Levantando el campamento y preparando la montura, Alexandros se subió al camello mientras que Baskmeth se acomodó en el carro, tomando con fuerzas las riendas, las agitó dando inicio a la marcha. Nuevamente, al igual que el día anterior, no hubo charla ni tampoco hubo preguntas que responder, solo silencio seguido de meticulosa observación. A penas si tuvieron tiempo para desayunar y luego detenerse a almorzar. Las pirámides ya no eran visibles y en su lugar solo había un vasto desierto que se extendía a lo lejos, sin mostrar signos de vegetación o alguna fuente de agua. Por fortuna poseían varias cantimploras con las reservas necesarias para más de una semana de viaje… siempre y cuando dichas cantimploras no fuesen rotas o robadas durante la travesía, cosa que iba a pasar si hacían dicho trayecto. Molesta por el constante silencio y viendo que el sol se iba ocultando, Baskmeth decidió hacer otro tipo de preguntas:
- Alexandros, dime, El Príncipe, ¿Es apuesto?
- No- le contestó Alexandros mirando el paramo que se extendía sobre ellos- es un hombre gordo, calvo y con una barba castaña que hace muecas feas mientras se embriaga, bebiendo el vino de su copa de oro
- Igual se lo haría- susurró Baskmeth, señalando en voz alta- debe confiar mucho en ti para encomendarte tal misión
- Podría decirse- le contestó Alexandros dejando de mirar a su alrededor y cerrando sus ojos para añadir- en realidad, el Príncipe no confía en nadie, ni siquiera en él mismo, por eso me encomendó a mí esta misión, porque sabe que soy un don nadie y que a los asesinos poco o nada les importará lo que me pase
- Y aun así hacemos este peligroso viaje por tierra- observó Baskmeth, resaltando la ironía de la situación
- Por desgracia los enemigos del Príncipe no piensan igual que él- asintió Alexandros, mirando a su alrededor, se lo veía tenso por la conversación
- Y yo también estoy de acuerdo con ellos, no eres un don nadie- lo confortó Baskmeth con un tono severo
- ¿Por qué dices eso?- le preguntó Alexandros con un tono de dureza que parecía ser un intento de disuasión o de muralla emocional que Baskmeth pudo detectar de inmediato
- Porque te arriesgas mucho por un hombre que no te respeta, este viaje es peligroso en más de un sentido ¿O acaso el Príncipe sabe de los bandidos que acechan los montes? ¿Está consciente de que hay gigantes en las cuevas o Escorpiones Gigantes junto a Gusanos de enorme tamaño ocultos en las Dunas? Por no hablar de las Cobras del tamaño de un palacio capaces de devorar humanos de un bocado. Los asesinos del Príncipe son la menor de nuestras preocupaciones en este lugar, dime ¿El Príncipe sabía de eso antes de enviarte a esta misión suicida de la que depende su vida?
- N…no, no lo sabía- le contestó Alexandros mostrándose preocupado y asustado de verdad, volviendo a tomar su postura dura y estricta, añadió- de haberlo sabido, ¿Crees que me hubiese enviado aquí, sabiendo que soy su única oportunidad de sobrevivir?
- No lo sé, por eso pregunté por él- le contestó Baskmeth continuando con su observación
Alexandros no le contestó nada más, solo se limitó a mantenerse callado hasta que pararon cerca de una Duna, ahora era el turno de Baskmeth para orinar mientras era observada por Alexandros, quien no quería hacerlo pero se volvió a ver persuadido por aquella traviesa Doncella del Nilo que le sonreía mientras orinaba.
- Disfrutas del espectáculo- le preguntó mientras le guiñaba el ojo. Sonrojándose al punto de parecer un tomate, Alexandros le respondió
- ¡Por supuesto que no! A diferencia de lo que haya oído en los palacios del Faraón, no todos los griegos somos unos Hedonistas. Hay quienes si tenemos pudor- trabándose con sus palabras, finalizó- ah…ahora… por favor… date prisa y termina pronto. Todavía tenemos trayecto que hacer
- Cómo quieras- sonrió Baskmeth terminando de hacer sus necesidades, enterrándolas en la arena, y volviendo al carruaje tras secarse con una enorme hoja de palmera que guardaba para casos como esos, continuó trayecto hasta llegar al sector de las Esfinges
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