La mañana llegó de manera repentina para él. Quizás se debía a que en el fondo deseaba que aquella mágica noche nunca se acabara o porque terminó acostumbrándose tanto a las estrellas que cuando el sol apareció en el horizonte, lo tomó desprevenido. Fuese cual fuese el motivo por tal sorpresa, no importaba porque era hora de levantarse y desayunar para después continuar viaje hacia su hogar... ¿Aquel lugar era realmente su hogar? Antes creía que sí, pero ya no lo sentía igual. Sobresaltándose al recibir el agradable tacto de Agath en su brazo, ella le preguntó:
- ¿Qué ocurre Alexandros, que te tiene mal?
- Nada- mintió él mientras se alejaba de Agath quien si podía percibir su mentira, pero no tenía motivos suficientes, todavía, para indagar en ella. Agachándose sobre la fogata, comenzó a preparar el desayuno- dentro de poco vamos a desayunar y luego continuaremos camino… creo que hemos avanzado más terreno del que esperábamos, pero aún estamos lejos
- No te preocupes por eso- le contestó Agath dirigiéndose a una pequeña duna donde comenzó a hacer sus necesidades matutinas- todavía hay territorio que recorrer, creo que aun no hemos salido de las fronteras del imperio Egipcio
- Debo admitir que me equivoque al respecto de su nación- le confesó Alexandros calentando el cereal que comerían esa mañana
- ¿Ah sí?- sonrió Agath de manera provocativa mientras terminaba de hacer sus necesidades y se limpiaba con una hoja de palmera- ¿En qué te equivocaste?
- Creí que sería una tierra aburrida y poco interesante a la vez que desagradable- volcando los cereales en los platos, añadió- sin embargo me encontré con todo lo contrario- ofreciéndole su plato, Alexandros se disculpó diciendo- porque en su lugar encontré una tierra igual de emocionante que la griega y muy interesante de explorar junto a una gran belleza que nunca imaginé que vería en todos estos años en… las calles de la ciudad de Sakuria- aceptando su plato, añadió- y que conocería personas igual de agradables que la ciudad
- No te emociones tanto todavía muchacho- sonrió Agath comenzando a comer su desayuno- que todavía no has visto nada
- Lo sé- sonrió Alexandros, comiendo también de su desayuno
Una vez que ambos terminaron de desayunar, y de saciar su vejiga, levantaron el campamento y volvieron a partir, todavía había terreno que recorrer.
Anduvieron en silencio, otra vez, por gran parte del recorrido. Solo que esta vez era diferente, esta vez parecía que Alexandros se estaba obligando a mantener silencio porque parecía estar comenzando a abrirse cada vez más con Agath. Quizás se debía a que era su única compañera en este largo recorrido o quizás se debía a que, en efecto, había una conexión entre ambos que ninguno esperaba tener, fuese cual fuese el caso, de todas maneras ambos comenzaban a llevarse bien y eso era algo. Sin embargo aun estaba ese detalle que se le escapaba a Agath y no podía averiguar cuál era, pero sentía que estaba cerca.
Un sonido la sacó de sus pensamientos y la obligó a detener el carro mientras exclamaba:
- ¡Alexandros, detente!, ¡Ahora!
- ¡¿Qué ocurre Agath?!- le preguntó Alexandros deteniendo su cabalgata
- Shh- le pidió colocando su dedo índice sobre su boca- no estamos solos
El ruido era muy leve, casi imperceptible, sin embargo estaba ahí, ocultándose entre las sombras y… ¡La Dunas!
- ¡Oh no!- exclamó Agath horrorizada al saber que era lo que pasaba, colocándose delante de Alexandros, exclamó- ¡detrás de mí, ahora!
Eran las Dunas, el sonido era de la arena al moverse con el viento, pero no había viento en ese momento. Repentinamente unas de las dunas, que se encontraban delante de ellos, se movió y, saliendo de ella, apareció un enorme Escorpión de color rojo con manchas negras en la espalda que formaban la imagen de un cráneo humano. El tamaño de esa cosa era de tres metros de alto y un metro de largo. Mirándolos con sus ojos negros como canicas, aquella cosa largó un rugido silencioso y se lanzó al ataque dispuesto a matarlos a ambos.
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