Entre suspiros recorro las calles del centro del pueblo, en la que hay una iglesia centenaria frente a la plaza de armas, clásica distribución desde hace siglos. En la antigüedad la Iglesia era el centro de la sociedad, cada domingo las familias asistían para recibir el sermón del cura de turno, cotillear con los feligreses sobre vidas ajenas mientras pedían perdón por sus pecados. Con el pasar del tiempo, la iglesia ha perdido poder dentro del estrato social, pero aún conforma parte de nuestra idiosincrasia. Sus valores merman en generaciones que pregonan el sacrificio y perdón al mismo tiempo que condenan al prójimo por pensar distinto a ellos. Justifican guerras, genocidios, discriminación y el impedimento en el avance científico con la excusa patética de su interpretación antojadiza de las escrituras. Grabadas están las huellas de la misoginia y xenofobia, que impiden la libertad de expresión y elección. Aún más imperdonable fue la erradicación cultural de los pueblos originarios. Con descaro se atreven a alzar templos magníficos, edificados con el saqueo a los recursos de los dueños originales de la tierra; reflejando en su arquitectura la omnipotente presencia de ese Dios misericordioso bañado en sangre por sus mismos creyentes.
Creo que mis lamentos están inundados con aún más pesimismo que de costumbre simplemente por tener el corazón roto. Aún ni siquiera me convencía de confesar mi amor y la cobardía ya me desanima por completo. Una sensación de vacío crece en mi pecho, como si una cicatriz se abriera de pronto, una que tenía olvidada.
Mi paseo, pese a la resaca por la junta de anoche, lo justifico porque con certeza Ian me estará buscando; no niego que arranqué de él también. Conociéndolo, sé que querrá hablarme para consolarme o invitarme a analizar la situación desde un punto de vista más positivo, viendo el vaso medio lleno. Probablemente me plantee el hecho de que Will es un peso liviano en lo que a beber se refiere, por lo que estaba completamente ebrio cuando dijo eso. Que antes de emborracharse dió señales de atracción y dirá que no me rinda. Sin embargo, yo veo el vaso medio vacío, incluso totalmente vacío si me lo propongo. Para evitar eso necesito mi momento a solas para calmar mis emociones y tener un momento de reflexión sobre mi desilusión.
Ya estoy acostumbrado a que me rompan el corazón. Cuando era más pequeño era muy enamoradizo, principalmente porque buscaba fuera de casa lo que me faltaba de amor filial. Si mi memoria no me falla, solía enamorarme de hombres mayores buscando la figura paterna carente. Aprendí desde niño y de mala manera que en mi familia cualquier indicio de desviarse de la norma se castigaba física y emocionalmente. Mi identidad asemeja una marejada en el océano de emociones que no deseaba para conformar al resto. Fue así que decidí subconscientemente reprimirme, enfrascando en una botella que lanzaría al mar para que desapareciera. Inevitablemente, el oleaje comenzaría a resurgir, de un frasco reventado escaparía lo oculto. El miedo al aislamiento, decepción y humillación me llevaron a poner barreras como salvaguardas en la costa para evitar la marea de sentimientos que albergo.
Recibo un par de llamadas de Ian, dejo que pasen a ser llamadas perdidas, pero para que esté tranquilo escribo un mensaje de vuelta sobre mi paseo y que volveré pronto. Lamentablemente para Ian, por el momento quiero estar triste, no busco negar mi desilusión y seguir como si nada hubiera pasado. Me duele el corazón por perder las esperanzas. Racionalmente sé que sólo es un comentario de un borracho, que si continúo perseverando en atraerlo, tal vez sucederá. Considerando que ni siquiera me he confesado es apresurado rendirse tan pronto. Todo eso lo entiendo, sin embargo ninguna excusa me quita el desconcierto de saber que Will me ve como alguien que está sólo en la esfera de la amistad. A lo mejor todas esas actitudes amables hacia mí son producto de su afición a los deportes, rodeada de camaradería y fraternidad. Todo eso me asusta, enfrentarme a la incertidumbre de averiguar qué es lo que Will realmente está sintiendo. Incluso peor, sí para él nuestra relación no es lo suficientemente relevante como lo es para mí. Me aterra, como alguien al que le tengo tanto afecto me puede aterrorizar al mismo tiempo.
Will sólo ha sido bueno conmigo, pero mi cobardía al temer su respuesta me hace retroceder. La advertencia que escribí en esa botella impide sumergirme en el mar de mi identidad. Sé que pierdo innumerables experiencias al pensar así, luce irracional desde la perspectiva de un desconocido. Cuántas cicatrices hay bajo mis escudos que me hacen temer tanto al amor. La desesperanza comienza a llegar a puerto como los vientos invernales, susurran a mis oídos que se acerca el frío, me aleje del mar lleno de tormentos, no necesito enfrentarme a él si me refugio en lo más profundo de mi ser a hibernar. Espero tranquilo e inerte la calma de la monotonía.
De tanto caminar comencé a sentir sed, por lo que ingresé a un negocio del sector. Esta tienda en particular comercializa licores, pero también disponen de agua embotellada. Mientras compro mi botella de agua, entra un hombre en un claro estado de ebriedad pese a ser de día, lo cual es habitual en personas alcohólicas. El hombre mayor encorvado por no poder mantener el equilibrio vocifera exigiendo que le vendan alcohol, a lo que el vendedor se niega, viendo su violento comportamiento y miserable estado. Su barba y cabello alargado no permiten reconocer sus facciones, pero uno de sus insultos se encuentra grabado en mi mente como tallado en piedra por lo que lo reconozco de inmediato: es mi padre.
Miro hacia el sentido opuesto para que no pueda reconocerme, pago lo más rápido que puedo, olvidando hasta mi vuelto y salgo del local. Intento alejarme de allí, pero mi cabeza palpita como un tambor, pierdo la fuerza de mis piernas y tropiezo en medio de la calle. Un auto frena con prisa, tocando su bocina sin parar. Quiero pararme, no puedo, alguien llama detrás de mí, no quiero voltear, es él.
- ¿Tú? ¿Cuándo volviste? - pareciera que está gritando, pero ese es su tono habitual. Necesito respirar: inspiro... espiro... inspiro... inspiro...
- Hola papá, cuánto tiempo sin verte... ¿Cómo están tú y mamá?
- ¿Cómo vas a saber si ni siquiera pasaste a saludar a tu casa? - el chofer del auto se baja al ver que aún no me levanto, me ayuda a pararme y al ver que no me atropelló sólo me ayuda a tomar asiento en la orilla de la acera y se va, dejándome con esta escoria de humano.
. No pude ir... estaba trabajando.
- ¿En serio? Y ya te pagaron, ¿por qué no compras un ron para celebrar tu regreso?
- Te lo compro, pero puedes tomarlo solo; yo me tengo que ir a mi casa.
- ¡¿Tu casa?! ¿Con quién estás viviendo? No me digas que con ese rubio metiche.
- No se llama "rubio", tiene nombre.
- Y qué importa... A propósito ¿dónde trabajas? te puedo hacer una visita algún día.
- Sólo... dime qué quieres. Sé que no quieres que vuelva a tu casa, yo tampoco quiero. Y tampoco te importa en qué trabajo ni con quien vivo, sólo dilo...
- Por qué piensas así de mí: sólo quiero hablar de nuevo contigo hijo... y podrías aprovechar de ayudar a tus pobres padres, que apenas pueden vivir con lo que tienen...
- Cuánto quieres.
- Lo que sea tu cariño hijo - te daría un escupo en la cara entonces.
- Sólo llevo efectivo ahora mismo, no puedo darte más - le muestro la billetera para que vea que no tengo más sino seguirá insistiendo.
- Eso bastará, por ahora... ¿cuándo te puedo volver a ver? - dice mientras cuenta los billetes satisfecho.
- ¿Acaso quieres más? Ya te dije que no tengo más...
- Puedo esperar a que te paguen, no te preocupes yo te encontraré.
Se marchó tambaleándose hacia otra tienda más lejana, a comprar más licor seguramente. Ya no se observa su silueta. Espero recuperar el aliento y la fuerza en mis piernas. Cuando estoy repuesto comienzo mi marcha de vuelta a casa, a mi hogar actual junto a Ian, camino de regreso un par de horas ya que me quedé sin dinero para transporte. Al llegar Ian me recibe preocupado, pero ahora sí que no quiero hablar con nadie.
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