A pesar de que el trayecto era largo y poseían un tiempo limitado, Alexandros no parecía demasiado apurado por llegar. Cabalgando en su camello a una velocidad demasiado simple, casi prudente podría decirse, el joven mensajero observaba con atención su entorno mientras continuaba camino. La ciudad se veía a la distancia, pero las pirámides todavía no habían desaparecido del todo y Agath aun podía verlas desde donde se encontraba. Sin embargo aquella prudencia era sensata y para nada reprochable, con cientos de asesinos dando vueltas por allí, dispuestos a impedir que Alexandros cumpliera con su cometido, no podían darse el lujo de estar con la guardia baja. Aun así dicha sensatez y prudencia no eran típicas de un mensajero sino de un soldado, haciendo que Agath desconfiase un poco de Alexandros, aunque suponía que alguna razón o motivo del pasado debía tener para actuar así y saber cómo actuar en casos como ese.
Debieron de pasar casi todo el camino sin hablar nada, Agath tenía sus ordenes y también tenía claro lo que estaba ocurriendo pero… había algo que no terminaba de convencerla, un pequeño detalle faltante que todavía no podía ver, sin embargo no le importaba porque, tarde o temprano, lo vería. El viento seco del desierto junto a los cálidos rayos del sol golpeaba su piel, curtiéndola y endureciéndola. No fue sino hasta que las pirámides se perdieron de vista que Agath le preguntó:
- El príncipe ¿Cuánto tiempo piensa estar en ese lugar secreto antes de que podamos llegar?
- Lo suficiente- le contestó Alexandros sin añadir nada más, dejando en claro que no pensaba hablar mucho.
- Al paso que vamos, no será suficiente- observó Agath mirando con cautela el desierto que los rodeaba.
- ¿Acaso tienes cosas mejores que hacer?- le preguntó Alexandros con severidad molestando a Agath
- Sí, salvar a su príncipe me parece algo muy interesante por hacer- señaló Agath molesta- sin embargo dudo mucho que llegue a tiempo a este paso- Alexandros largó a reír al oírla hablar de ese modo, molestando a Agath aun más- ¿Qué, acaso dije algo gracioso?
- Podría decirse- asintió Alexandro sin detenerse a verla- entiendo que se encuentre igual de impaciente que yo por evitar ese magnicidio. Pero debe entender que si nos apuramos, podríamos ser emboscados por sorpresa. En cambio, yendo a este ritmo, podremos llegar a tiempo- mostrándole una sonrisa agradable, añadió- no se preocupe, el Príncipe espera noticias mías y no piensa moverse de donde se esconde hasta que le dé una orden especifica que solo yo y nadie más conoce
- Pues si no hay nada de qué preocuparse, entonces continuaremos camino- asintió Agath guardando silencio por un breve minuto.
Nuevamente estaba esa cosa que la molestaba pero no podía ver. Ese detalle que estaba delante de sus ojos y aun así no lograba captarlo, sin embargo no podría captarlo en ese momento, por lo que decidió continuar viaje hasta que pudiese verlo. Quién sabía, Quizás solo era imaginación suya y de nadie más. Lo que sí sabía o daba por hecho era que una vez que llegasen a destino, ella yacería con aquel galán. Los hombres definitivamente eran su punto débil, en especial los apuestos como Alexandros.
Durante la mañana, viajaron en silencio desde la ciudad capital de Pi Ramses hasta donde el desierto se extendía sin final. Durante la tarde, recorrieron una gran parte del gigantesco desierto cuyas dunas y llanuras cubiertas de arena no parecían tener fin. Una pequeña tormenta de arena se levantó obligando a ambos a cubrirse con unos gruesos velos de color blanco. Tratando de impedir que la arena entrara a sus pulmones o estomago, decidieron no decir nada, sin embargo Agath se puso delante de Alexandros durante dicha tormenta con intenciones de cubrirlo y guiarlo mientras observaba con detenimiento su entorno. Por fortuna no encontró nada sospechoso fuera de unos bultos de arena que contenían escorpiones en su interior pero nada más. La Tormenta duró unas pocas horas acabando al anochecer. Deteniéndose cerca de lo que parecía una enorme duna, Agath vio el ocaso junto a Alexandros. Esbozando una pequeña sonrisa, le preguntó:
- ¿Quieres acampar aquí o deseas continuar camino?
- Supongo que acampar sería la respuesta correcta- le contestó Alexandros bajando de su camello y sacando los elementos para construir la pequeña tienda en donde pasarían la noche
- La respuesta obvia no siempre es la correcta- le contó Agath bajando del carro. Acercándose a sus caballos, les dio de comer unas pequeñas hierbas que tenía guardadas en una pequeña bolsa, luego compartió un poco del agua de su cantimplora con ellos- aunque eso depende de la prisa que tengamos
- Dormidos no llegaremos a ningún lado- le contestó Alexandros, mientras colocaba las cosas en el suelo. Viendo su prisa, Agath comenzó a reír y le preguntó
- ¿No quieres que yo armé el campamento mientras vas a orinar a un costado de la duna?
- ¡No!- exclamó Alexandros, sonrojándose y desesperándose un poco- puedo aguantar un poco y…
- No, no podrás, te vienes aguantando desde que comenzó la tormenta de arena- le contestó Agath tomando las cosas. Comenzando a armar el campamento, le dijo- ve a donde está ese pequeño lugar y no te preocupes, no me molesta que lo hagas estando cerca
- ¿Segura? Digo, bien podría ir al otro lado de la Duna y…
- Ser asesinado por algún mercenario que se encuentre oculto. Durante todo nuestro viaje vamos a estar juntos en todo momento jovencito, eso significa que no te vas a apartar de mi vista y si tienes que hacer tus necesidades delante de mí, entonces las haces y viceversa- esbozando una sonrisa que emanaba una divertida travesura, añadió- ¿Quién sabe?, a lo mejor te termina gustando, a mí me encanta cuando eso ocurre
- Yo… yo…- viendo que no podía aguantarse más las ganas, suspiró con resignación y dijo- está bien, tú ganas, pero no creas que esto me gusta, en lo absoluto
Dirigiéndose a donde estaba la duna, sin perderse de la cauta vista de Agath quien seguía armando la tienda mientras ojeaba con gran interés, Alexandros sacó su pene y comenzó a orinar. Largando un fuerte gemido, Alexandros sintió cómo una gran presión se liberaba del cuerpo y una liviana satisfacción venía en su lugar. Sonriendo, Agath continuó con su trabajo sin dejar de mirar el largo y ancho falo de Alexandros, era un hombre muy bien provisto y si ese era su estado estando dormido entonces no podía esperar a verlo cuando estuviese listo para la acción.
Cuando terminó de hacer sus necesidades, Alexandros guardó a su bien formado soldadito y se dirigió a la tienda de campaña con intenciones de ayudar a Agath, sin embargo aquello no era necesario porque ella ya había terminado con su labor. El campamento estaba listo.
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