Frente a los viajeros se extendía Chucua, un pequeño reino independiente dentro del continente Astral famosos por sus grandes zonas de humedales.
- ¡Buah! Se me pega la ropa. - Protestaba Vito.
- Demasiada humedad… - Sudaba Fogos.
- Pues yo me siento muy poderosa ahora mismo. – Corría Aqua embarrándose por el camino.
- Vaya tres. A ver si podemos encontrar un lugar donde descansar a la sombra.
- Junco se solía hablarme de un pequeño poblado que siempre visitaba por esta zona. ¿Cómo estás tan seguro de que estará por aquí? Le gusta viajar, no es de los que se quedan mucho tiempo en un sitio determinado.
- Digamos que tengo un presentimiento.
Kamui no les había explicado a los demás lo acontecido en su inconsciente ni su relación con el Dios Arkai. Sabía que tarde o temprano debería hacerlo, pero decidió posponerlo hasta estar seguro de que lo soñado fue real.
Antes de que el sol estuviera en lo más alto, llegaron a una pequeña tiendecita que vendía refrigerios. Allí el dueño del lugar le explicó que ese camino era un paso típico de mercaderes y que se hacía un buen negocio con ellos. Se quedaron allí hasta que el sol descendió lo suficiente para poder retomar su viaje sin sufrir un golpe de calor.
- Viajeros, habéis escogido la peor fecha para viajar hacia el interior del reino, estas fechas son las más cálidas y plagadas de insectos id con cuidado. Si salís ahora deberías poder llegar a una posada.
- Por cierto, señor, no habrá pasado por aquí un hombre de pelo entre negro y verde oscuro, cargado con plantas y, más o menos, de esta altura. - Indicó Calilula dos palmos sobre su cabeza.
- ¡Ah! El boticario ¿verdad? Pues tenéis suerte, no hace mucho que pasó por aquí. Si os apuráis podríais encontrarlo en el pueblo de Palustre. – El tendero les dibujó un mapa.
Los viajeros retomaron su camino y a la noche se hospedaron en la posada. A primera hora de la mañana, sin perder tiempo, partieron hacia aquel poblado que no quedaba demasiado lejos pero que debían a travesar zonas bastante peligrosas de ciénagas.
- ¡AAH! – Gritó Vito. - No puedo más, me pica todo, sudo como si no hubiera un mañana y siempre voy empapado en agua que no tiene buen olor. – Protestaba cuando hacían los descansos.
- Ya queda poco. Pronto deberíamos ver el pueblo en alguno de esos fragmentos. – Intentó apaciguar Calilula al chico.
- Llevas todo el camino diciendo eso. Solo di que nos hemos perdido, leñé.
El ánimo de todos era tenso, malhumorado, debido al cansancio, el picor y el malestar general que llevaban arrastrando desde que entraron en aquellos terrenos húmedos y pantanosos.
- Dejaros de tonterías encontremos lo que hayamos venido a buscar aquí y larguémonos. – Apuró el paso Fogos sin mirar por donde iba.
Cuanto más caminaba el hombre más se hundía, pero los demás no se percataron ya que estaban demasiado ocupados discutiendo entre ellos, hasta que la tierra le había llegado hasta la cintura.
- ¡Quieres dejar de caminar y llamarles para pedir ayuda! - Le tiraba del pelo Fogo que se había subido a la cabeza de Fogos para evitar ser tragado por las arenas movedizas.
- ¡Nunca! – Siguió forcejeando para avanzar.
- ¡EY! Y VOSOTROS OS HACEIS LLAMAR AMIGOS ¡QUE NOS HUNDIMOS! – Gritó con desesperación el dragoncito.
De inmediato pararon y se giraron para ver el panorama de su compañero de viaje, hundido más de la mitad del cuerpo con el Demiürg en la cabeza y resistiéndose a parar.
- Pero es que es tontísimo… - Suspiró Aqua a lo que el restó asintió.
El serafín retiró el agua de la zona para endurecer el suelo y poder acercarse a Fogos, pero sin secar la zona alrededor del cuerpo del atrapado y entre los cuatro tiraron del serafín para poder sacarlo de allí.
- Creo que ya tardábamos en caer en alguna. – Sonrió Aqua. – Llevo todo el camino secándolo por donde pisamos para evitar eso. Así aprenderás.
- Yo había preparado una pomada para las picaduras, pero como nos pusimos a discutir… - Enseñó Calilula un pequeño frasco con algo marrón crema en el interior.
- Y no nos hemos perdido, es un atajo, veis, aquello es el poblado. – Señaló Kamui.
- Pues lo que decía, normamos un gran equipo. – Sonrió Vito.
Todos suspiraron, pero no pudieron evitar reír al unísono. Tras aquel susto, y con los ánimos mejorados, retomaron su camino y antes del anochecer cruzaron el helicox que los llevo a las puertas de Palustre.
Las casas de Palustre se encontraban flotando sobre la ciénaga, puentes de madera conectaban las casas y el camino central. Los habitantes se desplazaban por barcas de madera con las cuales también pescaban. Altos arboles con grandes raíces daban sombra la zona.
- ¡JUNCO! – Llamó Calilula a un hombre a lo lejos, subido a uno de aquellos árboles.
Como el serafín echó a correr en aquella dirección, todos la siguieron bajo la atenta mirada de los habitantes que por allí estaban.
- ¿Calilula? ¿Cómo has llegado hasta aquí? ¿Ha ocurrido algo en el poblado? – Bajó de lo alto del árbol agitando sus alas del color de las hojas.
- Bueno, es una larga historia, pero el rey Mephisto está buscando a los serafines y las personas del pueblo dieron sus vidas para evitar que me atraparan. – Apretó sus manos ahogando la voz.
- Lamento muchísimo lo ocurrido. – El serafín la abrazó. – Pero, preséntame a toda esa tropa que traes contigo. – Intentó cambiar de tema en ver al grupo llegar.
Calilula hizo las presentaciones pertinentes, bajo la asombrada mirada de los viajeros al comprobar que Junco no ocultaba sus alas.
- Estamos en el reino de Larqué, es independiente de la tiranía del creciente y conquistador reino de Tathamet, aquí no persiguen a los serafines. Diría que tampoco son muy religiosos que digamos. Lo que ahora se encuentran en conflicto territorial. Pero dejemos estas historias y acompañadme, os daré una pomada para las picaduras y un repelente de insectos. O aquel chico se arrancará la piel de tanto rascarse.
Tras ese comentario Junco los guio al lugar donde se hospedaba.
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