con chocolate. Pensó que podría convencer a su madre de comprarle dos como premio por haber encontrado las otras cosas tan rápido.
—¡Qué envidia! Quisiera tener lengua para poder saborearlo.—exclamó Mary, revoloteando como mariposa alrededor del panecillo.
Con el Skullquake ahora en su poder y sin querer perder ni un minuto más, Yude se apresuró a volver con su mamá.
Iba tan rápido que apenas alcanzó a frenar, derrapando en el suelo encerado, cuando al girar por la esquina del pasillo se topó frente a frente con una presencia aterradora.
Yude al principio no comprendió lo que estaba viendo. Dejó caer el pastelillo de sus manos y se quedó observando la macabra figura frente a él.
Aquella era la criatura más horripilante que había visto en su vida.
Su rostro tan blanco como el hueso. Se asemejaba al de un ser humano, pero los músculos parecían haber sido estirados y deformados al punto que ya no podía distinguirse simetría alguna. Los espacios donde debían estar los ojos eran un par de cuencas oscuras, y sus dedos, chuecos, largos y afilados como las ramas de un árbol, se extendían hacia el niño, quien seguía inmóvil por el impacto de la aparición.
Una tela negra y rasgada le vestía. Esta parecía tener vida propia por la manera en la que se danzaba alrededor de su cuerpo.
Yude no se percató del momento en que todas las luces se apagaron, dejando la tienda sumergida en penumbra. Pero sí notó enseguida cuando todo el ruido se desvaneció.
Tanto murmullos, como pasos y el sonido de objetos chocando, desaparecieron. Sólo podía escucharse un crujido desagradable provocado por los movimientos espasmódicos de aquel espectro, quien poco a poco avanzaba hacia él.
“Muchacho… Mis memorias duelen mucho. Dame… Dame las tuyas.” Murmuró el monstro, con una voz profunda y lastimera.
En ese momento, Yude volvió a sentir las piernas.
—¡¡¡¡¡MAMÁ!!!!!
Yude corrió lo más rápido que pudo, buscando a su madre entre aquel oscuro laberinto. Por suerte no tardó mucho en reconocer su silueta. Estaba en medio del pasillo de las verduras, con una mano en la cadera y otra señalando a un hombre gordo, seguramente peleando como era costumbre.
—¡¡MAMÁ, CORRE!! —Gritó el niño, lanzándose en un abrazo.
Pero al hacerlo, Yude sintió con horror cómo su cuerpo atravesaba el de ella, como si hubiera tratado de abrazar el aire.
El niño cayó sobre su pecho. Asustado y adolorido, se echó a llorar.
—Mary… ¿Mary, qué es lo que pasa?— Le preguntó a su amiga quien ahora estaba a su lado, observándolo angustiada. —¡¡¿POR QUÉ NADA SE MUEVE?!!
En efecto. Todo en el interior de la tienda se había detenido. Las personas habían quedado congeladas como estatuas, las agujas del reloj de pared habían dejado de caminar, e incluso el panecillo que Yude había dejado caer, estaba detenido en pleno aire.
La grotesca criatura quien había aparecido de nuevo frente al niño comenzó a crecer hasta casi llegar a la altura del techo. Mary se apresuró a ponerse entre ellos dos. La diferencia de tamaños era abismal.
—¡Yude, escúchame! Eso… ¡Eso es un alma en pena! —le dijo. —Sé que lo voy a pedirte es muy difícil, pero… ¡Debes dejar de tener miedo o le vas a dar más poder!
Yude trataba de escucharla, pero el miedo se había apoderado ya de sus sentidos. Todo el cuerpo le estaba pidiendo a gritos escapar, y él no pudo ignorar sus impulsos.
Corrió hacia la salida, al tiempo que el monstruo detrás de él crecía y crecía, hasta abarcar todo el espacio visual del niño.
La puerta estaba ya muy cerca. Con la poca fuerza que le quedaba, estiró sus brazos para abrirla, pero antes de poder hacerlo, las puertas fueron azotadas por una potente ventisca, abriéndose de un golpe.
Esta corriente de aire empujó a Yude hacia atrás, haciéndolo caer de espaldas. Al incorporarse, observó que del otro lado de las puertas no estaba la salida a la gasolinera…
Un universo surrealista se manifestó ante él. Edificios andantes, rostros flotantes, árboles mutantes y cientos de miles de criaturas monstruosas parecidas a la que ahora le perseguía. Todo aquello conviviendo en un mismo ecosistema del horror.
Yude se quedó en el suelo, sin poder pestañear siquiera. El alma en pena ya le había alcanzado, y estaba ahora rodeándolo. No había escapatoria.
“¡¡¡¡DAME TUS MEMORIAS!!!” Rugió, entre gritos entrecortados de rabia.
Comments (0)
See all