- Su tía me dejó este documento antes de morir- le contó el señor Berrinson, abogado de la familia, mientras abría su cajón de madera y sacaba los papeles de la herencia- en dichos documentos su tía le deja la suma de más de un millón de dólares y algo mas
- ¿Qué cosa?- le preguntó Lara Rosetomb queriendo terminar con la conversación
Lara era una bella muchacha de unos veinte años de edad que poseía un largo y sedoso cabello castaño, de ojos azules y un hermoso cuerpo que hacía que más de un hombre se detuviera a contemplarla, Lara era la típica chica despreocupada de la vida a la que no le gustaba que asociaran su apellido con aquella horrida mansión en las colinas.
Entregándole un juego de llaves, Berrinson se ajustó sus anteojos mientras le contaba:
- La mansión Rosetomb- le contestó su abogado, esbozando una sarcástica sonrisa
- No la quiero- se negó Lara rechazando las llaves- puede dárselas a alguien más
- No hay nadie más- le informó el abogado ofreciéndole de nuevo las llaves- de los familiares que quedan, usted es la última
- ¿Y qué hay de mi primo Vinnie, en Brasil?, él podría…
- Su tía lo desheredó tras su matrimonio con Carlos- le contestó Berrinson con un tono formal, aunque se podía notar un claro enojo en su voz- al parecer a su tía, la señora Claire Rosetomb, nunca le agradaron las personas de gustos homosexuales, aparte- mostrándole los documentos, insistió- ella aclaró que deseaba que fuese usted y nadie más que usted quien tuviese esa mansión
- Al parecer no puedo negarme, ¿Verdad?- le preguntó Lara con un claro dejo de molestia en su voz. Ante la afirmación de Berrinson, Lara exclamó- ¡Bien, como usted quiera! Solo sepa que no la habitaré
- Lo que haga o no haga usted con la mansión solo es asunto suyo y de nadie más, sin embargo- mirándola con una expresión alegre, añadió- posiblemente no sea mala idea que le dé una mirada para saber cómo está, de esa manera se pueden hacer todos los trámites legales de una forma más clara y limpia… creo yo
Mirando las llaves, Lara sintió algo, una especie de extraña sensación hipnótica que le obligó a retractarse de su reciente afirmación y esbozar una sonrisa mientras le aseguraba a su abogado:
- Pensándolo bien, si ¿Por qué no? Al fin y al cabo no soy de creer en supercherías y esas cosas por el estilo
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